Destino Fatal
Por suerte para Aidan, Evengeline no pasó más de tres horas en un sueño profundo. Sin embargo, la joven no se presentó a cenar, ni la vio cuando se despidió para ir a su habitación.
Una vez dentro de su alcoba, cerró la puerta con llave, mas por hábito que por privacidad. Se dirigió al baúl que le había preparado Ethel y Ackley, extrayendo de él la bata con la que dormiría. Se rió, desabrochándose el jubón y deshaciéndose de los gregüescos.
—Si Ibrahim me viera en estos momentos con una bata para dormir se reiría hasta más no poder.
Se colocó el blusón, introduciéndose debajo de las sábanas. Era la primera vez que tenía consciencia de que estaba por irse a dormir en aquella época. Se preguntó si esa noche de sueño le llevaría nuevamente a su hogar o, por el contrario, nada ocurriría.
Y como si hubiera accionado un detonador, a su mente acudió la imagen de la espalda de Amina. No podía dejar de preguntarse qué le había pasado, pues esos moretones no podían provenir de la nada. Confiaba en que la muchacha le contaría lo que había pasado.
Sus pesados párpados terminaron por cerrarse y la oscuridad de la nada le invadió. Estaba muy agotado para pensar más, así que su mente se desconectó del mundo externo, concentrándose solo en su normal funcionamiento. Pero no tardó Mab en hacer de las suyas y pronto Aidan se encontró corriendo por una calle de Costa Azul.
Todo era penumbra a su alrededor, podía asegurar que era imposible para los débiles rayos lunares tocar su piel. No entendía cómo sabía donde estaba, simplemente lo sabía, así como sabía que le estaban persiguiendo.
En su frenética carrera recordó su primer sueño. Miró atrás, pero no halló rastros del ángel de la muerte, ni incentivo para seguir corriendo.
Pronto las densas gotas de sudor comenzaron a correr fluidamente por su espalda y pecho, la franela se adhirió a su piel, sintiendo la fría brisa golpear la humedad de la tela. Su cabello era un manojo de mechones, por completo mojado cual si hubiera caminado bajo la lluvia. Mas en ese lugar no habían nubes negras, ni nubarrones. El oxígeno se le antoja escaso.
Sus pies comenzaban a arderle, ¿tanto había corrido? Por instinto natural necesitaba sobrevivir a aquella experiencia. Frente a él, una joven con ropa muy antigua pasó corriendo. Iba envuelta en una aureola dorada, tan clara que tuvo la impresión de estar frente a una aparición. Se detuvo con el corazón aún más acelerado que de costumbre.
Pudo detallarla: su rostro caucásico y pecoso, sus ojos avellanados, sus cabellos recogidos en dos gruesas crinejas que caían más allá de sus caderas. Llevaba una espada colgando de su mano, la joven miró hacia donde él se encontraba, detrás de su fina espalda femenina y continuó su camino. Sus perfectas cejas describían un rostro enternecedor. Ella tenía miedo, lo pudo sentir, y sin embargo no había ninguna expresión de angustia en su faz.
Aidan se adelantó, deteniéndose justo en el lugar por donde la joven había pasado. Intentó seguir su trayectoria con su mirada, mas la joven desapareció. Se volteó, necesitaba contemplar el lugar de donde había salido. Todo era oscuridad. Cerró sus ojos, sacudió su cabeza y los volvió a abrir justo cuando el gemido de un ave lo alcanzó.
Como fuegos artificiales, el Phoenix de Ignis Fatuus se desvaneció en los cielos. Sobre su cuerpo cayó escarcha dorada, el cielo se abrió y el sello de Ardere se hizo ante sus ojos.
Aquella visión le despertó. Tragó grueso, saltando de la cama para buscar lápiz y papel. Sabía muy bien que aquel sello no era solo de Ardere, también era de Ignis Fatuus, lo que no entendía era el sacrificio que antecedía al nuevo sello. ¿Qué podía significar?
La mañana llegó y para desgracia de Aidan se encontraba en la misma habitación que ocupaba en la casa de Evengeline, vistiendo tan incómodas ropas. Se desprendió de las sábanas, buscando un abrigo para mitigar la baja temperatura de su piel. Salió a la sala, encontrando una casa completamente vacía. En la mesa habían unos panes, carne y un vaso de leche servida.
Se sentó en el banco, abrió la servilleta de algodón cogió el pan. Unos pasos le sorprendieron. Se puso de pie con presteza, descubriendo a Evengeline. Traía puesto un hermoso vestido verde y sus cabellos estaban delicadamente recogidos. Recordando las costumbres antiguas, Aidan hizo una ligera inclinación que fue respondida por la joven.
—¿Cómo sigues?
—¿Como ha pasado la noche? —le respondió, acomodando sus manos una sobre la otra mientras sus brazos se apoyaban en su cintura.
—Ha pasado rápido.
—Como rápida será su estadía en mi Clan.
—No entiendo.
—No puede permanecer mucho más tiempo aquí.
—¿Me estás corriendo? —Ella le miró extrañada—. ¿Me estás echando? —corrigió.
—Le pido que se marche lo antes posible.
—Si te he ofendido, pido perdón, pero no crees que es de mala educación correr a una persona que, además de ser de tu Clan, ha venido de tan lejos para hablar contigo.
—Usted no has venido a hablar conmigo, eso lo sé muy bien. Ni siquiera tiene claro qué hace aquí. Pero no lo echo de mis tierras por sus motivos, lo echó porque la muerte le acecha. Eres una maldición para mi gente.
—¿Qué quieres decir? —le cuestionó con un dejo de ironía.
—Le he visto. No es de este mundo, ha venido de tierras extrañas y tan lejanas que la muerte nos alcanzaría antes de llegar a ellas. —La mirada de Aidan se desorbitó, había sido descubierto.
—Y es por eso que me consideras una amenaza.
—Su corazón está entregado a la desgracia, y es un mal que se contagia. Ama lo que será su perdición, le ama con tanta locura que es capaz de destruir hasta tu propio mundo solo por protegerla.
—¿Mi perdición? Se nota que jamás te has enamorado, pero pronto descubrirás que yo no soy el único perdido en Ardere.
—Eso es lo que temo. Temo que su presencia solo traiga desgracias a la Fraternitatem, Primogénito de Tiempos Futuros.
Aidan se quedó en una sola pieza. Eso si que había sido mucha información para él.
—Es por eso que dijiste aquellas palabras ayer, cuando te desmayaste.
—Usted corría detrás de ella. Su fuego le está consumiendo y terminará matándola para luego acabar con su propia vida.
—¡Jamás le haría daño! —le aseguró cambiando su postura y su tono de voz.
A Evengeline se le antojó más adulto de lo que en realidad era.
—Lo hará... Está escrito en su destino. Será quien le dé la estocada final, y no tendrá otra opción que hacerlo.
Aidan se despertó, tal como lo había hecho de su extraño sueño. Se encontraba en el cuarto de Amina.
Los frágiles rayos solares comenzaban a penetrar suavemente la ventana, bañando el lugar de un cálido calor. Se tomó de los cabellos, apretando con fuerza sus parpados. No podía creer lo que Evengeline le había dicho, en especial porque fue ella y no él quien acabó con Ignis Fatuus.
Volvió su rostro, observando a Amina dormir boca abajo, tan plácidamente que quiso abrazar. Pensó que lo mejor era marcharse sin darle los buenos días, mas su sereno rostro fue una invitación a acercarse. Le amaba tanto, le necesitaba tanto que alejarse de aquella forma solo sería agonía para él. Tomó su delgada mano entre las suyas, y la besó. ¿Cómo podría lastimarla?
Su abuelo le había dicho una vez que alejarse de la persona que le amaba era la forma más cruel de atormentar a alguien, por lo que decidió esperar a que esta abriera sus ojos. Y Amina no tardó en hacerlo. Le sonrió al sentir sus manos entre las de él.
—Pensé que te habías ido.
—No puedo irme sin despedirme apropiadamente de ti.
—¿Ocurre algo? —preguntó sentándose en la cama para estirarse—. Siento tu voz tan triste.
Aidan saltó a su lado, atrayéndola a sus brazos. Amina recostó su rostro en su pecho mientras que él la envolvía en sus brazos.
—¿Prométeme que no dejarás que te haga infeliz?
—¿Cómo podrías hacerme infeliz Aidan?
—¡Oh, Amina! Tengo tanto miedo de herirte. Prefiero morir antes de hacerlo.
—Entonces, me herirás aún más.
—¡Qué dilema, mi pequeño sol! Pues aún no queriendo hacerte sufrir lo hago.
—¿Por qué tenemos que pensar en el sufrimiento cuando nos tenemos el uno a la otra? ¿Por qué hablar de lastimarnos cuando nos queremos, y querernos es procurar la felicidad del otro?
—Tengo miedo de lastimarte y lastimar a tu Clan como pasó en tiempos de Ackley.
—-Aodh —le llamó buscando con sus manos su rostro—, no vivimos en los tiempos de Evengeline y Ackley. Nuestra Fraternitatem es unida, y se mantendrá fuerte. Mis guardianes no permitirán que nada nos dañe, así como ambos seremos lo suficientemente cuidadosos para seguir juntos. Evengeline y Ackley tuvieron la desgracia de estar rodeados de personas envidiosas, y aunque tenemos enemigos, ellos no están dentro de nuestro círculo más cercano. —Besó su frente—. ¡Somos fuertes ahora!
La besó. No sabía si ahora eran fuertes, pero con ella podía sentirse con la fuerza de cien hombres. Por ella podía darle la vuelta al mundo en un día, atravesar el universo completo como un neutrino lo haría. Le apretó aún más, escuchando un leve quejido de la joven.
—¿Te lastimé? ¿Te encuentras bien?
—Sí —asintió.
Aidan sabía que no era cierto, pero su dulce rostro impidió que preguntara por sus moretones, ni por lo que las actividades secretas que estaba desarrollando con sus primos. Besó su frente, y fue a asearse, para luego recoger la cama y dejar la habitación de Amina como la había encontrado antes de su llegada.
Debía llegar a su casa antes de que sus padres o la visita descubrieran que no había pasado la noche en casa. Deseaba compartir un rato más con Amina: si su final era inminente, por lo menos aprovecharía cada momento a su lado.
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