Al Descubierto
Como el día anterior, Aidan esperaba impaciente la llegada de Maia. No pudo evitar observar su reloj un par de veces. Estaba haciéndosele un poco tarde a la chica, lo que empezó a preocuparle.
Sus pensamientos le impulsaron a moverse, probablemente Ignacio le había retenido en contra de su voluntad, así que decidió ir al patio, pero en cuanto cruzó, al final del pasillo de música, la vio venir con su bastón. Se preguntó cómo había soportado todo un día de clases sin estar cerca de ella. Se echó a correr para alcanzarla.
—¡Amina! —murmuró, abrazándola—. Por un momento pensé que algo te había pasado. —Puso sus labios sobre su frente.
—¡Ven! —Tomó su brazo con su mano izquierda—. Llévame al salón de música y te contaré.
Aidan tomó su bastón, pasó su mano sobre sus hombros y caminó con ella hasta el salón de música. Abrió la puerta, dejándole pasar, ella dejó caer con suavidad su bolso, quedándose de pie frente al enorme ventanal del salón.
Escuchó el clip de la puerta al cerrarse. Aidan caminó sigilosamente hasta donde ella estaba, y pasó una de sus manos por encima de sus hombros, atrayéndola hacia sí, y allí, su espalda y su pecho unidos, decidió acercar su mejilla a la de ella para hablarle al oído.
—¿Qué ha pasado, mi pequeño sol?
—Tuve un inconveniente con Ignacio.
—¿Quieres que hable con él?
—No, no vale la pena. Pero dudo que podamos escondernos por mucho más tiempo.
—¿Qué quieres hacer?
—Creo que es mejor que le cuente todo. —Se volteó—. No puedo seguir escondiéndole lo que siento por ti.
—¡Amina! —se quejó.
—¡Es un riesgo que deseo correr!
—No quiero que te lastime. Sabes que no se lo perdonaría.
—No lo hará. Él nunca hará nada para lastimarme. Quizá se moleste, estará un tanto quisquilloso, pero jamás se impondrá o hará algo para herirme. No está en su naturaleza.
—Entonces, confiaré en ti. Tú le conoces mucho mejor que yo.
—Te lo agradezco —le contestó recostando su frente en su pecho.
—¿Te han quitado una de las férulas?
—La muñeca izquierda ha dejado de molestarme. Creo que la próxima vez lo pensaré dos veces antes de aventurarme a arrebatarle el sello al Prima.
—¡Sí! ¡Fue algo demasiado... Guao! ¡Oye, acaban de anexar un piano al salón!
—¿Sabes tocar piano?
—Nop, pero tiene un banco lo suficientemente amplio como para sentarnos. —La llevó hasta allí. Abrió sus piernas para sentarse, así ella se recostaría en su pecho. Pasó sus brazos por encima de los de ella, tomando su mano izquierda con ambas manos. Maia recostó su cabeza en su clavícula, de manera que Aidan pudiera recostar su mentón en sus cabellos—. Al parecer hay una eminencia en el colegio.
—¿No tienes curiosidad por conocer de quién se trata?
—La verdad es que no. Tocó la guitarra, no porque me mate aprender música, sino por distracción.
—Voy a pensar que no te tomas muchas cosas en serio.
—Pues, qué pensarías si te dijera que así era hasta que te conocí. No solía tomarme nada en serio, ni siquiera los fastidiosos libros de literatura que la profe nos manda.
—¡No son malos!
—Eso lo dices porque no tuviste que leerte Peonía.
—¿De qué trata ese libro?
—¡Es una cosa loca! El chamo se enamora de la prima, y como novela al fin, la chama se enamora de él —hizo silencio, se había dado cuenta de la mala elección de libro y tema.
—¿Aidan?
—Lo siento es que...
—Recordaste a Ignacio. Tranquilo, él y yo no compartimos la misma sangre. Además, dudo que lo que siente por mí sea amor, y si lo siente, pues tú sabes bien que no le quiero de esa manera, así que me puedes seguir contando —confesó acurrucándose más en sus brazos.
—Bien. El hecho es que el tipo termina siendo desterrado del país y cuando vuelve se entera que su prima está en el lecho de muerte.
—¡Qué trágico!
—Por eso digo que es una pérdida de tiempo.
—¿A qué edad la leyeron?
—Creo que a los trece, no lo recuerdo.
—Quizá por eso te haya sentado tan mal.
—¿Por qué lo dices?
—Debe ser una verdadera tragedia tener que perder a la persona que se ama. —Aidan no respondió. Él conocía muy bien aquel sentimiento, pero al menos su historia, hasta entonces, seguía siendo feliz—. Podemos leerla juntos en las vacaciones de diciembre —le propuso.
—Está bien, pero tendrás que reunirte diariamente conmigo o de lo contrario no lo soportaré.
—Podemos empezar la semana que viene. Por cierto, ¿en tu familia han conversado sobre la fiesta del Solsticio?
—Mamá hizo alusión a eso. La verdad es que no sé a qué viene tanto alboroto.
—Celebramos la unión de la Fraternitatem. ¡No sabes la ilusión que me hace el saber que estaremos todos juntos!
—Me haría ilusión si nos dejan interactuar.
—¿Crees qué no lo harán?
—Todos los Clanes estarán atentos a lo que sus Primogénitos hagan o no. De cierta forma eso es mucha presión. Mas yo sería feliz si solo pudiera bailar contigo una sola vez.
—Te prometo que reservaré una pieza para ti, aunque deberíamos bailar con todos para no levantar sospechas.
—Es precisamente por eso que no estoy muy motivado. Pero me conformo con una. Una será suficiente para decirte lo mucho que te quiero, lo mucho que te extraño, lo mucho que pienso en ti.
—Aodh, ¡eres tan bello!
—Anoche no dejé de pensar en lo que Ackley escribió en su diario.
—¿Cuál parte?
—En aquella que dice que no necesitaba un eclipse de luna para entregar su corazón.
—Sí, le recuerdo.
—Yo te he entregado también mi corazón, sin necesidad de luna alguna.
—¡Aodh! —Se volteó, colocando su mano sobre su mejilla—. Y tú tienes el mío. Pero todavía no hagamos promesas.
—Amina —susurró.
—Por favor. —Le besó—. Aún no es el momento. Solo espera un poco más.
Aidan le abrazó. Era complicado esperar cuando lo único que deseaba era estar cerca de ella, si de verdad la amaba no iba a forzarla a cumplir sus plazos, sino que la dejaría hacer lo que viera conveniente.
Él también emplearía ese tiempo para buscar algún indicio, algún hecho del que aferrarse y demostrarle a toda la Fraternitatem que los Primogénitos de Clanes diferentes pueden amarse sin consecuencias nefastas para toda la Hermandad.
Ibrahim no tenía buen rostro cuando se topó con Aidan en el pasillo. Había pasado los veinte minutos encerrado en el baño, y por poco no terminó vomitando. Además, las ganas de comer se le habían quitado por completo; el saltarse una merienda le daría una terrible acidez estomacal.
—Espero que mi sacrificio haya valido la pena.
—¿Tan mal te ha ido?
—No sé si te has dado cuenta pero hay idiotas que siguen orinando fuera del bidé. ¡Es frustrante!
—Por lo menos solo fue orine. —Ibrahim lo golpeó. Recién se daba cuenta de que cosas peores pudieron pasar—. ¡Gracias por ser tan buen amigo!
—Veo que no estás tan feliz.
—Estoy feliz, pero no como quisiera.
—¿Qué quieres decir?
—Necesito dar el otro paso con Amina. De verdad quiero que sea mi novia, no deseo seguir así, escondidos como si lo que sentimos es tan malo que no podemos mostrárselo a los demás.
—Bueno, Aidan, teóricamente, para la Fraternitatem lo que ustedes sienten es ¡muy malo! ¡Malísimo! —hizo silencio al darse cuenta de que Ignacio venía hacia ellos.
No tenía rostro de buen amigo. Su rasgada mirada se mostró más feroz que de costumbre. Por un momento, Ibrahim pensó que Aidan le ignoraría, pero en cuanto sintió el bíceps de su amigo tensarse se dio cuenta de que el encuentro no sería nada grato.
—Necesito hablar a solas contigo —le dijo, deteniéndose frente a él.
—Puedes hablar.
—No pienso hacerlo ante él —comentó refiriéndose a Ibrahim—. Lo que tengo que decirte es privado.
—¡Si piensas matarse en un duelo, me pierdo! —contestó Ibrahim, levantando las manos—. Dime, Aidan, ¿qué quieres hacer?
—Hablaré con él —afirmó sin quitar sus verdes ojos de los de Ignacio.
Ibrahim puso su mano en el hombro de su amigo para despedirse. Pudo ver una leve sonrisa dibujada en su rostro, aceptando que debía conformarse con ella.
—¿Quieres hablar aquí?
—Preferiría salir un momento —respondió viendo de reojo a su alrededor—. No confió en este edificio.
—¡Bien! —Aidan dio media vuelta.
Se dirigieron a la entrada del Instituto. Aidan cruzó a la izquierda, alejándose de la puerta lo más que pudo. Ignacio siempre iba detrás de él. Finalmente se detuvieron cerca de las raíces de un árbol de caucho, él único que adornaba la esquina oeste del colegio.
—Dime, ¿de qué quieres hablar?
—De Amina.
—¡Umm! —Aidan sonrió, echándose a caminar de vuelta hacia el colegio.
—¡Espera, Primogénito de Ardere! —Aquel título le detuvo por completo.
Aidan sabía que dentro de la Fraternitatem Solem, tratarse por jerarquías era una señal de respeto, sorprendiéndole el hecho de que Ignacio, cuya sola presencia le hacía sentir como hormiga, le llamara por su título y no se dirigiera a él con algún apelativo para ofenderle. Hasta ese momento le estaba tratando como un superior.
—Te escucho, Guardián de Ignis Fatuus —le respondió, viéndole.
Aidan se dio cuenta de que la actitud de Ignacio cambió por completo; este comprendió que no estaba hablando con un neófito cualquiera.
—No tengo intensiones de hacer de mal tercio entre Amina y tu persona, pero bien sabes que lo que ustedes sienten solo traerá desgracias.
—Quizá sean desgracias para la Hermandad. Ella y yo estamos dispuestos a luchar por nuestros sentimientos.
—¿Con la Hermandad? —Ignacio sonrió con sarcasmo—. Créeme que la Fraternitatem Solem es el menor de sus problemas, de hecho, preocuparse por ella, sería el último de todos.
—¿De qué hablas?
—Antes que nada quiero que sepas que opté por hablar contigo porque mi Primogénita no me escuchará. Amina es muy tozuda, y jamás va a dar su brazo a torcer, mucho menos si sus sentimientos por ti son verdaderos. —El corazón de Aidan comenzó a golpear su pecho con fuerza—. Me imagino que ya te enteraste que dio un paso erróneo con el Prima de nuestro Clan, y desde ese momento se convirtió en su enemiga. Cualquier cosa que haga, por más mínima que esta sea, le harán pagar.
—¿No se supone que para eso están ustedes, para protegerla?
—¡Claro! Esa es nuestra razón de ser, Primogénito de Ardere. Mas no he venido a discutir ese punto contigo, pues eso no es un asunto que te pueda quitar el sueño. Estoy aquí para aclararte lo que pasará con ella si su relación llega a descubrirse.
—¿Qué le pasará? —preguntó intentando guardar la compostura.
Aquello le sonaba a amenaza.
—Si nuestro Prima llega a enterarse de que ustedes están juntos, no solo se la llevarán, y con ella a toda la familia, Gonzalo y mi persona, incluidos. A mis padres y mis tíos les torturarán, encerrándoles de por vida en la Mazmorra, los calabozos subterráneos del Auditorium donde la Fraternitatem se reúne, mientras que a mi hermano, a Amina y a mí, nos sustraen nuestros Munera, dones con los que terminarán por arrancarnos la vida.
—¿Qué quieres decir con «arrancarnos la vida»?
—¿Alguna vez has escuchado hablar sobre la Umbra Solar? —Aidan negó, estaba realmente anonadado por lo que estaba escuchando, intentando descubrir en el rostro de Ignacio alguna señal que le indicara que el joven no solo estaba mintiendo sino que era una especie de estrategia para separarlos, pero no podía encontrar nada, ni un solo resquicio de que todo aquello era falso—. La Umbra es un cuarzo de un amarillo tan oscuro que, a simple vista, parece negra. La Fraternitatem la usa para absorber los dones de los Primogénitos que se han desviado, es un método para protegerse de futuros enemigos. El Donum de Amina está dividido, Gonzalo y yo compartimos su don, así que para tener un Ignis Fatuus puro, el Prima absorberá nuestros dones y nuestra vida con ellos, debido a que no pueden detener el procedimiento hasta que el último hilo de poder desaparezca de nuestros cuerpos, eso implica que, Amina, siendo la más fuerte, resistirá, mientras que Gonzalo y yo sucumbimos a la muerte, pues al no tener un Donum sobrenatural que quitarnos, terminarán por consumir nuestras vidas. Ese será el final de sus guardianes.
—¿Y Amina? —preguntó con temor—. ¿Qué pasará con ella?
—Le permitirán que viva lo suficiente, hasta que le dé vida a otro Primogénito que pueda representar a Ignis Fatuus dentro de la Fraternitatem. —Aidan palideció, al igual que lo estaba Ignacio—. Pero temo que todo eso será lo menos doloroso que tendrá que enfrentar. Conozco muy bien a Amina y sé que lo único que la lastimará hasta la muerte será vivir pensando que por culpa de sus sentimientos, sus padres y sus tíos seguirán sufriendo. Que por su causa, sus primos han muerto.
—¿Eso es lo que quieres que ella piense?
—Eso es lo que ella pensará. Ya debiste darte cuenta de que a Amina no le importa sacrificarse; te lo demostró en la playa, actuó de esa manera porque ninguna vida dependía de ella, solo la propia, su fin era protegerlos y agradecer el sacrificio que tu abuelo había hecho al salvarla, incluso llegó a engañarnos para enfrentarse a la Imperatrix. Pero si los atrapan, ella no podrá proteger a nadie, en especial sabiendo que sus sentimientos le hacen culpable. Aidan, como Custos de Ignis Fatuus te pido, le pido al Primogénito de Ardere que se muestre más consciente de lo que mi Primogénita es con este asunto y tomes una decisión prudente por el bienestar de todos los involucrados.
—¿Me estás pidiendo que me aleje de ella?
—Te pido que hagas lo que creas más conveniente, tomando en cuenta lo que ya conoces de ella. No pienso meterme en su relación, ni ser el obstáculo que impida que se vean, pero debes entender que yo no soy su enemigo, que existen personas mucho más poderosas que sus Custodes y ustedes. Si mi Prima la atrapa, antes de que se haga conmigo, te buscaré y te daré una buena paliza.
—¿Y crees que te temo?
—No, sé que no me temes, pero en ese momento sabrás que el sufrimiento de mi prima ha comenzado y espero que la ames lo suficiente como para sufrir con ella las consecuencias de su amor. Quizá Gonzalo les dé más libertad, él es de los que tienen un unicornio habitando en su cerebro por lo que nunca llegará a ser muy racional. Te prometo que te daré espacio con ella, pero si la pones en riesgo te lo haré saber.
Se aferró al asa de su morral y caminó de retorno al colegio. Aidan le siguió con la mirada. No había entendido muy bien a qué venía esa charla: Ignacio no se metería en su relación, sin embargo, de alguna manera, le estaba obligando a terminar con ella.
Aun cuando no tenía motivos para considerar como falso lo que el joven le había dicho, tampoco lo daría por cierto hasta no descubrir las verdaderas consecuencias de ser atrapados. Sabía que el fin tan trágico de Ignis Fatuus no volvería a repetirse dentro de la Hermandad.
Algo más serio estaba preocupando a Ignacio, y no era el martirio que tendría que transitar: él no quería ver a su hermano y a su Primogénita sufrir, del mismo modo que ellos no soportarían verla en el mismo trance. ¿Estaba dispuesto a interferir en esos lazos, como Evengeline hizo con la vida de Ackley y su Aldea?
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