Sospecha

Era casi imposible para Maia contener la alegría de poder estar cerca de Aidan. Él la abrazó, pasando su brazo por encima de sus hombros, acercando su rostro a su mejilla. Le dio un beso a sus cabellos envueltos en la suave fragancia de las manzanas, mientras sonreía.

—¡Nunca pensé que llegarías!

—Debería usar algún don de telepatía. ¡Es tan complicado huir de Ignacio!

—Pero le hemos burlado, mi pequeño sol.

—Ven— le dijo, subiendo sus manos—. Necesito que por favor me quites estas esposas.

—¿Segura? No quiero que tengas alguna recaída.

—Te prometo que no le quitaré el sello a nadie— contestó risueña.

Aidan accedió. Era difícil no hacerlo. Tomó su brazo izquierdo con delicadeza y separó los cuatro cierre mágicos dejando su mano en libertad, besó su muñeca. Luego hizo lo propio con la mano derecha, besando la palma de su mano, mientras Maia sonreía. Él besó su frente, y ella abrió y cerró sus manos. Las muñecas no le dolían, así que se aferró a su espalda, recostando su rostro de su pecho. No había para ella música más perfecta que los latidos de su corazón.

—¡Te quiero, Amina! Casi es un suplicio estar lejos de ti.

—¡Yo también te quiero, Aodh!— se separó de él—. ¡Tengo tantas cosas que contarte!

—Yo también, mi pequeño sol— colocó sus manos sobre su rostro, sosteniendo su cabello—. Cuando domine mi poder crearé un lugar para nosotros, no será como el manantial de Evengeline y de Ackley, pero será nuestro lugar especial, y lo llenaré de todos tus aromas favoritos: de jazmines, manzanas, caramelo, vainilla.

—De playa.

—¡De playa! ¡De protector solar!— ambos rieron—. De cada recuerdo, de cada risa. Te prometo que será el mejor lugar del mundo.

—¡Aodh!— su voz sonó triste—. No sabes cómo deseo ser solo una simple chica, y no tener esta carga sobre mis hombros. Sé que nunca te hubiese conocido si la Fraternitatem no existiera, pero a veces no puedo evitar entristecerme al darme cuenta de que puedo perderte.

—Amina— le besó la frente—, voy a escribir un contrato en donde se prohíba terminantemente hablar de finales. Te conocí y te quise antes de tener una mínima idea de que eras una Ignis Fatuus, y estoy dispuesto a luchar por ti.

—¿Y si todo esto termina siendo más fuerte que nosotros?

—Entonces, te prometo que te esperaré. La Fraternitatem puede hacer su mayor esfuerzo, todos pueden hacer lo que crean más conveniente, pero yo siempre estaré para ti, yo siempre esperaré por ti— la besó. Maia subió su mano por su pecho hasta su cuello. Y la puerta sonó. Itzel estaba avisándoles que era momento de irse—. ¡Te quiero, mi sol!

—Y yo a ti— Aidan besó una vez su frente, colocándole las férulas—. ¿Nos veremos mañana?

—Así será— le respondió—. Veré cómo alejó a Ignacio.

—Hasta mañana, Fuego de Ignis.

—Hasta mañana, princesa.

Cuando Itzel y Maia aparecieron en el patio, Ignacio se encontraba sentado en una de las pocas mesas de metal y vidrio que estaban cerca del seto de cayenas. Estaba concentrado en su comida, tan erguido que Itzel supo de inmediato que su postura no era una simple fachada, realmente se encontraba alerta por si algo llegaba a presentarse. 

Aidan ya se encontraba sentado con los chicos. Valiéndose del don de Neutrinidad llegó antes que ellas. Itzel vio conveniente sentarse con Maia y con su primo. Habían acordado no dar explicaciones si él no las pedía. Se ofreció a ayudarle con Maia, atención que Ignacio estuvo a punto de rechazar, pero que su prima aceptó en su lugar.

—¿Estaba muy congestionado el baño?

—Intenta alguna vez en tu vida orinar agachada, sin manos para mantener el equilibrio, ni bajarte suficiente el pantalón. ¡Ah! Y siendo ciego.

—¡Lo siento! No quise importunar, Amina— tomó un poco de jugo—. Y muchas gracias por ayudarla.

—De nada— confesó Itzel. La verdad es que estaba encantada de participar en el plan que Aidan había ideado para poder verse con Maia. Su amigo estaba visiblemente más feliz que de costumbre. Frente a ellos pasó el chico nuevo avivando sus recelos—. Por cierto, ayer llegó un nuevo estudiante a nuestro salón. La verdad es que llamó mi atención pues noto algo extraño en él.

Maia le escuchaba con atención.

—Extraño como qué— quiso saber Ignacio.

—No lo sé. Tuve una extraña sensación con respecto a él. Quizá me esté volviendo un poco loca. Después de lo de Griselle, creo que cualquier cosa puede pasar.

—No siento nada extraño— comentó Maia—, pero creo que será bueno echar un vistazo.

—Dime dónde está.

—A las diez.

Ignacio volteó con precaución su cuello, hacia donde la chica le indicaba pero solo observó las canchas deportivas que en ese momento estaban vacías.

—¿Estás segura de que sabes dar la ubicación de esa manera? Porque, en caso de que la sepas dar, debo informarte que tu sospechoso acaba de desaparecer o el tipo es invisible.

—¡Je je!— sonrió—. Creo que es a las dos.

—¡Oh, vaya! Cuando quiera pedirte la hora me cercioraré de que tengas un reloj digital.

Itzel se volvió hacia su amiga para ayudarla a comer, entretanto esta reía por lo bajo. Estaba contenta porque Ignacio comenzaba a relacionarse con otra persona que no fuera ella.

Su primo se paró a llevar su bandeja, pasando muy cerca del chico en cuestión.

Dominick le observó, pues aunque el primo de Maia quisiera disimular, era imposible que pasara completamente desapercibido.

Ignacio botó las sobras en la papelera, dejando descansar la bandeja sobre la misma y caminó nuevamente hacia su puesto.

Se sentó estirando los pies debajo de la mesa, y colocando sus manos entrelazadas en la mesa. Itzel le miró con preocupación, de hecho estuvo a punto de meter la papita en la nariz de Maia.

—¡Perdón!— le dijo limpiándola.

—¡Realmente te tiene nerviosa!— le cuestionó Maia.

—Un poco. Quiero saber si es peligroso o si ando paranoica.

—No noté nada extraño en el chamo, pero tampoco diría que estás volviéndote loca. Creo que debemos vigilarlo. Hay algo raro en él.

—¿Quieres que use mi don para ver si tiene algún sello?

—Si tu idea es hacer que las personas huyan del instituto, ¡adelante! Cuentas con mi apoyo— Ignacio le invitó.

—En momentos como estos deseo que Gonzalo nos acompañe.

—Amina: no todos revelan su sello. Y si este tipo tiene uno, pues lo oculta muy bien. Sinceramente, qué fue lo que hizo— le preguntó directamente a Itzel.

—Se fijó en mí en cuanto entró al salón de clases— Ignacio sonrió frunciendo el ceño—. ¡Nadie lo hace!

—¡Aaaah!— exclamó soltándose un poco—. ¡Eso es bueno saberlo! Una mirada no significa nada.

—Nadie te mira fijamente si no tiene un motivo.

—Quizá llamaste su atención.

—Quizá pudo ver su sello— cortó Maia la charla—. De verdad me gustaría hacer algo para sacarte de dudas.

—De todas maneras...— intervino Ignacio, inclinando levemente su rostro, acción que Itzel entendió que no recordaba su nombre.

—Itzel.

—Itzel. ¡Nombre inusual! Bien, Itzel, de todas maneras no creo que ningún Harusdra sea capaz de atacar el colegio.

—Ya lo hicieron una vez.

—Era la Imperatrix y ustedes daban pena— Itzel le miró con cara de pocos amigos—. Ahora estamos completos, Amina les conoce y ustedes no son tan torpes como eran en octubre. Aunque, tampoco me las jugaría por ustedes, pero bueh, algo se puede hacer.

Una vez más, Itzel no supo si agradecerle el comentario o sentirse ofendida.



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