El Agradecimiento de Ardere

Luis Enrique caminaba de un lado al otro. Los cuerpos de los Primogénitos y de los guardianes permanecían en el mismo estado. Pronto serían las tres de la madrugada y ninguno había vuelto. 

Desconocía las consecuencias de aquella experiencia, pues era la primera vez que se encontraba en aquella situación.

Un temblor retumbó las paredes de la casa, los cuadros se movieron, la lámpara araña de la sala tintineó. Salió corriendo a la calle, pero solo él parecía sentir el temblor. Todo estaba sereno y silencioso.

Regresó a la sala estar pero ya los cuerpos no estaban. Algo muy turbio estaba ocurriendo.

La discusión de Evengeline y Aidan llegaba a su final cuando un destello de luz se abrió paso en la oscuridad del firmamento. Ackley apareció llevando a Maia en sus brazos. Esta yacía dormida, en su mano estaba el sello de Ardere, fue lo primero que Aidan observó en cuanto aparecieron. Corrió hacia ella, pero Ackley se echó hacia atrás.

—Es peligroso que nos toques —le dijo—. Ninguno de nosotros puede acercarse.

—¿Cómo está? —le suplicó Aidan.

—Está bien, no debes preocuparte. —Caminó hasta Gonzalo—. Solo los miembros de Ignis Fatuus pueden acercarse a nosotros.

—¿Y qué ocurriría en caso de que no acatemos tus órdenes? —le preguntó Dominick.

—En ese caso todos moriremos. —Se volvió a Gonzalo y a Ignacio—. Hasta que los Sellos no desaparezcan no puede tener contacto con nadie más.

—¿Y qué hay de la piedra? —preguntó Saskia, sin perder el objetivo de su visita.

—¿Acaso crees que la han ganado? —respondió Louis—. Tu Primogénita no pasó la prueba.

—Dale la piedra —exigió Ackley—. Ha pasado una prueba que ninguno de nosotros puede superar. Se han ganado la piedra y debes dársela, o es que tu palabra no tiene valor.

El odio de Louis superó los límites que sentía. Con un gesto desafiante autorizó a Evengeline a entregarla.

—No necesitamos toda la piedra —le dijo Itzel a Aidan—. Solo una parte bastará.

—Sí, ¿dinos como la partiremos sin que se fracture? Porque aquí nadie tiene mirada láser o algo por el estilo —quiso saber Dominick.

—Aidan lo hará —le respondió Ignacio—. Puede manipular la materia. No le será complicado quitar un pedazo y dejarle el resto a ellos.

—Te la entrego. —Ackley depositó el cuerpo de Maia en los brazos de Gonzalo.

Evengeline se quitó la cadena, dándole la piedra ovalada a Aidan. Este la tomó en sus manos sin saber muy bien qué hacer con ella. La miró fijamente, luego volvió su vista hacia Amina, que yacía dormida en los brazos de Gonzalo. Cerró sus ojos y se concentró en ella, pues solo ella le importaba.

La roca se fracturó. El intenso azul de su interior se transformó en un rojo vivo, mientras que trozos de piedra quedaban en las manos del Primogénito de Ardere. El óvalo se convirtió en un corazón que aún pendía de la cadena. 

Aidan había logrado avanzar con su Donum, pudo manipular el cristal de la roca, dándole una forma más noble. Le pidió a Saskia que tomara los pedazos que contenían el líquido azul, y una vez que la chica los retiró todos de su mano, caminó hasta Evengeline y le regresó el dije.

—Espero que algún día aprendas a amar —le deseó, volviendo con los suyos—. Itzel.

El llamado hizo que todos se colocaran en fila, tomados de la mano. 

Antes de partir Ackley le llamó.

—Fue un placer conocerte, Aidan de Las Indias.

—Gracias por salvarla —le respondió.

Después de despedirse de Aidan, Ackley caminó hasta donde se encontraba Gonzalo y le dio un beso en la frente a Maia. 

—Cuidadla, pues tiene un corazón muy noble.

Gonzalo e Ignacio asintieron. La mirada de Ackley pasó de ellos a Aidan, y este también le confirmó que eso era lo que haría.

Con Itzel y Aidan a los extremos, y ante la vista de la Fraternitatem de la baja Edad Media, desaparecieron, dejando el bosque tan solitario como había estado antes de su llegada.

En la sala de la casa de Luis Enrique, un resplandor se abrió paso como una puerta. A través de ella, uno a uno fueron pasando: Itzel, Ibrahim, Dominick, Saskia, Gonzalo, Ignacio y finalmente Aidan. Maia seguía dormida en los brazos de Gonzalo, con su antiguo vestido.

Luis Enrique corrió a su encuentro, confundido y atemorizado, pues en el mueble solo había quedado su espada.

—¿Cómo están? —preguntó al ver a Maia.

—Bien, no tienes que preocuparte —le respondió Itzel—. Dime qué debemos hacer con esta piedra.

Saskia le mostró los fragmentos de la Cor Luna. Sus ojos brillaron de emoción.

—Debes llevarla a los médicos. De su interior extraerán un suero que la salvará.

—¿Aidan?

—Mi misión ha terminado —respondió a Itzel.

—Entonces, yo me encargaré —contestó la chica.

—¿Irás a tu casa? —preguntó Ibrahim a su amigo colocándole una mano en el hombro.

—Sí.

—Te acompaño.

Ambos salieron de la casa, después de que Aidan le dirigiera una compungida mirada a Amina. Ibrahim conocía el momento de dolor y traición que estaba experimentando su amigo, pues una vez más le había exigido, indirectamente, un sacrificio a la persona que más amaba. Y no se podía perdonar.

Detrás de ellos salieron Gonzalo e Ignacio. Como pudieron entraron al auto. Ignacio se concentró en manejar, aunque estaba cansado. La experiencia fue agotadora y esperaba no volver a vivirla, aunque no dejaba de sentirse agraciado pues pudo conocer al verdadero Ackley.

Dominick se encargó de llegar a Itzel y a Saskia al hospital. 

Itzel le hizo entrega al doctor Montero de la piedra, dándole las indicaciones que Aidan le había dejado. Susana le había esperado, así que una vez que su hija estuvo de vuelta, se fue con ella a casa. 

Saskia le comunicó a Andrés que Aidan había vuelto a casa.

Ninguno dio explicaciones de lo que había pasado y de todo lo que atravesaron para encontrar la piedra que salvaría la vida de Natalia, a fin de cuentas nadie les creería.

En cuanto el sol despuntó, el suero fue colocado a Natalia, quien comenzó a reaccionar positivamente al tratamiento. 

El teléfono de la casa de los Aigner repicó trayendo buenas noticias. Aidan bajaba las escaleras, con las manos dentro del pantalón deportivo, un tanto aturdido, sin embargo conservó su forma de bajar acompasadamente cada escalón.

Escuchó a su padre despedir la llamada, topándose con él en parte baja de las escaleras.

—¡Bendición! —saludó.

—Dios te bendiga, campeón. —Andrés lo atrajo hacia él y le besó la frente.

—¿Cómo sigue Natalia?

—Tu madre acaba de llamar para informar que se está recuperando. Tu hermana no cabe de la felicidad.

—Me imagino —respondió sin ánimo, dirigiéndose a la cocina cabizbajo. En cuanto su mirada subió se encontró con su Prima.

Carmen Durán, María Portillo y Alexander Di Santos se encontraban en la mesa del comedor, esperándole con una sonrisa en sus rostros. Se volvió hacia su padre, pero este colocó una mano en su espalda dándole un ligero empujón para que terminara de entrar en el recinto.

—¿Mamá sabe de esto?

—Mamá no sabe nada —respondió con complicidad.

Siendo obediente, Aidan se sentó ante aquellos rostros conocidos y desconocidos a la vez. A muchos de ellos les había visto desde que era un niño, pero jamás habían cruzado palabra, así que la situación le pareció un tanto incómoda. 

Extrañamente a su mente acudió uno de esos retratos de tortura de la inquisición que aparecen en los libros de Historia Universal.

—Bien, joven Primogénito —saludó Alexander—. Estamos interesados en conocer la historia que le ha salvado la vida a uno de los nuestros.

—No hay nada que decir —respondió con cierta timidez. No quería ser grosero.

—En el hospital hemos escuchado muchas versiones del ataque —explicó María Portillo—. Mas, antes de confiar o escuchar la descripción de los eventos en labios de otras personas, queremos saberlo de ti.

Aidan narró los hechos desde el mensaje que mostró a su Prima para corroborar la información que les iba a suministrar. Hubo detalles, como el cambio de poder de los Ignis Fatuus que decidió saltarte, aun así narró la parte en que Amina le quitó momentáneamente su Donum de Neutrinidad para salvar su vida, mediante su vórtice, el cual había aprendido a controlar, pero por desgracia la flecha ya había alzado su vuelo hiriendo a Natalia quién lo había seguido hasta allí sin darse cuenta.

El Prima no se extrañó de que Maia pudiera hacer tal cosa, dado a que Arrieta se había encargado de proliferar a los cuatro vientos que la joven había intentado arrancarle su poder.

Saltándose el viaje al pasado, Aidan les explicó que tuvieron que enfrentarse en uno de los bosques de Costa Azul con un grupo de Harusdra de aspecto algo aterrador para poder hacerse con el fragmento de roca que salvaría a Natalia. 

Su Prima no sabía que se trataba de la Cor Luna, tampoco entendía sobre viajeros en el tiempo, ni estaban preparados para escuchar la verdad, que en resumidas cuentas siempre iba a ser la misma: Maia le había salvado su vida, y después salvó la de Natalia.

—Ciertamente, fue mi idea hacer el asalto e ir por la piedra. De alguna manera me sentía culpable por lo que había pasado. Natalia estaba en la playa porque yo no quise escuchar sus argumentos sentimentales, y en ese momento nos emboscaron. La flecha tenía que haberme matado, pero Ignis Fatuus nos devolvió el favor que mi abuelo en su momento hizo, y sin sacrificar una vida más, me hicieron volver a mi estado natural, saliendo del espacio en donde la Neutrinidad me había sumergido. Tristemente, Natalia estaba allí. En su momento deseé haber sido yo y no ella, pero no podía culpar a la Primogénita de Ignis Fatuus por haberme rescatado, entonces decidí que era mi oportunidad de hacer algo por Natalia y con ayuda de un miembro de Lumen dimos con el sitio adecuado. Robamos el fragmento de piedra, y por lo visto Natalia está fuera de peligro... Pero el robo de la piedra no hubiese sido posible si la Primogénita de Ignis Fatuus no hubiera aparecido, y no hubiese acabado con el enemigo, cuyos dones superaban los nuestros.

—Veo que necesitas más entrenamiento —comentó Carmen Durán.

—Estoy empezando a manipular la materia. Creo que puedo avanzar en el entrenamiento.

—Entonces, Ardere le debe tu vida y la de esa chica a Ignis Fatuus —concluyó Andrés, viendo a sus colegas.

—¿Es así? —preguntó María Portillo.

—Es así —respondió pausadamente, mientras movía sus manos entrelazadas sobre la mesa.

—Eso solo quiere decir una cosa: Ardere debe recompensar a Ignis Fatuus y tú serás el vínculo por el cual le retribuiremos el favor.

—¿El vínculo? —cuestionó Aidan, volteando apresuradamente hacia su padre, pues no entendía nada.

—Existe un pacto que se sella entre Clanes —explicó Alexander—. Un pacto que por lo general la Fraternitatem Solem no suele hacer muy a menudo por los riesgos que conlleva.

—¿Riesgos?

—Sí, riesgos, como por ejemplo que un Clan se vuelva esclavo de otro, como ocurrió entre Astrum y Aurum. Por lo que debemos preguntarte cuánto confías en ellos —le cuestionó Alexander sin rodeos.

—Lo suficiente —respondió viendo a su padre— como para confiarles mi vida.

—En ese caso, Ardere desea pedirte, Primogénito —habló María— la autorización para solicitar al padre de la Primogénita de Ignis Fatuus su permiso para llevar a cabo el Absolute Officium, así Ardere tendrá un pacto firme con su Clan hasta que alguno de los dos muera.

—¿En qué consiste ese pacto?

—Verás, campeón, Ardere promete apoyar y proteger a Ignis Fatuus como muestra de agradecimiento por salvar la vida de su Primogénito.

—¿Será solo con la Primogénita?

—Solo con ella —respondió Carmen.

—Entonces, acepto.

Cerrado el acuerdo, Alexander quedó en enviar al día siguiente el comunicado a Israel Santamaría.

El Prima dejó a solas a padre e hijo. Ambos conversaron sobre lo que ha vivido la Hermandad desde que los Munera se manifestaron. 

Andrés le explicó a su hijo en qué consistía el rito para sellar el pacto Absolute Officium, así como el motivo por el cual Ignis Fatuus no lo hizo cuando Rafael murió: para que el ritual se pueda realizar, tanto la víctima como el salvador deben estar presentes. 

El compromiso no era solo del Primogénito sino de todo el Clan con el Primogénito del otro. Él debía besar cada Sello de cada Clan en el cuerpo de la otra persona y luego, aquella concluiría el rito con un beso en la mejilla o uno en los labios.

Aidan no tuvo dudas, sabía que su ritual terminaría con un beso en la mejilla, pues la había alejado para siempre de él.  

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