Los Amantes

Esa noche un grupo de jóvenes de Sidus, Ignis Fatuus y Aurum salían de los respectivos edificios de su Clan, cuando fueron atacados por un grupo de non desiderabilias. Los chicos intentaron defenderse, sin embargo, el enemigo les atacó con poderes imposibles de superar. Incapaces de poner resistencia, cayeron abatidos.

No solo les habían golpeado, sino que muchos de ellos terminaron cegados o manifestando ataques de pánico, al punto de que las autoridades terminaron por anestesiarlos para trasladarlos a los centros de emergencia.

Eran las nueve y media cuando Aidan llegó a su casa. Desde las escaleras podía escucharse la voz de sus padres provenientes de la cocina. Les gritó «¡Bendición!», para que supieran que había llegado, aunque no termino de subir las escaleras hasta que no oyó la respuesta unánime «¡Dios te bendiga!».

Siguió hasta su habitación, subiendo las escaleras de dos en dos. Una vez encerrado se dedicó a un exhaustivo aseo personal.

Salió del baño secándose la rubia cabellera cuando recordó que había dejado el libro de Evengeline olvidado en la biblioteca. Quería leer un poco antes de dormir. Se colocó uno pantalones deportivos negros y una franela blanca de rayas rosadas. Se peinó el cabello, tomó su celular para escribirle un mensaje de buenas noches a Maia y salió de la habitación.

Desde el cuarto de Dafne llegaban las voces animadas de las jóvenes. Sonrió, dirigiéndose al pasillo que llevaba hasta la biblioteca. Abrió la puerta. El visillo se levantó violentamente a causa de la brisa decembrina. Encendió la luz evocando el recuerdo de su abuelo. ¡Cuánta falta le hacía! Caminó hasta el estante en donde lo había dejado oculto de su hermana.

Un fuerte dolor se apoderó de su corazón. No entendía cómo había sobrevivido todo esos días sin su abuelo. ¡Le necesitaba! Anhelaba sus consejos, su cercanía, aquel apoyo, tan suyo, tan propio, que le animaba a continuar, a sentirse seguro en medio de sus inseguridades. Su teléfono repicó.

—Hoy te he extrañado. Pensé que tendríamos tiempo para hablar.

—Yo también lo pensé —confesó, escribiendo—. Habían tantas personas en la reunión que me sentí un poco intimidado, ¿puedes creerlo? —Sonrió, cuando fue sorprendido por una sombra que se detuvo ante la puerta. Subió la vista y allí estaba Natalia. Ya no llevaba su suéter navideño, sino que iba con una pijama tipo short—. Hola —le saludó sin ánimos.

—¡Hola! ¿Estás mucho mejor?

—Sí. ¿Pensaste que me enfadaría?

—Esperaba que no lo hicieras.

—Puedes estar tranquila, porque no estoy molesto.

—La verdad es que lo siento Aidan, y no puedo dejar de pensar en ello, porque para mí, es muy importante que ambos estemos bien. No quiero que te molestes conmigo, así como tampoco deseo que te sientas importunado por mi presencia.

—Natalia, no me molestaré por esa tontería. No soy persona de guardar resentimientos. A pesar de tener una hermana muy especial, soy muy distinto a ella.

—Me he dado cuenta. —Sonrió—. Pero no solo de eso me he dado cuenta.

El gesto de extrañeza de Aidan fue evidente. Natalia aprovechó su confusión para acercarse, tomando sus mano, las que se encontraban en el libro, entre las de ellas, tan blancas, finas y calientes.

—¿Ocurre algo?

—Sí. —Sus rojos labios temblaron al afirmar, y sus ojos se volvieron de un azul más intenso—. Desde hace un tiempo me ocurre algo muy especial contigo. Me siento atraída a ti. Y te pido que disculpes mi atrevimiento, pero ya no sé qué hacer para llamar tu atención. —Aidan se había quedado en una pieza. Le había pasado de todo, menos eso—. Sé que no soy tan bonita como Irina, pero te aseguro que puedo llegar a ser más agradable de lo que ella es. Puedo llenar tu mundo de felicidad, Aidan, así como tú haces que el mío sea feliz.

—Natalia —susurró, sonriendo apenado por lo que acababa de escuchar—, creo que has malinterpretado todo. —Le tomó la mano para retirarla de la suya, mientras la joven se ponía aún más blanca—. En estos momentos no estoy interesado en tener ningún tipo de relación sentimental. Mi vida es más complicada de lo que imaginas y yo soy un descuidado con esas cosa —mintió—. Eres una chica muy bella, capaz de seducir a cualquiera, de llamar su atención, solo que no es el momento para mi corazón. No sé si me entiendes.

—¡Claro! —comentó con un dejo de voz, dando un paso atrás y pasándose un mechón de cabello entre las orejas—. Creo que fue un atrevimiento de mi parte.

—Fue extraño, pero no quiero que sientas que eres una completa desconocida porque me caes bien. ¡Eres una buena amiga!

—¿Amiga? —murmuró con los ojos cargados de lágrimas.

—Sí, amiga. Como Saskia, Itzel, Maia. Es lo único que te puedo ofrecer.

Natalia no dijo nada más. No necesitaba ninguna otra explicación, simplemente Aidan no la quería e insistir era perderle. Recordó las palabras de Maia quién le aconsejó dejarle actuar. Con Aidan no había que dar el primer paso.

En cuanto Natalia salió de la habitación, Aidan se lanzó en la butaca. El corazón se le iba a salir, y aun cuando mostraba una imagen serena, las palabras de precaución de Ibrahim hicieron eco en su cabeza: «Ella está muy cerca de Maia, no tardarán en darse cuenta de los sentimientos de cada una. Quizá Maia ya lo sepa y con lo ingenua que es, de seguro lo dejará pasar. Mas Natalia es muy cercana a tu familia, y si ella se entera de que andas con Maia, sería igual a que toda la Fraternitatem se enterara».

Cerró sus ojos, llevándose la mano a la frente. Tenía que hacer algo al respecto. Estaba buscando una solución cuando su teléfono volvió a repicar.

—¿Quieres leerme algo? Prometo que te guardaré algunos profiteroles y chicha.

Aidan sonrió poniéndose de pie. Era sorprendente ver como un mensaje podía cambiarle toda la noche.

Dejó el diario de Evengeline en su habitación. Esperó a que sus padres apagaran las luces de la casa. Le pasó seguro a su puerta, y se concentró para atravesarla.

Bajar las escaleras, seguir la ruta hasta la bicicleta y dirigirse a la casa de Maia era un recorrido que podía hacer con los ojos cerrados. Controlaba perfectamente el don de Neutrinidad como para no aparecer en medio de la nada.

Se recogió el cabello en un chonguito, escondiéndolo en el gorro hipster, tomó su morral con sus artículos personales y se lanzó por las oscuras calles de Costa Azul.

En menos de media hora estuvo en la casa de Maia, escondiendo la bicicleta entre el cerco de arbustos que revestía la casa. Hizo lo propio entrando en el hogar de los Santamaría, y sigilosamente llegó hasta la puerta de Maia, recuperó su estructura física, y tocó con suavidad. Ella le invitó a pasar.

Abrió la puerta, observando como la joven terminaba de arreglar la bandeja en el escritorio. Era increíble lo bien que conocía el espacio y como se conducía con tanta naturalidad en él. Aidan respiró tan fuerte, que ella no pudo evitar sonreír y abrir sus brazos.

Él dio dos enormes zancadas que le llevaron hasta donde ella estaba, abrazándola tan fuerte que la levantó del suelo. Maia se quejó, sin saberlo le había herido; su cuerpo estaba somatizando los golpes que durante el día anterior y ese había recibido, pero ella no le confesaría nada.

Dándose cuenta de que había sido muy brusco, se resignó besando sus cabellos y abrazándola con más sutileza.

—¡Te he extrañado tanto, mi pequeño sol!

—¡Y yo a ti, Fuego de Ignis! Pensé que lo más cerca que te tendría iba a ser cuando me llevaste hasta Saskia. ¡Que horrible situación! ¿Verdad?

—Sí —comentó caminando con ella hasta la cama—. Soledad siempre la ha tratado muy mal. Creo que la tipa es una enferma.

—¿La conoces? —Se sentaron en la cama.

—Sí. En cuarto grado me tocó compartir salón con Saskia. La señora armaba sus shows. La verdad es que no era nada agradable. Siempre sentí pena por Saskia, aunque ahora está en buenas manos. Espero que su Clan no la obligue a retornar con su madre.

—A veces pienso que hay mujeres que no deberían tener hijos. Es tan injusto que otras, como mi madre, que tienen tanto amor para dar, no puedan concebir.

—Sí, pero no sabemos a qué va eso. ¿Y qué has hecho?

—Me la he pasado todo el santo día con mis primos. Nada divertido, a pesar de los humores de Gonzalo e Ignacio. ¡Son tan distintos que es imposible no reirse!

—¡Ni que lo digas, son como el blanco y el negro!

—¿Y tú qué has hecho?

—Decoración navideña.

—¿Sip?

—¡Ajá!

—¡Qué mal que mi mamá no les deja entrar a casa! De lo contrario, te invitaría para que nos ayudaras con la decoración.

—¡Y no sabes con qué gusto vendría!

—¡Te quiero mucho, Aodh!

—¡Y yo a ti, mi Amina! —confesó, besándola—. ¡Cielos! —exclamó, intentando controlar el calor de sus mejillas—. Pensé que me iría a dormir sin besar tus dulces labios.

—¿Serías capaz de conformarte con tan poco, mi querido novio?

—¿Novio? —le cuestionó, un tanto sorprendido—. ¿Has dicho «novio»? —insistió, tomándole el rostro con ambas manos. Maia asintió—. ¡Novia! ¡Mi novia! —La besó aún más tiernamente—. ¡No tienes ni idea de cuánto he esperado este momento! ¡No tienes ni idea de lo feliz que soy!

—Me haces feliz, ¿cómo podría negarte parte de la felicidad que tú me das?

—Debí correr hacia ti desde que amaneció, y no esperar como un mendigo a que me escribieras.

—¿Era una prueba de resistencia? —preguntó uniendo sus cejas, manteniendo su rostro entre sus manos.

—Tú vulneras todas mis resistencias. Basta que lo quieras y me tendrás como alfombra bajo tus pies.

—No te quiero de alfombra, Primogénito de Ardere.

—Hasta eso estoy dispuesto a ser por ti, mi amada novia.

Aidan se arrimó más hacia ella, colocando una mano en su brazo, y la otra detrás de su cuello. Besó con suavidad sus labios, para luego apretarse a ellos con más fuerza. El sabor de su labios, de su boca, de su lengua, simplemente le enloquecía.

Amina sintió el sello de Ardere arder con tal fuerza que temió que su sello terminara por despertar, y con él, el de todos dentro de la casa.

—¡Espera! —susurró, empujando su pecho suavemente con su mano.

—Lo siento —confesó con los labios y las mejillas sonrojadas—. Lo siento.

—¡Hey! No tienes nada que sentir. Vamos, te ayudaré a que controles tu sello.

—¿A qué controle que...?

—¡Sip! Necesitas hacerlo aparecer y desaparecer cuando quieras, así no incitarás al mío, obligándolo a revelarse, porque tienes ese don, Aidan de Ardere. Además, tendrás un dominio que los otros Primogénitos no tienen.

—Dime qué debo hacer.

—Dominar tu pasión. Debes hacer que tu sello no responda a tus sentimientos, sino a tu razón.

—¿Cómo se hace eso?

—Pues debes tener fuerza de voluntad y... —Se acomodo—. Te besaré, pero debes controlar el sello. Si no lo haces, me detendré.

—Es una prueba que estoy dispuesto a repetir en innumerables ocasiones.

—¡Vamos, Aodh! Necesito mucha seriedad —comentó frunciendo el ceño de buena gana.

—Te prometo que la tendré —le contestó risueño.

Amina le besó, pero su sello comenzó a refulgir como hace unos minutos lo había hecho.

—¡Aidan! —se detuvo.

—Lo siento, intentémoslo de nuevo.

Ella le volvió a besar, pero para él era un suplicio tenerla tan cerca y evitar que su razón no se perdiera entre sus sentimientos.

Entre error y prueba estuvieron por espacio de media hora. Aidan comenzó a sentirse frustrado, pues cada vez que intensificaban sus besos, Amina terminaba por separarse. Aquello no era tan agradable como había pensado que sería.

En un momento, Amina colocó sus manos para separarse, pero él la atrajo sutilmente hacia él. No dejaría que se fuera. Ella se seguía resistiendo, aunque no con la fuerza que él esperaba, y de repente se echó entre sus brazos, besándolo con más intensidad, lo que hizo que abriera sus verdes ojos. 

Levantó suavemente su mano derecha por detrás de ella, observando como la luz de su sello comenzaba a mermar. Cerró de nuevo sus ojos y continuó besándola.

Se separó, besando su frente un par de veces, en señal de agradecimiento.

—¡Eres una buena maestra!

—¡Eres un buen discípulo! ¡Pero, no creas que no te cobraré!

—Dime, ¿qué quieres? — le preguntó sonriendo.

—Tomemos la chicha y los profiteroles, mientras me lees. —Aidan sonrió.

—Bien, bien... Amina, ¿puedo pedirte algo?

—¡Sí!

—¿Puedo quedarme aquí esta noche?

—Sabes que no es conveniente que durmamos juntos.

—¡Lo sé! Pero te juro que con el puff será suficiente. Aunque no me molestaría si le pides a Gonzalo que me dé un lugar en su cuarto.

—¡Je! No pienso enviarte con mi primo, tampoco permitiré que te quedes en el puff —Aidan la miró entristecido, ¿le estaba echando—. Abre mi clóset. Allí debe haber un colchón inflable y una bomba. Sé que hace mucho ruido, pero llénalo y duerme al lado de mi cama.

Aidan no esperó más, dándole un beso en la mejilla, siguió sus indicaciones. Para sorpresa de ambos, la bomba no hizo el ruido que esperaban, por lo que no tuvieron a nadie tocando la puerta.

Después de que Aidan arregló lo que sería su cama por esa noche, y de que Amina le facilitara unas almohadas y sábanas, se sentaron en la cama de esta, ella entre sus brazos a leer el Diario de Ackley.

Diciembre 21. Día del Solsticio de Invierno: La algarabía de la calle llega hasta mis oídos. ¡No te imaginas la enorme sonrisa con la que me he despertado!

»Ignis Fatuus celebra la llegada de la Fraternitatem a nuestra Aldea. Muchos caballeros comenzarán una nueva vida esta noche, si el amor les sonríe. Mientras, solo puedo pensar en el día en que volveré a verte, el día en que mis labios se unirán a los tuyos nuevamente, y tus ojos iluminarán la oscuridad de mi vida.

»Esta noche te tendré entre mis brazos y danzaré contigo, nuestra danza de entrega mutua, y me daré a ti por completo, en un compromiso eterno. Trabajaré por tu felicidad, por ti cualquier sacrificio será pequeño. Te amo tanto, amada, que ni la muerte será suficiente para demostrarlo, sangre mía, cuán dispuesto estoy por consumirme en ti. —Cerró el libro—. ¡Te amo tanto, amada mía, que ni la muerte será suficiente para demostrarte cuán dispuesto estoy a consumirme por ti! —le dijo al oído.

—¡Aodh! —murmuró, acomodándose en su pecho.

—No sabes cuánto envidié a este tipo al enterarme que eras de su Clan. Creía —dijo, acomodándose con Maia entre sus brazos, terminandola de abrazar, mientras observaba el blanco techo para recordar todo lo que había vivido— que jamás podría amar como él, y que además fue muy dichoso al tener el amor de la mujer que amaba, mientras que yo debía de hacerme a la idea de que siempre estaríamos lejos.

—Pero no lo estamos. Y sabes que te quiero.

—Sí, y yo a ti, cada día más. Sin embargo, debo confesarte que a pesar de todo el celo y la sana envidia que Ackley solía despertar en mí, le tengo estima. Por ti pude comprender la grandeza de Ignis Fatuus y entender lo que al resto de la Fraternitatem le está costando entender.

—¿Y qué es eso?

—A pesar de todos los maltratos, los temores y el resentimiento que la Fraternitatem pueda tener contra ustedes, jamás podrán vivir sin tu Clan, porque Ignis Fatuus es la grandeza de la Fratertitatem Solem, es la inocencia y la esperanza conjugadas. No sabes cuánto quisiera llevar en mi frente el sello de tu Clan, Amina, y morir siendo parte de tu Clan. No sabes cuánto me hubiera gustado ser un Ignis Fatuus y lo dispuesto que estoy a renunciar a Ardere.

—Pero yo no quiero que lo hagas —le confesó incorporándose—. Si renuncias a Ardere estarías renunciando a lo que eres, y de cierta forma a lo que sientes por mí.

—¡No, no! —le atrajo, besando su frente, con los ojos cerrados—. Jamás renunciaría a lo que siento por ti.

—Lo sé, Aodh, pero no quiero que dejes de ser un Ardere. Yo también deseo llevar tu sello en mi mano. —Aidan le miró, apoyando su frente en la de ella. Sabía muy bien cómo hacer que sus sellos se imprimieran en la otra persona, Ackley se lo había explicado—. Y te prometo que haré todo lo humanamente posible para compartir contigo el sello de mi Clan, solo si prometes que me dejarás llevar el tuyo.

—¡Te lo prometo! —Besó su frente—. Ignis de Ardere —murmuró.

Eran las doce. Aidan aún no había conciliado el sueño. Su mente estaba revuelta por tantos acontecimientos. Tenía las manos apoyadas sobre su pecho. Hasta él llegaba el aroma a manzanas del cabello de Maia y el de jazmines de su piel. Debía obligarse a descansar, de lo contrario no se despertaría antes del alba, tenía que madrugar si no quería ser sorprendido por los padres de Amina y por sus padres. 

Pensó en lo injusto que resultaba tener a su disposición a Natalia, a quien no quería, y amar a otra prohibida. Sin embargo, allí estaba él, ahí donde se encontraba su corazón. No podía desmentir sus sentimientos por Amina. Se encargaría de protegerla y amarla, no con el amor que Ackley sentía por Evengeline, sino con el suyo propio.

Los rayos de la luna penetraban a través de la ventana. Aidan se incorporó un poco, volviéndose hacia la cama de Amina, se afincó en el colchón para verla dormir. Ella se encontraba de espaldas a él, en posición fetal. Su franela estaba un poco subida, se podía ver parte de su espalda, por lo que notó una extraña mancha oscura en su cuerpo. 

Se levantó completamente, sacando su celular para encender la linterna. Con sumo cuidado subió un poco más la franela, sin que ella sintiera, descubriendo con horror un racimo de moretones como los que Ibrahim había tenido en su cuello, de diferentes tamaños, a través de toda la espalda.

Tembloroso, bajó la franela. Amina no solo había pasado el día con sus primos, sino que habían estado haciendo algo, algo lo suficientemente peligroso como para salir lastimada.  

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top