La Molestia de Itzel
Susana madrugó ese miércoles, quería prepararle algunas viandas a Saskia, previniendo que la joven no tuviera nada que comer en su nuevo hogar. Como madre, no podía entender el motivo por el cual Soledad la estaba maltratando, pues ella solo era una niña necesitada de cariño y comprensión.
Itzel escuchó a su madre mover los trastos en la cocina, por lo que abrió sus ojos, fijándolos en el techo. Se había sentido tranquila teniendo a Saskia en su casa, pero ahora debía marcharse porque era lo que la Fraternitatem consideraba «mejor».
Empezaba a cuestionar la posición de Ignis Fatuus, probablemente tener un enfrentamiento directo con sus Prima era una locura, pero de continuar así todos serían separados. Se colocó de medio lado, aún abrazando una de las dos almohadas que tenía en la cama. Observó a Saskia. Su amiga se encontraba despierta.
—¿Te encuentras bien?
—No deseo irme. Mucho menos con personas a las que no conozco.
—Siempre puedes atacar —bromeó, recordando el consejo que Aidan le había dado al dejarla en su Aldea.
—¡Imagínate el escándalo! —Rio, viendo hacia el techo—. Me declararan una Ignis Fatuus y me desterraran del Clan.
—¿Y eso es mal?
—A estas alturas creo que lo único malo que me puede pasar es que me regresen con mi mamá. Sé que terminarán por hacerlo.
—Creo que ellos tienen razón. El Prima no busca nuestro bien, sino el suyo propio. —Se levantó de la cama—. ¿Te ayudo a empacar?
Saskia asintió siguiendo a su amiga. Doblaron las sábanas y desinflaron el colchón que le había servido a Saskia de cama. Era triste tener que despedirse de ella.
Poco fue el equipaje que la joven trajo de su casa, así que no tardaron ni media hora en alistarse.
En cuanto estuvieron en la cocina, Susana salió con los brazos abiertos a recibir a su huésped. Le dio un fuerte abrazo, por primera vez Saskia sintió el amor de una madre, acurrucándose aún más en el pecho de Susana, entretanto Itzel observaba un tanto afligida.
Ese día Saskia no iría a la escuela, al igual que Ibrahim, de cierta forma sentía que estaba perdiendo a todos sus amigos, gracias a la Hermandad.
—Te he preparado algo para desayunar —le dijo Susana, llevándola del hombro hasta la mesa—. ¡Ven hija! Antes de que tus hermanos despierten y la casa retorne al dulce caos.
Ella obedeció. Sentada al lado de su amiga, comenzó a comer, intentando recordar alguna broma que les hicieran reír; el único problema era que nada divertido había pasado en los últimos días.
No había transcurrido ni media hora cuando el timbre de la casa anunció la llegada de visita. Saskia se abrazó fuertemente a Itzel, mientras Susana abría la puerta, a través de la cual Sara Monzón apareció con dos jóvenes, todos con el sello de Astrum.
—¡Buenos días Susana! —Su tono de voz era mucho más alto que lo normal.
Itzel intuyó que era su voz de mando, no había llegado allí para visitarlas sino para ejecutar una orden de la Fraternitatem.
Ambas jóvenes salieron al encuentro de los recién llegados, una al lado de la otra. Itzel pasó su mano a través de los hombros de su amiga, apretándole uno de los mismos. Saskia sabía que no estaba sola, agradeciendo el gesto.
—¡Sara, bienvenida a mi casa!
—Eres muy amable, Susana. Astrum te está agradecido por la acogida que le has dado a nuestra Primogénita —contestó con educación al observar el afecto entre las chicas—. Veo que están muy unidas, y lamento que la decisión de la Fraternitatem Solem sea, de cierta forma, un tanto radical, pero deben saber que Saskia tiene nuestra autorización para visitarlas, del mismo modo en que ustedes son bienvenidos a su hogar provisional.
Susana le agradeció el gesto, Itzel iba a hacerlo hasta que la palabra «autorización» resonó en sus oídos. ¿Por qué una Primogénita necesitaba la autorización del Prima para ser visitada? ¿Cuál fue el pecado de Gonzalo? ¿Defender a Ibrahim? ¿Acaso les estaban castigando a todos de esa manera? No entendía cómo, de la noche ala mañana, pasaron de ser un estorbo a reos de la Hermandad del Sol.
El liceo parecía más solo sin Ibrahim ni Saskia. Itzel salió a recreo, notando que Dominick y Aidan se encontraban sentados en dos mesas diferentes. Tanto el Primogénito de Ardere como el de Aurum seguirían las órdenes de la Fraternitatem.
Negando con su rostro, y montando en una cólera momentánea, se dirigió a la mesa de su amigo, justo cuando Maia e Ignacio salían con sus rostros serios al patio.
—¿Qué ocurre, Aidan?
El joven subió la mirada del libro sin dejar de masticar. No entendía qué era lo que Itzel le estaba reclamando.
—¿Le harás caso a la Fraternitatem?
Aidan le sonrió, volviendo al libro. No hablaría de ese asunto con ella. La ira se hizo evidente en el rostro de Itzel, quien arrancándole el libro, lo arrojó a la cancha.
—¿Qué te pasa? —le reclamó Aidan, un tanto molesto.
—¡Te pregunté qué era lo que estaba pasando!
—¡Itzel! —intervino Dominick, pues la joven estaba llamando la atención de todo el mundo—. ¡Basta!
—¿Cómo me pides que me calme? ¿Acaso...?
—Basta —le susurró Ignacio al oído, tomándola por el brazo—. Estás armando un escándalo innecesario.
Los ojos de Itzel se llenaron de lágrimas al comprobar que ni siquiera Maia, que se encontraba a unos pasos de ella, salió en su defensa.
—¡Ven! —Se paró Aidan, tomándola de la mano, pero la joven se soltó molesta—. Si quieres una respuesta debes seguirme. —Se detuvo para observarla—. No pienso darte explicaciones con todo el mundo pendiente de nosotros, ¿o deseas que nos cambien a todos de colegio?
Aidan tomó su bandeja, saliendo del patio, con Itzel detrás de él.
Ignacio y Dominick apenas se miraron. El último fue a buscar el libro de Aidan para retornar a su mesa, entretanto Ignacio volvía con Maia.
—¿Estaba muy mal?- quiso saber Maia.
—¡Ni que lo digas! Si no saben controlarse complicarán todo.
—Entonces, ¿apoyas que nos hayan separado?
—No, no lo hago, pero no por eso voy a permitir que se ponga a vociferar asuntos que solo le conciernen a la Fraternitatem y dentro de esta, a nosotros.
—Iñaki, no has pensado que quizá algo le está molestando. Ayer fue muy clara al decir que debíamos obedecer a la Fraternitatem.
—No lo sé, Amina. De lo único que estoy seguro en este momento es que nosotros debemos seguir con nuestro plan, aunque eso signifique comer en la calle para no verlos. ¿O hay cambios de planes?
—No. No los hay.
Aidan había dejado la bandeja en la entrada del patio. Se estaba lamentando por no poder terminarse la arepa, pero debía conversar ciertos asuntos con Itzel. La chica le siguió, guardando la distancia.
Se sentía un poco apenada por su arranque de rabia, había sido imprudente en todos los sentidos, molestándose aún más al preguntarse lo que estarían pensando Dominick e Ignacio de ella.
—Aidan, en verdad lo siento —dijo en cuanto pasó la puerta del Salón de Música, andaba cabizbaja—. Es que...
—¿Qué pasó, Itzel? ¿Qué fue lo que te hizo cambiar de opinión de la noche a la mañana? —le preguntó dulcemente—. Te conozco bien, los arrebatos emocionales no van contigo. Algo tuvo que molestarte lo suficiente como para que reaccionaras de esa manera.
—Esta mañana Astrum se llevó a Saskia de nuestra casa. Le prohibieron vivir con nosotros.
—Me lo imaginé.
—¿Lo sabías?
—No. Pero tenía un presentimiento. —Su expresión de incredulidad hizo que Aidan se explicara mejor—. Algo propio de Ardere, ya sabes como somos.
—Sí, no me tienes que dar explicaciones.
—El hecho es que mi papá andaba muy serio desde que llegamos de la Coetum y me dijo que andara con precaución, que muchas cosas iban a cambiar y que era mejor que me lo tomara con calma o terminaría llamando la atención.
—Fue muy preciso —se mofó—. Aún así, Aidan, ¿no crees que Ignis Fatuus tienen razón? Si nos quedamos de brazos cruzados terminarán destruyéndonos.
—No nos destruiran.
—¡Cierto! Nos necesitan para que acabemos con los non desiderabilias, solo eso los detiene, pero nos obligarán a obedecerles aun cuando sus órdenes vayan contra nuestros principios.
—Eso no pasara.
—¿Y cómo lo impedimos, si desde estos momentos nos volvemos sumisos?
—Dime, ¿con qué armas los vamos a enfrentar? No todos los Prima nos ven de igual manera.
—¿De qué estás hablando?
—¿Acaso no lo acabas de decir?
—Sí, pero acabar con nosotros no es un significado literal, no quiere decir que nos matarán, bueno por lo menos no lo dije con ese sentido.
—Pues ese es el objetivo que el Prima de Ignis Fatuus tiene fijado. —Itzel se quedó en una pieza, mientras Aidan, llevándose las manos a la cintura para tomar una posición más relajada, bajaba la cabeza. Era el momento de quitarse una carga de encima—. Ayer, anoche —corrigió—, hable con Ackley, este me comentó que los castigos de la Fraternitatem suelen venir de las decisiones que se toman en la Coetum y del Prima, siendo estos últimos los más despiadados. Ese es el motivo por el que las relaciones entre los Primogénitos y sus Primados deben ser armónicas.
—No estoy entendiendo.
—Si quieres rebelarte, Amina te seguirá. La diferencia entre ustedes es que tu madre pertenece al Prima y ella solo tiene a un montón de lobos que buscan despedazarla a como de lugar. Y no lo voy a permitir.
—¿Qué piensas hacer para detenerla porque ella nunca lo hará?
—Todo lo que humanamente pueda hacer, Itzel. Perderla es condenarme a muerte. Prefiero dar mi vida que tenerla entre mis brazos agonizando una vez más.
—¡Aidan! —susurró.
—No sé si me puedes entender, tampoco te pido que lo hagas, pero quiero que sepas que estoy dispuesto a llevar esto hasta sus últimas consecuencias, si algo le llega a pasar. Así que te pido, por favor, te suplico, Itzel, en nombre de la amistad que por tanto tiempo hemos tenido: no le eches más leña al fuego, no enciendas más el deseo de Amina e Ignacio de enfrentarse a su Prima, porque, como bien lo dijiste, nadie podrá detenerla.
Era la primera vez que Aidan le exigía algo. Ella asumió que su amigo estaba realmente preocupado por la seguridad de Maia, al punto de agotar todas las instancias para salvarla. No solo le movía el amor que sentía por la chica sino también el recuerdo del sacrificio de su abuelo, por lo que decidió apoyarle y no ser el catalizador que desatara el caos en el Clan de los hijos del Phoenix.
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