Yugo

Ibrahim vio el reloj de su celular. Eran las siete de la mañana. A pesar de la pereza que le producía despertarse temprano el primer sábado que tendría sin entrenamientos extenuantes, no hizo ningún mohín y se desentendió rápidamente de las sábanas. La noche anterior Aidan le había escrito pidiéndole que se apareciera antes del desayuno en su casa. Los Aigner se preparaban para hacer los arreglos de Navidad, y era un momento que querían compartir con él.

Esa sería la primera Navidad sin Rafael. Ibrahim no era ajeno a los sentimientos que este hecho produciría en cada miembro de la familia.

Desde que tuvo edad para encargarse de colocar las bambalinas en el árbol de Navidad, se convirtió en el invitado predilecto de los Aigner Fuentes, por lo que no dejaban de invitarlo en cada fiesta decembrina. Y él asistía gustoso, no solo porque el ambiente armónico del hogar siempre le había atraído, sino también por el increíble chocolate espeso que Rafael les hacía para disfrutar los merecidos momentos de descanso.

Y en las tardes, cuando contemplaban el fruto el esfuerzo matutino, el abuelo de Aidan solía agasajarlos con historias navideñas, las que muchas veces incluía monstruos, o simples anécdotas sobre su fallecida esposa o de su hija Elizabeth que los hacía reír, hasta que el sr. Andrés irrumpía con su cuatro para entonar parrandas y villancicos. Después de esa primera celebración, visitar a su amigo se volvía en una continua felicidad, pues realmente el espíritu navideño habitaba en aquella casa. Allí había aprendido a comer torta negra, a cómo preparar hallacas, aunque solo le permitían amarrarlas, y colocar las aceitunas y las pasas en la masa del pan de jamón.

Ahora, su mayor temor era que sus amigos no pudieran encontrar esa alegría nuevamente, que el triste recuerdo de la partida de Rafael fuera una sombra que borrara las risas, olvidara el chocolate y las arepitas dulces, las anécdotas y los cánticos, que todo se convirtiera en un doloroso recuerdo.

Tomó su franela mostaza y salió de su habitación luego de acomodarse los lentes. En la cocina se encontró con sus padres.

—¿A dónde irás tan temprano? —le preguntó su padre.

—Hoy decoran en la casa de Aidan. Es la primera vez que su abuelito no estará, así que pensé que sería bueno ir a acompañarles.

—Sí, es muy triste —comentó Sabrina—. La verdad es que admiro el valor de Elizabeth pues yo no podría ni moverme de la cama.

—Es lamentable. Pero eso no nos puede impedir pensar en Rafael como en un héroe. Solo un hombre con su corazón es capaz de hacer un sacrificio como el que hizo, aún más por una persona que era de su Clan.

Ignis Fatuus siempre ha sido una maldición para la Fraternitatem Solem. Estoy más que segura que su ingreso en la Hermandad solo traerá más problemas.

Concentrado en su pan, Ibrahim no respondió. Sería una pérdida de tiempo explicarle que las cosas no ocurrieron como ellos se figuraban. La imagen negativa de Ignis Fatuus dentro de la Fraternitatem Solem prometía perdurar más de lo que habían imagina. Nadie los quería, excepto los mismos Primogénitos, los cuales seguían sin entender cuál era el origen del odio exacerbado que los adultos demostraban por este Clan.

Gonzalo se sentó al volante, mientras Ignacio pasaba las hojas del diario de Ackley. Atrás, Amina esperaba la continuación de la lectura, se recostó en el asiento justo en el momento en que Gonzalo ponía en marcha el auto.

Habían acordado continuar con los entrenamientos en el edificio de su Prima. Pensando en que deberían acostumbrarse a los atuendos de batalla, vistieron con los mismos trajes del día anterior, excepto Ignacio que cambió sus ajustados pantalones por unos bombachos usando las botas más arriba de las pantorrillas.

Maia se sentía agotada. Su cuerpo seguía tan adolorido como la noche anterior, muy a pesar del analgésico que le facilitó Ignacio y de la pomada que, supuestamente, le ayudaría a mitigar el dolor. 

Tenía que concentrarse en esos pocos minutos para doblegar su cuerpo y controlar su mente: inconscientemente, no deseaba pasar de nuevo por el entrenamiento, aunque reconocía que la técnica le sería de mucha ayuda a su comunidad.

—¡Veamos! —comentó Ignacio, verificando que no estaba equivocado como la otra vez—. Diciembre 20, 1617: El cielo se ha oscurecido. Mientras,en la aldea todos se preparan para la Fiesta que nuestro Clan dará en honor a la Fraternitatem Solem por el Solsticio de Invierno.

»Los instrumentos están afinados, los cocineros finiquitan los detalles para el banquete, los jóvenes y las doncellas han aprendido de memoria cada baile, los sastres y las costureras no descansan en entregar los paquetes que contienen hermosos vestidos negros con el sello de nuestro Clan bordado en oro, y entre ellos listones blancos para iluminar. Y yo estoy aquí, a una legua de la armonía de los violines, del dulce aroma de las masas, de las risas juveniles e infantiles, del lujo de los trajes. —Ignacio se detuvo—.  Hablando de trajes, ¿mi tía no ha dicho nada al respecto?

—Bueno, no creo que sea tan complicado encontrar un traje completamente negro —le comentó Gonzalo.

—El problema no es el traje, hermanito, es la corbata. El bordado de la corbata para ser más preciso.

—Creo que todo eso está solucionado —contestó Maia—. Anoche escuché a papá decirle a mi mami que los Prima habían autorizado el uso del marrón y del gris.

—¡Nos veremos bellos con una camisa marrón! —ironizó Ignacio.

—¿Acaso te pondrías un traje dorado? Porque eso ¡si es una locura! Además, me imagino que no especificaron la gama de marrón, así que podemos jugar con eso. Lo importante es que el pañuelo y la corbata tengan el sello de nuestro Clan.

—¡Tampoco se preocupen por eso! Han contratado a un grupo de sastres y costureras, ellos se encargaran de que los sellos luzcan en cada uno de nuestros trajes. Incluso, Ignis Fatuus también tiene orfebres trabajando en la joyería y en los gemelos. El Prima desean que hasta el Populo pueda mostrar la grandeza de nuestro Clan.

—Eso sonó a reunión con la plebe —comentó Gonzalo.

—Realmente es lo que es. —Su hermano mayor le dirigió una mirada torva—. Asesinarme con la mirada no cambiará la realidad. Eso y el hecho de que, indudablemente, nuestro Prima está buscando aumentar su popularidad —hizo una pausa—. Continuaré, porque a este sujeto como que le dio por escribir un tratado. Hoy han llegado los paquetes a mi casa. Madre nos ha llamado a todos para que nos probemos la ropa, pero yo he dejado la mía envuelta, ni siquiera verifiqué que el bordado del capote estuviese perfecto, ni las réplicas del sello que están en el jubón. Podría considerarse como un desprecio, pues estoy en edad de comprometerme, por lo que debo mostrar a todos los padres de nuestro Clan la magnanimidad de mi sangre.

—¡Ja! —Sonrió Gonzalo—. ¿Quién dijo que no estamos en sintonía con el antepasado de Amina?

—Solo espero que pase algo divertido. Que la chica misteriosa aparezca en la fiesta y puedan danzar juntos. ¡No lo sé! —Maia sonrió.

—Hagamos una apuesta —propuso Ignacio—. Una cena a que el tipo jamás menciona el nombre de la chama.

—¡Me gusta! —le aseguró Gonzalo—. En especial porque si pierdes tendrás que pagar cena doble. No creas que me matarás con diez rolls de sushi. ¡A mi me das comida como para permanecer sin hambre por unos tres días!

—En ese caso te llevaré a un supermercado.

—Yo siendo tú, le compraría diez hamburguesas. Te aseguro Iñaki que no podrá comerlas toda. ¡Eso sí, no te olvides de que le echen mucha salsa! ¡La suficiente como para que se le tapen las arterias!

—¡Aaaah! ¿Con qué poniéndote en mi contra? ¿Qué extraño pacto hicieron usted para conjugarse contra mí?

—¡Eres un exagerado! —le contestó Amina, sonriendo.

—Es lo que ocurre cuando pasas una semana cubriendo a nuestra querida prima —le aseguró Ignacio.

—¿Ha pasado algo?

—Lo normal —comentó Amina ante el silencio de Ignacio—. Me he reunido con Aidan y eso.

—¡En verdad estás loca! Deberías empezar a alejarte de ese sujeto. Aunque me agrada y no me molesta verlo contigo. Sabes que te apoyo, pero el Prima está detrás de nosotros. Lo sabes,¿verdad?

—No hemos tenido más noticias del señor Arrieta así que no entiendo cuál es el problema.

—Quizá estoy preocupado porque no confió en ese viejo asqueroso, de oídos plagados de monte. —Se estremeció con repulsión—. Cada vez que lo recuerdo me da ganas de vomitar.

—Eso te pasa por estar detallando lo que no debes.

—¡Ah sí! Debe ser que tú nunca lo has hecho.

—No tengo interés en hombres. Menos en viejos.

—Lo sé. ¡Y no me lo estaba buceando! ¡Lo juro por el cerezo! —comentó levantando la mano derecha del volante—. Pero es que así como hay cosas bonitas que tienes que ver, hay cosas feas y poco armónicas que harán que te preguntes: ¿Qué rayos hizo la naturaleza con este pobre ser?

Esta vez Ignacio no pudo refutar, solo rió, acompañado de la risa sencilla de Amina. Cuando el jolgorio pasó, Ignacio continuó con la lectura, sin hacer ninguna interrupción hasta que llegaron al edificio de Ignis Fatuus.

Es extraño cómo lo que te hace diferente, el orgullo del Clan, sea precisamente lo que te aleje de todo: soy de todos y sin embargo, no me es permitido desarrollar lazos más allá de mi rol de protector.

»Mi vida, desde hace tres años, está cargada de una responsabilidad para la que nunca fuí preparado. Cuando el sello apareció en mi frente, a los dos años de vida, y mi Clan supo que había llegado el momento de la gloria para mi pueblo. Se me entrenó y educó para preservar y asegurar la existencia de Ignis Fatuus. Me he consagrado a mi misión como un alma solitaria, sin importarme nada más que mi Clan, y así fue hasta que llegastes a mí.

»¡Pronto mi vida cambiará nuevamente y temo volver a sentir este sentimiento tan inexplicable por alguien más! Estoy destinado a dejarte ir y, sin embargo, no puedo, no quiero...

¡Cuánta similitud entre su vida la la de Ackley! Ella también estaba cargando una responsabilidad que no quería, pero que no podía rechazar. Debía tomar decisiones que le afectarían para siempre. Había faltado a la palabra empeñada a su madre, permaneciendo al lado de Aidan. Sentía que no tenía la voluntad suficiente como para afrontar la vida sin él, en especial porque sabía que él tampoco podría vivir la suya sin ella.

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