Gonzalo Vuelve al Colegio
A Aidan le pareció extraño no ver a Maia durante el primer bloque de clases. Comenzó a preocuparse, conocía de antemano que la misma se había preparado para el examen de Matemática, esa prueba que el resto de los Primogénitos no pasaron. Incluso, la escuchó resolviendo los problemas verbalmente, habilidad que admiraba.
Como pudo, sacó su celular en la aburrida clase del profesor Suárez, cruzando los dedos para no ser descubierto. Le envió un mensaje a todos los miembros de la Hermandad, los cuales pronto respondieron negativamente: ninguno la había visto. Itzel se comprometió a mandarle un mensaje a Gonzalo para preguntar, pero la respuesta no llegaba, y la espera se le estaba haciendo eterna a Aidan.
Desde su puesto, Natalia le observaba mirar por debajo de su escritorio, para luego correr la vista del reloj que estaba sobre la pizarra a la puerta, volviendo al profesor, simular que escribía cuando sus verdes ojos estaban sobre el escritorio. Algo le estaba preocupando y ella estaba muy lejos para preguntarle.
De repente, la puerta se abrió, Aidan se irguió en señal de alerta. Los mechones de su rubio cabello cayeron presurosamente en su frente, cubriendo sus angustiados ojos. A través de la puerta apareció un joven, que Natalia calculó no tendría más de veintiún años, aunque parecía un poco mayor en apariencia, gracias a la delgada barba que bordeaba su varonil mentón.
El joven era de contextura atlética, tenía un rostro amigable, pero no inspiraba confianza, por lo que su rostro se dirigió rápidamente hacia Aidan, que seguía expectante ante la presencia del joven.
—Buen día, profesor —le saludó—. Disculpe que le interrumpa, ¿podemos pasar?
—Primero que nada no le conozco. En segundo lugar...
—En verdad lo sentimos, profesor —le interrumpió la coordinadora—, no fue nuestra intención molestar su clase.
—No, mi profe, no es molestia. —Las murmuraciones por lo bajo no se hicieron esperar, y Aidan hubiese participado de las mismas de no ser porque se encontraba inquieto por la llegada de Gonzalo al salón—. ¿En qué le puedo ayudar? —preguntó echándole una mirada matadora a los estudiantes.
—Este joven acompañará por un tiempo a nuestra estudiante Maia Santamaría, la cual por asuntos de salud, no puede mover sus muñecas.
Aidan le dirigió una mirada a Gonzalo. Su rostro se mostraba serio, pero no había rastro de angustia en él. Se preguntó cómo podía mantenerse tan seguro entre tantos desconocidos. Por un momento, sus miradas se cruzaron, sintiendo una sutil sonrisa por parte de este. ¿Eso significaba que debía tranquilizarse o que algo realmente serio había pasado?
La conversación entre los profesores no duró más que unos segundos. Con la aprobación del docente, Gonzalo se acercó a la puerta, abriéndola lo suficiente como para que la profesora saliera y Maia pudiese entrar.
En cuanto la joven cruzó el umbral, Aidan pudo observar las dos férulas que la joven llevaba. Su impresión fue tal que estuvo a punto de ponerse de pie para interrogar a Gonzalo. Este la tomó por los hombros y con delicadeza la llevó hasta su puesto. Apartó la silla para que la joven pudiera sentarse. Sus brazos estaban caídos, pegados al torso, ni siquiera era capaz de moverlos un poco para caminar.
—Ciega y ahora manca —comentó uno de los compañeros.
Maia cerró sus ojos ante la humillación. Aidan iba a responder, pero Gonzalo fue más rápido. Sus ojos se convirtieron en fuego, pero no eran las llamaradas usuales que su prima solía mostrar cuando enfrentaba a los non deserabilias, su mirada torva lanzó una clara amenaza a los presentes: él respondería cualquier provocación con la velocidad del rayo.
Y esta sola mirada dirigida a todos fue suficiente para que más de uno se recogiera en sus puestos, intentando parecer distraídos. La impresión de todos fue tal, que por primera vez, el profesor no le llamó la atención a nadie. En cuanto Gonzalo tomó asiento al lado de su Amina, el docente carraspeó y volvió al tema.
Cinco minutos después el timbre sonó.
—¡Tiene un cabello espectacular! ¡Y unos increíbles ojos azules! —exclamó Dafne, describiendo los rasgos físicos de Natalia—. ¡Se imaginan lo bello que sería mi sobrinito!
Itzel y Saskia se miraron. Una cosa era tener que soportar las alabanzas de Dafne hacia Natalia, otra muy distinta era imaginarse un futuro que solo Aidan podía decidir.
—Me imagino —le respondió Saskia, más por educación que por interés.
Dafne no la escuchó. Inmediatamente, salió corriendo detrás de su nueva amiga, quien acababa de aparecer por los pasillos. De alguna forma, el hecho de que se alejara les dio tranquilidad. Siempre habían admirado la fortaleza y seguridad que emanaba de Dafne, pero de repente, se había vuelto una persona inflexible, amargada, decidida a dictar el destino de todos, defectos que le justificaban pues no había sido elegida para obtener el Donum.
—Su vida no debe ser nada fácil.
—De seguro que no. Aunque tiene la familia perfecta.
—Bueno, eso sí —aseguró Itzel—. Los Aigner pueden darse el lujo de afirmar que son muy unidos, un ejemplo a seguir.
—Por cierto, ¿qué ocurrirá si Aidan llega a andar con Natalia?
—Tendremos que ocultarnos de ella, y listo.
Saskia la miró confundida, ¿cómo ocultarían la verdad por tanto tiempo?
Iban a entrar en la cafetería para pedir sus desayunos cuando se toparon con los chicos. Ibrahim estaba concentrado en un examen de Química que le habían entregado, no podía creer que había sacado diecinueve puntos cuando había jurado que tenía un veinte, a pesar de terminarlo en la mitad de tiempo.
—Siempre te he dicho que revises antes de entregar —le recordó Itzel.
—Lo hice, solo que. —Subió la mirada para ver a Aidan aparecer en la cafetería con Gonzalo, el cual llevaba por los hombros a Maia—. ¿Qué rayos...? —balbuceó, bajando la hoja.
Sus palabras llamaron la atención de todos. Dominick dio un paso adelante, mientras Itzel se llevaba una mano a los labios. Maia vestía un vestido primaveral blanco con detalles en menta y negro, corea y sandalias de cuero blanco, el cabello recogido en una coleta, parecía más niña de lo que realmente era, pero no fue su atuendo lo que les llamó la atención, sino las férulas que llevaba en ambas manos. Gonzalo tenía terciado en su cuerpo el bolso turquesa de su prima.
—Nos detenemos —le indicó Gonzalo. Maia se paró sonriendo con malicia.
—Me siento como una pequeña.
— Agradece que no puedas ver como te vistió mi tía. Solo te falta la lonchera.
—¿En serio?
—¡Estás preciosa! —le aseguró Aidan al oído—. ¿Qué hay chicos?
—¿Están aquí? —preguntó Maia.
—¡Todos! —le respondió Dominick—. ¿Qué te pasó?
—Es mejor que nos sentemos —propuso Gonzalo—. Esto de andar en trencito es medio extraño hasta para mí.
Ibrahim sonrió. Las chicas plantearon cambiarse de mesa, abriendo espacio para sentarse en la mesa bajo el árbol de mango en donde Maia y Dominick habían comido la primera vez. Ya no había presencia de frutas, ni flores, por lo que la mesa estaba limpia.
Gonzalo fue detrás de ellas, sentando a Maia de espaldas a todo el colegio, así no tendría que preocuparse por las miradas curiosas de los compañeros cuando tuviera que darle de comer, luego acompañó a los muchachos a comprar el desayuno.
—¿Te duele mucho? —quiso saber Itzel.
—Esta mañana si, casi no podía ni moverme, pero ya estoy mucho mejor, bueno por lo menos no he tenido molestias.
—¿Qué fue lo que te pasó? —preguntó Saskia, imaginando que Maia había tropezado y caído sobre sus manos, aun cuando no había rastros de hematomas en el resto de su cuerpo.
—Mejor esperamos a los chicos —le atajó Itzel, viendo que Maia abría los labios para hablar.
No tuvieron que esperar mucho. Gonzalo se sentó al lado de su prima. La chica dejó reposar sus manos sobre la mesa, mientras abría la boca bajo las indicaciones de su primo.
Para ninguno de los que estaban sentados en esa mesa fue indiferente el trato que este le daba a la joven; parecía su hija. Era imposible entender tanta devoción y respeto, era una relación demasiado inusual y extraordinaria para ellos, incluso un tanto incómoda para Aidan y Dominick, quienes de vez en cuando se echaban algunas miradas.
—¿Qué pasó? ¿Se cayó? —insistió Saskia.
—No lo sabemos. Esta mañana simplemente despertó así. He estado toda la hora dándole vuelta al asunto y pienso que pudo ser por culpa del Primado.
Maia dejó de comer, volviendo ligeramente su rostro para darle a entender que lo había escuchado.
—¿Del Primado? —le cuestionó Dominick, un tanto intrigado, en especial, porque era la primera vez que escuchaba a un miembro de Ignis Fatuus llamar Primado a su Prima, con irreverencia en el tono de voz.
—Ayer fueron a visitarnos.
—Gonzalo —se quejó Maia, interrumpiéndolo.
—Sí, es una teoría pero en alguna parte debo tener la razón, allí debe de estar la explicación más lógica de tu malestar. Bien, el hecho es que ayer nos visitó nuestro Prima, no solo para darnos el diario de Ackley, sino también para recordarnos la obediencia que le debemos, ¡como si eso fuera fácil de olvidar! —Maia bajó el rostro—. El líder del Prima retó a Amina, bien... —Levantó las manos antes de que cualquiera se atreviera a interrumpirlo—. Le recordó hasta el cansancio que era invidente e incapaz de realizar un trabajo eficiente para nuestro Clan.
—¿Cómo se le ocurre? —exclamó Dominick, golpeando la mesa con su puño—. El Primado está abusando de nosotros. ¡Si creen que le vamos a obedecer ciegamente, están equivocados!
—Intente arrebatarle el Sello —resumió Maia.
Dominick palideció, Saskia estuvo a punto de ahogarse, pues estaba tomando jugo cuando la escuchó. Ibrahim se acomodó los lentes, entretanto Aidan e Itzel se mostraron dudosos y asombrados. ¿Acaso aquello era posible?
—¿Podemos hacer eso? —le preguntó Ibrahim, golpeando la espalda de Saskia.
—No sé si podemos hacerlo. La verdad es que ni siquiera pensé en lo que hacía, solo deseé que no tuviera el sello e intenté borrarlo de su frente.
—¡Y créanme! Las alas, literalmente, se despegaron de su frente, llenas de fuego. ¡Fue un espectáculo escalofriante!
—Sabes que a la larga eso solo traerá más complicaciones —comentó Aidan.
—Lo sé. Mi Clan es temido, y si esa información llega a manos del resto de la Fraternitatem, entonces se reiniciará la cacería de brujas. Y es lo menos que quiero. Lo único que he deseado desde que sus sellos se revelaron es volver a la Fraternitatem, necesitaba llamarlos hermanos y sentarme con ustedes donde sea sin temor a ser descubierta o perseguida por mi Prima. Ni alejarme de ustedes por mis padres.
—¿Crees que realmente eso causó lo de tus muñecas?
—Quizá, Itzel... Esta tarde el doctor le dirá a mis padres. La verdad es que el esfuerzo, el empleo de mi energía fue mayor al que usé cuando enfrente a la Imperatrix —confesó.
—Eso solo explica una cosa —aseguró Dominick—. ¡Eres realmente peligrosa cuando te enojas!
—Jamás les haría daño.
—Lo sabemos —le afirmó Ibrahim—. Lo que me aterra de todo esto es que nuestros Primados terminen convirtiéndose en nuestros enemigos. Eso sería muy lamentable.
—Sea lo que sea, no debemos fiarnos de ellos —concluyó Aidan—. Por lo menos, no hasta que no tengamos claro cuál es nuestro rol dentro de la Fraternitatem. —Pasó su mano por el hombro de Maia atrayéndola hacia él brevemente.
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