«Puedo Verte»
Ackley se hizo a la pista con Maia, colocándola frente a él. La joven sonreía, y él no dejaba de observarla con su rostro iluminado. Cada uno de los Primogénitos fueron ubicándose con sus respectivas parejas. Saskia estuvo acompañada por un joven afrodescendiente de nariz respingada, con el que no dejaba de sonreír, expectante ante las demás parejas.
Itzel acudió a la pista con Luis Enrique, pasado el primer instante de los reclamos por las mentiras, siempre le estuvo agradecida a David por el acogimiento que le dio en su Clan, cuando su hermano George le había despreciado.
Era la primera vez que David iniciaba una danza del Solsticio, pues la tradición exigía que solo se podía tener como pareja para el primer baile a una persona que perteneciera a su Clan, y él, por compartir el mismo sexo que su hermano, jamás danzaría.
Ibrahim asistió a la pista con su madre, para él todo había sido más descomplicado. Dominick tuvo que sortear su baile, al final se decidió por Zulimar; aún la consideraba una necia, pero en honor a todo lo que había vivido en las últimas semanas, de su aplomo y de su cambio de opinión al respecto de Amina e Ignis Fatuus, le cedió el honor, ante la envidia de las decenas de jóvenes de su Clan.
Solo faltaba Aidan, quién se acercó a su mesa, en donde se encontraban sus padres, su hermana y Natalia. Le tendió la mano a Dafne, la cual se negó rotundamente a aceptar. Prefería mil veces que bailara con Natalia.
—Bailaré con Natalia después —le aseguró.
—No veo conveniente que desperdicies este momento conmigo.
—¡Dafne! ¡Dafne! —le interrumpió, llevándose la mano a los botones de su blazer—. Daf, eres tú quién debería iniciar este baile, solo por el hecho de que la primogenitura te pertenece a ti, no a mí. No sé porque el Solem me escogió, quizá porque eres muy valiosa, que tu vida no merece perderse. Y porque eres muy valiosa para mí, hermana, te pido que compartas este momento conmigo. Prometo no pisarte. —Dafne le miró con sus ojos ámbar llenos de lágrimas—. He ensayado. —Le sonrió con ternura.
Dafne no pudo resistir a la petición de su hermano por mucho más tiempo. Olvidándose por completo de los deseos de su amiga, se levantó llevada por el impulso del amor filial. Aidan reconoció su posición, su importancia dentro del Clan, pero en especial le hizo una distinción que nunca se había esperado, pues lo natural era que invitara a cualquiera menos a ella.
El baile dió inició. Las primeras vueltas de danza en salón no se hicieron esperar, para luego ejecutar los armónicos movimientos de una coreografía que llevaba siglos entre ellos. Los sellos se manifestaron. El oro se mezcló con el cobre.
Por un momento nadie reparó en el extraño joven que bailaba con Amina, hasta que Arrieta le reconoció. El Sello dorado del chico, su ropa y sus rastro trajeron a su menta la imagen de Ackley, pero, ¿cómo era posible que estuviera entre ellos?
Enceguecido como lo estaba por su pareja, Ackley no reparó en sonreír triunfante. Se sentía enamorado. Todo su ser vibraba. Las parejas, las mesas, las personas que le rodeaban, todo para él había desaparecido, solo estaba la joven que una vez vistió ropas medievales, de cuyo pecho colgaba el Sello de Ignis Fatuus.
¡Cómo deseaba llevarla a su época! Su vida sería tan distinta si ella estuviera allí, con él. Había desdeñado el amor, y ahora le sentía en su pecho, palpitante, latente, jubiloso. Y su efusividad le llevó a acercarse, a donde los demás no se hubiesen atrevido con sus parejas, y le besó. El suave roce de sus labios fue correspondido, él tenía una magia que le era difícil de resistir a Amina.
Por un momento, ella se olvidó de todo, la verdad era que no tenía consciencia de lo que había alrededor, pues ni siquiera se había concentrado en percibirlo. No había reparado en preguntar sobre la ubicación de sus primos y hasta cierto punto no le interesaba. Tampoco había pensado en Aidan, y no lo había hecho hasta que su corazón le dolió.
Se separó aturdida, con delicadeza, sin dejar de danzar. Su oscuridad se volvió destellos de un mundo que no alcanzaba a comprender y que no necesitaba ver. Unos segundos más bastaron para que el conocido rostro de Ackley se hiciera frente a ella. Con una sonrisa de felicidad, tomó el rostro del chico, besando su frente para concluir su danza.
Su beso no había pasado desapercibido para nadie, ni siquiera para Aidan que estaba frente a ella bailando con su hermana. Fue inevitable disimular su compungido rostro. Le había perdido para siempre: no podía competir con un hombre que era reconocido como un héroe, que podía viajar en el tiempo y que para colmo tenía en su frente un Sello que él jamás poseería.
Y el dolor se convirtió en rabia: ¿Dónde estaba Itzel con su teoría de que no se podía cambiar el pasado porque el futuro se modificaría? ¿Acaso no era eso lo que estaba haciendo Ackley? Su rostro se enrojeció, su hermana notó su cambio de humor, aun cuando no lo comprendía.
Aidan estuvo a punto de dejarla plantada y patearle el trasero a Ackley obligándolo a volver a su época, pero eso sería rayar de imprudente, entregando a Amina en las manos de Arrieta. Sacudió su mente, para despejarla de ideas tan absurdas, y se concentró lo mejor que pudo en concluir el baile de una manera que su hermana se sintiera satisfecha y feliz.
Muy inteligentemente, Amina decidió no demostrarle a las personas que podía verlos, aun cuando se sentía deseosa de descubrir los rostros de sus padres, de sus primos, de sus amigos y el de Aidan. Pero mirarlos a los ojos sería un desatino, aunque sentía en el pecho que no iba a poder dominarse y terminaría buscando los ojos de las personas que tanto apreciaba.
El baile había terminado, y no fue necesario que Ackley le llevara pues Gonzalo se acercó a ella exigiendo su turno para bailar. Ackley se separó de ellos, con las mejillas sonrojadas y lleno de alegría.
El ritmo de la música cambió por completo, por lo que, sin darle la espalda, se fue alejando de la pista. Del otro lado reconoció a Aidan, tenía el cabello corto, aunque no lo suficiente para alarmarse, se encontraba arrimando el asiento de una chica rubia, muy parecida a él. Tomó asiento frente a la vista de baile. Tuvo el deseo de ir a saludarle, cuando sintió la mano de Ignacio sobre su hombro.
—Mi familia quiere conocerte.
—¿Ha acontecido algo?
—No. Bueno, espero que no se infarten cuando certifiques que realmente eres Ackley de Ignis Fatuus.
Ackley sonrió atentamente, volviendo su mirad por última vez hacia donde se encontraba Aidan, entonces lo notó: percibió que el joven tenía su mirada en la pista, y siguiendo la trayectoria de la misma se dio cuenta de que a la persona que observaba con tanta veneración, respeto, fervor, amor y con tanto dolor mezclado entre un sinfín de emociones nobles era Amina.
Entonces, comprendió el arrebato que no le dejaba dormir de noche, los constantes cambios de humor: de la alegría a mostrarse taciturno, ajeno a lo que le rodeaba, el ímpetu con el cual deseaba zafarse de sus compañeros de Hermandad para rescatarla cuando fueron por la Cor Luna. Bajó el rostro. No podía quedarse allí por más tiempo, debía acompañar a Ignacio y someterse al interrogatorio de sus padres, deseosos de conocerle realmente.
—Gonzalo, Gonzalo —repitió Maia sin querer subir su vista más allá del mentón—. Sácame de aquí, por favor.
Sin entender lo que su prima le pedía y mucho menos, sin saber lo que hacía, le tomó del brazo, deteniendo su baile. Se dirigió hacia el balcón, subió con ellas los tres escalones para luego doblar a la izquierda, y salir por unas sencillas puertas de madera labradas a un descanso de madera pulida.
—¿Te encuentras bien?
—¡Zalo! —exclamó con los ojos llenos de lágrimas, mientras subía su mirada.
—¿Qué? ¡Qué!
Gonzalo titubeó al ver los cobrizos ojos de su prima puestos en los suyos. Estaba llenos de lágrimas. Maia movía con rapidez su mano sobre su rostro, como si el encanto pudiera pasar rápido y el chico no pudo evitar sentir un nudo en la garganta al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo.
—¿Puedes...? ¿Puedes verme? —le preguntó tomando su rostro entre las manos.
Ella asintió, y él la abrazó con fuerza, para ponerse de nuevo frente a ella. Gonzalo tenía un bello cabello castaño, su rostro varonil, sin la barbilla que había acompañado a su mentón cuando llegó de Maracaibo; era alto, corpulento, de cejas pobladas.
Detrás de ellos salió Ignacio, apresurado, como si algún mal hubiese ocurrido. Ackley le había confesado que su prima podía ver, justo antes de llegar a la mesa, recomendándole un poco de precaución. Aun así no lo iba a creer hasta que no la tuviera de frente.
El sonido de la puerta al abrirse de golpe hizo que Gonzalo y Maia, con las mejillas cubiertas de lágrima se voltearan. Ignacio quedó petrificado al notar que los ojos de su prima estaban puestos en los suyos. Miró rápidamente a Gonzalo, buscando un gesto afirmativo. Su hermano se llevó las manos a los labios e Ignacio corrió a abrazarla, cargándola.
—¿Puedes ver princesa?
—Sí, Iñaki, ¡puedo ver! —confesó colgada de sus hombros, entretanto dejaba de girar.
—Pero. —Gonzalo limpió su rostro—. No llores mi bella o mi tía tendrá que retocar tu maquillaje.
—¡Estoy tan feliz!
—¿Cómo? ¿Cómo pasó?
—No lo sé... creo que Ackley y yo compartimos parte del poder que hay en mí desde que absorbí los Menura de todos. El hecho es que ese día pude ver por primera vez.
—¿Por qué no nos contaste? —le reclamó amablemente Gonzalo.
—Pensé que no ocurriría otra vez. ¡Quiero ver a mis padres! ¡A las chicas!
—Llamaremos mucho la atención si comenzamos a abandonar la fiesta en este momento— recomendó Gonzalo.
—¿Cuánto crees que dure?
—No lo sé. La última vez, Ackley tuvo que besarme para que todo volviera a la normalidad.
—Entonces, tenemos hasta que se vaya —aseguró Ignacio—. Sigue disimulando, y encontraremos el momento de que puedas ver a los demás.
Volvieron a la mesa, una vez que Amina se había serenado.
Su llegada hizo que Ackley se relajara aún más. Los padres de los chicos no habían sido tan inquisidores como había esperado, y cuando hubo de ganarse la confianza de los adultos no solo dedicó su tiempo en atender a Amina, sino también de vigilar las miradas de Aidan, quien inconscientemente, volvían una y otra vez hacia donde estaba la chica.
No cabe explicar la felicidad de los padres de Amina al ver que su hija podía observarles. Los abrazos y besos no se hicieron esperar, y cómo había predicho Gonzalo, Leticia terminó retocando todo el maquillaje de su hija amada.
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