Sueño de Una Noche
Una corriente de aire frío se coló en la habitación, haciendo que Aidan, medio molesto, buscara refugió debajo de las mantas. Estaba tan agotado que fue muy poco lo que pudo leer sobre Evengeline. No le emocionaba encontrar los puntos de intersección entre su vida y la de ella. De cierta forma, consideraba que la Hermandad estaba siendo un tanto sádica con ellos al intentar restregarle las decisiones que sus antepasados habían tomado en sus narices como si también fuesen responsables de lo que pasó.
Y si esa no era razón suficiente para dejar de leer, lo era sentirse cansado de pensar.
Hacía frío. Los rayos de sol iluminaban firmemente la tierra. Podía contemplar el verdor intenso de la grama que en algunos lados se alzaba casi hasta la mitad de los troncos de pino. Una estrecha senda se abría paso serpenteando entre la hierba. El gorjeo de los pájaros llegaba a sus oídos. El cielo se mostraba despejado. Aidan parpadeó. Por un momento le costó ubicarse en aquel paisaje.
—¡Mierda! ¡Otra vez! —exclamó volviendo su mirada al frente. Consciente de lo que le estaba pasando, detalló su vestuario: los puños beige de su camisa abierta a la altura del cuello, no tenía un jubón y mucho menos un capote que le protegiese del clima de otoño, pues venía de un clima tropical en donde veinticuatro grados era "muy frío"—. ¿Por qué siempre debo andar con harapos? —Respiró profundo. Sus gregüescos negros y beige hacían juego con sus altas botas—. Por lo menos tengo botas —pensó. Subió su mirada, tomándose con la mano algunos mechones de su cabello. Seguía siendo rubio, el color de su cabello se había conservado. Miró a ambos lado, luego dio un par de vueltas sin moverse del lugar. Nada. Estaba completamente solo en aquel sitio, sin embargo, algo estaba fuera de lo común. Se tocó la frente, esta no le ardía como solía pasarle cuando ocupaba el lugar de Ackley. Esperó unos minutos, con la esperanza de despertar o transformarse en pleno sueño, pero nada ocurrió—. ¿Por quéeeeeee? —gritó, con todas sus fuerzas.
—¡Aidaaaaaan! —le respondieron.
—¿Qué? ¡Qué! —murmuró.
Era imposible que alguien le estuviera llamando por su nombre de pila. Sin duda alguna, ése era el sueño más desconcertante que había tenido.
—¿Aidan? —Volvieron a llamarle.
Esta segunda vez puso más atención, especialmente en el acento y tono de la voz, descubriendo que la conocía.
—¿Itzel?
—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí, soy yo! —gritó, entretanto él intentaba averiguar la dirección de dónde provenían los gritos.
—¿Dónde estás?
—Aquí —confesó la chica mostrando su rostro entre la maleza. Aidan comenzó a abrirse camino para llegar a ella pero la chica le detuvo—. ¡No! ¡Quédate allí! —Le ordenó.
—¿Por... Por qué? —le cuestionó quedándose quieto.
—Porque estoy desnuda.
—¿Desnuda? No puedes estar desnuda porque... —Hizo silencio. Aquel era su sueño, y en su sueño Itzel le decía que no se acercara porque estaba desnuda. Se llevó las manos al cabello, retrocediendo—. ¡Mierda! No conocía este nivel de perversión.
—¡Aidaaaan! —Le volvió a gritar, viéndole a los ojos—. ¿De qué estás hablando?
—¡Eeeeh! A ver cómo te explicó —dudó—. Se supone que estás en mis sueños y estás desnuda, eso... Éso es..., y perdóname por lo que diré, pero ¡es asqueroso!
—No estoy en tus sueños. He intentado despertarme y no puedo, así que creo que tú estás en los míos... ¿O? —pensó—. Quizá si esté en tus sueños y eso me preocupa. No sé qué rayos es esto, solo sé que me estoy congelando.
—Te daría mi camisa, pero no creo que eso solucione nada.
—¡Entonces, haz algo! Busca a alguien que pueda prestarte ropa, ¡pues me estoy congelando!
—¿En dónde? ¿En un asilo?
—¡Aidan! —le reclamó—. ¡Hay bichos! ¡Voy a terminar con malaria si no buscas algo con que pueda cubrirme!
—Está bien. No te muevas. It. —Se regresó—. No creo que en un ambiente tan frío hayan zancudos que puedan infectarte con malaria.
—¿En serio? —le miró con ironía.
Sonriéndole se echó a correr por la senda entre la maleza, atravesando el bosque de pinos. Había recorrido un kilómetro cuando visualizó una vereda entre los árboles, la cual terminaba en una encrucijada.
A través de uno de los caminos apareció un joven, al que le calculó unos dieciocho años, iba con un jubón verde oliva y gregüescos del mismo color con tonalidades de un mostaza muy suave, sobre sus hombros lucía un capote. Su cabello despeinado, color avellana, resaltaba bajo un sombrero de fieltro con una pluma roja pequeña. Venía jugando con una piedra, la que lanzaba al aire y volvía a atajar, cuando fijó su mirada en Aidan.
Hizo una breve inclinación y continuó su camino.
—¡Espera! —le llamó—. Necesito tu ayuda.
—¿Qué tipo de ayuda necesita, señor?
—Una amiga fue atacada y dejada en el bosque, en muy malas condiciones.
Inmediatamente, el rostro del joven se tornó grave. Arrojó la piedra a un lado y le miró con seriedad. Por un momento, Aidan creyó que el joven había envejecido un siglo. Sin embargo, también captó el extraño brillo de sus ojos, el color de sus iris se le hizo muy familiar.
—¿Atacada? ¿Por quién? ¿Los ha visto? ¿Llevaban una marca? —le tomó por los hombros.
—¿Una marca? —titubeó Aidan. Eran muchas preguntas sin sentido. Quizá él no pudiese comprender el significado porque no pertenecía a aquella época y desconocía sus peligros, pero la mención de una marca le hizo improvisar un poco, probablemente terminaría aceptando y recibiendo la ayuda que necesitaba—. ¿Una marca negra?
—Sí, una marca negra —murmuró, soltándolo—. ¿Dónde está su amiga? ¿Cómo se le ocurre dejarle sola?
—¡Tranquilo, mi pana, ella sabe defenderse!
—¿Mi pana? —le preguntó retrocediendo.
—Mierda —dijo por lo bajo, moviendo su mano en señal de negación—. Vengo de un país lejano y tenemos otra forma de hablar —intentó explicarse al ver que el joven no dejaba de retroceder—. Sabes qué, solo sígueme —le dijo echándose a correr.
Tuvo miedo de voltearse y comprobar que el chico no le seguía, pero para su sorpresa iba detrás suyo. Le observó correr con brío. Su rostro era serio, llevaba el ceño fruncido. Ese chico de contextura media, ojos color avellana, cuyos cabellos volaban al viento escondía en su ser a un gallardo guerrero. Aidan pudo sentir la seguridad de sus pasos, felicitándose por dar con la persona adecuada.
Cuando llegaron al sitio donde estaba escondida Itzel, Aidan observó al joven buscar algún rastro imperceptible para él, en el lugar. A pesar del frío que sentía, sus rubios cabellos se habían adherido a su nuca, la carrera le hizo sudar.
—¿Trajiste ayuda? —gritó Itzel en cuanto les sintió llegar.
—Sí —respondió.
—¿Se encuentra bien? —preguntó el joven—. Me acercaré.
—¡Nooo! —gritaron al unísono.
—¿Ocurre algo?
—Le han despojado de sus ropas —explicó Aidan.
—En tal caso —dijo retrocediendo—, buscaré algún vestido para que se ponga. Quédese con ella, quizá los Harusdras vuelvan a atacar —explicó, mientras Aidan e Itzel intercambiaban miradas de angustia. ¿En dónde estaban?—. No se preocupe, my lady. Le doy mi palabra de que volveré.
Iba a marcharse cuando Itzel lo detuvo.
—¿Cómo te llamas?
—Mi nombre es Ackley. Pertenezco a una Aldea muy cerca a este lugar.
—¿Ackley? —preguntaron otra vez.
El joven les observó extrañado, le resultaba sorprendente que aquellos extranjeros pronunciaran su nombre como si tuviesen algún tipo de relación con él.
—Sí, Ackley. ¿Vienen de alguna Aldea en especial?
Al principio no entendieron a qué se refería con lo de Aldea, pero lo asociaron con la palabra Clan, así que Itzel reaccionó rápidamente, además de que se estaba congelando.
—¡Sí! Él es Joseph de Ardere —le señaló, lo que hizo que Aidan le mirara con mala cara—. Y yo soy...
—Mary de Lumen —le interrumpió Aidan, observando la entornada mirada de su amiga.
—¡Es increíble que dos personas de diferentes Clanes se lleven tan bien hasta el punto de presentarse con tanta familiaridad! —respondió, lo que hizo que ambos se sintieran como idiotas—. Lady Mary de Lumen le prometo volver con un vestido. Y Joseph de Ardere espere aquí junto a su amiga. Tome mi capote para que lady Mary se cubra —concluyó desapareciendo de su vista.
—¿En serio me pusiste Joseph? —se quejó lanzándole el capote.
—¿Y qué querías? —contestó atajándolo y abrigándose con él. Sentir la lana sobre su fría piel se le antojo placentero.
—¡No lo sé! ¡Harry, Phillip, Ronald, Michael, William! Alguna cosa decente.
—José es un nombre decente.
—Decente y corriente. ¿Lo hiciste por lo del apellido?
—Podría ser... Pero tú no fuiste muy benevolente con eso de Mary.
—Te lo merecías, Graciela —confesó, dándole la espalda para echarse sobre la hierba.
—¿Aidan? —susurró.
—¡Mmm!
—¿Él es Ackley?
—No lo sé, Itzel. No sé si es el verdadero Ackley o si es una proyección de nuestro subconsciente, ni lo que está pasando, ni dónde estamos. Solo sé que debemos ser más prudentes con lo que decimos.
—¿Una proyección? Espero que tu teoría no sea cierta, o de lo contrario, este abrigo terminará desapareciendo. ¿Por qué dices que tenemos que ser más prudentes?
—Porque tengo el presentimiento de que esto es más que un sueño.
—Quieres decir qué crees que hemos viajado en el tiempo.
Aidan no respondió. No quería lanzar ninguna hipótesis, mucho menos si esta solo les traería más dolores de cabeza, pues si realmente habían viajado en el tiempo la pregunta más importante era cómo volverían a su presente.
Quince minutos pasaron desde que Ackley se marchó. Sin la certeza de que volviera, Aidan decidió indagar los alrededores. Muy cerca de allí había un frondoso olmo, caminó hasta él, se acercó a su tronco, colocando su mano en el mismo, para luego observar lo que había en frente: se encontraba en un escarpado, se asomó a la orilla, observando en el fondo algunos techos rojos, los cuales se abrían espacio entre la vegetación.
Era muy complicado descender, dado a que la pendiente estaba muy inclinada, sin embargo, bajar hasta esa aldea era una buena opción en caso de que Ackley no volviera, además de que la idea resultaba más atractiva que caer en las manos de Ignis Fatuus.
—¡Aidan! —le llamó Itzel, titiritando—. No aguanto más. Él corrió acercándose lo más que pudo—. ¿Y si no vuelve?
—¿Has conocido a un Ignis Fatuus que no tenga palabra?
—Solo conozco a dos, y la verdad es que ninguno me ha dado su palabra. Aunque confiaría en ellos, siempre y cuando no nos ataquen.
—Entonces, no nos queda de otra que ser pacientes. Si dentro de unos minutos no viene, tengo otra solución en mente.
—Está bien. Solo espero no congelarme mientras esperamos.
Aidan se volteó, colocando sus manos en su cintura. Tenía que ir a buscarlo.
En cuanto dio el primer paso para salir a su encuentro, Ackley apareció a través del bosque con una camisa, un sayuelo y saya celeste, hechas de lana. Se las tendió a Aidan, este hizo una bola con la ropa y se las arrojó a Itzel, luego de anunciarle que el joven había regresado, quedándose él con los zapatos.
—Gracias —le dijo a Ackley, luego de lanzar las ropas.
El joven asintió.
Itzel tuvo que correr para alcanzar la ropa. Encontró entre ellas un pantaloncillo que asoció con ropa interior. Resultó que vestirse con aquel atuendo desconocido no fue tan sencillo, intentó hacer lo mejor que pudo.
Ackley le había traído un traje propio de estrato de plebeyo, propiamente lo que una campesina del siglo XVII usaría, mas lo agradeció en el alma, justo en el momento en que su piel entró en contacto con la tibia tela.
—¿Cómo fueron atacados?
—Venimos de lejos. Pensamos que eran pobladores. Estamos algo confundidos pues no conocemos el lugar. —Para Aidan sus palabras no eran más que la descripción de una verdad relativa, ni todo era mentira, ni verdad; su estrategia era ganarse la confianza de aquel sujeto el cual no solo tenía el poder de incinerarlos, sino que, además, era la única persona que podía tenderles la mano, de lo contrario pasarían una noche muy fría entre los matorrales, eso sin contar que pronto tendrían hambre—. En un primer momento parecían personas normales, de hecho pensamos que habían seguido su camino después de cruzarnos, pero para nuestra sorpresa, fueron detrás de nosotros. Eran cinco, demasiados para presentarle batalla. —Agradeció haberse tomado en serio la lectura sobre Werther. Su lenguaje no sonaba tan vulgar, ni tan de otra época—. Así que terminaron por someternos y le robaron la ropa a It... Mary, probablemente para que no fuéramos tras ellos.
—Quizá buscaban un Sello o algo de valor.
—¿Algo de valor? ¿Cómo qué?
—Solo son suposiciones —le respondió Ackley—. Últimamente los ataques se han multiplicado. Pero, ustedes no se preocupen por eso. ¿Se dirigen a sus Clanes? —preguntó mientras Itzel salía de la maleza—. Un placer conocerle —contestó haciendo una inclinación, un tanto sorprendido por el color de piel de la joven, muy parecido al agua de canela.
—Gracias por el vestido. —Su cabello suelto caía hasta la cintura en suaves tirabuzones sobre el sayuelo, tomó los zapatos que Aidan le ofrecía.
—Es la primera vez que te veo con el cabello suelto —le confesó Aidan—. Deberías llevarlo así más seguido. —Ackley le miró extrañado, lo que hizo que se volvieran a él—. Sí. Nos dirigimos a nuestros Clanes.
—¿Es extraño que no hayan venido por ustedes?
—No —interrumpió Itzel—. No es tan extraño si tomas en cuenta que desconocían que vendríamos a visitarlos.
—¿Se atrevieron a visitar las aldeas de los Primogénitos sin su consentimiento? —Aidan e Itzel se miraron instintivamente. Acercarse a sus antepasados no iba a ser tan fácil como habían creído. Tenían que seguir el plan B: conseguir que Ackley les aceptara en su casa. Preferían regresar al futuro, pero no tenían ni la más mínima idea de cómo hacerlo, por lo que debían procurarse un techo para pasar aquella noche—. Son tiempos muy complicados; las visitas de extraños, aún cuando sean de nuestros Clanes, están restringidas. Lo primero para todo Primogénito es preservar la integridad de su gente.
—Entendemos tu posición. Agradecemos todas las molestias que te has tomado para con nosotros —le dijo Aidan, tendiéndole el brazo a Itzel para marcharse.
Encontrarían alguna posada donde pasar la noche. Ambos hicieron una reverencia.
—¡Esperen! No dejaré que duerman a la intemperie. Menos después de haber sido atacados. Pueden venir a mi Clan, si no es una molestia para ustedes. Ignis Fatuus no es majestuoso, pero les recibiremos con mucha dignidad.
Aquella respuesta fue mejor de lo que esperaban. La imagen de niños huérfanos siempre daba buenos resultados, en especial cuando se tiene en frente a una persona como Ackley.
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