Huir
Acompasadamente, Aidan bajó las escaleras. A pesar de ser las siete y media de la mañana, ya la casa mostraba signos de algarabía.
Celeste, la amiga de Dafne, se encontraba en la sala. Llevaba un extraño abrigo navideño, el cual sorprendió mucho a Aidan pues, aún cuando la brisa decembrina, el clima no era propicio para ese tipo de atuendo. Pero mayor fue su sorpresa al descubrir que su hermana también traía puesto un suéter navideño.
—¿Se puede saber a qué se debe el disfraz? —les preguntó, sentándose sobre el borde del espaldar del sofá de la sala estar.
Le dio un mordisco a su arepa con carne mechada mientras esperaba la respuesta.
—Mamá te regañará si ve que montaste tus sucios zapatos en su sofá —le amenazó Dafne.
—Solo lo sabrá si la chismosa va y se lo dice.
—¡A Natalia! Se le ocurrió hacer de este día un día festivo, a lo anglosajón —aclaró Celeste.
Aidan no pudo evitar soltar la carcajada, estuvo a punto de ahogarse con la comida. En ese momento, Elizabeth apareció con Natalia, la llevaba del brazo.
—¡Miren quién acaba de llegar! —les dijo. Aidan se volteó a verla: la joven llevaba un suéter similar al de su hermana con pantalón de mezclilla. Le dio la impresión de que estaban uniformadas. Su descuido le permitió a Dafne acusarlo con Elizabeth—. ¡Bájate del mueble! —agregó su madre luego de soltar a Natalia y colocar su mano detrás de la espalda de su hijo.
Pero Aidan no se sentó como todas pensaron que lo haría. De un rápido salto se puso de pie, Natalia no tardó en colocarse a su lado.
—¡Oh! Veo que la cosa va en serio.
—¿De qué estaban hablando? —preguntó paseando su mirada por los rostros de Celeste y Dafne para luego posarla nuevamente en Aidan.
—De su extraña celebración navideña.
—¿Y qué te parece?
Rió haciendo un sonido gutural, más de burla que de alegría.
—¿Y qué piensan comer? ¿Hamburguesa como plato navideño?
—Se come pavo —le corrigió Dafne.
—Me quedo con la ensalada de gallina y las hallacas. Lo bueno de tu invento navideño, hermanita, es que sobrará más pan de jamón y asado negro. ¡Y no pienso perdonarlos!
—Pensé que te unirías a nosotras —le interrumpió Natalia, esta vez dirigiéndole una expresión de súplica a Dafne. Necesitaba de su ayuda para convencer a su hermano.
—Solo debes cambiarte esa facha —le aclaró Dafne, creyendo que su comentario ayudaría—. ¡Pareces un mamarracho!
Aidan miró sus zapatos casuales, sus amplios pantalones deportivos azules y su franela gris claro cuello panadero, llevaba el cabello recogido en una cola. Daba la impresión de que se acababa de despertar. Sonrió.
—¿Y qué pretendes? ¿Qué me ponga un suéter y espere sentado a que caiga nieve? —se mofó, negando con la cabeza. Todo aquello era para él una locura.
—¡Mira! —exclamó repentinamente Natalia, poniéndose de puntitas para agitar una rama sobre ellos dos.
—¿Piensas ensalmarme o qué? —le preguntó echándose hacía atrás.
—¡Tonto! Es una rama de muérdago y la tradición dice que hay que besarse.
—¡Ah! Pues en el país de la mamarrachada, de donde provengo, esas matas las usan los brujos para quitarse la pava. —Dio media vuelta—. Soy muy venezolano para esas cosas —confesó dando la espalda.
—¡Sí, porque el surf es muy venezolano! —le gritó Dafne, indignada al sentir el rechazo que su hermano le había hecho a Natalia, y la sombra de tristeza que avanzaba sobre esta.
—Es un deporte no una tradición. Si quieres hacer el ridículo en una temperatura de treinta y tres grados centígrados, pues hazla, estás en tu derecho. Pero este ser —dijo, señalándose— no piensa asarse como pollo pudiendo andar a sus anchas, menos por simples caprichos de niñas. Pido excusas con Natalia y Celeste. —Se inclinó levemente, con un brazo en el estómago para doblarse—. Estoy sorprendido por su creatividad pero como que estoy pasadito de edad para compartirlo. —Se llevó la mano derecha a la sien, mientras que con la otra sostenía la servilleta donde había estado la arepa. Con un saludo militar dio media vuelta y se marchó.
—Pensé que le habías dicho —reclamó Natalia, tratando de ocultar su enojo.
—Aidan es muy complicado. Hoy se levantó de un humor. ¡Uff! —se quejó.
—Pensé que como le gustaba el surf le encantaría esta idea.
—Él es extraño —comentó Celeste, dándose cuenta de que Natalia comenzaba todas sus conversaciones con «Pensé...»—. Es impredecible, nunca se sabe con qué cosa extraña saldrá.
—¡Idem! ¿Tus padres te dieron permiso para quedarte esta noche?
—¡Sí, claro! Pero pensé que tu hermano compartiría más con nosotras.
—Lo hará, no te preocupes —le tranquilizó Dafne.
A Natalia no le quedó más remedio que acercarse a ellas y comenzar a desenredar las luces que colocarían en el arbolito que Aidan e Ibrahim armarían.
Andrés había salido con Elizabeth a comprar algunos adornos que colocarían en la cocina. Aidan se sentó en uno de los bancos de la cocina a tomar un poco de jugo, entreteniéndose con la sección de deporte del periódico.
Ibrahim llegó. Después de saludar a las chicas se dirigió a la cocina.
—La invitación fue para compartir o porque necesitabas huir de Natalia. —Quiso saber con una sonrisa de mofa.
—Si no hubieras llegado estaría sentado en medio de ellas, con cara de idiota, dejándolas trenzar mi cabello. —Se estremeció—. ¡Necesitaba la compañía de un hombre!
—Sí, noté un poco raro lo de los suéteres. ¡Y yo que estuve a punto de venirme en guardacamisa!
Subiendo la vista del periódico, Aidan lo detalló: franela mostaza, pantalón deportivo negro de media pierna y zapatos casuales.
—Por lo menos tu camisa no es negra.
—No puedes quejarte de mi ropa, la tuya no es muy fresca.
—¿De qué hablas? —le preguntó soltando el periódico—. ¡No te das cuenta de que casi ando en pijama!
Ambos rieron.
—¿Y cuál es el plan?
—La verdad es que no pienso volver a la sala con esas chicas locas. Así que les tocará esperar por el árbol. Vamos afuera, terminemos de colocar las guirnaldas, de esa manera se verán obligadas a salir a decorarlas y tendremos la sala desocupada.
—¿No sé por qué tengo la impresión de que estamos huyendo de ellas?
—¡Qué ocurrencias tienes! —exclamó con gesto de extrañeza, sonriendo con ironía. Ibrahim comprendió lo que estaba pasando, él no quería estar con ellas—. ¡Vamos Sidus! El deber llama.
Dobló el periódico, saliendo con su amigo de la cocina.
Saskia había planificado todo su día: en la mañana asearía el apartamento y luego se marcharía a casa de Itzel. Aquella salida le hacía mucha ilusión. Desde que había dejado su amistad con Irina no había vuelto a poner un pie en un centro comercial.
Extrañaba su amplio círculo de conocidos, aunque ahora contaba con verdaderos amigos. Lo único que necesitaba para que su dicha fuera completa era un poco de comprensión de su mamá.
Se recogió el cabello en un chongo, tomando la escoba para barrer, cuando Soledad apareció en la pequeña sala. Su madre iba arreglada, de seguro tendría una reunión a la que no podía faltar, y por primera vez en su vida se alegró de estar sola, pues así no tendría que darle explicaciones de lo que haría en la tarde.
—¿Aún no te has vestido?
—¿Íbamos a salir?
—Eres una estúpida, Saskia. ¿Cómo te puedes olvidar de nuestra cita en el spa?
—Lo siento, no sabía que teníamos que ir al spa. Pero deme unos minutos y estoy lista.
—¡No, quédate! La verdad es que siento vergüenza de salir contigo.
Sus duras palabras hicieron que Saskia quedara en un solo bloque. ¿Cómo podía ser tan cruel? Aquellas palabras no podían ser de una madre. Las madres aman a sus hijos, no se avergüenzan de ellos. Eso lo sabía muy bien.
No solo se le hizo dificulto moverse, sino también articular palabra. Sentía que todo estaba siendo destrozado.
—¿Acaso pretendes quedarte allí parada como una estatua? Ponte a hacer algo productivo, que mucho me esfuerzo para darte todo lo que tienes.
—¿Todo lo que tengo? Bien lo regalaría por un poco de aceptación.
—¡Muchacha ingrata! —le gritó, golpeándola.
Tomándose la mejilla ardiente con ambas manos, sin evitar que las lágrimas fluyeran de sus ojos, miró compungida a su madre, intentando descubrir alguna señal de arrepentimiento. No entendía porque le había golpeado, mucho menos podía comprender el odio le mostraba.
Lo había intentado todo, incluso sobresalir en la Fraternitatem Solem. Su Donum era uno de los más fuertes y de los más útiles, la Hermandad lo había reconocido, pero al parecer no era suficiente. ¿Por qué su madre era incapaz de conformarse y ser feliz con ella?
Salió corriendo a su habitación, entretanto Soledad le gritaba que volviera. Se encerró en su cuarto. No pensaba salir de allí.
Su madre comenzó a golpear la puerta, amenazándola con darle una terrible paliza si no abría enseguida. Saskia supo inmediatamente que si no huía su madre sería capaz de matarla, por lo que sacó su bolso deportivo, metiendo en él la ropa que más usaba, una toalla y algunos artículos básicos de primera necesidad.
Conocía muy bien las reglas de la Fraternitatem, su Prima estaba en el deber de prestarle apoyo si decidía alejarla de su madre, pero ese era un juicio que no quería enfrentar, debido a que podían ordenarle volver a su casa y eso sería desbastador. Por los momentos, su única preocupación era dejar la casa materna, pero ¿a dónde iría? ¿Cómo saldría de la casa?
Buscando en su cuarto algo que le permitiera escapar, dio con la ventana. Quitó las carpetas y papeles que tenía en el escritorio, así como la computadora, que terminó ocupando la cama. Bajó la ventana, se asomó, notando que el alféizar era lo suficientemente amplio como para apoyar las puntas de sus pies. Más allá de este había una caída de quince metros, tan alta como para perder la vida.
Con la vista evaluó el camino que el alféizar le ofrecía, dándose cuenta de que a unos dos metros de la ventana estaba la canaleta de agua, y un metro más allá la escalera de emergencia. No lo pensó mucho, se dio media vuelta, sacando los pies por la ventana.
Haciendo un esfuerzo con sus brazos, se aferró al marco para descender, dejando el bolso a un lado, sobre la mesa. Cuando sus zapatos casuales dieron con el alféizar, se despegó un poco, sacó el bolso con cuidado aunque lo más rápido posible, pues Soledad acababa de dejar de golpear la puerta prometiéndole que entraría a como diera lugar, y eso solo significaba que la tumbaría.
Miró a su izquierda. La canaleta estaba muy lejos para deslizarse solo aferrada a la ventana. En la mitad del camino descubrió la estructura de un macetero abandonado a la deriva, extendió su mano para hacerse con él, comprobando que era mucho más frágil de lo que había imaginado, pero era muy tarde para regresar. Lo tomó, casi llorando, no quería caer. Con la mano derecha se ayudó, colocando el bolso en su espalda, luego se agarró a la estructura con ambas manos, apretando los glúteos y pegando el abdomen a la pared.
Respiró profundo, soltó la mano izquierda, estirándola lo más que pudo hasta la canaleta. Cuando la hubo agarrado, movió sus piernas hasta la misma, sin soltarse. La estructura del macetero temblaba entre su mano. Necesitaba despegarse de allí lo antes posible. Con el brazo izquierdo pudo hacerse con la canaleta, la cual tenía el espacio suficiente para introducir por ella su delgada mano.
Una vez cerca de ella, soltó la estructura, justo para verla caer. Pasó un pie al otro lado de la canaleta, su respiración estaba entrecortada. Aquello le parecía una locura, más no regresaría.
—¿Qué haces? —le gritó Soledad, saliendo a través de la ventana—. ¡Vuelve!
Se le había acabado. Sin pensarlo mucho, se lanzó hacia la escalera, quedando sostenida solo por su estómago. Los pies guindaban del lado afuera, y las manos, adentro. Se afincó, tomando impulso para caer en la escalera.
Estaba empapada de sudor, los mechones de cabello que se habían desprendido en el camino, se encontraban adheridos a su rostro. Respiró profundo. Aquel no era lugar para descansar.
Se puso en pie y bajó las escaleras de tres en tres, saliendo antes que su madre del edificio.
Se echó a correr por las calles de Costa Azul, sin imaginar cuán cerca había estado de morir.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top