El Castigo por Amar
Aidan no se sentía completamente dichoso, tampoco iba a dejarse derrotar con tanta facilidad. De alguna manera aquel defecto que Rafael solía llamar "virtud de su nieto", el ser tan "anti-parabólico", el vivir la vida como sea que hay que vivirla, no le permitía deprimirse, pero cada acontecimiento iba teniendo su impacto en él.
Esa noche durmió pensando en Amina y despertó sentado en la parte trasera de un carruaje rumbo a la aldea de Ignis Fatuus. Definitivamente, terminaría volviéndose loco. Los cambios de ambiente, el llevar dos vidas, no era lo suyo.
Podía ignorar lo que ocurría en el pasado, aún cuando la situación que estaba viviendo le estaba ocasionando un enorme desgaste emocional.
Intentó no pensar mucho en lo que diría Ackley al verle llegar, en especial porque solo duró una noche en la aldea de Ardere. En ese instante, debía pensar en lo que le diría, en un pretexto lo suficientemente bueno cómo para que le permitiera quedarse a la espera de Itzel, sin embargo, su mente estaba en otra persona, en la heredera del sello.
El carro de posta pasó frente a la calzada de tierra negra que llevaba hasta la entrada de la Aldea de los Hijos del Phoenix. Aidan dio las gracias al chófer, tomando su baúl para desplazarse hasta el corazón de Ignis Fatuus. Tuvo la sensación de haber llegado mucho más rápido de lo que hubiera deseado.
Todo seguía igual: los vendedores rematando las frutas, los niños corriendo de una acera a otra, las jóvenes y sus nodrizas frente a escaparates de telas.
Pensó que pasaría desapercibido, pero no fue así, más de uno se volteó a verle con curiosidad. Recordaban al extraño amigo de Ackley, lo que no entendían era el motivo por el cual había regresado tan pronto. Lo peor que le podía pasar a Aidan no era ser el centro de murmuración de un grupo de personas a las cuales desconocía por completo y que, probablemente, en un par de noches, pasarían al olvido como si fuera una gripa, borrándose de su memoria, sino el no poder continuar con su simple vida de adolescente.
Al primer conocido que encontró fue a Ian. Negando su muy mala suerte con una sonrisa irónica, caminó al encuentro del joven.
—¿Qué haces aquí?
—He vuelto.
—No esperamos tu retorno hasta dentro de dos días.
—Sí, pero mi asunto fue solucionado deprisa. ¿It... Mary no ha vuelto?
—La tratas con mucha familiaridad.
—¡Es mi amiga!
—¡Imposible! En ninguna sociedad civilizada las mujeres se relacionan amistosamente con los hombres.
—Probablemente, tu civilización tenga que aprender de la mía.
Ian no respondió, hecho que Aidan aprovechó para continuar su camino. Ya había perdido mucho tiempo con él.
Ackley estaba abriendo la verja de su casa cuando se encontró con Aidan. No pudo disimular su sorpresa al darse cuenta de que había vuelto tan pronto. Tampoco le preguntó el motivo de su regreso, dio un par de zancadas para ayudarle con el pesado baúl.
Entraron a la casa, acomodándolo de nuevo en la habitación que le asignó a su llegada. Ethel salió a recibirle con los brazos abiertos, llevándolo a la cocina para darle algunas masas y un poco de leche, así recuperaría las fuerzas.
El joven Primogénito se sentó frente a él. Su presencia no fue molesta, eso sin contar que tenía tanta hambre que poco le importó que le observaran engullir el alimento.
Ackley sonrió.
—¿Te han descubierto?
Su pregunta hizo que Aidan se detuviera. Tomó un poco de leche, ganando tiempo para pensar lo qué le respondería. Se limpió con la servilleta de tela, le miró fijamente.
—Solo tuvo una revelación.
—¿Y eso ha sido todo?
—Ella es muy extraña. —Ackley sonrió, lo sabía muy bien—. La verdad es que no me sentía a gusto a su lado.
—Se puede saber lo qué te dijo.
—Algo sobre la destrucción de un Clan. ¡Qué se yo!
Pero antes que terminara de darle una explicación, Ackley saltó a su lado, tapando su boca.
—Es mejor que salgamos. Madre puede oírte, entonces tendré que dar muchas explicaciones.
Dubitativo, Aidan le acompañó. Probablemente iba a terminar siendo degollado en las afueras de la ciudad, aunque si eso significaba no volver más a un sitio en donde se sentía fuera de lugar, ¡qué encantado enfrentaría a la muerte!
De cierta manera fue tranquilizador para él que Ackley se comportara con naturalidad mientras se dirigían a las afueras de la Aldea. Aidan volvió su mirada más de cinco veces para cerciorarse de que nadie les siguiera. No quería lastimar a Ackley pero, pensándolo bien, ¿qué probabilidades tenía de que su muerte en el pasado le devolvieran definitivamente al futuro? ¿Y si llegaba a morir en ambos sitios, dónde quedaría su cuerpo? No entendía nada sobre viajes en el tiempo y mucho menos los que ocurrían a través del sueño, motivo por el que no debía ser tan descuidado.
Salieron por una callejuela, al fondo se observaba una colina de fresca hierba. Tuvo el instinto de correr hacia la cima y bajar rodando por la misma, mas tuvo que contenerse, aquel momento era para mantener la seriedad y no para lucir como niño.
—En cuanto regrese a casa tengo que lanzarme del malecón —se dijo, pensando en su próxima aventura suicida—. Pero debo esperar a que Ibrahim recupere la vista. Volverme loco sin que él me vea no es gracioso —se animó.
La colina estaba deshabitada. Ackley le llevó hasta la sombra de un frondoso olmo. El árbol era muy llamativo, de una belleza imponente. Ackley caminó hasta el tronco, echándose debajo de él, Aidan le acompañó contemplando la Aldea de los Ignis Fatuus a sus pies.
Desde allí se podía otear a las personas como si fueran pequeñas hormigas. Esa era la rutina diaria del Primogénito de Ignis. Hasta ese momento, aquella colina había pasado totalmente desapercibida para Aidan.
—Este árbol ha custodiado nuestra Aldea desde hace muchísimos siglos, siempre a la espera de que la Fraternitatem se estableciera en este reino. Me gusta creer que siempre nos ha protegido.
—De alguna manera lo ha hecho. ¡Desde aquí se puede ver absolutamente todo!
—Sin embargo, existen cosas que no pueden ser reveladas a simple vista. Situaciones que están tan ocultas en nuestras almas que es complicado mostrarlas al mundo. —Ackley hizo un silencio, Aidan no estaba comprendiendo, aun así no le interrumpió—. Mas, los secretos no se pueden esconder por siempre y ese es el poder de tu Clan. El corazón de Ardere puede sacar a la superficie los más profundos secretos de tu alma.
—Es una descripción muy hermosa de mi Clan. ¿Cuál es la de Ignis Fatuus?
—¿No existe Ignis Fatuus en tu Fraternitatem?
—Sí, los hay.
—¿Y cómo son?
—Reservados, fieles, valientes. —Se cruzó de brazos recostándose en el tronco—. A veces son incompresibles, difícilmente se puede saber lo que quieren, lo que piensan, pero tienen un corazón lleno de esperanzas e inocencia. Son muy unidos, no hay Clan tan unido como ese. —Ackley sonrió—. Perseverantes y algo tercos... ¡muy tercos!
—¿Y su corazón?
—Su corazón —suspiró—. Su corazón es la ingenuidad y la osadía en sí mismas, es el poder incontrolable y abrasador del fuego. Es luz y calor.
—Has dado una descripción perfecta de mi Clan, hermano Ardere. Cuando te marchaste pensé que entre los dos, tú corrías el mayor riesgo de ser descubierto.
—Me da igual el que me hayan descubierto, tampoco tengo una devoción a mi Sello. Nunca le deseé, ni siquiera fue importante para mí cuando apareció. Cuando se ignora algo es imposible preocuparte por ello.
—Algo me dice que ese no fue el motivo por el cual regresastes a mi Aldea.
—Ardere, Ardere, en la profundidad de tu corazón se esconde las llamas del río que destruirán toda una nación. No podrás acabar con tu vida ni siquiera viendo morir a quien da vida a tu corazón. Tonto, tonto Ardere.
—¿Qué significa?
—No lo sé.
—¿Estás enamorado de alguna Primogénita? —Aidan palideció al escucharle, era imposible que sus sentimientos fueran tan obvios—. Ese puede ser uno de los motivos por el cual lo dijo. ¿O tienes instintos asesinos?
—No soy de Aurum —comentó automáticamente.
Ackley sonrió con complicidad.
—Eso es cierto. —Se puso serio—. Pero nunca sabremos qué nos puede ocurrir en el futuro.
—Ahora que tocas el tema, ¿por qué está prohibido las relaciones entre Primogénitos?
—Se teme que exista un guerrero superior capaz de aniquilarlos a todos y hacerse con los Munera. Es un mito con el cual han estigmatizado a Ignis Fatuus.
—¿Es que acaso ustedes son enamoradizos?
—No. No solemos entregar nuestro corazón tan fácilmente. El primer hombre escogido por el Solem reunía en sí todos los Munera. Su carga se volvió tan pesada que decidió compartirla con seis de sus hermanos. Así nacieron los siete Clanes. Para los primeros Primogénitos no fue fácil acostumbrarse a la nueva vida, les llevó siglos entender el significado de la merced que se les había hecho, pero en el transcurso de la historia se dieron cuenta de que no eran tan poderosos, ni invencibles.
—¿Dijiste siete Clanes? ¿Qué pasó con el séptimo?
—Preguntaste el porqué las relaciones entre los Primogénitos están prohibidas— Aidan afirmó—. El séptimo Clan, Mane, se unió al Clan Phoenix y su sello desapareció para siempre. Sin un Primogénito a quien dejarle la herencia, el Clan terminó por sucumbir.
—¿El Clan Phoenix? ¿Hablas de ustedes?
—Sí. Cuando Abasi, el Primogénito de Mane se unió con Tauret, Primogénita de Phoenix, su Clan desapareció. El era hijo único, así había permanecido su familia por décadas. No hubo transferencia de Donum, y su descendencia pasó a ser una más con el Phoenix.
—¿Y su Sello?
—Desapareció. Todos pensaron que por ser el hombre su Sello prevalecería, pero la verdad es que terminó siendo más fuerte el Sello de Tauret. Ese es el motivo por el cual la Fraternitatem Solem comenzó a llamarnos el «Fuego Fatuo», pues bajo nuestro Sello se oculta el del séptimo Clan, como un espectro.
—Un espanto, un espíritu maligno.
—Sí. —Sonrió con dolor—. Así es como nos ven, como espíritus malignos que podemos arrebatarles sus dones. Ellos aprendieron a resentir contra mi Clan, pero también a ser cuidadosos entre sí. Ese es uno de los motivos por los cuales no se nos permite relacionarnos, ni siquiera frecuentarnos, hermano Ardere.
—¿Y qué castigo tiene el que rompe la regla, hermano Ignis?
—Existen dos tipos de castigo —confesó, mientras Aidan recogía sus piernas para posar su barbilla en una de sus rodillas—. La Fraternitatem destierra al Primogénito, abandonándole a su suerte en un ambiente desolado.
—Le entrega a la muerte —le miró preocupado.
—No le deja morir. Es importante que el sello se transmita, así que algunas personas de su Clan son escogidas para vivir con el infractor. En cuanto olvide el amor prohibido, podrá volver al seno de la Fraternitatem.
—¿Y el otro castigo?
—Es la muerte, y es el Prima quien lo impone.
Aidan no dijo nada. La amenaza del Prima de Ignis Fatuus era verdadera: existía un objeto tan poderoso como para arrebatarles el Donum, una piedra que salió de la combinación de los siete primeros Primogénitos a través de un eclipse total de sol con el objetivo de castigar y despojar del sello al transgresor, sembrando en él la fría muerte.
Si el Donum era arrancado del Primogénito, este era desterrado de su Aldea para siempre; si no tenía familiares, se le quitaba el Donum para luego obligarlo a engendrar un nuevo ser, que al llegar a los siete años heredaba el Sello.
Cualquiera que fuera el caso, a Amina, Gonzalo e Ignacio les esperaba una dura prueba: tanto si insistían en enfrentarse al Prima, o como si Aidan se empecinaba en estar con Maia.
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