Capítulo 53: Esto no es una despedida
Han pasado dos semanas desde que recibimos la noticia, Lucienne iba a ser convocado con la selección tras su excelente actuación, al parecer el francés tenía un talento natural para nadar, y digo tenía porque nos han anunciado que aunque se recupere, que sería en el mejor de los casos, digamos que hay un porcentaje de un uno por ciento de que eso suceda, jamás podría volver a competir con la gente con la que ha competido.
Fue una dura noticia, lo cierto es que dolía, saber que eras el mejor en algo y que en cuestión de un segundo te lo arrebatan, la mirada del parisino estaba vacía, destrozada y triste, no conseguía que levantara las cejas del suelo.
— Si pegas más la cabeza al suelo te vas a convertir en planta — hice un chiste para aligerar la situación.
— Justo cuando creo que todo puede ir bien, llega la vida y me demuestra que sus cartas, por mucho que tengas una buena mano, siempre van a ser mejores.
— No digas eso, no todo es malo — me atreví a enfrentarlo.
Lucienne escuchó mis palabras, pero las ignoró, como si nada de lo que hubiera dicho tuviera sentido.
Llegamos a una sala en la que todos teníamos asiento, nos sentamos y contemplamos como el rubio de ojos verdes, incansable, se levantaba una y otra vez, para demostrarnos a todos su teoría de que el destino puede escribirlo uno mismo.
De repente Lucienne pidió a Ana, a la enfermera y a su médico que se fueran, para hablar conmigo a solas:
— Llevas dos semanas perdidas de tu tiempo amigo, es hora de que cada uno regrese a su lugar — no alargó los gestos ni las frases .
— ¿Qué puede haber más importante que ayudar a un amigo cuando más lo necesita? —la pregunta había sido sincera, pero el francés ni siquiera se había inmutado.
De repente, el parisino de ojos verdes, me enfrentó y dijo con voz grave y serena:
— ¡He dicho que te vas!— me empujó con el instrumento con el que se sujetaba al suelo y cayó de rodillas, al haber perdido el soporte que le permitía mantenerse de pie.
El silencio era sepulcral, la habitación parecía un acto de teatro, una especie de escena trágica en la que Lucienne era el figurante principal. En el primer intento por levantarse sin éxito, el parisino, no pudo evitar llorar, aunque trataba de esconderlo, fue cuando comprendí, que lo que estaba diciendo le costaba más a él que a mí.
— Tienes que irte de aquí, yo estaré bien— aclaró.
Entonces, con media sonrisa, le miré fijamente y comenté:
— Me quedo, no tienes a nadie que pueda ayudarte, los amigos de verdad en los momentos felices y en los desagradables— le expliqué, aunque sabía que era un cabezota sin remedio, y que estaba más que claro que ya había tomado una decisión.
El francés, hizo otro intento para ponerse de pie, agarrándose con fuerza de las barras que le permitían entrenar para poder caminar, pero con ese nuevo intento, solo consiguió forzar aún más sus límites, precipitándose al frío suelo con una fuerza mucho mayor que la vez anterior. En el preciso instante en la que mi amigo estaba por volver a hacerse daño, un brazo fuerte, musculado y fijo, le hizo de soporte, permitiéndole volver a recobrar el equilibrio, por lo que finalmente, el accidente que estaba a punto de suceder no sucedió, alguien lo evitó con una impresionante agilidad.
Cuando tanto el francés como yo, dirijimos nuestra vista hacia la persona que estaba sosteniendo el cuerpo de Lucienne incluso desafiando a su propia integridad física, nos encontramos con una persona, que jamás en mi vida hubiera imaginado que podría estar aquí, haciendo lo que estaba haciendo. Se trataba del nadador de mirada pétrea, el chico moreno, el tal Aquiles, que, sin que nadie le hubiera dicho nada, estaba sujetando al parisino con todas sus fuerzas.
Los dos estábamos con la boca abierta, yo, directamente, me había quedado en estado de shock.
En el preciso instante en el que el francés recuperó la estabilidad, y pudo agarrarse de nuevo a la barra con total libertad, Aquiles, se atrevió a llamar la atención del francés.
— ¿Podemos hablar?— dijo el culpable de que ahora Lucienne apenas pudiera caminar.
Su voz era tranquila, con un ligero temblor al final, parecía arrepentimiento, pero no estaba seguro de si era sincero o se trataba de otro de sus sucios trucos de farsante.
Cuando esperaba la negativa del rubio de ojos verdes, sucedió todo lo contrario, se dirigió a mí y soltó:
— Douglas, voy a hablar con él, vete de la habitación.
Como era una decisión que él había tomado, le obedecí, salí de la habitación con la tentación de pegar la oreja a la puerta que se había cerrado tras de mí.
LUCIENNE
— ¿Vienes a por más? Ya te saliste con la tuya, ya no voy a competir contigo ni con nadie— le recriminó el francés con una ferocidad y fiereza propias de un león.
— Te equivocas— le interrumpió el chico moreno de altura notablemente superior— . Vas a competir, con esfuerzo y mucho trabajo, pero vas a volver a nadar— el francés se volvió a quedar sin habla tras el comentario de Aquiles.
— ¿A qué vienen tus ánimos?— al francés le vino el delito a la mente mientras hablaba y comentó— . ¿Y cómo has salido de la cárcel?— ésa era la pregunta que realmente le estaba costando descifrar.
— En primer lugar, me han dado la condicional, por lo que puedo salir, aunque luego, lógicamente, tengo que volver a mi celda— le explicó a duras penas.
— Comprendo—el francés estaba atónito, en realidad no estaba entendiendo nada.
— En segundo lugar, me siento culpable— dijo casi en un susurro, apenas audible por mis oídos.
— El gran "Aquiles Abbot", ¿culpable?— esas palabras no estaban en su vocabulario, las debió de aprender en algún lado.
— Sí, culpable— esta vez lo oí, claro y en estéreo, pero quería que lo repitiera— . No te he escuchado muy convencido— hice el gesto de la sordera, pegando la mano a mi oreja.
El chico, miró abajo lastimero, tenía la mirada perdida en la nada.
— No puedo dormir, no puedo sentir nada, desde que ocasioné tu lesión, ya nada ha vuelto a ser igual, nadie quiere hablarme, mi novia no quiere verme, mi familia de acogida no me ha venido a visitar— el francés estaba empezando a empatizar, pero no demasiado.
— Tú te lo has buscado, ¿que quieres? ¿Que te perdone?— en la mente del parisino había un "no" preparado para salir.
— No busco tu perdón, no me lo merezco, pero sí quiero ayudarte, voy a venir día sí, día también, hasta que vuelva a verte otra vez nadar— especificó.
— No necesito que me ayudes, no quiero nada de ti.
— Si no llega a ser por mi ayuda, te estrellas contra el suelo hace unos segundos— aclaró— . De todos modos, me da igual, voy a venir todos los días, y me voy a quedar aquí contigo hasta que decidas que vas a aceptar mi ayuda, quieras o no quieras tú, ya no por el hecho de que me sienta culpable, sino por el hecho de que quiero volver a sentirme una persona de nuevo.
— Puedes venir todos los días que quieras, pero no voy a aceptar tu ayuda, no confío en ti, es más, antes aceptaría la ayuda de cualquier otro preso.
— Me da igual lo que digas, hagas o pienses, no te vas a curar por arte de magia, así que, no tienes mucho donde elegir— sus comentarios eran ciertos, el francés no tenía muchas opciones.
— ¿Por qué eres así?— el parisino trataba de entender la mente de su compañero, pero no podía llegar a imaginar qué era lo que se cocía en su cabeza— . Eres maleducado, grosero, frío, distante y egoísta, pero quieres ayudarme, no te entiendo.
— No confío en las personas, ni en mi familia, ni en mis amigos, y mucho menos en desconocidos—me explicó, dejando ver al fin algo de su interior en las palabras pronunciadas.
— No sé que es lo que te habrá llevado a tomar esa decisión, pero supongo que tendrás tus razones para creerlo— se encogió de hombros el francés.
— Las que me llevaron a tomar la propia decisión fueron las personas, cuando eres un niño de orfanato, al que no quieren adoptar, te das asco hasta a ti mismo, no entiendes nada, te miras en el espejo y no encuentras la respuesta—Aquiles se sentó en una de las sillas que estaban en los alrededores, sujetándola y poniéndola del revés para sentarse, era un taburete gris de patas finas, cuando encontró la posición adecuada, continuó hablando—. Cuando eres un niño gordo, bajito, debilucho, al que le pagan un colegio por medio de la beneficencia, descubres como son realmente las personas— su explicación era dura, pero estaba siendo real, podías ver al verdadero Aquiles, el chico que hay tras todos esos malos modos y esas malas formas.
— ¿Cómo son las personas para ti?— el parisino hizo la pregunta obligada.
— Las personas son crueles, tanto a los que llamas amigos como a los que conoces por primera vez, solo tienes que darles la oportunidad de que muestren sus verdaderas intenciones, el mundo se mueve por dos cosas, Lucienne, y son el interés y las intenciones— hizo el gesto con los dedos y luego añadió— . Cuando eres pequeño e inocente, te golpean, te maltratan, te tratan como a una cosa y no como a una persona, te lavan la piel hasta casi arrancártela para que dejes de ser de color y te dicen que no deberías haber nacido, aprendes a hacerte fuerte, para ganarte el respeto de todos.
— ¿Por eso te hiciste tan fuerte y tan inaccesible?
— Sí, no se puede confiar en nadie, porque cuanto más das, más te cogen el brazo, por eso, y nada más que por eso, decidí convertirme en alguien al que todos temieran, porque si te temen, aunque no tengas amigos, al menos no pueden hacerte más daño— estaba claro, que Aquiles había tenido una infancia terrible.
Lucienne, al ver como las lágrimas en el rostro de un hombre tan grande y tan rudo caían de verdad, no eran falsas, tomó una decisión.
— Te voy a dejar que vengas, pero no te prometo que vaya a querer que me ayudes, no después de lo que me has hecho, porque, aunque entiendo que tuvieras un pasado complicado, eso no justifica que casi me mataras— la mirada del francés era desoladora, que llevaba toda la razón en su argumento.
—Me basta con eso, en cuanto a lo que hice, no espero que me perdones, nadie lo haría, pero ya estoy tratando de solucionarlo, el psicólogo al que estoy yendo, me ha dicho que es un producto desencadenante de la ira, al parecer cuando me enfado, hay una especie de cables en mi mente que se enredan, nublan mi juicio y cometo atrocidades, tan severas y trágicas como lo que te hice a ti—añadió antes de coger su sudadera de la silla y marcharse.
DOUGLAS
Le vi salir, seguía con un rostro dolido, pero yo no me creía nada. De repente, cuando estaba vigilando la salida de Aquiles del hospital, Lucienne apareció por mis espalda, volviendo a darme con el instrumento con el que se estaba sujetando, pero esta vez, me cogió desprevenido, por lo que me sobresalté levemente.
— Sigo pensando lo que te he dicho, Douglas— su rostro era decidido, no iba a cambiar de opinión.
— ¿Y qué pasa si te caes y no tienes a nadie para que te ayude a levantarte, te vas a quedar en el suelo?— tenía claro, que Lucienne era rudo, jamás se había rendido, pero si podía ayudarle para que las cosas fueran más fáciles, ¿por qué tenía que marcharme?
— Aquiles, él ha dicho que va a venir todos los días a ayudarme— ¿QUÉ?
— ¿Aquiles? ¿El chico que casi te mata?— tomé aire para poder formular la siguiente pregunta— . ¿Y vas a dejarle que lo haga?
— Sí— definitivamente, al parisino se le habían perdido las tuercas de los engranajes que organizaban su mente en la conversación privada con Aquiles, o algo por el estilo, porque no podía creer lo que me estaba diciendo.
— Pues yo tampoco me voy a ir— si Aquiles había podido, ¿por qué no iba a funcionarme a mí la táctica?
— He dicho que no, Douglas, tú te vas, ya he llamado a Sol para que te recoja, tienes un concierto al que asistir— me señaló la puerta escondiendo el rostro.
— Pero...— no sabía que decir— . Pero Lucienne— le miraba buscando una señal que me indicara que todo se trataba de una broma, pero no, sus ojos estaban fijos frente a mí, ni una sola mueca se produjo en su cara cuando pronunció aquellas palabras.
Sol apareció en la puerta, tenía su sonrisa habitual y las llaves de nuestra caravana en la mano.
— Vamos, Douglas, nos espera un viaje largo para regresar— Sol parecía ignorar mis constantes quejas.
— Pero Sol, ¿no ves que no puedo dejarlo solo?— le miré buscando su comprensión, pero parecía incluso más decidido que el francés.
— Nos espera festival, Douglas, hay tráfico, vayámonos de una vez por todas— tiró de mi brazo y me forzó a subir a la furgoneta.
Lo último que vi de mi mejor amigo fue su mano a través de la ventana, despidiéndose, ni siquiera asomó el rostro al balcón.
Resignado, dolido y molesto, me limité a apoyar los pies cabreado sobre el compartimento donde guardaba los documentos del coche, pero Sol me los quitó también.
— ¿No lo entiendes, verdad?— me miró Sol arqueando una ceja— . Después de tanto tiempo siendo su amigo y aún no has entendido lo que Lucienne está tratando de decirte— Sol parecía estar más que sorprendido.
— ¿El qué tengo que entender?— no estaba captando el mensaje que el chico rubio trataba de transmitirme.
— Tu mejor amigo, ha sufrido una lesión durísima, desagradable, de larga duración, puede que incluso sea para siempre, ¿crees que él quiere alejarte por lástima?— se calló para que reflexionara su pregunta y luego continuó— . Es todo lo contrario, ahora mismo, tú, eres la persona que más le importa, eres su mejor amigo, y por lo tanto eres la persona que más daño puede hacerle, estando presente en una de sus peores etapas. Además, ¿has olvidado la promesa que te hizo?— Sol sabía un montón de cosas, lo más probable es que a Ana se hubiera ido de la lengua.
— ¿Qué promesa?— intentaba recordar, pero estaba tan estresado que no podía pensar con claridad.
—Te prometió, que pasara lo que pasara, te iba a ayudar a cumplir la promesa que le habías hecho a tu hermana, así que, sería un error por tu parte pensar que no te aprecia, porque estarías equivocado, te tiene en tan alta estima, que prefiere, sacrificar su satisfacción personal, de tenerte a ti a su lado, a que tú pierdas la oportunidad de hacer todos esos descubrimientos que estás haciendo y que no cumplas tu promesa—su argumento me abrió los ojos, no lo había visto de esa forma.
Estaba a punto de reaccionar, cuando Sol detuvo el coche. Al levantar la vista, me encontré con un escenario lleno de gente por los alrededores, que saltaban y gritaban. Se bajó, y abrió mi puerta, diciendo:
— Lo que tienes que hacer es disfrutar, siente la música y déjala salir de tu interior— Sol me agarró la camiseta— . Y que no te vea triste ni un segundo, él no lo querría, y tu hermana tampoco, es más, creo que deberías leer el siguiente punto del cuaderno.
Todo lo que fuera mejorar esta pésima situación me parecía bueno, así que, cogí el cuaderno, fui de nuevo a la página en la que menciona a Sol, y me encontré con otro mensaje de mi hermana:
"A estas alturas, ya sabrás, que la música vive en ti, yo lo sé, tus amigos lo saben, incluso la gente que te conoce de pasada lo sabe, por eso, en este festival, no te pido mucho, solo que seas el hermano divertido que disfrutaba de hacer sonar las teclas de su piano. AHH, y por favor, HABLA CON LA GENTE, conoce a nuevas personas y pásatelo muy bien".
No tenía ganas de discutir, de modo que, fui con Sol a dar saltos y a disfrutar todo lo posible, escuchando la música de los chicos que habían sido contratados para tocar en el concierto. Según el catalán y el gaditano, no eran músicos famosos, eran grupos promesa, que buscaban una oportunidad y las playas españolas siempre estaban dispuestas a acogerlos.
Bailé, traté de sonreír, salté todo lo que pude, en mi mente solo estaba cumplir con mis promesas, tanto a mi hermana como a Lucienne les debía el haber llegado hasta aquí, y no podía defraudarlos.
Hubo un momento en el que las piernas no me permitieron dar más saltos, por lo que decidí sentarme en unas cajas que había por detrás, en uno de los laterales del escenario. Una chica castaña, de ojos azules, se acercó, llevaba una chaqueta al hombro y tenía una medio sonrisa. La chica, me dio un leve toque en el hombro y se sentó a mi lado.
— ¿No te diviertes?— me miró fijamente, con los ojos abiertos, parecía una especie de búho.
— He tenido un mal día, solo es eso— traté de quitarle importancia, incluso con mucho esfuerzo conseguí sonreír débilmente.
— En un concierto no se puede pensar en cosas alternativas, hay que despejar la mente, sino, faltamos al respeto a la música que tanto les cuesta a estos chicos crear.
— ¿La música que tanto les cuesta crear?— era cierto, hasta yo sabía que detrás de un escenario hay un gran trabajo, y más para un evento como éste.
— Claro, estos chicos, tienen un don, que deciden compartir con todos, por eso, cada vez que escucho un concierto, trato de escuchar, mínimo les debemos eso— su explicación era simple, pero estaba consiguiendo que me diera cuenta de cosas que antes no había visto.
— Tienes razón, sentándome aquí no voy a ganar ningún premio— me levanté sonriente.
— Esa es la actitud, ahora ven a bailar— la chica me agarró de la mano y me llevó con un colectivo de chicas que gritaban y pataleaban, parecía que se lo estaban pasando en grande, mejor que todos nosotros juntos, supuse que debían de ser sus amigas.
— ¿Quién es el chico guapo de la camiseta blanca?— dijo una de ellas, una chica rubia, con gafas de pasta y sombrero negro, que no podía dejar de bailar.
— Eso, Laia, ¿de dónde te lo has sacado?— otra chica, vestida un poco más vaquera, se sumó a formular por mi identidad.
— Él es "el chico triste de debajo del escenario"— cogió mi mano y la levantó en el aire, como si hubiera ganado un campeonato de boxeo o algo parecido.
— ¡Vaya nombre raro! — se rieron todas al unísono.
— Mi nombre es Douglas— me rasqué la nuca ante la situación tan extraña que estaba viviendo.
— Tiene nombre de estrella de cine— añadió una chica nueva, que llevaba una botella de algo que no conseguí ver con nitidez en la mano.
— Lucía ya ha empezado su juego— volvió a hablar la chica del sombrero.
— Bebe un poco, Douglas, es la mejor medicina para los días grises, a mí me han quedado tres y ya no gimoteo, estoy feliz de la vida.
Le di un sorbo a la bebida, nada más que el líquido pasó por mi garganta, me abrasó, tanto es así, que sentí a la perfección como mi estómago se daba la vuelta dentro de mí, era un sabor amargo, me sentó como si me hubieran golpeado en la cara repetidas veces encima de un ring.
— Me caes bien, Douglas, ¿bailas?— puso las dos manos sobre mis hombros, yo trataba de mantenerme en pie, después de lo que había bebido, que sinceramente creo que era una mezcla entre matarratas y friegasuelos, porque estaba comenzando incluso a marearme.
Laia apareció de nuevo, apartó las manos de María de mis hombros y soltó:
— Douglas, bonito nombre, mejor que el apodo que te había puesto— estaba ignorando a su compañera por completo, tenía centrada toda su atención en mis ojos— . ¿Te parece si retomamos la conversación anterior? Ahí hay un banco libre— me lo señaló con el dedo.
Yo al mirar en la dirección que me había indicado, no vi nada, porque veía borroso, a duras penas vi una pata flotando en el aire, no sé si era porque estaba alucinando o porque era uno de los efectos que la bebida que había ingerido estaba produciendo en mi cuerpo.
Fuimos al banco, nos sentamos, pero mientras conversábamos, un nuevo grupo salió a escena y la música que embriagaba el ambiente se detuvo por completo. Una especie de comentarista de radio, salió al escenario, cogió el micrófono y comenzó a hablar:
"Señoras y señores, a continuación, un grupo que no necesita presentación, porque su canción está ya en todas las radios, con todos vosotros, con su versión improvisada del conocidísimo grupo de música "Imagine Dragons", Orange Waves".
El presentador mencionó el grupo, y el escenario entero vibró, salió un chico castaño, con ligeros y lisos tirabuzones y se apoderó del centro del escenario, vestía una chaqueta azul, unos pantalones vaqueros rasgados y debajo una camisa roja.
Cuando todos comenzaron a aplaudir, el chico miró al final del estadio, con esos ojos azules, y se dispuso a cantar, pero entonces, la música no sonó. El chico, volvió a intentarlo tras haber ordenado a los organizadores que intentaran arreglarlo, pero no hubo manera.
— ¿Quién es ese chico?— le pregunté a Laia, que ahora se encontraba levantada con las manos hacia arriba y gritando como una fan loca.
— Es Elliot Vinegaard, el chico del grupo Noruego que está sonando en todo el mundo— me miró como si estuviera loco, claro que ella no sabía que toda mi vida había estado encerrado en una cueva.
— Ahora vuelvo— salí corriendo en dirección al escenario, donde estaba el tal Elliot, antes de que cualquiera de los jefes que estaba presenciando el concierto lo anulara.
Algo se apoderó de mí, subí al escenario, y a pesar de que los guardias iban a echarme, hice el gesto de querer ponerme al piano.
Elliot lo vio, me miró fijamente, como queriendo decirme algo, hizo un gesto con la mano y los guardias me soltaron. En un simple gesto me pusieron un piano electrónico delante y me indicó que comenzara a tocar.
Yo, había oído de pasada alguna canción del grupo al que querían imitar, porque las chicas de mi trabajo eran muy fans suyas, así que cuando vi el nombre de la canción en la partitura, ya estaba dispuesto a tocarla, se trataba de "Demons" , una de las más famosas. Los chicos del grupo, mientras yo comenzaba a tocar, me acompañaron, cantando y tocando a la misma vez, no recuerdo mucho de lo sucedido, solo recuerdo que tenía una sensación increíble que recorría todo mi cuerpo, desde los pelos de mi cabeza hasta las puntas de los pies, y que todo el mundo se levantó y ovacionó al grupo al completo.
Unas luces me cegaron, me bajé del escenario, y Elliot vino hacia mí.
— Nunca habíamos cantado con un piano de fondo, en vez de con música preparada, ¿cómo te llamas, tío?— parecía emocionado.
— Me llamo Douglas— me estrechó la mano con fuerza.
— Muchas gracias, Douglas, el mundo de la música es muy complicado, y tú hoy nos has salvado— me dio un abrazo al que no supe reaccionar y se apartó.
— No ha sido nada, para mí ha sido un placer acompañaros con el piano — sonreí feliz, había olvidado todos mis problemas allí arriba, subido en el escenario.
— ¿Por casualidad no te interesaría trabajar con nosotros?— me ofreció unirme al grupo.
— Me encantaría Elliot, pero tengo que rechazar la oferta, estoy en medio de un viaje por una promesa que le hice a mi hermana— le expliqué, denegando el tentador ofrecimiento.
— No voy a aceptar un no, Douglas, cuando termines tu viaje, pásate por aquí— me dio una tarjeta con la dirección de su estudio en Noruega— . Te estaré esperando, tengo que volver a tocar contigo en otro escenario— sonrió.
— Si me veo con fuerzas lo haré, ahora mismo estoy pasando por un mal momento.
— Amigo Douglas— me sujetó por los hombros y me miró fijamente— . La vida está llena de momentos malos, por eso, cuando llegan los buenos, nos tenemos que aferrar a ellos con toda la fuerza posible— dicho esto, me dio un golpecito y añadió— . Te espero, Douglas, todavía no lo sabes, pero sin querer, te acabas de convertir en el nuevo integrante de nuestro grupo y no voy a aceptar un "no" por respuesta.
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