Roca de Fuego

Alrededor de una solemne fogata, en la cumbre de unas altas escalinatas, se encontraban los Primogénitos de pie. Detrás de ellos, el trono que era compartido con el Prima: tres "ancianos", dos de ellos a cada lado, y un tercero, unos escalones más abajo. Delante de las escaleras se ubicaba la pequeña comunidad escogida por cada Clan, a la que solían llamar Populo, el cual se extendía hasta la fogata.

Cada Clan estaba separado a la misma distancia entre ellos y desde el centro de la fogata, en ángulos perfectos de sesenta grados, indicando la igualdad de importancia y el compromiso que los unos tenían por los otros.

Adele vio con asombro cómo, no solo las antorchas, sino también los Sellos que estaban en la parte alta del trono, se iban encendiendo. La primera fue la de Sidus, apareciendo en cuanto Jane, la Primogénita, se sentó. 

El cielo se cubrió con el Sello de su Clan, una hermosa margarita de pétalos como lenguas de fuego; inmediatamente, los Sellos de todos los miembros de Sidus se iluminaron en un rojo carmesí tan brillante como un diamante, entretanto la mejilla de Jane se cubría en un dorado refulgente, mostrándole a todos que ella era la portadora del legendario Sello.

Lumen le siguió a Sidus, una mano de fuego con un hermoso sol iluminó la noche. George iba vestido con jubón y gregüescos de un suave color salomón. El jubón tenía algunos brocados en hilos de oro, dándole un carácter de nobleza que no poseía. 

Adele notó que, en el antebrazo de David, refulgía el Sello de Lumen.

Un sol coronado, rodeado de ríos de fuego opacó el Sello de Lumen, era la señal de Aurum. El imponente joven de cabellos rubios, casi blancos, y cuerpo fibroso, confirmaba que aquel era un Clan de guerreros, un Clan que nunca se doblegaría ante los otros.

La chica no podía ocultar su asombro ante la belleza de los Sellos, jamás se había percatado de cómo todos estaban unidos dentro de sus Clanes, cómo sus Sellos se movían, ardían, resplandecían como uno solo. 

Las rosas coronaron el negro firmamento, y el sol de Astrum hizo sentir a todos su calor. Andrew tomó asiento haciendo que las clavículas de su gente se iluminaran.

Adele se encontraba extasiada con aquel espectáculo, cuando la piel de su mano burbujeó con placidez y su Sello estalló en un hermoso tono carmesí. Automáticamente, subió su mirada al cielo y ahí estaba la hermosa espiral, mostrándose con una ligera rotación, entretanto las llamas del sol la decoraban. Y Evengeline se encontraba allí, con un vestido anaranjado, lo que Adele consideró una mala elección de color.

Mas, no tuvo tiempo de criticar el atuendo de Evengeline cómo quería, su mirada fue atraída hacía un grácil joven, de cabellos castaño claro. 

Ackley iba vestido de azul cielo y rey, su jovial sonrisa lo hacía ver aún más encantador. Era casi imposible dejar de verlo. 

Él fue el único en pronunciar el nombre de su Clan, y en cuanto lo hizo un ave surgió de su Populo, extendiendo las alas para ascender verticalmente a los cielos. La frente del joven se iluminó, la de los ancianos y la del resto, después de él. Aquel era el Clan Ignis Fatuus: los más poderosos, los más envidiados.

Su atención estuvo pues plenamente en el chico, hasta el punto de perderse los preámbulos de la reunión. 

Durante más de media hora se lamentó por nacer en Ardere, así como de no haber tenido la iniciativa de dirigirse a Ignis Fatuus. Cuando volvió en sí, no podía entender nada de lo que se hablaba.

—La Roca de Fuego no puede ser entregada a cualquiera —reclamó Louis de Aurum.

—¡No podemos tratar a otro Clan con menosprecio! Somos hermanos, que no se les olvide —recordó Jane.

—Creo que la Roca de Fuego debe estar en manos de una persona de confianza. Con probada rectitud —exigió George—. Es muy importante protegerla.

«¿Roca de Fuego?», murmuró Adele para sí.

Se había perdido de mucho, hasta consideró tonto discutir por una Roca de Fuego, si era que tal objeto existía.

Todos los Clanes exponían las cualidades por las que cada uno debía ser el protector de la Roca de Fuego, todos menos Ignis Fatuus. Al parecer aquel apuesto joven no pensaba tomar partido en aquella conversación. 

Adele notó que la mirada del chico estaba puesto en el fuego, lo que le permitió observar el hermoso color avellana de sus ojos. Deseó conocer sus pensamientos, saber qué le gustaba, lo que le atraía de otro ser humano, pero el grito de Andrew la hizo reaccionar. Este se había dirigido a Ackley.

—Y nuestro hermano Ignis Fatuus, ¿qué nos sugiere? Los sabios Lumen, Ardere y Sidus no se ponen de acuerdo en nombrar a un responsable, así que los guerreros de Aurum, Ignis Fatuus y Astrum quizá tengamos la solución en nuestras manos.

—No lo creo —reclamó Louis—, en especial porque Ignis Fatuus ni siquiera se ha propuesto como guardián de la Roca de Fuego.

—Tienes razón, hermano Aurum, y no pienso proponer a mi Clan como Custos de la Cor Luna —respondió Ackley

Aquellas palabras fueron las causantes de un murmullo general; en todos, menos en el joven y su Clan.

—Todos tienen dones extraordinarios: Aurum domina las aguas, Astrum tiene una super fuerza, Sidus la trasmutación, Ardere la clarividencia y Lumen el Donum de doblegar la Tierra... —Ackley continuó—. De hecho, es a Lumen a quien pertenece la Cor Luna. Ellos son los que cumplen con todos los requisitos y la preparación para custodiarla. 

La indignación se extendió en los otros Clanes. 

—Sin embargo, considero que... —pronunció Ackley, dejando a todos expectantes. 

—¡Espera un momento! —se interpuso Louis—. ¿Por qué has hablado de los demás y no de tu Clan?

—No estoy aquí para exponer las cualidades de mi Clan, hermano Aurum. La misión de Ignis Fatuus es preservar la paz en la Fraternitatem y poco nos importa un objeto que pueda crear divisiones entre nosotros.

—Entonces, mi Clan tampoco la quiere —contestó George—. Considero que nuestro hermano Ignis Fatuus ha hablado con sabiduría: la roca pertenece a Lumen, y Lumen la cederá a otro Clan si eso es lo que la Coetum quiere. Mas deseo conocer a quién propones, hermano Ignis Fatuus.

—Propongo al único Clan capaz de prever la desaparición de la misma: el Clan de Ardere.

Inmediatamente, la votación se llevó a cabo, ganando por unanimidad el Clan de Evengeline. Desde ese momento, ella sería la encargada de custodiar la Roca de Fuego o Cor Luna como Ackley la había llamado.

Adele no podía comprender cuál era la celebración de su Clan, ni la importancia de aquella roca. Observó como George sacaba de un pañuelo de tela de gasa una piedra parecida al diamante, muy liviana, con el centro azul, en apariencia líquido, su tamaño era del puño de un niño de dos años. 

El hermano de David se acercó a Evengeline, pasando una fina cadena de oro a través de su cabeza. Evengeline tomó entre sus manos la piedra que George le ofrecía y la dejó caer sobre su pecho.

—Tienes en tus manos un gran poder, hermana Ardere —le recordó George—, un poder tan extraordinario como la vida misma.

Cada Clan se inclinó ante Ardere, colocándose a su servicio. Si la Roca de Fuego llegaba a correr peligro, todos los Clanes se unirían para protegerla.

Convencida de que la asamblea era de lo más aburrido que había tenido que presenciar, Adele corrió al encuentro de David. Necesitaba ir a por su caballo para marcharse a casa. 

En cuanto se encontró con su amigo, se dio cuenta de que este no se encontraba del todo feliz. Aun así, le prestó su brazo para volver a la cabaña de Lumen.

—Creo que mi hermano no ha tomado la decisión correcta.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Adele.

—La Roca de Fuego debió continuar en Lumen —contestó David de manera tajante.

—La verdad es que se me hizo complicado seguir el ritmo de la reunión. ¡La Coetum del Prima es tan aburrida! —aseguró Adele—. Además, considero que no tiene ningún sentido discutir por más de tres horas sobre una piedra.

—La ignorancia es su castigo —susurró David, mientras suspiraba—. Señorita Adele, esa piedra no es una preciosa joya que se puede comprar en cualquier lugar, mucho menos un vulgar dije hecho para ser exhibida. Esa piedra tiene el poder de dominar el tiempo.

—¿Es como la piedra filosofal? —quiso saber la chica.

—No. La Roca de Fuego no da la juventud eterna —reconoció David.

—Entonces, ¿para qué sirve?

—Puede llevarla a través del tiempo, tal como lo hace un caballo al recorrer distancias.

—¿Y cómo funciona? —preguntó Adele, mientras la curiosidad se encendía dentro de ella.

Quizás aquella fea roca podía hacer su sueño realidad: casarse con un Primogénito de su Clan.

—Nadie lo sabe —respondió David—. Solo queremos protegerla de nuestros enemigos... En manos equivocadas, puede convertirse en un arma mortal. Hemos llegado —continuó, soltándola de su brazo.

Adele le sonrió, montando su caballo. Durante todo el camino no pudo dejar de pensar en la piedra y en la suerte de Evengeline. 

La codicia de la joven fue creciendo en su corazón, codicia que por ratos era ahogada por el recuerdo de Ackley.

¡Cómo quería conocerlo!

Ocho meses después, David apareció en su casa durante una noche, escalando los peligrosos peldaños de piedra que llevaban a su habitación. Se introdujo en su cuarto por el balcón y la despertó presuroso. 

Con pesadez y un tanto molesta, Adele abrió los ojos. Frente a ella, estaba un demacrado David, con el blusón blanco colgándole fuera del pantalón y las medias llenas de barro.

—¡¿Qué ocurre?! ¡¿Cómo te atreves a meterte así a mis aposentos?! ¡En esas fachas! —le gritó Adele, cubriéndose con la sábana.

—No hay tiempo que perder. Si en verdad desea casarse con un Primogénito de Ardere, venga conmigo —pidió David.

—¿Adónde iremos? —quiso saber Adele.

—No puedo explicarle —le respondió el chico, sacándola de la cama.

—Por lo menos, espera a que me vista. 

David se paró a un lado.

—¡Pero no aquí! ¡Afuera! —le gritó Adele, señalando el balcón.

—No se tarde —ordenó David.

—No puedes apresurarme —dijo Adele.

—¡Puedo y debo! —aseguró David—. Los Clanes están atacando a Ignis Fatuus.

—¿Por qué? —exigió saber, mientras se vestía. A su mente acudió el vago recuerdo de Ackley.

—Porque el Primogénito de Ignis Fatuus se ha casado con una de las Primogénitas.

—¿Jane? —preguntó Adele, con incredulidad.

—No lo sé. Pero algo me dice que my lady Evengeline debe estar allí, y que quizá la Roca pueda correr peligro. Ignis Fatuus es el enemigo y la Fraternitatem Solem se ha roto.

Adele salió, exigiéndole ponerse en marcha lo más pronto posible. 

Ella no tuvo ningún cuidado de descender por la pared. Abajo la esperaba un caballo. En cuanto lo montó, extrañó a su pura sangre.

En el trayecto, admiró los dotes ecuestres de David, no podía creer que su amigo fuera tan bueno como ella sobre una montura.

Su asombro se vio opacado por una fuerte llamarada en el bosque. El calor era insoportable. Todo se estaba quemando. Los gritos de las personas y el olor nauseabundo de la carne quemándose llegó hasta ella, lo que la hizo detener el caballo.

—¿Qué es todo esto? —cuestionó Adele, con lágrimas en los ojos.

—¡Por los cielos! ¡Han acabado con esta gente! —Soltó David.

—¡No pienso entrar allí! —gritó Adele, mientras David llevaba su caballo hasta donde estaba ella.

—¡Lo hará! —exigió David—. Lo hará porque no tenemos otra opción. Es nuestro destino. Debemos encontrar la piedra e irnos de aquí.

—¡Será imposible encontrar a Evengeline en medio de todo esto! —Adele señaló con terror.

—Bordeáremos toda la aldea, encontraremos... —David se detuvo, al ver el resplandor de los Clanes reunidos—. ¡Allí están! ¡Allí están los Primogénitos! —gritó, echándose en pos de los centelleantes Sellos.

Adele fue detrás de él, percibiendo con terror como el Sello de Ignis Fatuus se apagaba, y detrás de él, solo unos minutos después, el de Ardere. Un dolor agudo se apoderó de su mano derecha, quiso gritar pero se contuvo. Debía continuar porque David no se detendría.

Segundos después vio el caballo de su amigo cerca del lindero del bosque. Todo estaba iluminado por las llamas que seguían consumiendo las cabañas. Ella observó al joven arrodillarse ante dos cuerpos. Corrió para alcanzarlo.

En cuanto llegó, retrocedió ahogando un grito con sus manos al descubrir el cadáver de Ackley y su Sello ennegrecido sobre su frente. En su pecho, estaba Evengeline, su Sello también se había oscurecido. Ambos tenían las manos entrelazadas, y la alianza de la Primogénita resplandeció ante ella.

—¿Por qué los mataron? —quiso saber Adele.

—Violaron la ley —respondió secamente David, mientras fijaba su rostro en el destruido Clan Ignis Fatuus.

—¿Crees que hayan quedado sobrevivientes? —preguntó la chica.

—Lo dudo —respondió David, volviendo en sí.

Al bajar la vista, un centelleo rojo llamó su atención.

Se agachó, tomando entre sus manos el corazón de rubí fracturado que Evengeline aún llevaba en su pecho. Por una estrecha hendidura, un líquido aceitoso, tibio y con aroma a frutos rojos, mojó sus manos.

—¿Qué es eso? —preguntó nerviosa, Adele.

—La Roca se ha roto —contestó David, extendiendo su mano hacia la chica—. Es muy cálido —comentó acerca de la sensación del fluido entre sus dedos.

Adele puso sus dedos en la mano del joven. Él retiró su mano del contacto de la chica, llevándola a la empuñadura de su espada. Mas ella estaba tan extasiada con la agradable temperatura del líquido que lo ignoró. 

De repente, su cuerpo se suspendió en el aire, todo a su alrededor desapareció. Un fuerte golpe le fue dado en el pecho. Por un momento, creyó que su corazón se detendría mientras su cuerpo era arrojado con fuerza hacia el sur. Se sintió como una muñeca de trapo volando por los aires.

Su único pensamiento fue el Oráculo y la promesa de ser la esposa de un Primogénito de Ardere.

—Fin del Prólogo—

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