Primogénita vs. Prima

Amina comprobó que viajar en moto con Gonzalo era cada vez peor. Este había recobrado toda la confianza en sí mismo, en especial porque su prima mostraba comodidad sentada tras él, lo que le llevó a aumentar la velocidad del vehículo, sin esperar que ella se acoplara mejor.

En cuanto llegaron a casa, se dio a la tarea de desenredar su cabello con los dedos, mientras Gonzalo guardaba la moto. Siguió a su primo por el camino de gravillas que tan bien conocía. En cuanto este abrió la puerta, el aire fresco de la casa chocó con el cálido clima de la calle.

Maia tuvo el presentimiento que algo malo estaba pasando, dado a que el macizo cuerpo de su primo se detuvo en el umbral de la puerta, y eso era poco común en él, indicando solo una cosa: había problemas.

—¿Ocurre algo?

—Eso es lo que necesito preguntarte, Amina —respondió su madre. Su tono de voz era incisivo, estaba molesta, o por lo menos más preocupada de lo habitual—. Me podrías explicar por qué no asististe en la tarde a clases.

—Mamá —susurró.

—Han llamado del colegio. Pensaban que estabas enferma o algo por el estilo. ¿Dónde estabas?

—En la playa.

—¿En la playa? ¿Con quién?

Bajó el rostro. Mentir complicaría su situación. Ni siquiera Gonzalo podía ayudarla en aquel momento, se atrevió a adelantar a su primo, por lo que este pudo percibir su complicada respiración.

—Amina, hemos cumplido, te escuchamos como líder y hemos hecho lo que nos pediste. La Fraternitatem Solem ha sido restablecida, pero te recuerdo que tienes un compromiso con nosotros, como hija, y un compromiso con los Clanes a los cuales nos enviaste a hablar.

—Cumpliré, mamá. No te defraudaré más. Necesitaba estar con él por última vez. Necesitaba despedirme, te aseguro que ya no nos reuniremos.

El rostro compungido de Maia hizo que Leticia bajara la guardia. Ella era una ferviente defensora de las leyes de la Hermandad y de su Clan, y fue esa devoción lo que atrajo al apasionado Israel. Había suprimido sus ideales de devolverle a la Fraternitatem Solem la gloria de antaño, y se había alegrado, íntimamente, cuando Maia lo propuso, pues sabía que su esposo no se negaría a las exigencias de la Primogénita, pero como madre siempre deseaba ver feliz a su Amina, y ahora esta debía sacrificar sus sentimientos y verse obligada a amar a una persona que solo compartía con ella el celo por Ignis Fatuus.

—Sé que puedo confiar en ti —confesó abrazándola. Maia se refugió en sus brazos, escuchando los calmados latidos de su corazón—. Ahora, jovencita, Gonzalo te llevará al despacho del Clan. Tu padre te espera con los miembros del Prima y con tu otro guardián.

Amina asintió. Leticia besó su frente, mientras su hija le tendía la mano a Gonzalo.

El despacho del Clan se encontraba en la planta alta, por lo que debía subir con sumo cuidado las escaleras. 

Al llegar al pie de la misma, Gonzalo se detuvo.

—¿Quieres que te cargue? —Maia hizo un gesto de recelo—. Será más rápido.

Mas no aceptó. Subió escalón por escalón. 

Después de veintiún peldaños se encontró en la planta alta, un lugar que nunca había visitado. 

Gonzalo la llevó por un largo pasillo desde donde podía sentirse las corrientes de aires entrar a través de las ventanas, mientras revolvían su cabello. 

Cruzaron por un pasillo un poco más corto, deteniéndose ante unos ventanales franceses. Gonzalo los abrió, penetrando a una estancia amplia de estantes de nogal, alfombras persas, sofás de cuero e iluminada por la luz natural que se colaba a través de los cristales de las dos puertas.

Gonzalo centró su mirada en su hermano. 

Ignacio se encontraba de pie, al lado de un sillón rojo de alto espaldar, en donde su tío estaba sentado. A ambos lados del escritorio, estaban cuatro hombres de cabellos canosos, todos de diferentes contexturas, con rasgos físicos tan dispares que pronto se aburrió de observarlos, mas no pudo obviar sus rostros torvos e impenetrables miradas, lo que le llevó a agradecer que Maia no pudiera verlos.

—Veo que has exigido que volvamos a la Fraternitatem Solem —dijo un señor delgado, bajo, moreno, de cabellos crespos. Tenía lentes, y boca fruncida—, que estás pensando en tomar las riendas de nuestro Clan.

—En Antiguo todo funcionaba como una democracia.

—Era así hasta que Ackley nos falló —respondió otro hombre, más alto, de contextura mediana, cabellos oscuros y gruesos, de tez blanca, ojos marrones, cejas gruesas, pero lo que más le llamó la atención a Gonzalo fue el vello que salía de sus orejas.

—¿Y qué propone, señor Arrieta? ¿Desea acaso que me eche a un lado mientras ustedes deciden qué hacer con mi Donum?

—¡Amina! —le llamó su padre.

—¿Es esta una reunión de la Fraternitatem, papá?

—Lo es —respondió.

—Entonces, tengo el derecho de exponer mis ideas como bien crea conveniente. Si luchar por mis derechos le causa disgusto, le pido que me dispense; si cometo alguna imprudencia, corríjame al salir de aquí, pero para esto nací.

Israel no tuvo nada para responderle a su hija. Ella era la Primogénita y él no podía interrumpirla.

—Debe saber, señorita Santamaría, que, en ningún momento, el Prima ha cuestionado la autenticidad de su Donum —interrumpió otro señor trigueño, de cabellos tan lacios que Gonzalo pensó que era imposible sacar un peinado definido en aquella "mata de pelo". Llevaba unos bigotes que se le antojaban arcaicos y asquerosos, su vientre abultado delataba el poco gusto por el ejercicio y el amor a las bebidas espirituosas—. Nuestras familias se han encargado de la parte... política, por llamarle de algún modo, de Ignis Fatuus y pensamos que así debería seguir siendo.

—No pienso relevarle de su puesto, señor Ortega, solo que ahora yo me haré cargo de lo que me compete.

—Pero, señorita.

—Es mi vida la que se pone en riesgo en cada batalla —continuó, extendiendo su mano al frente en señal de que se detuviera—. Por tanto, formaré parte de las decisiones de Ignis Fatuus. Si ustedes lo desean pueden seguir siendo el rostro visible de nuestro Clan, yo no tengo inconvenientes al respecto, pero desde hoy seré partícipe de las decisiones que se tomen.

—Pensamos que su Guardián sería su representante —informó el primer hombre que había hablado.

—Señor Monasterio, desde el siglo pasado la mujer dejó de estar por debajo del hombre, convirtiéndose en igual. No les impondré mi presencia, señores, mas no renunciaré a lo que por derecho me corresponde. 

»Respeto y valoro a mis guardianes, pero son solamente eso: Custodes. —La mirada de Ignacio montó en cólera, entretanto Gonzalo bajaba el rostro. Él no se quejaría, pues ella decía la verdad, este hecho lo comprobaba: Amina podía arrebatarle sus Dones cuando quisiera, dejándolos sin nada—. Tampoco los obligaré, como a ninguno de ustedes, a permanecer ante mí, si es que de alguna forma les molesto. 

Se hizo un breve silencio. Todos comenzaron a verse los rostros, pero ninguno dio un paso.

—Estamos para servirle, señorita Santamaría —respondió con una reverencia un joven hombre de rasgos asiáticos, que Israel llamó señor Jung.

—Entonces, díganme que han acordado en la Coetum.

Gonzalo le tomó de la mano, sentándola en el sillón que su tío había desocupado muy amablemente, para luego pararse a la izquierda de su prima, mientras los demás tomaban asiento en la sala.

Ignis Fatuus ha perdonado las ofensas que recibimos de los Clanes, poniendo a la disposición de la Fraternitatem todo nuestro conocimiento en Dones, entrenamiento y sabiduría, a cambio de su cooperación. 

»Ardere ha aceptado que, el asesinato de Rafael, no fue ocasionado por usted, así como nosotros reconocimos que Ackley murió por voluntad propia para defender a Evengeline, y no a manos de ella como siempre hemos mantenido. 

»Los Clanes hicieron énfasis en que los hechos acontecidos a raíz de la relación imprudente de Ackley y Evengeline no deben volverse a repetirse. —En este punto, Gonzalo miró de soslayo a su prima, quien ni siquiera se movió del puesto—. Por lo que hemos acordado que todos los Primogénitos deberán instruirse sobre la biografía de los últimos Primogénitos que fueron bendecidos por el Solem —concluyó el señor Monasterio.

—Creo que han tomado la decisión correcta, y los apoyo. Estoy dispuesta a aprender sobre mi antepasado. —Hizo una pausa—. El imprudente Ackley.

El tono de voz que Maia empleó al llamar a Ackley imprudente hizo que todos se dirigieran miradas de incomodidad. Él era su antecesor, por tanto merecía respeto, y se los dio a entender.

—Sin embargo, existe un pequeño problema —interrumpió el señor Arrieta—. La única biografía que se conserva del señor Ackley es un diario, escrito por él mismo y que Elyo rescató.

—¿Y cuál es el problema? ¿Acaso sus hojas están tan maltratadas que no puede ser usado?

—El libro se ha conservado en total integridad, pero usted es ciega y no lo podrá leerlo.

Bastó con decir la palabra «ciega», para que los puños de Ignacio se prendieran y el arco de Magma apareciera en la mano izquierda de Gonzalo. Sin embargo, Israel, con un gesto, les pidió cordura: no debían molestarse con el Prima.

—Eso lo sé, créame. Lo sé mejor que usted, Sr. Arrieta. Pero así como no los veo, los escucho muy bien.

—¿Está pidiendo la ayuda de un asistente? —preguntó con sarcasmo el señor Arrieta.

Los ojos de Amina se llenaron de llamas, la voracidad de las mismas los asustó a todos, por lo que no tardaron en ponerse de pie. 

El Sello del señor Arrieta refulgió fulminante, haciendo que el mismo cayera de rodillas gritando del dolor.

Ignacio y Gonzalo intercambiaron miradas al ver cómo el ave que había aparecido en la frente de Arrieta batía sus alas de tal manera que cobraron vida, despegándose, literalmente, de su piel: ¡Eran las alas materiales de un pájaro plateado!

—Amina, por favor —suplicó su padre con terror.

—Está bien —contestó. Sus iris comenzaron a recobrar su marrón cobrizo habitual, mientras el señor Arrieta caía postrado llorando con las manos en la frente—. Soy ciega, señor Arrieta, pero no una inútil... Dese cuenta de que el Sello por el cual usted se muestra tan orgulloso, suficiente orgulloso como para atreverse a venir a mi casa a humillarme, puede irse volando de su frente.

—Usted no puede... —titubeó el señor Monasterio.

—Sí, si puedo, ¿o necesita otra demostración? Ustedes no tienen un Donum que pueda arrebatar, pero si tienen un Sello que, como vieron, pueden perder —suspiró cerrando los ojos—. Creo que nuestra relación ha empezado muy mal, y de verdad deseo que mejore. No quiero convertirme en una tirana, y no lo haré mientras se me trate como una más.

—En ese caso —propuso el señor Jung—, le recomiendo que le pida a uno de sus Custodes que lea con usted el diario de Ackley, de esa forma la información seguirá siendo confidencial y usted podrá conocer la verdadera historia de su antepasado.

—Tomaré sus sabias palabras. —El pecho de Ignacio se acrecentó—. Gonzalo leerá conmigo desde hoy.

La mirada de disgusto de Ignacio pasó de su prima a su hermano. 

Gonzalo sonrió, caminando hasta el señor Ortega, quien le tendió una caja de madera donde se encontraba el viejo diario de Ackley.

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