Capítulo 50: 28 horas para la competición

Casa de Carlota, 17:00

Lucienne estaba sentado en la cocina de su novia, tomando un bocadillo de jamón york con atún, preparándose física y nutritivamente para la cantidad de energía que tendría que emplear en nadar. El entrenador del chico le había dicho que el último entrenamiento iba a ser el más duro, por lo que no había fumado un solo cigarrillo en todo el día. 

Por primera vez en mucho tiempo, podemos apreciar una sonrisa en esa cara tan larga, le está sonriendo a la chica de las gafas que tiene delante de él, la abraza, la besa en la cabeza y no para de juguetear con los laterales de la chica, haciéndole cosquillas con sus dedos en el espacio entre las costillas.

Hacía varios días que la verdadera Carlota no aparecía ante sus ojos, se notaba que le había echado de menos, porque aunque la chica no notara la diferencia de días, el francés, que había echado en falta la presencia de la chica tímida de las gafas, no dejaba de abrazarla, como si no se creyera que ella estuviera ahí con él, como si en algún momento pudiera desvanecerse y todo hubiera sido un sueño.

— ¿Quieres otro bocadillo? — dijo Carlota, dejándose querer por su chico, mientras apoyaba la cabeza en la clavícula de su chico.

Se miraron fugazmente, el francés se acercó a sus labios y le dio un beso suave, pero con necesidad en la intención, en un intento de que ella pudiera recordar la pasión de otras ocasiones, aunque sabía perfectamente, que no era capaz de recordar los sentimientos, a pesar de lo mucho que el rubio parisino había tratado de trabajar en ello, el resultado en todos los intentos siempre era el mismo, el fracaso absoluto, no había conseguido que se acordara de él más allá del hecho de que sea consciente de que tienen una relación, y porque pone todos los días fotos con los momentos que viven en las paredes de su cuarto, al lado del cabecero de la cama.

— Sabes que tengo que ir a entrenar — el chico retuvo la palabra que iba a continuación esperando a que ella se la sonsacara.

La castaña le miró fijamente y añadió:

— ¿Falta algo al final, verdad? — arqueó una ceja.

— ¿El qué? — se hizo el loco el francés — . Yo no creo que falte nada en esa frase.

Carlota infló los mofletes como un pez globo y de forma suave pero amenazante, dejó salir de sus labios un chantaje inesperado:

— Hasta que no lo digas, no te dejo levantarte — estaba retando al rubio, que era famoso por aceptar todo tipo de retos y superarlos hasta el extremo de lo imposible.

— ¿Me estás retando? — hizo el intento de ponerse en pie, pero su chica le había bloqueado, estaba colgada de su cintura como un koala.

— No vas a poder, ríndete —   le dio la castaña de gafas una oportunidad.

— No me conoces, soy un nadador, no hay nada que no pueda hacer — sacó la lengua y se levantó, dejando a la chica colgando de su cuello.

Logró avanzar dos baldosas, hasta que del peso, y del esfuerzo, ambos cayeron al suelo, quedando uno enfrente del otro.

— ¿No lo vas a decir? — la chica le hizo un puchero.

El rubio de ojos verdes, acerco su mano derecha a la cara de su novia y retiró algunos cabellos que sobresalían, colocándolos detrás de la oreja de la chica.

— Pero cómo puedo tener la suerte de tenerte — dijo el chico de repente.

— DIILOOOO — empujó con los brazos el pecho del chico.

— Te prometo que no sé que quieres que diga, Carlotita — le sonrío cómplice.

La chica giró sobre sus piernas, obteniendo la ventaja para poder romper las defensas del muchacho y colocarse ahora ella encima de él.

— Dilo o te hago sufrir — le miró inflando la nariz, se le veía cabreada.

El rubio, se quitó a su novia de encima, se levantó, cogió su mochila que estaba apoyada sobre la mesa y dijo:

— Me voy a entrenar — hizo una breve pausa en el medio, para mirar a su novia, que observaba expectante a que su chico dijera la palabra mágica — . Gafitas — eso fue lo único que dijo.

La chica, cansada, se quitó el mantel de cocina, y con una mirada intensa, se dirigió hasta el francés, acorralándolo contra la puerta de madera. Acercó lentamente sus labios a los de él y cuando estaban al filo de chocarse, se detuvo.

— Dilo — dijo al filo de los labios del parisino, que estaba comenzando a sufrir ahí abajo los efectos de que su novia estuviera actuando tan sexual.

— Está bien — se dio por vencido porque se moría por tener sus labios besando los de su chica —  Me voy a entrenar, amor — la chica, al escuchar la palabra, acortó la distancia ente ambos y le dio un beso húmedo, explosivo, agarrando su pelo.

Los actos de su novia, estaban despertando todo el interés del francés, que tenía fuera de su cabeza que en media hora tenía que estar en el entrenamiento, pero la chica, que era conocedora de las intenciones del rubio con solo una mirada, le dio un último beso, corto, rápido, sacó a su chico fuera de la casa, volvió a colocar la bolsa de deporte en el hombro de Lucienne y dijo:

— Te espero para cenar, esta noche nos saltamos la película — la chica le guiñó un ojo y le cerró las puertas en sus narices.

El francés, con un calor abrasador, caminó hasta el recinto de entrenamiento. El pabellón en el que entrenaba Lucienne con su equipo tenía cinco piscinas, tres de entrenamiento intensivo, una de olas, y una última de agua helada y una pequeña sauna, para relajar la musculatura y como precaución anti-lesiones.

En la primera hora, él y trece de sus compañeros, corrían en una cinta de correr preparada para deportistas de élite, tenía diferentes escenarios y condiciones dependiendo del entreno a realizar. Como al día siguiente, los chicos se enfrentaban a una competición muy importante, el entrenador, les hizo correr durante una hora a la máxima intensidad hasta que las piernas les ardieran.

A continuación, les dejó un par de minutos para estirar, antes de comentarles el programa a realizar. Una vez estirados los músculos pertinentes, y con el calor en el cuerpo del pre-entrenamiento, el entrenamiento de verdad, comenzó.

En primer lugar, hubo un salto de cabeza sobre diferentes aros, que se movían debido a unos hidrochorros en diferentes direcciones, este ejercicio, a pesar de parecer simple, era un excelente método para mejorar la precisión y la concentración de los nadadores.

En segundo lugar, nado a mariposa, al francés le encantaba todo lo relacionado con este estilo, a pesar de que en un principio era el ejercicio que más trabajo le costaba llevar a cabo. En este, los chicos acababan muy cansados, pero como la competición a nivel nacional era inminente, el entrenador les hizo nadar estilo braza durante cuarenta minutos, con la intención de que descansaran del ejercicio anterior.

Pasado el tiempo, ensayaron la velocidad de respuesta. Alternaron los tamaños de las piscinas, luego procedieron a llevar un cinturón para la segunda mitad del entreno, que lo que hacía era añadir la dificultad añadida mediante peso impuesto, por lo que además de realizar ejercicios intensos, completos y específicos, estaban mejorando su capacidad en todos los sentidos posibles.

Cuando terminaron, realizaron una pequeña competición, aquí, el entrenamiento se desvío de su cauce, porque pasó a ser personal. Lucienne había conseguido mejorar muchos aspectos de su vida, pero no todos, tenía una especie de enemigo, la única persona de todo su equipo con la que no había conseguido encontrar siquiera un mínimo tema de conversación, la única persona que hasta la fecha, no había dejado de tratarle mal en ni un solo instante, en el equipo lo conocían como "Leónidas", aunque su nombre era Aquiles, Aquiles Abbott Castillo, medio mahorí, medio español, con una altura de 1,90 metros, moreno, de piel oscura, rasgos propios de un aborigen, fuerte hasta decir basta, en definitiva, lleva problemas escrito en cada parte de su cuerpo.

FLASHBACK

Lucienne iba acompañado por el padre de Carlota a su primer día de entreno, cuando al fin alcanzaron el interior del Pabellón Abbott, se chocaron de frente con un montón de chicos en bañador.

El padre de Carlota saludó al entrenador y se marchó. Lo primero que hizo Samuel Álvarez fue presentar al parisino.

  — Chavales— el entrenador dio unas palmas y todo el equipo le rodeó formando un círculo perfecto, parecía algo casi militar— . Este es Lucen, nuestra nueva perla parisina, quiero que sea uno más en el equipo, las presentaciones pertinentes os las dejo a vosotros.

Y en ese preciso instante, la voz de Aquiles apareció, en el medio de la nada, para hacer el comentario más inoportuno e inesperado.

— Poco habrá nadado si viene de París, a no ser, que allí de donde proviene entrenen en el río—Aquiles se puso la toalla a un lado del hombro y se dirigió al francés con una mirada oscura y una sonrisa malvada— . Es un tortillita francesa, míralo, lo mejor será que mire, no tiene sangre de ganador, solo hay que verlo para darse cuenta.

— ¿Tortillita francesa?— no sabía si cabrearse o no, aún no entendía el castellano a la perfección, solo había entendido la parte de "francesa", por lo que le dirigió una mirada al entrenador para que le explicara el concepto.

Todos los compañeros se estaban riendo de él por el comentario, por lo que de antemano se figuró que se estaba riendo de él.

— Se ha metido con tu país, con tu cultura, y si le dejo también se ríe de tu familia— le dijo en inglés al oído.

La situación era graciosa, porque le iba a partir la cara, en todas las cárceles hay un matón que es el que tiene el control de la pandilla, cuando ese cae, caen todos, por lo que el francés, solo tenía que darle al moreno una buena lección. Le daba igual lo alto que fuera, porque había aprendido en la calle, que cuanto más altos son, más ruido hacen al caer.

Antes de que el entrenador pudiera hacer algo, y de que otro de los compañeros se carcajeara por el comentario del chico, Lucienne le hizo una única pregunta, antes de lanzarse a embestirlo para destrozarlo:

— ¿Cuál es tu nombre?— el chico moreno del final, con la toalla, ignoró el comentario, por lo que el rubio de ojos verdes, decidió que él también iba a ponerle un mote, simplemente para ver si así conseguía que reaccionara— . Toallitas, estás sordo— le hizo un gesto con la mano.

El otro chico tensó bruscamente la mandíbula y soltó:

— Soy Aquiles Abbott, y no me caes bien— caminó en su dirección y le sostuvo la mirada— . No me tienes miedo, esto va a ser divertido, cuidado con volver a ponerme un mote— amenazó al rubio de ojos verdes con una media sonrisa.

Acababa de llegar el primer día y ya tenía un enemigo.

FIN

La competición comenzó, pero ninguno de los dos conseguía acabar por delante del otro, hasta que en un choque casual entre los dos nadando codo con codo, surgió el enfrentamiento.

  — Vuelve a tocarme el codo y te arranco las manos— amenazó el mahorí a Lucienne.

El francés se limitó a ignorar su comentario, pero al disponerse a salir de la piscina, el moreno le atacó por la espalda.

— A mí me contestas cuando te hablo, tortillita— empujó con una fuerza descomunal la espalda del francés, haciendo que este cayera al suelo violentamente.

El francés, loco de ira, se levantó del suelo rápidamente y encaró a Aquiles.

— Me da igual como te llames, Aquiles, Leónidas, o Pantalónfido, pero nadie puede tocarme— se giró sobre los talones y le pegó con la mano abierta de lateral en la garganta una tragantada que hizo que le costara respirar.

 Aquiles, sintiendo la humillación del momento, viendo como sus compañeros se asombraban por el golpe que el francés le acababa de propinar, decidió acudir al "Pacto".

— Entrenador, solicto el "Pacto"— todos los compañeros se quedaron boquiabiertos al escuchar lo que había salido de su boca.

Aquiles, con la respiración de nuevo en su sitio, colocó su frente pegada a la del francés y dijo con una sonrisa:

— Tenemos una tradición, cuando no sabemos a quién mandar a una competición, nos basamos en una celebración ancestral mahorí, en la que se decidía quién iba a cazar la comida de toda la tribu en un duelo a muerte—explicó el alocado joven.

— No se matan, gana el que de los dos tire el otro al agua, lucharéis con los fideos de gomaespuma, como hacemos siempre— especificó Samuel.

— Me parece bien— dijo el parisino, quitándose el pellejo de las rodillas que se había arañado antes durante la caída.

  — Te voy a comer— Aquiles no dijo nada más, se limitó a coger un fideo amarillo y a colocarse en el bordillo.

Lucienne imitó a su contrincante y cogió un fideo, pero él cogió el de color verde.

Ambos se colocaron con un pie delante del otro al filo del bordillo de la piscina, los compañeros, le ataron un brazo a la espalda, dejando únicamente el brazo realizador libre, el otro estaba aprisionado por una cuerda.

El entrenador se sentó en su silla y dejó actuar a los muchachos. Octavio fue el que tomó las riendas ahora, haciendo de juez de este pequeño combate.

 — Podéis dar en todos lados, no puedes emplear el otro brazo bajo ningún concepto, no puedes emplear otra cosa que no sea el fideo y gana el que tire al otro al agua— reposó unos segundos para recobrar el aire por hablar tan rápido— . ¿Lo has entendido?— me miró fijamente.

Yo me limité a asentir.

  — Cuando el reloj de Octavio marque que han pasado los tres segundos que te voy a dar de ventaja eres hombre muerto— dijo Aquiles en una amenaza de muerte.

El reloj de Octavio, marcó el tres, Aquiles comenzó a golpearle con su brazo en la sien, una y otra vez, cogiendo al parisino por sorpresa, hasta que comenzó a encontrar realmente complicado ver, pero cuando parecía que la victoria era suya, y que era el francés, el que iba a caer, este giró su fideo y le dio con todas sus fuerzas en el lateral, pegado al pulmón, dos veces en la cara, otro golpe en cada lateral, en las costillas y un último en la cara. Parecía que Abbott iba a caer, pero en un último intento, se tiró encima de Lucienne, aplastándole contra el suelo de al lado del bordillo, impidiéndole realizar cualquier tipo de movimiento.

Se soltó de sus ataduras y comenzó a golpearle en la cara con todas sus fuerzas. Como estaba haciendo trampas, el francés se quitó también las cuerdas, se levantó, quitándoselo de encima, y empezó a pensar que la única manera de que Aquiles le dejara en paz, era empleando las técnicas que le había enseñado Minerva durante una tarde de su viaje.

Así que, el francés esperó a que viniera hacia él con todas sus fuerzas. Abbott, ciego de ira, corrió en su dirección a toda velocidad, con la intención de partirle por la mitad con una última embestida, pero cuando se propuso a hacerlo, el rubio se apartó, encontrando el costado del mahorí al descubierto, golpeó con los puños su lateral, luego, su barbilla, y cuando se estaba echando hacia atrás para mantener el equilibrio, le barrió las piernas y con una mano lo lanzó, haciendo que "Leónidas" se hundiera en el agua pegando con la frente y la barriga de lleno.

El entrenador, le dio todos los puestos importantes a Lucienne, este año él sería el primero en salir, y podía competir en varias competiciones a la vez.

Mientras tanto, sus compañeros de equipo, al ver al león de la manada en "la lona", cogieron a Lucienne en brazos y se lo llevaron en volandas.

  — Esto no termina aquí, francés, nadie me quita lo que es mío por derecho— enunció Aquiles desde el agua, retirando la sangre de su labio con una mirada asesina.

 


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