Zona Extrema

Gonzalo tropezó con Amina al salir de la habitación. Le tomó del brazo, dirigiéndose con ella al comedor. Notó que llevaba una blusa de mangas tres cuartas con puños y pantalón de mezclilla, demasiado formal para pasear en bicicleta.

En la mesa del comedor les esperaban Leticia, Israel e Ignacio. Su hermano menor vestía unos pantalones deportivos cortos negros con letras en blanco, y una franela blanca muy sencilla. Él iba luciendo unos bermudas azul celeste y una franela amarilla.

—No crees que se te hará un tanto incómodo andar en bicicleta con esa ropa, eso sin contar con el calor que está haciendo.

Amina respondió con una sonrisa, estaba concentrada en responder los «¡Buenos días!» de sus padres y de su primo. Tenía una razón muy importante para llevar aquel atuendo, apropiado para visitar un centro comercial, no para andar en bicicleta.

—Veo que van a salir —comentó Israel, rellenando su arepa con queso tipo «paisa» y jamón de pavo.

—Sí —respondió Gonzalo—. Tenemos pensado visitar la Zona Extrema de Costa Azul y divertirnos un poco.

—¿Irán solos? —quiso saber Leticia.

Gonzalo bajó su rostro, mientras su hermano respondía con mucha naturalidad.

—No. Iremos con los demás Primogénitos.

Israel por poco no se ahogó al escuchar su respuesta. Leticia corrió a auxiliarle, entretanto, por debajo de la mesa, Gonzalo le dio un puntapié a su hermano, que lejos de quejarse, sonrió con malicia.

—¡Pensé que estabas en contra de los demás Clanes, muchacho! —le reclamó Israel en cuanto se recuperó.

—Lo estaba, tío. Mas si lo medita con cuidado se dará cuenta que al final es un beneficio tenerlos cerca, a pesar de que sus técnicas de combate siguen dejando mucho que desear.

—Iñaki está inventando tío —quiso disimular Gonzalo.

—No tengo porque hacerlo, Zalo. Fue idea de mis padres y de ustedes inscribirme en esa cosa que llaman escuela, lo más lógico es que forme vínculos con los que me rodean, y precisamente ¡ellos!, son las personas que me rodean. Aún me parecen insulsos, pero les aseguro que terminaré acostumbrándome a su presencia.

—De todas las personas que imaginé cambiarían su opinión respecto a los Primogénitos, ni por casualidad creí que serías uno de ellos, el primero.

—Sé, querida tía, que ellos siguen desterrados de la casa por poner la vida de Amina en peligro, pero da lo mismo si los vemos aquí, en el colegio o en cualquier otro sitio.

—Es peligroso que se reúnan con esa gente —insistió Israel.

Amina iba a responderle, pero Ignacio puso su mano en su brazo, lo que hizo que la joven cerrar automáticamente sus labios.

—En los actuales momentos es más peligroso estar bajo el mismo techo que nuestro Prima, y sin embargo, lo hemos hecho.

—Nuestro Prima no nos hará daño —le aseguró Israel.

—Quizá tenga razón, tío, pero ni con toda su seguridad me fiaría del señor Arrieta.

Gonzalo sonrió, estaba orgulloso de su hermanito. Por primera vez Ignacio había dejado de ser tan egoísta, apoyando una salida que sabía muy bien no era de su completo agrado.

—Bien jóvenes, espero que sepan lo que están haciendo. Eso sí, en cuanto les pida que regresen a casa, deben hacerlo.

Los tres chicos asintieron. Se habían ganado el voto de confianza de Israel y por tanto tendrían el de Leticia, Ismael y Gema.

—Es extraño que tus padres te dejaran salir tan temprano.

—Lo hicieron porque apareciste. Te aseguro que si no lo hubieras hecho tendría que esperar a que Natalia se fuera.

—¿Tanto desean involucrarte con esa chama?

—Mi papá no le para mucho, pero no puede evitar hacer lo que mamá dice, así que te imaginaras. El acoso es terrible. ¡Y para colmo Dafne no ayuda!

—No creo que tu hermana te ayude, salvo que se enamore.

—¡Uff! Primero me cae un rayo.

—Puedes pedirme uno, ¿si quieres? —le aseguró Dominick acercándose a ellos—. ¿De qué hablan?

—De madres desesperadas que buscan novias decentes para sus hijos —le aseguró Aidan.

—Trataré de convencer a Elizabeth de que yo soy el mejor partido par ti —le propuso Ibrahim, sonriendo con malicia.

—Eres un Primogénito, no lo aceptará —afirmó Aidan.

—Está conversación es demasiado gay para mi gusto —cortó Dominick.

—Deberías intentarlo un día, te aseguro que al rato te acostumbras.

—¡Cierto! No he conocida persona más homofóbica que Aidan, hasta vomitó cuando le dije que era gay.

—Legalmente no lo dijiste. Y acababa de comer. Es más, te invito a bailar en la Fiesta del Solsticio —le propuso, e Ibrahim asintió.

—Deberíamos bailar todos con todos —intervino Dominick—. Creo que hay que aprovechar esa fiesta para mandarle un mensaje contundente a nuestros Prima.

—¡Me parece una idea genial! —le respondió Aidan frenando en la casa deI tzel.

—¿Cuáles la genialidad de la que hablan? —les interrogó Saskia.

—Estamos planeando un baile grupal. Bailar todos el día del Solsticio —comentó Ibrahim.

—¡Yo me anoto!

—¡Y yo también! —concluyó Itzel, sentada en su bici, mientras daba un vistazo a la calle por donde los chicos habían llegado. Pronto vio cruzar a los Ignis Fatuus—. ¡Guao! En verdad creí que Maia no iba a venir.

Todos se voltearon a ver lo que con admiración Itzel observaba. Ignacio venía en una montañera y a su lado estaba Gonzalo con su prima en una bicicleta de pareja.

—¡Les juro que pensé que vendría en una parrilla o algo así! —le aseguró Saskia a los demás.

—Yo no puedo dejar pasar la oportunidad de montar en esa cosa —afirmó Aidan, con un brillo especial en su rostro.

—¡Buenos días! —les gritó Gonzalo.

Su algarabía equilibraba la seriedad de su hermano, el cual atrajo las miradas de las jóvenes. Los chicos saludaron a los recién llegados. Aidan retrocedió en su bicicleta para darle un beso en la mejilla a Amina, acción que a las muchachas les pareció una «ternurita».

—¿No estás vestida un poco formal para la Zona Extrema? —le preguntó Saskia a Maia cuando le fue a saludar.

—No tenía ganas de venir en shorts así que pensé en algo diferente.

—Bueno, con el sol que está haciendo no tendrás un bronceado extra —le aseguró Itzel.

—Por cierto, antes de que llegaran estábamos hablando de bailar todos juntos el día del Solsticio como una forma de darle a entender a nuestros Prima que no seremos enemigos.

Amina y Gonzalo apoyaron inmediatamente la idea, así que las miradas se concentraron en Ignacio. Dominick le observó con un poco de desprecio, sabía muy bien que él se opondría.

—La idea de bailar con mi hermano no me resulta muy buena, pero ni modo —respondió levantando sus hombros—, siempre hay una primera vez para todo.

Su respuesta aumentó el ánimo de los presente, que con gritos de júbilo se pusieron en marcha.

El camino tradicional a la Zona Extrema les obligaba a pasar por la Avenida Universidad, la cual solía ser muy transitada los días domingo, debido a las personas que se acercaban a la costa para gozar de sus hermosas playas, por lo que optaron circular por el Boulevard Arrecife de Coral, que estaba un poco menos congestionado.

Aidan decidió manejar por la vía de ladrillos que recibía el nombre Paso de La Tortuga, al que se podía acceder a través del Boulevard.

Dominick, Gonzalo e Ignacio estaba asombrado por la belleza del paisaje: las enormes palmas que se extendían sobre ellos, la arena de un beige perfecto que se iba tornando blanca en la medida en que recorrían el Paso; las tonalidades azules del mar las cuales iban variando así como la fuerza de sus olas. Los kioskos, las personas, las gaviotas, flamingos, playeros y el estruendoso gorjeo ocasional de los pericos en un cielo claro y despejado.

El Paso de La Tortuga se fue haciendo cada vez más estrecho, por lo que tuvieron que enfilar las bicicletas para poder seguir circulando por él. La calzada les llevó por encima de un rompeolas que separaba la playa de una pequeña laguna de apenas kilómetro y medio, con la forma de tortuga, a quien debía el nombre.

Eran las diez de la mañana por lo que las olas chocaban en lo más profundo de la muralla de rocas. Desde la vía podían verse a los cangrejos correr hasta sus escondites.

Aidan se levantó del asiento, dejando que la fresca brisa golpeara su rostro. Los rubios mechones que se habían zafado de su cola, se movían al compás del hálito marino. Su postura fue imitada por todos, mientras atravesaban el pasillo que separaba la laguna del mar.

La armonía del grupo era tan maravillosa que inclusive Amina se dejó llevar por la algarabía del momento, haciendo aparecer su sello. El dorado de los Primogénitos se conjugó con el rosa de los guardianes, hecho que hizo sacarle una sonrisa cálida y orgullosa a Ignacio.

La calzada se fue alejando del mar, dando paso a los árboles y a un clima más propicio para disfrutar. Era como atravesar un parque, los claros hacían posible visualizar las rampas para practicar skate y ciclismo. En cuanto aparecieron a la vista de los chicos, Ignacio aceleró su andar, seguido de Dominick, quien no pensaba quedarse atrás.

—No sé porque tengo la ligera impresión de que estos dos terminaran matándose —comentó Aidan, deteniéndose al mismo tiempo que los otros cinco.

—Ellos siempre han sido así de intensos. Desde pequeños —les aseguró Gonzalo.

—¡Cierto! —afirmó Maia sonriendo—. De niños eran la propia pesadilla. Creo que de allí vienen todos sus problemas.

—Y yo que pensaba que era porque ambos gustan de ti —dijo Ibrahim, ganándose la mirada de reprobación de Aidan.

—Creo que iré a darle un poco de competencia este par de idiotas —comentó Gonzalo, intentando desviar el tema—. ¿Quién me presta su bici?

—Te doy la mía —le respondió Aidan, bajándose de la suya—. Amina, dime, ¿quieres comer helado?

—¡Sí! Chicas, si quieren pueden dar unas vueltas en nuestra bici.

Las jóvenes emocionadas aceptaron, mientras Gonzalo se hacía con la bicicleta de Aidan para irse con Ibrahim a probar las rampas.

Aidan y Amina caminaron hacia las mesas, todas cobijadas bajo la sombra de samanes, los cuales crecían cercanos a la orilla de uno de los principales ríos de Costa Azul. Desde allí se podía apreciar toda la Zona: la plataforma desde donde se presentaban los grupos locales, las rampas de skate, las de la bicicleta, las calzadas y la pista para el patinaje.

Aidan compró dos helados, sentándose al lado de Amina.

—¿Qué hacen los chicos? —le preguntó tomando la cucharilla.

—Ignacio acaba de dar un salto en su bicicleta, elevándose unos metros por encima del aire. ¡Ha sido un buen impulso! Y Dominick está intentando ejecutar el mismo saltó en estos momentos. Gonzalo anda en una rampa menor e Ibrahim se ha unido a las chicas que, sinceramente, no creo que estén muy sincronizadas.

—¿En serio? —comentó riendo—. Espero que puedas regresar conmigo en la bicicleta.

—Yo también lo espero, de lo contrario me veré obligado a golpear a Gonzalo para conseguirlo.

—Si se lo pides te dejará.

—Lo sé, mi pequeño sol. —Besó su cabello, acercándose tanto a ella que sus brazos estaban completamente unidos—. Este ha sido el mejor fin de semana de mi vida.

—Pienso lo mismo. ¿Vendrás el próximo fin a mi casa?

—¿Me estás invitando? —preguntó con picardía, bajándose un poco para hablarle al oído—. Iré siempre y cuando me ayudes a dominar el destello de mi sello.

—Podemos hacerlo ahorita.

—¿No te preocupa que nos vean?

—La verdad es que no siento ningún miembro del Populo en esta zona, así que lo mismo da que nuestros sellos refulgen o no.

—No lo digo por eso, sino por los chicos, nos verán y...

—¡Aodh, no hablo de besarte! —comentó soltando una carcajada—. Aunque espero que lo hagas antes de que acabe el día —le confesó acercando su nariz a la de él.

—Sabes que puedes besarme si así lo deseas, eres libre de hacer conmigo lo que quieras.

—Lo sé. Y en su momento lo haré. —Sonrió apartando el rostro para morder la galleta que coronaba la copa de helado, entretanto las mejillas de Aidan se cubrían de un perfecto rubor—. ¡Hueles de un bien! —suspiró.

—No sé si lo sabes, pero tengo novia, así que procuro estar lo más presentable posible.

—¡Descríbete! ¿Cabello?

—Lo llevo recogido en una cola, bueno así salí de casa, ahora tengo unos cuantos mechones sueltos debido al viento, pero nada que no pueda arreglar —confesó soltando el helado para acomodarlo.

—¡No! —le detuvo, soltando la cucharilla para llevar su mano hasta el brazo del joven—. ¡Déjalo! No sé cómo te ves, pero me encanta sentirlos mechones de tu cabello acariciar mis mejillas.

—¡Muy bien, señorita! —Bajó sus manos tomando nuevamente el helado—. Se hará lo que usted diga.

—¿Qué llevas puesto?

—Franela blanca con algunas rayas horizontales verdes y un pantalón deportivo corto de un verde que parece negro. ¡Es una cosa rara, la verdad!

—¿Zapatos?

—Deportivos.

—¿Quiere decir que has venido preparado para hacer algunas piruetas? —Aidan no respondió, bajó su rostro un poco avergonzado—. ¡Pues me parece genial! Porque yo también deseo dar algunas vueltas con las chicas.

—Entonces, ¡está acordado! —Besó su mejilla.

—¿Accesorios?

—La cadena que me regaló Ibrahim, que casi nunca me quito.

—¡Me encantan esos dijes! —le confesó.

—¡Desde ahora nunca me la quitaré! ¡Ah! Y las pucas en la muñeca izquierda. ¡Mira! —dijo acercando a su mano.

—¿Y cuántas chicas te han mirado desde que entramos al Boulevard?

—¿Eeh? Eso no lo sé. He venido con la idea fija de estar contigo, solo tengo ojos para ti.

—¡Qué bien! Porque las chicas que están detrás de nosotros. —Aidan volteó para ver entre su hombro y el de ella—. ¡Aodh!

—¡Perdón! —murmuró con picardía, sonriendo al ver que tres hermosas jóvenes le veían mientras susurraban entre sí—. Sip, allí están.

—Pues han estado hablando de ti... Y sí, eras tú a quién describían —comentó burlándose—. «Mira qué cabello tan hermoso». «¡Está buenísimo!». «Le arrancaría la franela y le trazaría las franjas con mis labios». —Aidan se sonrojó—. «Yo me quedaría con la flecha de su collar y las pulseras de su muñeca». «Cuánto desearía que ese helado fuera para mí». «Que labios tan espectaculares», y otras cosas más sobre el color de tu ropa y como combina con el de ellas.

Aidan le tomó la barbilla, acercó su frente a la de ella, inclinó su rostro a un lado y tomó sus labios con los suyos, soltándolos suavemente un par de veces, hasta acercarse un poco más para besarla con un poco más de pasión. Sintió las mejillas de Maia encenderse ante el roce de su mano, y sonrió.

—No debes estar celosa. —Besó su frente—. Ignis de Ardere, ¡mi corazón es fiel!

Amina sonrió, y él hizo lo mismo, para luego concentrarse en el helado.

Gonzalo invitó las hamburguesas, asegurando que eran cortesía de su padre, aunque todos decidieron colaborar para que no se metiera en problemas. Aidan se unió a Dominick e Ignacio e hizo algunas maniobras con su bicicleta, lo que ocasionó que por primera vez estos dos formaron equipo para derrotarle, hasta que Gonzalo corrió a socorrer al novio de su prima.

Ibrahim y las chicas se fueron a dar vueltas por la calzada que circundaba toda la Zona Extrema. Un grupo de reggae comenzó a tocar, animando la tarde.

—Por un momento pensamos que no vendrían —le aseguró Itzel—. ¿Saben tus padres que están aquí?

—Sí, Ignacio les dijo. Gonzalo y yo pensamos que estaba loco, que nos había arruinado la salida, pero todo salió muy bien. Definitivamente, mi primo tiene el don de convencer a mis padres.

—¿Les dejaron venir con nosotros?

—¡Sí! En el fondo era algo que iba a pasar. Ignacio es medio seco, pero es imposible que no se relacione con ustedes.

—¡Es sorprendente que podamos estar todos juntos! —comentó Saskia.

—Y tú, ¿cómo sigues?

—Mucho más tranquila. Me hace bien estar fuera del ambiente tóxico de mi casa.

—Eso es cierto —le aseguró Ibrahim—. ¡A veces eres tan agria que provoca golpearte!

Todos rieron. Se detuvieron un momento a escuchar al grupo de rock alternativo que había reemplazado al de reggae, cuando sus celulares comenzaron a repicar.

Tuvieron que alejarse de la multitud, en especial, al descubrir que quienes les llamaban eran sus padres. Nerviosamente, respondieron.

Ignacio y Gonzalo se acercaron a Amina, esperando a que esta terminara de hablar con sus tíos para que les informara lo que estaba ocurriendo. No era casualidad que todos estuvieran recibiendo llamadas en el mismo instante. Saskia esperó con ellos.

—¡Nos tenemos que ir! —les dijo—. Anoche atacaron a un grupo de jóvenes que iba saliendo de los edificios de los Clanes, y al parecer uno de ellos falleció.

—¿Qué tiene eso que ver con nosotros? —quiso saber Gonzalo—. Apenas son las cuatro de la tarde —dijo, consultando su reloj—. Es muy temprano para marcharnos.

—Es que no atacaron a un grupo de jóvenes corrientes, Gonzalo —le aclaró Aidan—. Al parecer todos eran miembros de la Fraternitatem.

—Sí —confirmó Dominick, mostrándole algunas fotos que Zulimar le había pasado—. ¡Están muy malheridos!

—Amina —observó Ignacio—, sabes lo qué eso significa.

—¡Sí, claro! Los Prima se agarrarán de eso para tener un mayor control sobre nosotros. Lamentablemente, no podemos actuar, al menos que nos ataquen.

—No me preocupa que nos ataquen, sino que estemos separados —le aseguró Ibrahim, recordando la vez que estuvo a punto de perder la vida.

—Es lo mismo —le contestó Ignacio—. Esos jóvenes no pudieron defenderse con el insípido entrenamiento que tienen, deben trascender y no lo harán hasta que ustedes no lo hagan.

—Creo que deberíamos idear alguna forma de mantenernos en comunicación, así podremos acudir en socorro de quién lo necesite —propuso Itzel.

Tomaron esa resolución.

No podían retrasar más su partida, así que montaron en las bicicletas. Sabían muy bien que sus padres no les perdonarían la tardanza, por lo que, convirtiéndose en neutrinos decidieron recorrer cada una de las casas, dejando primero a Saskia y a Itzel, luego a Aidan, a Ibrahim y finalmente, a Dominick.

—Es tiempo de que pasemos a la segunda fase del plan —dijo Ignacio.

—No sé si sea prudente no comentarle nada a los demás.

—Esto es algo que solo sucede con nosotros, Gonzalo, no hay que hacer alarde de lo que aún no dominamos por completo —comentó Ignacio.

—Ignacio tiene razón. Sería como darle esperanzas en algo que probablemente no ocurra.

Su cuerpo estaba muy débil como para forzarlo a lograr algo más con su Donum.

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