Malentendidos
Ignacio había preparado una jornada de entrenamiento en un lugar despoblado de la playa. A pesar de ser sábado, ese sitio siempre estaba solo. El motivo por el cual no era frecuentado se debía a aguas turbias, gracias a la presencia de una gran cantidad de algas, las cuales terminaban adheridas en la piel de los visitantes que atrevían a bañarse en ellas. Eso sin contar, que era difícil acceder a ella, debido a las murallas de rocosas que la rodeaban.
Gonzalo tuvo la intención de acompañarles, pero terminó siendo requerido por su padre para otra labor: acompañarle a comprar la carne que comerían en la parrillada que tendrían en la noche. Ambos lo disculparon. Era importante para Gonzalo compartir con su padre, por lo que le dejaron ir. Sin embargo, el joven les prestó su moto, así no tuvieron que importunar a nadie para que los trasladaran.
La idea de Ignacio era practicar la absorción de poderes de Maia, así como comprobar la teoría de que los Munera podían ser intercambiables. Decidieron vestirse de negro como lo proponía la Fraternitatem, idea que sometieron a consenso, pensando en el sofocante calor de la playa. La nubosidad poco ordinaria de día, les ayudó a no sentir que el clima era pesado.
—Magma —murmuró Maia, haciéndose con el Donum de Gonzalo.
—Bien, Amina. Ahora te toca tomar el mío.
—¡Eso es muy sencillo! —le respondió.
Ráfagas azules y rojas envolvían intermitentemente el cuerpo de la joven, eran estelas de luz alrededor de su cuerpo. Solo faltaba el amarillo propio del Donum de Ignacio, completando el regalo primitivo de su Clan.
Ya había pasado por ese proceso antes, Ignacio sabía que su prima le arrancaría su poder, dejándolo como un ser humano ordinario.
—¡Amina! —le llamó, al estar preparado.
Sus puños fueron envueltos por llamas que no tocaban su piel ni quemaban su ropa.
—Ignis —murmuró la chica, y con suaves movimientos ondulatorios su poder se fue desvaneciendo entre sus manos.
Las estelas que orbitaban alrededor de su prima fueron tomando un nuevo color, amarillo. Cuando su Donum se unió a ella, de la espalda de la chica se desplegaron dos enormes alas de luz, donde el azul, amarillo y rojo se combinaban. Su mirada era llameante, y de no ser su aliado hubiera corrido despavorido.
—¿Y ahora?
—Ahora creo que deberás tomar un Donum. Te lo cederé con mucho gusto.
—¡Eh! ¿Estás segura que eso es todo lo que tengo que hacer?
—Eso es lo que yo hice durante esos tres días.
—Bien, empecemos. —Ignacio cerró sus ojos y respiró profundo.
La idea de salir volando por el aire, como aconteció con Maia, no le motivaba a escucharla.
—¡Ah! ¡Iñaki! —le llamó, haciendo que medio abriera sus párpados—. Espero que hayas comprado algunas pomadas. —Sonrió.
Aquella sugerencia lleno de malos presentimientos al chico. Aflojó sus brazos y sus hombros, abrió un poco las piernas para mantener el equilibrio ante el ataque.
—Empieza con el de Zalo —le recomendó—. Es, en teoría, el más fácil de controlar.
—¿Quieres qué los absorva todo?
—¡Je! No creo que puedas con todos.
—Créeme, uno sólo me es suficiente. ¡Magma!
Del cuerpo de Maia salió un haz de luz. Ignacio se dio cuenta de que su primera experiencia no sería buena al ver que detrás de la estela roja se dibujaban haces de luz azules y amarillos. Se preparó para el golpe, apretando los puños, pero esto no fue suficiente para evitar salir desprendido por los aires. Cayó en la arena rodando, se raspó los brazos.
—¡Maldición! —exclamó poniéndose de pie, golpeando su cuerpo para sacudirse la arena—. Debí traerme un blusón manga larga.
—¿Quieres detenerte?
—¡No! —le gritó—. No me pienso detener.
Para cuando Aidan llegó a la cima, les vio. Amina tenía alrededor ráfagas de fuego e Ignacio estaba frente a ella. Vio gritar a Ignacio, cuando de la joven salió un vórtice de luz que impactó el cuerpo del chico, el cual rodó por la arena. Su blusón estaba roto en algunos lados.
Ignacio quedó tendido en la arena.
—¿Iñaki? —le llamó Maia, pero no recibió respuesta, por lo que se valió de sus ojos de fuego para sentir el Sello de Ignacio.
Se inclinó cerca de su frente, poniendo una mano en el pecho, y otra detrás del cuello del joven. Este subió su pierna, tan lentamente que Aidan notó que estaba adolorido.
—¡Lo siento! —murmuró—. ¿Te encuentras bien?
—No lo sé —susurró.
Maia besó su frente, e Ignacio hizo un intento de apoyar su cuerpo sobre uno de sus hombros mientras atraía a la chica hacia él.
—De verdad que lo siento —confesó abrazándolo.
—Tranquila. —Puso una mano en su nuca, para sujetarla fuertemente hacia él—. También pasaste por esto, así que puedo soportarlo.
Más allá del llamado que Amina le hizo a Ignacio, Aidan no pudo escuchar su conversación, pero la forma en que ambos estaban abrazados le reveló una realidad: cada día estaban más unidos, la distancia que les separaba podía ser fácilmente franqueada por Ignacio. Un agudo dolor se apoderó del corazón de Aidan, ahora estaba más que seguro de que la perdería.
La noche había caído en Costa Azul. Dominick terminó de podar el césped del patio, se sacudió la grama y entró en la casa. Su padre había llegado, así que decidió irse a su habitación, de esa manera evitaría cualquier confrontación.
—¿Adónde vas? —le preguntó secamente.
—Me voy a bañar. Huelo a hierba.
—¿Por qué te tomas la molestia si eres un maldito drogadicto?
—¡Ya deja de maldecirme! —le gritó.
—Tú no eres quién para levantarme la voz —le respondió, con tanta fuerza que las venas del cuello se le prensaron y el rostro se le sonrojó de la ira.
—¡Ya estoy harto de tus insultos y de tus humillaciones! ¿Crees que me las aguantaré? ¡Dime! —le exigió—. ¿Dime qué he hecho para que me odies tanto?
—¡Vete! —le gritó Octavio—. Vete de la casa y no vuelvas más.
—¡Octavio! —le suplicó Marcela quien en cuanto escuchó los gritos salió corriendo a la cocina para detener a su yerno—. ¡Ya basta, Octavio! ¡Por favor! ¡Por la memoria de mi querida hija, déjale en paz!
—¡Veteee! —le volvió a gritar—. No quiero volver a verte.
Las lágrimas se acumularon en los ojos de Dominick, su respiración se mostraba agitada cuando dio un paso para salir de la presencia de su padre. Marcela corrió hacia su nieto, guindándose en el brazo.
—¿Adónde irás hijito? —le dijo llorando—. ¿Vas a dejar sola a tu viejita?
—No se preocupe por mí, abuelita —le respondió tomando con cariño el rostro de la anciana—. Sabes que ellos no me dejarán vagar por las calles. —Le dio un besó en la frente.
—No te vayas mi niño.
—No puedo quedarme, o de lo contrario esto terminará en una desgracia. —Le abrazó—. Pero te prometo que cuando me haya establecido vendré por ti. ¿Estás dispuesta a irte conmigo?
Ella asintió llorando entre sus brazos. Lo más doloroso para Dominick fue tener que arrancarse a su abuela de sus brazos para salir de la casa. Solo tomó su celular, que se encontraba en la mesa de la sala, y salió de su hogar para no volver.
Algunas lágrimas se le escaparon cuando marcó el número de Samuel, quien rápidamente le atendió.
—¿Puedes venir a buscarme? Me he ido de mi casa.
Su información fue más que suficiente para que el Prima de Aurum fuera en su búsqueda. La diferencia entre Saskia y él era que ni su padre, ni su abuela pertenecían a la Fraternitatem, así que para ellos era un privilegio y una obligación velar por él. Para Dominick ese era el fin de su independencia, se estaba entregando a las exigencias de su Prima.
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