La Chica Desconocida

Las reacciones no se hicieron esperar. Las chicas corrieron hasta donde antes había estado la esfera. En la hierba había quedado un círculo negro. 

Jane recogió sus faldas para agacharse, tomó un puñado de ceniza y se la llevó a la nariz.

—¿Han  fallecido? —preguntó Louis.

—Solo es hierba carbonizada —contestó soltando el puño.

—¿Eso quiere decir que están vivos? —quiso saber George.

Gonzalo e Ibrahim corrieron al encuentro de Aidan, ayudándolo a ponerse de pie. Aidan se reclinó de Gonzalo.

—No pensé que vendría.

—Estará bien —le respondió Ignacio—. Es tan tonta que jamás se atreverá a morir sin antes despedirse de ti.

—¿En serio le estás consolando? —le reclamó Gonzalo, en cuanto Aidan se refugió en su hombro.

—Estamos aquí porque él nos trajo, de lo contrario esto no hubiera pasado— le respondió Dominick.

—Tú eres el que menos debe quejarse, Aurum. —Lo señaló Ignacio—. ¿O te olvidas que todo el problema empezó cuando te fuimos a rescatar?

—¡Basta! ¡Basta! —les gritó Itzel—. Parecen unos retrasados. ¡Son unos malditos tarados! Tú no tienes nada que decir aquí. —Apuntó a Dominick—. Cuando enfrentamos a la Imperatrix, tú estabas dispuesto a matarlo, porque él quería matarme. ¿Vas a venir ahora a dartela de protector de Maia cuando no lo hiciste en aquel entonces? ¡Todos! ¡Todos hemos desconfiado de ella! Debemos ser conscientes de que mientras seamos unos mediocres en lo que se refiere al poder de nuestros Munera, ella siempre va a estar dispuesta a sacrificarse por cualquiera de nosotros.

—Creo que no has entendido lo que pasa aquí —intervino Saskia—. El conflicto real es que Maia está dispuesta a sacrificar más por Aidan que por cualquiera de nosotros. Dominick está celoso de Aidan.

—¿Acaso están peleando entre ellos? —le preguntó Jane a Evengeline.

—Creo que ellos están... —hizo un breve silencio, para comprender mejor lo que estaba ocurriendo—, ¿rompiendo las leyes de la Fraternitatem?

—Si vivieran aquí, todos estarían muertos —le gritó George.

—¡Cállate, grandísimo inútil! ¡Lame-suelas! —le gritó Itzel.

—¡Itzel! —le llamó Ignacio.

—Estoy harta de ti y de tu supuesta superioridad —se burló, haciéndole mofa con el cuerpo—. Te crees una eminencia y ni siquiera sabes qué rayos es la teoría de la relatividad. No sabes nada de ciencia, ni de la vida, ni de la Fraternitatem... ¡Eres un amargado! ¡No me extrañaría que terminaras solo porque ni las burras te soportan!

—¿¡Itzel!? —Con sorpresa, Ibrahim llamó su atención. Nunca le había visto tan molesta.

—Aunque consideró que no era la manera —le susurró Gonzalo a Aidan en el oído—, creo que Iñaki tiene razón: Amina no se atrevería a morir sin antes despedirse de ti.

Aidan le abrazó con más fuerza. Gonzalo se había convertido en su consuelo en la desesperanza.

—¡Qué vergüenza! —exclamó Louis—. Casi podría jurar que ese Ardere es más Ignis Fatuus que el mismo Ackley, quizá por eso lo aceptó en su Aldea.

Evengeline dirigió a Louis una mirada torva.

—En eso tienes razón —le respondió Ignacio, recobrando su completo aplomo y su liderazgo autocrático—. El Primogénito de Ardere es tan de Ignis Fatuus como cualquiera de nosotros, los que llevamos el sello del Phoenix, y le respetamos. Asunto que tú jamás lograrás de nuestro Clan. —Le miró fijamente—. Nuestro Clan que es mucho más poderoso que el tuyo.

Ibrahim miró con timidez a su amigo que continuaba llorando en el hombro de Gonzalo, y luego a Ignacio, él había conseguido la aceptación y el respeto de Ignis Fatuus, una aceptación que él deseaba. 

Las palabras de Ignacio se convirtieron en una flecha que atravesó el corazón de Dominick, ese insípido rubio había conseguido el afecto que él por años deseo.

—No entiendo —murmuró Amina, llevándose la mano a su sien, en donde sintió una tiara bordada en oro que le ceñía con delicadeza la frente—. ¿Dónde estoy?

—Bosque de La Luna, siglo XVII, año 1617. ¿Eres de Las Indias?

—¿Las Indias? —le preguntó—. No, de Venezuela. De un lugar llamado Costa Azul... Siglo XXI, año 2016 —le respondió al verle confundido.

—¿Cómo es el futuro?

—Una porquería. Salvo por la esperanza de vida lo demás es una porquería. —Miró a su alrededor.

Casi corriendo tocó las rocas. Eran muy distintas a la hierba, las conocía por su textura, tamaño, apreciación física, pero su color era totalmente distinto, incluso entre ellas mismas, así que siguió pasando su mano para comprobar que aquello seguía siendo una roca y crear nuevos recuerdos en su memoria.

—Soy ciega de nacimiento —se excusó—. Y esto es totalmente nuevo para mí.

—Es una roca. —La vio tocar un poco de hierba verde adherida a una de las piedras—. Y musgo— Señaló.

—Lo sé. Conozco muy bien lo que es un musgo, puedo diferenciar los tipos de planta. —Le sonrió—. Sé lo suficiente del mundo que me rodea, pero... Descubrir que, además, hay otro sentido que le añade una nueva diferencia es algo tan ¡extraordinario!

—¿Cómo te dejan salir de casa si no ves?

—Vengo del futuro. Allí la gente es muy diferente en cuanto a costumbres.

—¿Por eso visten como hombre?

—Llevo un vestido.

—Hablo de antes, del momento en que enfrentabas la prueba.

—Sí, mi ropa era diferente. ¿Acaso tienes alguna teoría con la que me puedas explicar porque puedo ver?

—Probablemente se deba a que estemos compartiendo nuestros poderes.

—¿Puedes ver bien?

—Sí —le respondió amablemente—. Es solo una teoría.

—¿Y dónde están los otros?

—Espero que sigan allá, en el bosque. ¿Cuál es tu nombre? —le preguntó fijándose en el anillo que llevaba en su dedo índice.

—Amina Santamaría. —Le extendió la mano.

Ackley se la tomó, pero no para estrecharla, sino para observar más detenidamente el diseño del anillo.

—Conozco este anillo. ¿Me permites tomarlo?

Amina asintió, y él procedió a sacarlo de su dedo. En la parte interna tenía un grabado un sol con rostro. Ackley sonrió. Reconocía aquel anillo.

—Por lo visto seré el padre de una niña.

—¿Perdón?

—Ese anillo que llevas en tu mano pertenece a la familia de mi padre. Por generaciones ha estado en ella, desde tiempos muy remotos. Mira. —Le enseñó el interior del anillo—. Es un sol muy particular.

—Su aro es muy pequeño para que un hombre lo pueda llevar.

—No si se lo coloca en el meñique. Este anillo se lo dio mi abuela a mi tía. Se supone que tiene que heredarlo una niña, pero ni Elyo ni mi persona lo somos, así que debí tener una niña para que mi tía me regresara el anillo.

Amina intentó disimular su rostro compungido. No tenía que explicarle a Ackley que las cosas en Ignis Fatuus cambiarían en unas semanas, ni que ella era descendiente de Elyo y no suya.

De nuevo tomó su mano y se lo colocó, sonriéndole. Por primera vez, Maia reparó en el joven que estaba frente a él. Su espalda era ancha, de estatura aproximada al metro noventa, rostro cuadrado con fuerte mentón, labios inferiores resaltantes, nariz recta, ojos almendrados de un hermoso color avellana, enmarcados bajo dos cejas rectas. Sus gestos eran juveniles y amigables. 

Amina supuso que no tendría más de diecinueve años. Dejando a un lado el recelo del primer momento, corrió a abrazarle. Ackley se sorprendió, pero tomó aquella muestra de cariño de muy buena manera, devolviéndole el gesto. Tenía la sensación de sentirse completo cada vez que estaba tan cerca de ella, por lo que llegó a preguntarse cómo la dejaría ir.

El silencio del bosque se vio envuelto por una luz extraordinaria. Ackley se sintió solo, aun cuando tenía a Maia entre sus brazos. Frente a él estaba parada una dama que conocía muy bien, aun cuando su brial era de un verde velvet con brocados de aves en dorado.

Estaba peinada con una corona hecha con parte de su cabellos, mientras que el resto caía en un suave ondulado hasta su cintura.

—¿Lady Monica?

—Me has reconocido bien, Ackley.

—Pero, ¿no entiendo?

—Las líneas del tiempo se han cruzado. Mientras más permanezca aquí, más distorsión habrá, y no solo los miembros de la Fraternitatem tendremos el poder de movernos en la dirección que quérramos, sino que los non desiderabilias también podrán hacerlo.

—¿Qué puedo hacer para que vuelvan?

—Debes besarla otra vez. Devolverle el poder que le arrebataste con el beso.

—¿Volverá a la oscuridad?

—No creo que ella considere que está en la oscuridad. No necesita sus ojos para valorar la vida que le rodea, aún más de lo que nosotros podemos hacer con nuestros sentidos.

—¿Volveré a verla?

Monica sonrió, tendiéndole la mano.

—Es un regalo —le dijo, depositando en su mano una cajita de madera grabada en oro—. Debes protegerla como yo hice con la Cor Luna o nuestra Roca de Fuego.

Ackley observó la cajita por un breve momento, para luego, con un gesto aceptar la misión que Monica le acaba de poner.

—Entonces, ¿debo besarla?

—Sí.

Iba a obedecer cuando le interrumpió por última vez.

—Una vez que la beses, no puedes dejar que nadie que no lleve el Sello de Ignis Fatuus la toque, ni que te toquen. De lo contrario, la energía contenida en ustedes se liberará acabando con la mitad del planeta.

—¿Hasta cuándo estaremos así?

—Hasta que los demás Sellos desaparezcan.

—My lady, ¿sabes el motivo por el cual el sello de Ardere brilla más en nuestro cuerpos, más que el de los otro cuatro Clanes?

—No tengo una explicación para ello, pero sé que lo descubrirás. Mi gentil y noble Ackley, debo marcharme, y ella debe regresar a su época. Debes dejarla ir.

El aura de luz desapareció. Maia seguía refugiada en sus brazos. La apartó con sutileza y la besó. Sus labios eran suaves, dulces como la miel. Pero este fue un beso doloroso, un beso de despedida.

Ibrahim había acompañado a Aidan a una piedra, donde el chico se había sentado. Había pasado una hora desde que la explosión ocurrió. Ignacio se había unido a su hermano, esperarían allí el tiempo que fuera necesario, su prima debía aparecer.

—No me has contado cómo llegaron aquí.

—Créeme, no es ni el momento, ni es una halagadora historia.

—¿La besaste? —le preguntó sorprendido.

—El Donum de Telepatía no es lo tuyo —mintió, caminando hacia otro lado con sus brazos cruzados sobre el pecho.

Evengeline rompió las filas de su Fraternitatem, caminando hasta donde se encontraba Aidan. Este tenía las manos unidas, recostados los brazos sobre sus piernas abiertas, cabizbajo, cuando vio la orla del vestido salir entre la capa. Subió su mirada para posar sus ojos en una persona a quién no le tenía confianza.

—¿Vienes a burlarte?

—Vengo a pedirte una explicación.

—¿Qué quieres saber, grandiosa y excelsa Evengeline? —Levantó sus manos teatralmente.

El tono de amargura que Aidan empleo llegó hasta las trincheras de la antigua Fraternitatem. George no tardó en responderle.

—¿Cómo osas hablarle así a un Primogénita?

—No me rijo por tus normas, Lumen. —Aidan se puso de pie—. Así que hablo en el tono que me da la gana.

—¡Eres un grosero! —exclamó indignada Jane—. ¿Acaso no te enseñan educación de donde vienen?

—Primogénito de Ardere —respondió Evengeline, levantando su mano para detener la discusión—, no vengo a burlarme de ti. Solo deseo conocer qué sientes por ella.

—Tienes el don de la Clarividencia. Muchas cosas no te son ocultas. —Había amargura en su voz.

—Las profecías se cumplen porque intentamos huir de ellas.

—Sí, gracias por el consejo, pero, ¿no sé si te diste cuenta? Ya aprendí la lección.

—Te negaste a escucharme.

—No tengo porque hacerlo.

—Igual tu vida está en peligro si insistes en amarla de esa manera. Su amor está prohibido.

—Tengo prohibido llegar a mi casa a las cuatro de la mañana, y con todo y eso lo he hecho —le respondió con ironía. Evengeline le miró consternada, no entendía lo que decía—. Bien, quieres saber qué mierda es lo que siento, pues te lo diré. Míralos —le dijo señalando a la Hermandad a la que ella pertenecía—. ¿Crees que alguno de ellos está dispuesto a morir por ti?

Evengeline no respondió. Ninguno de ellos tenían lazos tan fuerte como para dar su vida por el otro, no era necesario contestar una pregunta que todos tenían claro.

—Esa es una de las grandes diferencias que hay entre la Fraternitatem a la que perteneces y a la que yo pertenezco: la amistad. Por más que este bastardo y yo juremos a todo el mundo que nos odiamos... —Señaló a Dominick, quién lo vio con resentimiento—. Y de seguro termináremos matándonos un día de estos, puedo dormir pensando que en el momento en que lo necesite él estará allí para mí, no me traicionará, como yo tampoco lo traicionaré. Y no tengo porque describirte cual es mi relación con los demás pues es mucho más sólida con ellos que con él. ¿Puedes sentir lo mismo por uno de los tuyos?

De nuevo hubo silencio.

—Compartimos risas, lágrimas, funerales, comidas y castigos juntos, pues cuando la Coetum habla sobre represión a todos nos afecta, aun cuando intentamos ser obedientes. Nos tomamos personal cada ataque, estamos dispuestos a sacrificarnos por lo demás. Ahora si tu pregunta solo concierne a mi relación con Maia, una vez pensé que serías capaz de entender este sentimiento mejor que yo, pero tienes un corazón frío, duro como una roca, que ¡ojalá! Llegue algún día a sentirlo que yo siento, aunque lo dudo. No estoy dispuesto a sacrificarlos por ella, pero si estoy dispuesto a sacrificarme por ella.

—Entonces, ¿por qué la trajiste?

—No la trajo —intervino Ignacio—. Ella vino sola.

—Mira, resulta que la cosa entre ellos es recíproca —le aseguró Gonzalo—. Si ella busca morir, él sale a matarse por ella, y viceversa. O no viste que se puso como un endemoniado, deseoso de entrar a esfera con ella.

—Quiere decir que estás dispuesto a sacrificar a los tuyos, a tu pueblo por ella.

—Mi abuelo murió para que ella siguiera conmigo, ¿acaso crees que no haría lo mismo?

—Mi pueblo peligra contigo.

—¡De verdad que eres una cínica! —le respondió ante la sonrisa amarga de Ignacio y Gonzalo—. Creo que mi hermana se llevaría muy bien contigo.

Evengeline sonrió compungida. No podía sentir empatía con el joven. No conocía sus sentimientos, ni le inspiraba la confianza como para creerle. 

Ellos eran guerreros, no se permitían las emociones, aunque eso no significaba que ella no sintiera su estómago vacío cuando Ackley aparecía o escuchaba su voz. O simplemente eran celos por una emoción no correspondida.

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