Veneno

Esa noche en su alcoba, Aidan se puso el camisón para dormir, sumergiéndose en las espesas sábanas. Una de las razones por las que había anhelado volver a la casa de Ackley era que allí no pasaba frío en las noches. Sin embargo, no era el clima lo que le preocupaba en ese momento, sino la solución que el Primogénito de Ignis Fatuus dio al problema de los non desiderabilias.

La técnica que Amina había planteado en el auto era mucho más sencilla de desarrollar que tener un nuevo don, pero eso también significaba que ella y los suyos estarían cada vez más atentos a las señales de los miembros de la Fraternitatem. No dudarían en socorrer a quien pidiera auxilio.

El sueño terminó por invadir su mundo.

Su cuerpo fue transportado a un claro de bosque, muy similar al sitio donde la Coetum se había reunido esa noche, a excepción de las losas que contenían los Sellos.

Doce personas, en albornoz tan negros como el onix, estaban de pie alrededor de una joven que se encontraba cabizbaja.

La chica levitó lentamente. Suaves ondas de colores iban envolviéndola en su ascenso, azules, rojas, verdes, amarillas, anaranjadas, rosadas, blancas, negras, marrón, turquesas, plateadas.

Una explosión estremeció a los presentes, obligándolos a revelar sus Sellos debajo de las túnicas. Habían miembros de todos los Clanes: unos más numerosos como el de Ignis Fatuus, otros con menos como Ardere.

La mira de Aidan pasó de las personas que vestían de negro a la joven que estaban sobre ellos.

Una fuerza invisible jaló los brazos de Aidan, forzandolo a abrirlos. Fue arrojado al suelo y obligado a ver al cielo. Un terror de muerte se apoderó de él al descubrir el rostro de la joven.

Amina no tardó en gritar su nombre, con lágrimas en sus ojos, mientras una segunda explosión terminó convirtiendo su cuerpo en un vórtice que fue tragado por el cielo.

A medida que el vórtice se desvanecía, salió de él una flecha que terminó clavándose en su corazón. Haciendo un esfuerzo sobrehumano intentó por todos los medios levantarse, logrando vencer el obstáculo invisible que le sujetaba al suelo. Gateó, levantándose con dificultad, tenía que llegar a ella. Sin embargo, no pudo mantener el equilibrio, se encontraba muy agotado, por lo que cayó una vez más en la grama. Su cuerpo no respondía. Deseó morir, su alma gemía agónica. 

Con el rostro aplastado en la hierba, lloró. Las lágrimas rodaron por su tabique y mejilla, entrando en contacto con el pasto.

Sus lágrimas abrieron surcos en la tierra, esbozando la imagen de un ave inscrita dentro de una espiral de fuego.

Necesitaba despertar de la pesadilla. Sus agónicos movimientos, terminaron por hacerle caer de la cama. Sus rodillas dieron con el duro suelo, se apoyó en sus manos para incorporarse, buscando salvajemente respirar. Su cabello estaba empapado, y las gotas de sudor caían junto a sus lágrimas.

En un último esfuerzo, se puso de pie. Sintió un fuerte pinchazo en el corazón, lo que hizo que se doblara del dolor. Llevándose la mano al pecho, buscó a través de la oscuridad un espejo que no encontró. 

Se dio cuenta de que su imagen se reflejaba en los cristales de la ventana así que, arrancándose parte del cuello de la bata, la rompió, observando el sitio donde la flecha le había herido. Justo en su corazón estaba tatuado, como una quemadura, la espiral de Ardere y en su centro el Phoenix de Ignis Fatuus.

Sabía que aquello era una señal. Pero, ¿de qué?

No pensaba perder tiempo descubriéndolo, tenía que actuar rápido. Estaba decidido a no ser una desgracia para Amina.

La mañana siguiente fue aún más desolada que la anterior. Sin Saskia, sin Itzel y sin señales de Ibrahim, Aidan sintió el patio más solo que nunca. Tuvo que conformarse con la compañía de Dafne, Celeste y Natalia.

Se perdió en la conversación de las chicas y en las empanadas de su vianda. De vez en cuando permitía que su mirada se escapara hacia la zona donde estaban Maia e Ignacio, los cuales daban la impresión de tener una conversación muy animada.

En una de esas escapadas que sus ojos dieron, observó a Dominick infringiendo la regla que ellos mismos se habían impuesto: no debían reunirse con otros Primogénitos frente a los compañeros de clases que formaban parte del Populo; el joven Aurum se había acercado a comer a la mesa de Maia, y aquello lo molestó.

Los tres parecían divertirse con las ocurrencias de Amina, pues los chicos se encontraban un tanto separados. Aidan no tuvo que acercarse para intuir de qué hablaban.

Inmediatamente, Maia le tomó el hombro a Dominick, haciendo un movimiento con su mano. Aidan recordó la estrategia que Ackley había sugerido en la Coetum, entretanto Ignacio tomaba el teléfono de Dominick y el suyo para aparear sus ubicaciones.

Ignis Fatuus estaba tejiendo una red de comunicación entre ellos, sin embargo, aquel no era el sitio más idóneo para hacerlo. No veía prudente involucrar a Maia.

El recreo había pasado. Aidan se internó en el Salón de Música. Había decidido saltarse la clase de Biología, aunque eso le iba a ocasionar muchos problemas con el profesor Suárez. Tomó la guitarra que el maestro solía prestarle cuando no traía la suya, y empezó a entonar una triste melodía. No sentía ganas de cantar, sus sentimientos eran tan sutiles que no los podía transmitir con palabras, ni siquiera tenía idea de lo que estaba tocando.

La puerta del salón se abrió, él subió su rostro, asustado al ser descubierto in fraganti. Mas no hubo ninguna persona de autoridad detenida en la puerta, solo era Maia. Ella estaba allí, frente a él, como el primer día de clases. El corazón de Aidan retumbó con fuerza. Sonrió, con el dolor brotando por su piel: ella era la persona que más amaba y eso, hasta los momentos, era imposible de cambiar.

Sus ojos de fuego le llevaron muy cerca de él. Iba guiándose con su bastón. Se veía tan delicada, mas él sabía que ella era fuerte, muy fuerte.

Las palabras de Ackley, al preguntarle sobre el segundo castigo para los que infringen la ley de enamorarse se hicieron presentes en su mente: «Es la muerte, y es el Prima quien lo impone».¿Era capaz de permitirlo?

— El profesor Suárez se molestará si te encuentra aquí conmigo.

—Le dije que estaba mal del estómago y me dejó ir al baño, así que puedo volver cuando lo desee —le respondió Maia.

—¡Esa si que es una buena estrategia!

—¿Y cuál fue la tuya?

Volteó la guitarra acostándola sobre sus piernas, entretanto la joven se sentaba a su lado.

—Simplemente no entré.

—Eso es muy rebelde de tu parte.

Aidan levantó una de las comisuras de sus labios.

—No más que escaparte con enfermedades raras.

—Aodh —Bajó el rostro para tomar un tono muy serio—. Esta mañana estuvimos hablando con Dominick y ya tenemos una for...

—Lo sé —le interrumpió—. Los vi.

—¿Por qué no te acercaste?

Aidan suspiró. Era el momento de dar explicaciones, de mostrar una postura firme, pues de ello dependía la vida de Maia.

—No pienso ir contra el decreto de la Fraternitatem.

—No entiendo. Se supone que eres un Primogénito, nuestro amigo, ¡no nos puedes abandonar!

—Soy más que tu amigo, Amina, ¡soy tu novio! Y por encima del mismo Ibrahim, al que quiero tanto como a Dafne y al que amó como amé a mi abuelo, ¡estás tú! Si tu vida corre peligro por mi causa, entonces, no deseo estar a tu lado.

—No... —titubeó—. No entiendo. ¿Acaso estás terminando conmigo? —Su voz se quebró.

—No quiero verte correr detrás de una sentencia de muerte. Yo mismo soy una sentencia de muerte para ti.

—¡Pero yo te quiero! Y he aceptado estar a tu lado a pesar de lo que mi Prima pueda decir. ¡Yo no le temo al Prima!

—¡Lo harás! Le temerás cuando seamos descubiertos, cuando te saquen como una delincuente de tu casa. Tendrás miedo cuando escuches a tus padres agonizar ante la Umbra Solar. Te llenarás de odio cuando tus guardianes mueran. ¡Yo no quiero sacrificar a ninguno de los míos! ¡No quiero más muertes en mi familia por causa de la Hermandad, ni por mi culpa! ¡Con mi abuelo fue suficiente, Maia! ¿O es necesario que muera uno más?

Cada palabra le partía el alma a la joven, pero su dolor no era comparable al de Aidan. Este deseaba con todas sus fuerzas que su corazón dejara de latir, ese sería su único alivio.

Amina se levantó de la silla, espantada ante tal confesión. Retrocedió torpemente, por lo que tropezó en un par de ocasiones. Aidan se levantó rápido para socorrerla pero los reflejos de la chica no le dejaron caer. Sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—Tienes razón, Aidan —gimoteó, sin permitirse llorar—. Ya te he hecho mucho daño —Aidan sacudió su rostro, eso no era lo que él quiso decir—. Pero esto es una guerra y desde niña sé cuál es mi papel en ella. No pienso vivir más de los veinte años, quizá jamás llegué a cumplir dieciocho años. ¡Y lo acepto! Mas no puedo obligarte a hacer lo mismo. Lamento... —Se llevó las manos a los labios, mientras los ojos de Aidan se enrojecían—. Lamento que tu abuelo haya fallecido. No era él sino yo la que debió morir ese día —Las lágrimas comenzaron a rodar por su mejilla. No pudo suprimir el gemido de dolor. Se limpió bruscamente sus mejillas. También Aidan había comenzado a llorar. No soportaba verla así—. Sin embargo, hermano Ardere... —Él cerró sus ojos al escucharle pronunciar la palabra hermano, Amina le estaba tratando con la misma solemnidad con que Ignacio lo trataba—. Debes saber que ese es mi destino, y nadie podrán detenerme. Así que, como miembros de la Fraternitatem Solem te exigo que desde ahora solo te encargues de los asuntos de Ardere y me dejes solucionar los de mi Clan, según mis propias decisiones.

—Así será —contestó con el último resquicio de voz firme que le quedaba.

Hasta el final de su discurso, Maia había estado deseando que Aidan la detuviera, pero eso nunca paso.

Dio media vuelta y salió del salón de música. Se dirigió al baño, suprimiendo el llanto, se lavó la cara y volvió al salón de clases, agradeciendo al docente la amabilidad de haberla dejado salir.

Internamente, agudas espinas se clavaban en su corazón: el Fuego de Ignis había terminado con ella.

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