Adicto a Ti

La conversación con Andrés marcó tanto a Aidan, que en los días sucesivos no dejó de seguir a la joven.

Maia salió sola del colegio, dirigiéndose a una heladería que estaba cerca de las instalaciones académicas. Ignacio le había dejado en la puerta del salón. Este tenía que ir a la biblioteca y, más tarde, se reuniría con ella.

La chica se sentó a comer helado. Aidan le acompañó sentándose, una mesa de por medio. No podía dejar de contemplarla mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Le extrañaba, pero no deseaba enfrentarla. Temía que pudieran hacerse más daño del que se habían hecho. Él debía mantener su palabra de no molestarla, aunque no pudiera permanecer mucho tiempo alejado de ella.

Elias se encargó de recoger a Dominick esa tarde en el colegio. Irían al hospital a visitar a Samuel quien había salido de R.I. No estaban permitidas visitas que excedieran los quince minutos, pero Samuel pidió verle y todo el Prima accedió a aquella reunión.

Para Dominick fue una enorme alegría reencontrarse con uno de los hombres que había comenzado a admirar dentro de la Fraternitatem. No pudo abrazarlo, pues Samuel aún estaba muy delicado, ni siquiera hablaba con la fluidez, pero en sus gesto le demostró a su Primogénito lo contento que estaba de tenerlo entre ellos.

En la habitación no solo estaba Dominick y Elias, Zulimar y Enrique Rodríguez también estaban allí.

Enterado de los pormenores de la intervención de sus salvadores frente a la Coetum y de la posición de los Clanes, el Prima de Aurum no dio muchos preámbulos al planteamiento que le harían a su Primogénito.

—Estamos agradecidos con Ignis Fatuus por lo que ha hecho —dijo Elías—. Conocemos la posición de su Prima, mas esto no le resta méritos a su Primogénita, ni a sus guardianes.

—Lo sé.

—Queremos que se lo agradezcas, Dominick —le comunicó Zulimar.

—Maia no es de las personas que le gusta ser adulada.

—No hablamos de adulación sino de un hecho concreto —le corrigió Enrique—. Dentro de la Fraternitatem se maneja el rito del Absolute Officium. Es un ritual llevado a cabo por un Primogénito, con la autorización de su Prima, con otro Primogénito, en donde un Clan se compromete a proteger al otro.

—¿Alguna vez te has preguntado el motivo por el cual en el pasado Astrum estuvo tan unido a Aurum? —preguntó Elias.

—Siempre he pensado que allí existía una relación sado-masoquista.

—Reconocemos que a nuestro antepasado abusó del compromiso que Andrew había adquirido con él. Legalmente, Astrum había realizado el Absolute Officium con nuestro Clan. Este compromiso es indisoluble, hasta que uno de los Primogénitos fallezca.

—¿Qué tengo que hacer?

Aurum convocará a Maia, y tú deber es llevar a cabo el ritual que consiste en besar cada uno de los Sellos de la Fraternitatem Solem que se revelaran en su cuerpo, empezando con Aurum y terminando con Ignis Fatuus, los Clanes que contraen el compromiso. Se deben besar los demás sellos porque son la garantía de un testimonio válido.

—¿Y si Maia no acepta?

—Es imposible que lo rechace —respondió Zulimar—, en especial porque su Prima no le apoya y necesitan aliados dentro de la Fraternitatem.

Ignacio entró en la heladería. Lo primero que observó fue a Aidan. Sonriendo, se acercó a él, colocó una manos en su hombro. El chico le miró riendo. Ignacio movió su rostro de un lado a otro, al parecer tendría que golpearlo por acosador, pero no era tan tonto como para no darse cuenta de que, de alguna manera, su prima podía presentir que él estaba allí.

Se dirigió a la caja a comprar dos helados. De regreso al puesto en donde estaba Maia, le dijo uno de los helados a Aidan, quien se sorprendió por el detalle. ¿En qué momento Ignacio se había vuelto tan solidario con él?

—Te tardaste más de la cuenta.

—No encontraba el libro. Pero ya estoy aquí. ¿Leemos un poco?

—Sí, aunque sinceramente no deseo que termine.

—Bueno, invéntate una máquina del tiempo y vete a pasar unas vacaciones con él.

—¡Payaso!

—¡Je, je! Cosas mejores me han dicho. —Le quitó el bolso a Maia para sacar el libro—. ¿Has sabido algo de Aidan?

—No —respondió moviendo la cucharilla en el vaso—. Pensé que... —Se detuvo.

—¿Pensaste?

—Pensé que nos diría algo, con respecto a lo que pasó ayer.

—Creo que intenta evitarnos más problemas.

—¡Eso es imposible hasta para él!

—Ciertamente, pero debes reconocer que su papá nos salvó la vida.

—Lo sé. Quizá por eso tuve la esperanza de que diría alguna palabra, pero no fue así. Creo que es lo mejor.

—Aun así te diré lo que percibí. Le vi preocupado por ti.

—¿Por qué le estás defendiendo si le querías lejos de mí?

—Sí, y sabes que tengo mis intereses al respecto, pero las cosas fáciles no me llaman la atención así como tampoco suelo aprovecharme de las oportunidades mal habidas.

—¿Y quién te dijo que tenías una oportunidad conmigo?

—¡Ya empezamos otra vez! —Rio—. No la tengo porque piensas en él y mientras eso sea así, nadie tendrá cabida en tu corazón. Hubiera preferido que fuera la plaga de Dominick, le hubiese dado hasta en la madre. Pero, ese tipo, no sé.

—¿No me digas que eres medio gay?

—No se puede ser medio gay —se mofó—. Pregúntale a Zalo. Siendo sinceros, y ya deja la estupidez —le aclaró—, el tipo es bien. Es de esas personas que deseas odiar pero que terminas diciendo: «No, es demasiado pana para tanta maldad».

—Es más que eso... Pero ¿vinimos aquí a leer o a hablar de Aidan?

—¡Bien, bien! Febrero 05, 1618: El miedo se ha apoderado de mi corazón. No puedo evitar pensar que todo lo que estoy haciendo solo causará más problemas a mi gente, pero es inevitable sentir lo que siento. ¿Acaso soy un hombre irresponsable?

»Veo a Elyo como mi único sucesor, pues no sé lo que el destino me tenga preparado, y es por eso que desde hoy me he afanado en su entrenamiento. ¡Es un jovencito tan inteligente y diestro!

»Aún el invierno no termina por lo que el pobrecillo ha tenido que someterse a las penalidades que Ian y yo le hemos hecho pasar, soportándolo todo por el bien del Clan. Sé que cuando el invierno termine y la primavera comience a traer sus dulces aromas, Elyo estará lo suficientemente aventajado cómo para darle batalla a un chico cinco años mayor que él.

»Nunca había visto tanta agilidad ni talento en niño alguno. ¡Aprendió en una semana a manejar la espada! Lo más sorprendente de todo es que pudo desarmar en tres golpes a Ian. ¿Qué sería capaz de hacer con un Donum?

»Definitivamente, su descendencia será mucho más fuerte que la mía... Las esperanzas de Ignis Fatuus estarán en buenas manos si mis planes no llegan a funcionar. 

—¡Y el tipo no se equivocó! Su descendencia es más fuerte que la de él —agregó Ignacio emocionado.

—¿Sabes? No sé porque tengo el presentimiento de que Ackley sabía que iba a morir.

—Más que un presentimiento era un hecho. Él conocía las leyes de la Fraternitatem, sabía a lo que se enfrentaba, estaba seguro de que moriría.

—Y después dicen que estoy loca.

 —¡No, pero es que lo tuyo no es normal, mujer! —Ambos se rieron.

Las noches se estaban convirtiendo en un suplicio para Aidan, sobretodo aquellas en las que no podía acercarse a la casa Santamaría. Necesitaba estar cerca de Maia, pues cada minuto que pasaba se sentía más lejos de ella.

Esa noche la pasó en su alcoba, caminando de un lado a otro, con su largo camisón. La ventana comenzaba a empañarse con las gotas de la lluvia, y los relámpagos no tardaron en dibujarse en el firmamento. Estaba haciendo un frío colosal.

La bujía de su habitación estaba tan viva que decidió sentarse un rato en el escritorio, tomó la pluma nueva que había reposado sobre la mesa desde que llegó a la Aldea de Ackley, le dio un par de vueltas entre sus dedos, recordando las palabras que Maia le había dicho a Ignacio: «Pensé que nos diría algo, con respecto a lo que pasó ayer... Tuve la esperanza de que diría alguna palabra, pero no fue así»

Él tenía muchas cosas que decir, eran tantos los pensamientos que cruzaban su mente: sus problemas, los obstáculos, sus esperanzas y sus ilusiones, todas resumidas al compromiso de que nunca le iba a olvidar, que no podía dejar de amar, aun cuando físicamente se encontrara al lado de otra persona.

Tomó uno de los pergaminos para comenzar a escribir. Acostumbrarse a la pluma no fue tan fácil, fueron muchas las hojas que tuvo que tirar al piso, pero por suerte, ninguna de las palabras que tenía contenidas en su alma se habían disipado, todas ellas estaban aguardando su turno para ser expresadas.

Las horas pasaron, la lluvia arreció convirtiéndose en granizo. Se volteó para verificar que el vidrio siguiera intacto, y continuó escribiendo hasta que la vela se consumió por completo. No tenía ni la más mínima idea de cómo haría para llevarse la carta al futuro, pero lo haría.

Esa carta, su primera carta, necesitaba ser traducida, pues era solo para la dueña de su corazón. No deseaba a un Ignacio con su sarcasmo, ni a un Gonzalo con su «mamadera de gallo» arruinándole el momento, tampoco quería que se convirtiera en un tema de discusión y análisis como lo era el diario de Ackley, esto era algo tan personal que solo le competía a los dos. 

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