El Final de Amina

La rutina semanal comenzó sin inconvenientes. Ibrahim salió del baño con su pantalón de vestir caqui recogido hasta la rodilla y detrás de él venía Dominick, con un pantalón de mezclilla al mismo estilo que su compañero.

—No sé porque siento que esto puede ser denunciado como bullying.

—Deja de quejarte tanto. Itzel y Saskia tuvieron que pasar por esto también. ¡Soporta el chalequeo como un hombre y si no puedes, me dices y los electrocuto!

—Eres consciente de que no debemos hablar con este acento.

—¡Je! —Esbozó una sonrisa, para luego ponerse realmente serio—. No me pidas más de lo que estoy dando.

Ibrahim no hizo ningún comentario partiendo al recreo en donde se encontraría con Aidan y los demás. Entretanto, Dominick se dirigió a la biblioteca para apartar el salón de tutoría. Se sentía un poco incómodo con la ropa que llevaba pero debía terminar de cumplir la meta: sobrevivir hasta las doce del mediodía.

A su lado se detuvo una joven. Le miró de abajo arriba: llevaba alpargatas, una falda de joropo corta, blusa blanca por los hombros y el cabello recogido en un moño de lado. Sonrió al darse cuenta de que era su contraparte femenina.

—Por lo visto, no soy el único que está siendo castigado.

—No sé porque piensas que esto es un castigo —le contestó con cierta picardía. Él observó su rostro, recordando a la joven que había tropezado en el pasillo—. Si lo fuera no estuvieses hablándome.

—¡Buen punto! Dominick —le dijo tendiéndole la mano.

—Adribel —le respondió—. ¡Oye! ¿Acaso eres el chico que está causando sensación con las clases de Física?

—Quizás. ¿Por qué lo preguntas? ¿Te han comentado algo?

—Solo que es muy bueno, y que está muy bueno también. Así que, por descarte, tienes que ser tú.

—¡Guao! Veo que no te avergüenzas de decir lo que piensas —comentó sorprendido.

—¿Por qué habría de hacerlo? Total, serías un tonto si no te has dado cuenta de tus atributos físicos. —Se detuvo para tomar los libros que la chica le ofrecía luego de que esta le dirigiera una insinuante mirada a Dominick, lo que hizo que Adribel sonriera con malicia, agradeciéndole por traerle sus libros—. Por ejemplo, esa chica te ha mirado, y tú has apretado tus puños para mostrar lo sexy que se ve tu cuerpo.

—Por lo visto eres muy perspicaz —le confesó—. ¿Qué más has notado, Adribel?

—Que estás chanceando conmigo, pero... Tengo que ser clara contigo Dominick, cualquiera que sea tu apellido: no soy como las cabezas huecas que andan alrededor tuyo. Puedo chancear contigo, puedo inclusive desnudarte con la mirada, pero jamás te tomaré en serio.

—¿Ah no? ¿Y se puede saber por qué?

—Porque soy muy parecida a ti, con la diferencia que no me gasto el físico atrayente de las demás, pero estoy bien parada. Así que, espero sigas teniendo todo el éxito del mundo con tus clases de Física.

—Pensé que te unirías a ellas.

—No las necesito. Al menos que convenzas a los profesores de ponerme una nota superior a los veinte puntos.

—Creo que no podré cumplir tal promesa.

—Entonces, estaremos obligados a encontrarnos en el camino Dominick...

—¡Díaz! —le interrumpió—. Mi apellido es Díaz, ¿Adribel...?

—Urbina. Adribel Urbina— tomó los libros que había dejado reposando en el mostrador, le sonrió, marchándose.

Una extraña idea cruzó la mente de Dominick. ¿Acaso la chica le estaba retando para que la conquistara? Acomodó su morral en el hombro, recibiendo la confirmación de que le apartarían el salón y salió de la biblioteca con una deslumbrante sonrisa de triunfo. En el juego de seducción, él siempre salía vencedor.

Sin motivos para enfadarse, Aidan dobló su bata de dormir guardandola en el baúl que Ackley le había facilitado. Se estiró el jubón donde se combinaban los colores beige, el rojo y el negro sobre su gregüescos. Se arregló el cabello de lado, tomando la goma para sujetarlo lo más cercano a la nuca y se colocó el sombrero de fieltro. Observó por un momento el ropón pensando si debía colocarlo o no.

Un par de golpes secos pero suaves se dejaron caer en la puerta, Aidan miró por encima de su hombro dándole permiso a quien llamaba de entrar.

El aroma a lavanda fresca llegó hasta él, haciéndole  detener su movimiento. Evengeline estaba allí.

—¿Puedo ver su Sello? —le dijo una suave voz femenina.

Él se volteó observándola en su vestido naranja, dorado y marrón. Tuvo que intuirlo, si Ackley lo hizo, ella no se quedaría atrás.

Tendió su mano derecha, sorprendiéndose cuando Evengeline la tomó entre las suyas. Sintió en su mano el sello dorado de la joven, luego el suyo comenzó a aparecer como la chispa de un yesquero que va quemando una mecha, en este caso era su piel, un fuego que no le causaba dolor.

La espiral dorada de Ardere fue completándose, entretanto la expresión de sorpresa y admiración se iba esbozando en el rostro de Evengeline, quien en un par de ocasiones subió sus marrones ojos para posarlos en los suyos.

Cuando el último rayo se completó, Aidan sonrió a medias. No podía sentirse orgulloso de su sello, pero siendo sincero, tampoco tenía idea de cómo debía sentirse respecto a él.

—¿No le hace feliz?

—Yo no nací para llevar el sello.

—Sé que le correspondía a su hermana, pero el Donum nos escoge, nosotros no lo escogemos a él. —Posó su mirada en sus verdes ojos—. Ha querido que usted dea su más importante portador. —Aidan la miró extrañado—. Tiene un poder increíble. Tan maravilloso que ni siquiera podrá gozar de todo su fuerza. Estoy contenta porque tendré un descendiente que será capaz de proteger a su Clan.

—Sabes bien que los traicionaría por ella.

—Lo sé. Pero también sé que ella nunca lo permitirá.

—¿Cómo puedes estar tan segura?

—Porque su corazón pertenece a la Fraternitatem Solem, y eso excede todo amor humano.

—No creo en tu infalibilidad —le respondió cerrando su baúl.

—Hermano Ardere —le llamó—, si insiste en que lo ame, ella lo hará y sacrificará hasta la vida de los suyos por usted. ¿Qué le dará a cambio? ¿Qué le dará cuando ya no tenga nada? Es un precio muy elevado el que tendrá que pagar. Sinceramente, no creo que pueda hacerlo.

—No puedes hablar de ella como si la conocieras, ni puedes escudriñar mi alma como si fuera tan fácil revelarse. No soy como el resto de los Ardere, antes sacrificaría todo, mucho antes de que ella tenga que darse por mí.

—¡Escuche! —Le apretó la mano, encajando las uñas en su piel, la cual comenzó a teñirse de rojo—. No dejes que su sello se fusione con el tuyo, no dejes que Ignis Fatuus se apodere de tu corazón. Desastres vendrán por causa de ustedes. La oscuridad se ceñirá sobre la humanidad.

—¡Psss! —Sonrió sacando su mano de entre las de ellas—. Creo que es mejor que te enfoques en tu destino y en tu maravillosa Aldea. Yo tengo muy claro lo que deseo y debo hacer.

—¡Bien! —Aidan tomó su baúl dirigiéndose a la puerta—. De cierta forma le envidio, Hermano Ardere. —Aidan se detuvo—. A pesar de todo el peligro que se cierne alrededor de ustedes, ambos sienten un amor puro por el otro. Solo espero que este no sea la causa de sus muertes.

Aidan no quiso escuchar más. Salió. Afuera le espera un carro de posta que el padre de Evengeline había hecho llamar.

Sin ayuda, montó su equipaje en la parte de atrás subiendo al lado del mismo. El hombre dio la voz al caballo y el carruaje comenzó a circular. Aidan observó a Evengeline salir corriendo hasta el sitio donde había estado el carruaje. Se veía tan triste, tan preocupada. Sin embargo, mientras ella le había hablado, él no pudo evitar pensar que la profecía que le había comunicado no tenía nada que ver con él, sino con ella y Ackley.

Leticia asistió a la primera hora a la habitación de Amina para ayudarla a vestir con la complicada ropa que Gema le había conseguido. La joven no entendía el motivo de llevar tanta tela encima, ni siquiera podía concentrarse a causa de la amplia falda. Tuvieron que recurrir a la ayuda de Gonzalo para poderla sacar de la habitación.

—Ahora entiendo porque las puertas antiguas eran tan amplias —comentó riendo—. ¡Oooooh! ¡El muñeco de torta ha llegado! —exclamó al ver a su hermano arreglándose el frac.

—Por lo visto los unicornios te atacaron anoche.

—Algo así. Procuraré que la próxima vez puedas verlos, quizá te animes un poco.

—¡No, gracias! —le respondió con una sonrisa amarga.

—¿Irás a recogernos en la tarde Gonzalo o vendrá usted, tía?

—Iré yo, cielito. Gonzalo debe terminar su informe y llevarlo hoy al Auditorium si no desea ver al señor Arrieta pisando nuestra casa otra vez.

—Ya lo tengo listo, así que solo mi persona se verá asqueada con las orejas velludas de ese ser.

—No sabes lo feliz que me hace saber que conservas tu sentido de humor —respondió Ignacio.

—¡Qué sería de mí si no!

Despidiéndose de Gonzalo, se trasladaron al colegio. Leticia e Ignacio tuvieron que ingeniárselas para que Amina pudiera subir y bajar del auto. Su madre dejó que Ignacio llevara la maleta que contenía la ropa que se colocaría al finalizar las clases, así no tendría que sufrir nuevamente para abordar el carro.

Era inútil usar el bastón vistiendo una falda tan amplia. Tuvo que sujetar la falda con fuerza mientras que Ignacio la ayudaba a subir. Todos se apartaban, admirando la tela de rosas sobre fondo champagne, de mangas y cinto rojo, su cabello perfectamente recogido con discretos tirabuzones. Ignacio volvió atrás su mirada, observando que su tía se había marchado.

Dominick salió en ese momento del colegio, corriendo a ayudarles. Tomó el maletín de Amina y las maletas que Ignacio le tendió de mala gana, mientras que él se encargaba de su prima y de ayudarla a entrar al colegio.

—No debí ponerme el armador.

—¡Te ves hermosa! —comentó Dominick, recibiendo una sonrisa y un apretón de la mano enguantada de su amiga.

Ignacio no pudo evitar que las comisuras de sus labios se elevaran en un gesto de declarada superioridad. ¿Qué era lo que estaba tramando Dominick? Fuera lo que fuera no le iba a durar mucho.

Aidan no tardó en aparecer. Iba con colores mucho más formales y el cabello recogido en una cola, tal como se lo había arreglado para salir de la Aldea de Ardere. Sonrió al verla, ella parecía una muñeca de la era victoriana. Se veía tan frágil, menuda y perfecta en aquel vestido que no evitó sonrojarse, entretanto la seriedad se esbozaba en los rostros de Dominick e Ignacio.

My Lady —le saludó, haciendo una inclinación.

—¡Qué ridículo! —exclamó Dominick—. ¿Sabes que no puede...? —No se atrevió a completar la frase, y tampoco era necesario, pues Maia había extendido su mano para que Aidan le tomara.

Este tomó su mano derecha, colocándola sobre su brazo izquierdo. Ignacio le dio el bolso de su prima a Aidan antes de que se fuera, y le arrancó el morral con la ropa de la chica a Dominick.

—Me sorprende que seas tan gentil en dejarla ir con un Ardere.

—No sé cuál es tu trauma. A fin de cuentas fue un Aurum quién nos atacó.

—¿En serio? —le gritó mientras el chico intentaba marcharse—. ¿Lo aceptas así tan sencillamente?

—¡Hey! —le dijo caminando hasta tenerlo tan de cerca que no era necesario levantar la voz—. No apoyó a ese tipo pero es lo que ella quiere. Es mi Primogénita y mi prima así que cuenta conmigo.

—Pensé que también querías estar con ella.

—Sí, quiero estar con ella, pero ella no lo desea. ¿Qué quieres que haga: que la obligue? Me odiaría por eso, lo sabes.

—Él la va a lastimar.

—Ese es el problema Aurum, cualquier sujeto que no sea de Ignis Fatuus terminará lastimándola, pero ella no es una niña. Además, no sé cuál es tu berrinche, tú lo has ayudado, así que deja de portarte como un becerro. —Se alejó.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top