Estábamos a punto de irnos a casa, cuando el guía se acercó a mí, golpeó mi hombro por detrás con su mano llamando mi atención y dijo mientras rascaba su nuca:
— Perdona, Douglas, pero es que no puedo aguantar más — el castaño de grandes tirabuzones parecía estar escondiendo algo.
— ¿Me conoces? ¿Te conozco? — estaba empezando a confundirme.
— Tú a mí no, pero yo a ti sí, es decir, no te conozco personalmente, pero sé mucho de ti.
En ese preciso instante retrocedí un poco los pasos, incrementando la distancia entre nosotros.
— No te asustes, no es nada raro — dijo el chico al ver que estaba comenzando a asustarme —. Soy amigo de tu hermana.
— Mi hermana ya no está, así que eso es imposible — ¿qué estaba pasando?
— Noo, no me he explicado bien — se golpeó la frente con la mano — . Quería decir, que era amigo de tu hermana, claro, has malinterpretado mis palabras, aunque es posible que yo no me haya expresado bien, sí, está claro, debe ser eso — hablaba por los codos, incluso aunque sus palabras fueran dirigidas hacia sí mismo, lo cuál hacía que la situación fuera todavía más rara.
— No he entendido nada — me decidí a interrumpirle, ya que veía que se iba a llevar reflexionando la situación hasta el día del juicio final si hacía falta, y sobretodo, porque no decía nada coherente, empezó a dejar de hablar, solo emitía una especie de sonidos complicados de entender para sí mismo, como si discutiera con alguien, pero allí no había nadie.
— Déjalo, lo voy a intentar otra vez — el chico estiró su mano en mi dirección, en lo que parecía un intento de presentación — . Soy Sol, tu hermana y yo nos escribíamos por Facebook, soy el encargado de vuestra parte del viaje en Cádiz, sí, creo que esta vez me he explicado mejor — ¿amigo de mi hermana? ¿Qué me había perdido? Este chico, Sol, hablaba demasiado consigo mismo, no sabía si creerle o no.
Al final, viendo que estaba dudando de sus palabras, sacó el móvil de su bolsillo y me enseñó las conversaciones.
— Si hubieras empezado por ahí, la situación no hubiera sido tan complicada — por fin entendí lo que estaba tratando de decirme.
— Me cuesta mucho expresarme, de pequeño era tartamudo, lo corregí a los doce años, para ello tuve que leer un montón de libros, que por cierto, fue por lo que tu hermana y yo nos conocimos, a ella le gustaba una saga de libros que a mí personalmente me encanta, el escritor, es uno de esos escritores que sabe transportarte a diferentes mundos con tan solo unas pocas frases — se detuvo unos segundos, menos mal que lo hizo, porque creí que se iba a ahogar con su propia lengua, había dicho tantas cosas en tan poco tiempo que creo que acababa de batir el récord del mundo de habla rápida, y eso que estaba comunicándose conmigo en inglés — . Me estoy enrollando, bueno, el caso es, que conocí a tu hermana por un club del libro en el que estoy, congeniamos y nos hicimos buenos amigos, estuvimos hablando un tiempo, hasta que me contó lo de su enfermedad y me pidió el favor de ser vuestro enlace aquí, en Cádiz —le estreché la mano, sin haber entendido ni la mitad de lo que me había soltado en cuestión de segundos, lo que para mí eran horas, porque hablaba y hablaba y seguía hablando, me costaba creerme que hubiera sido tartamudo en el pasado.
— Encantado, Sol, me alegra conocer a alguien que sepa de Cádiz, porque en las otras ciudades no hemos tenido un guía, y queremos visitar todo lo que podamos visitar.
— Ahora que me has conocido no hace falta que leas esa parte en el cuaderno de tu hermana, puedes saltártela, hay una parte en la que me presenta oficialmente, pues eso, que nos vemos mañana a esta misma hora aquí, que no quiero molestaros más — sonrió y se separó de nosotros.
Minerva, que era más curiosa que yo y tenía que hablar con todo el mundo, se acercó a sol, con esa simpatía que le caracteriza y dijo:
— Te ha debido costar soltar todo de golpe, si eras tartamudo, me parece que eres un chico muy valiente, y que tienes un gran corazón, porque no todo el mundo haría lo que tú estás haciendo por mi amiga — le sonrió abiertamente — . Por cierto bonito nombre, Sol, yo soy Minerva, encantada — abrazó al chico con un cariño cálido y desmesurado.
— Sol no es mi nombre, mi nombre es Andrés, Andrés Tamayo García, pero Nôelle me llamaba así, porque decía que me pegaba, así que he decidido, ya que ella era una de mis mejores amigas, que voy a quedarme con el apodo — el chico parecía buena persona, mi primera impresión había sido un poco maleducada y fría, ya que el chaval estaba intentado explicarse lo mejor que podía, me había dado cuenta al ver la reacción de Minerva.
— Nos vemos mañana, Sol, eres un cielo — le dio un beso en la mejilla, por alguna extraña razón, el simple hecho de ese beso hizo que en mi interior naciera un infierno y se extinguiera al instante, definitivamente, Sol no me caía bien.
Sol se quedó allí, tenía que continuar trabajando, mañana seguiríamos por donde lo habíamos dejado, me iba a costar entablar amistad con este tipo.
En cuanto a nosotros regresamos a casa en el autobús. Eran las cuatro aproximadamente, habíamos devorado nuestros bocadillos y habíamos cruzado la puerta de nuestro apartahotel. Nada más entrar, nos encontramos con Ana, ella seguía allí sentada, revisando su teléfono.
— ¿Al final te has quedado aquí? — Minerva perdió en nada la sonrisa, su amabilidad se había disipado y ahora la hostilidad había vuelto.
— Quería saber cómo le había ido a Douggy — Ana se enroscó en mi brazo y me llamó por un nombre que destesté al momento de escucharlo, pero como estábamos haciendo un papel, supuse que si ella me había llamado así era por algo — De hecho, te lo voy a robar unos segundos, espero que no te importe, hay un par de cosas que me gustaría preguntarle — le guiñó un ojo a Minerva, al mirarla, me di cuenta de que se estaba cabreando, quizás debí haberle dicho a Ana que era bastante buena en judo.
Minerva se tranquilizó, haciendo que sus hombros bajaran, porque estaban bastante subidos, y dijo antes de meterse en su cuarto:
— Pasároslo bien, por cierto, dile Douglas, no le gustan los apodos.
Nos marchamos, caminamos hasta llegar casi a la playa y nos sentamos en uno de estos bordillos blancos que están justo antes de llegar a la arena. Ana parecía contenta.
— ¿Has visto cómo ha reaccionado? Está claro que le gustas — yo no sé qué había visto ella, pero para mí había sido una reacción normal de mejor amiga.
— Yo creo que no — me encogí de hombros — . Me dijo que le gustaba, en pasado, ahora sale con un tío que es el doble de alto, el doble de fuerte, el doble de inteligente, bueno esa última parte quizás no tanto y el doble de guapo que yo — me señalé, estaba furioso, quería arrancarme la camiseta a tirones y esparcir los pedazos por la arena de la playa.
— ¿Qué ha pasado en la búsqueda del tesoro? — cambió de tema rápido.
— He encontrado esto, le enseñé el anillo que guardaba en mi bolsillo.
— ¿Un anillo de pez? ¿Eso era lo que tu hermana quería enseñarte? — su cara era un poema.
— No es un anillo cualquiera, es el anillo con el que Minerva y yo nos prometimos cuando pequeños, una promesa que seguramente ya ninguno de los dos recuerda.
— OHH, ¡Qué monos! Erais adorables de pequeños — Ana hacía pequeños gestos de abrazarse a sí misma sobrecogida.
Yo me sonrojaba cada vez más.
— Le he dicho que cenemos juntos, que allí le contaría lo que había encontrado, estoy muy nervioso — le pegué una patada al límite del bordillo, deseando no haberlo hecho, porque acababa de meterme el dedo pulgar para adentro del golpe.
— ¿Ves? Al final has sido capaz tú solo, sabía que no hacía falta que Lucienne o yo interviniéramos — sonreía victoriosa.
— El problema es que lo he dicho, pero no tengo ni idea de cómo organizarlo, lo máximo que sé cocinar lo he sacado de mi manual de supervivencia de un estudiante de matemáticas en el extranjero, vamos que sé preparar lo justo para comer sin morirme.
— JAJAJA, no creo que tengas que demostrarle que eres un máster chef, con que prepares una cena decente y medio coloques una mesa con sus sillas y sus velas en la terraza de mi hotel, está perfecto, aún así, si quieres hacer una cena en condiciones, yo puedo ser tu Ratatouille — no había pillado la indirecta, ¿quién o qué era Ratatouille?
— ¿Qué? — un "qué" a secas era suficiente para expresar mi poco entendimiento.
— ¿Tu Ratatouille? ¿No conoces a los personajes de Disney? — sé que voy a parecerle raro, pero lo cierto es que hay muchas cosas que desconozco.
— No — al ver su cara no sabía si reírme o llorar, porque le había chocado que no lo supiera.
— Ratatouille es un ratón que ayuda a un chef en la cocina, tira de su pelo y así lo controla, por lo que parece que el chef está cocinando cuando en realidad es el pequeño ratoncito el que lo hace — me explicó la comparación.
— Ahora lo he entendido, genial, pues sé mi Ratatouile.
— Pues vamos, estamos perdiendo el tiempo, tenemos que llegar a mi casa, te das una buena ducha, preparamos todo, y luego avisas por teléfono a Minerva — agarró mi mano y salimos corriendo en dirección a su hotel.
Nos paramos en el ascensor de su hotel y subimos hasta la quinta planta, entramos en su habitación, y entonces, Ana, se dio cuenta de una cosa, no teníamos las herramientas suficientes para preparar una cena de lujo.
— No había caído, Douglas, aquí solo tenemos microondas y dos o tres utensilios para hervir algo.
— ¿Y qué hacemos? — no tenía respuesta alguna a un argumento tan tajante.
De repente, Ana, que se había quedado pensando un buen rato, arrancó como una exhalación y soltó:
— ¡Espaguetis! — me zarandeó y luego volvió a repetir — . Tenemos que preparar espaguetis, son rápidos, se pueden hervir, y si hacemos lo que tengo en mente pueden encajar en nuestro concepto de cena formal/elegante.
— ¿Unos espaguetis simplemente? ¿No va a parecer algo demasiado improvisado? — no captaba el concepto que la rubia me quería transmitir.
— No, porque vamos a preparar la receta de mi mayordomo personal, Román, él es medio italiano, se la pido por teléfono y tenemos arreglado el asunto de la cena, solo nos falta preparar la azotea — me gustaba la manera en la que estábamos improvisando, si algo de lo que habíamos planeado conseguía salir bien, yo me daba por satisfecho, porque estábamos envesando tanto la situación que no podía sostenerse por sí misma.
—Póngamonos manos a la obra entonces.
Y en ello trabajamos, antes de las nueve y media, teníamos haciéndose los espaguetis, habíamos pedido a los del hotel prestada una mesa blanca, teníamos vino, velas, en resumen, habíamos conseguido que todo saliera tal y como lo habíamos planeado, me atrevería a decir que incluso mejor de lo esperado.
Entorno a las diez y media, Ana apagó los espaguetis, yo me duché, tocaba elegir la ropa.
— Para la ropa — dijo Ana mientras nos sentamos en la cama de su cuarto —. He seleccionado algunas combinaciones que quiero que te pruebes para que decidamos entre los dos, así que toca pasarela de modelos — me señaló con su dedo índice la puerta del baño para que me metiera dentro a cambiarme.
Me probé un montón de ropa, incluso bromeé con algunas prendas, creo que me puse unos pantalones vaqueros por la cabeza y todo, nuevamente, producto de que estaba a punto de darme un ataque.
El conjunto definitivo con el que nos quedamos fue una camisa burdeos, una chaqueta gris con rayas, los pantalones a juego con la chaqueta y unos zapatos negros.
Cuando estaba todo preparado, y Ana estaba a punto de marcharse, se dio media vuelta y dijo:
— Falta un último detalle, casi se me olvida, el pelo — comentó mientras desordenaba mi pelo con sus dedos — . Ahora sí, todo perfecto, aprovecha la oportunidad que te ha dado tu hermana — me dio un beso en la mejilla, y cerró la puerta tras de sí.
Le envié la dirección a Minerva y en media hora estaba allí, llamando al telefonillo, se había cabreado un poco cuando le dije que el sitio que había seleccionado para nuestra cena era el hotel de Ana, pero se le pasó medianamente cuando le mencioné que ella no iba a estar presente.
Mientras tanto, unos minutos antes, en el apartamento de Douglas...
La castaña había llegado tan rápido a su cuarto, a las cinco y media estaba vestida contemplándose en el espejo.
— ¿Qué opinas? — pidió la ayuda de su subconsciente.
>>Para mí que deberías de tomarte en serio la cena — con ese sarcasmo tan sutil, su única ayuda estaba rechazando el atuendo de Minerva.
Se volvió a cambiar, este proceso lo repitió unas ciento veintitrés veces, se colocó de nuevo en el espejo y volvió a ser rechazada de nuevo.
>>¿Vas a una cena o a una boda? — como su subconsciente vio que no era capaz por sí misma, decidió escoger por ella —. Coge el vestido azul, el de espalda abierta.
La chica se colocó el vestido y se miró en el espejo, al coincidir con la idea que le había proporcionado su mente, asintió con la cabeza y dijo:
— Éste, éste me gusta.
>>Si pasas frío coge la rebeca gris — le acababa de proporcionar otra buena idea.
Después de la ducha, los cambios continuos de ropa, el perfumarse y retocarse, pasaron horas, tanto, que cuando quiso darse cuenta, ya tenía la dirección de Douglas en su teléfono.
Con el atuendo listo, se dispuso a dirigirse a la ubicación que había recibido, cuyo trayecto duraría, según su GPS, unos veinte minutos de reloj.
FIN
Antes de abrirle la puerta a Minerva cometí dos errores, con los que no había contado, el primero fue que encendí las velas de la mesa antes de que la chica se sentara, por cierto, ahora que lo sé, nunca, pero jamás en la vida, encendáis las velas antes de que la pareja llegue a sentarse, es una pésima idea, y el segundo error vino a los tres minutos más o menos, cuando decidí cerrar la puerta para que no se viera desde el otro lado todo lo que había preparado, y fuera una sorpresa. ¿Que por qué lo digo? Pues bien, es porque a continuación de que yo cerrara la puerta, una esquina del mantel se quedó pillada, ocasionando un accidente casi nuclear, similar a la bomba de Hiroshima. El vino se cayó, las velas se cayeron, el mantel de la mesa ardió, la comida se calentó más de lo necesario, por no sobrevivir no sobrevivió ni el pan, que estaba mojado, churruscado y despedazado. En definitiva, un desastre, propio de un patoso como yo, que no me sale nada a derechas ni sin querer, demasiado perfecto estaba resultando todo.
Como Minerva estaba en la puerta y yo tenía ahora mismo la lengua colgando del cuello como si fuera una corbata, decidí abrir y que fuera lo que Dios, el Karma o incluso mis padres quisieran, ya no había nada que hacer.
Al ver a Minerva, se me cayó la boca al suelo, deslumbraba en la noche, llevaba un vestido increíble, el pelo a la altura de la espalda, suelto y liso, y unos zapatos dignos de una princesa.
— Estás preciosa — no pude evitar hacer el cumplido, ella se sonrojó un poco ante mi comentario.
— Gracias, a mí me gusta mucho tu chaqueta, estás muy guapo — por un segundo había conseguido hasta que me olvidara de la hecatombe que tenía detrás, sin exagerar, parecía como si un pikachu hubiera lanzado un impactrueno contra la mesa con la cena.
Con el miedo aún en el cuerpo a cuál sería la reacción de Minerva, mi mente comenzó a situaciones, como esas cosas que ocurrían en las películas antiguas que veía con mi padre, en las que el personaje comete un error y se empieza a imaginar posibles situaciones que pueden suceder a continuación.
Pero nada de lo que imaginé, tiene que ver con lo que sucedió, porque Minerva, simplemente miró el desastre y soltó:
— ¿Qué ha pasado?
— He tenido un pequeño accidente después de prepararte la cena — por cierto otra lección, nunca pidas prestada una mesa de un hotel si vas a preparar una cena sorpresa, son demasiado largas.
Minerva no dijo nada, cogió un pedazo de mantel que había sobrado del mini incendio, lo raspó un poco con las manos y puso un cacho en cada lado.
— Podemos sentarnos en el suelo, la cena todavía tiene buena pinta, no te preocupes.
— Podemos pedir algo a domicilio o por Internet si quieres — yo no sabía por donde salir.
Ella empezó a comerse los espaguetis y dijo:
— Siéntate, están buenos, pero la próxima vez controla el fuego.
— JAJA, se me ha ido un poco la mano — me encogí de hombros.
Terminamos la cena, nos apoyamos en la baranda de piedra que había en la terraza/azotea y Minerva preguntó:
— ¿Qué era lo que tu hermana quería enseñarte? — metí la mano en mi bolsillo y agarré el anillo.
— Esto — le enseñé el anillo del pez.
Al verlo, Minerva rápidamente lo cogió entre sus manos y dijo:
— Nuestra promesa, ya no me acordaba, este anillo siempre ha sido muy chulo — tenía la inocencia de la Minerva de cuatro/cinco años que yo recordaba.
— Quería, que quedara contigo, para que decidiera.
— ¿Es decir, que esto es acerca de nosotros dos? — nos señaló a ambos.
— Sí, en su cuaderno me decía que tenía que intentarlo — le expliqué.
— Podemos probar, lo cierto es que se lo debemos a nuestros "yo" de pequeños — ella puso un dedo de perfil sobre sus labios pensativa y luego dijo — . Entonces esto es una especie de cita.
— De momento era una cena, pero sí, básicamente sí, aunque todavía no ha empezado.
— No puede empezar si no me lo pides — aclaró.
— Cierto — la miré a los ojos agarré sus manos y luego dije — . ¿Quieres salir conmigo?
— Me encantaría — dijo sonriente.
Nos marchamos del lugar en el que casi provoco un incendio y caminamos hacia fuera.
— Entonces, ¿cuál es el plan? — dijo Minerva agarrando mi brazo y apoyando su cabeza sobre mi hombro.
Al principio de emitir aquella pregunta no tenía ni idea, pero entonces, tuve una buena idea, una de esas ideas que nunca en una situación como la que me encontraba se te ocurrirían.
— ¿Si pudieras hacer cualquier cosa ahora mismo, qué harías? — estaba dispuesto a hacer realidad cualquier cosa que me dijera, porque si ella me lo pidiera yo sería capaz de crear la historia más extravagante y alocada, de pintar e imaginar la situación más surrealista posible.
Ella continuó caminando y dijo:
— Es una pregunta complicada — lo era hasta que caminando por el paseo marítimo cerca de la playa, vio algo —. Espera, creo que tengo mi respuesta, si pudiera hacer cualquier cosa ahora mismo, subiría a un faro y por un segundo experimentaría la sensación de guiar a los barcos a través de las olas, además de disfrutar de la maravillosa vista que tiene que haber allí arriba — tenía que encontrar un faro.
Cuando echó la vista hacia un lado para contemplar como las olas chocaban con la orilla, busqué en mi móvil el faro más cercano.
—¿Qué estás haciendo? — me dijo al verme bucear en mi móvil.
— Busco un faro — dije concentrado.
— ¿Qué? Pero no podemos ir ahora a un faro, puede estar a kilómetros de aquí, y en caso de que encontremos uno, tampoco nos van a dejar subir arriba a guiar a los barcos, con suerte lo veríamos desde abajo — demasiado tarde, había encontrado un faro e íbamos a ir a un faro.
— Lo tengo, vamos a ir a este faro — le enseñé la foto de mi móvil.
— ¿Cómo se te ocurren estas ideas? — ni yo mismo sabía la respuesta.
— No sabría decirte, pero vamos a ir a ese faro y te vas a montar, como que me llamo Douglas, que así va a suceder.
— Estás loco — se rió levemente.
— Camina — esta vez fui yo, el que pasé de tener su mano agarrando la mía a entrecruzar nuestros dedos.
Llegamos al faro, la puerta estaba cerrada, el faro estaba apagado.
— Parece que tenía razón, no vamos a poder hacer nada — se decepcionó mi mejor amiga, que ya se había hecho ilusiones.
Entonces, cansado de que la vida se riera de mí, comencé a golpear la puerta de aquel viejo faro oxidado.
— ¿Hay alguien que pueda oírme? —seguí golpeando la puerta incansablemente.
— Douglas, no hay nadie, vámonos, no pasa nada, podemos sentarnos en la playa a contemplar el mar — aunque el plan 'B' de Minerva no sonaba nada mal, no quería rendirme, me habían pasado tantas cosas malas, había recibido tantas malas noticias, que quería forzar al universo a que me pasara la única cosa que le estaba pidiendo.
— Oiga, señor o señora, si me está oyendo, no pienso moverme de aquí hasta que me abra — por una vez quería ser yo el que decidiera.
Minerva se estaba marchando, cuando de repente, se escuchó el sonido de un pestillo y una manivela moverse.
Delante de mí, había un anciano, de unos sesenta años, con un bastón y unos pantalones que le estaban enormes.
— ¿Se puede saber qué demonios quieres? Estaba durmiendo — su cara era de pocos amigos.
— Quiero subir a su faro, guiar a los barcos, y ver Cádiz desde las alturas.
El viejo comenzó a reírse y dijo:
— ¿De qué película has salido tú? — seguía riéndose, llorando de la risa, supongo que a raíz de mi comentario — . Puedes subir arriba del faro, puedes contemplar las vistas si quieres, pero como no guíes a las gaviotas no sé que más vas a guiar, no puedo darte clases de farero en dos minutos, lleva toda una vida aprender todo lo necesario para ser farero.
Se creía que iba a echarme con sus comentarios deprimentes, pero yo tenía claro que iba a subir a ese faro.
— Pues aunque sea para contemplar las vistas, si nos deja subir, le estaríamos muy agradecidos — respondí.
El anciano parecía sorprendido.
— Tú no eres de por aquí, ¿verdad? — antes de que pudiera responderle dijo — . Cogeré las llaves, dadme un segundo.
— Soy canadiense señor — le aclaré.
Depositó las llaves en mis manos y dijo:
— Cuando terminéis, no me despertéis, dejad las llaves encima de esa mesa y cerrad al salir —se volvió a acostar el anciano.
Abrimos la puerta, subimos las escaleras del gigantesco faro, llegamos a la sala donde se encontraba el foco, agarré las manos de Minerva, encendí el faro y le dije:
— Los barcos son todos tuyos, guíalos.
Minerva manejó el faro, con la ilusión de una niña pequeña.
Estuvimos así unos minutos, hasta que decidí que no quería que nadie más me contara el final de otra historia, porque aquella noche me di cuenta al fin, de que tenía que empezar a vivir mi propia vida, que no podía vivir de pegar los trozos de las vidas de los demás.
Agarré las manos de Minerva, para colocarla en frente de mí, luego, nervioso y agitado, tras contemplar como su sonrisa se iba, decidí colocarla todavía más cerca, nuestros labios podían acariciarse.
Finalmente, agarré su mejilla, acerqué mis labios hacia ella, pero no la besé, los acerqué lo justo para que ella pudiera acortar la distancia, que era lo que había visto en las películas que Lucienne me había enseñado.
Ella acortó la distancia que nos separaba y nos besamos, no podría describir lo que sentí en aquel momento, ese beso no fue asfixiante, no fue frío, fue como si toda esa electricidad que recorría nuestras almas, se descompusiera en un segundo, cada una de las moléculas que componían mi cuerpo había vibrado con aquel beso. Continuamos besándonos, nuestras sombras se reflejaban en el faro, haciendo que el beso fuera presenciado por todo ser marino que estuviera presente en aquel lugar en aquel preciso instante, y fue allí, besando a Minerva bajo la luz de la luna, bajo la presencia de las estrellas de mar, donde me di cuenta de que tenía que hacer todo lo posible para conseguir estar con ella, porque después de aquel beso, en el que nuestros labios bailaron juntos por primera vez, en el que nuestras narices se tocaron y en el que la electricidad pasó a un segundo plano, que ni siquiera la luz de un faro podía eclipsar, me di cuenta de que si no la tenía a ella, no tenía nada, mi corazón estaba vacío sin ella, solo cuando estaba con ella podía despertar y latir de nuevo.
Y aunque era el primer beso que había dado a una chica, para mí, había sido el mejor beso de toda mi vida. Cuando terminamos de besarnos, la miré y dije:
— Éste es el mejor faro que existe.
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