Capítulo 41: Todo o Nada

MINERVA

La chica de ojos marrones llegó a su apartamento, se sentó, analizó las fotos del día y esperó la llamada de su chico impaciente. La llamada no tardó en llegar, sonó el politono en sus dedos y lo cogió al instante.

  — Hola amor— sonó el joven Marcos al otro lado del teléfono móvil con una voz suave y tranquilizadora.

— Hola Marcos, ¿qué tal tu día?— preguntó Minerva ansiosa para tener buenas noticias sobre la llegada de su novio a Madrid.

— Fatal, nefasto, tengo malas noticias preciosa— parecía fastidiado.

— ¿Qué ha pasado?— comenzó a preocuparse la joven.

— Me ha surgido una operación, tengo un paciente nuevo con una gran urgencia médica y no puedo salir— ¿podía existir mayor mala suerte?

— Qué dices, Marcos, no me digas que estás anulando nuestros planes— las lágrimas de Minerva amenazaban con salir.

— Lo siento, te lo compensaré, lo prometo— juraba el chico desesperado.

— Más te vale— se le hincharon los mofletes a la castaña.

— Te quiero— terminó su llamada el joven médico.

— Y yo— colgó el teléfono la chica, decepcionada por lo ocurrido.

En ese momento, Minerva, que estaba desesperada y sentía una ira irrefrenable hacia aquello que no podía controlar y que le había fastidiado el "pasar tiempo con su novio", puso la cara contra el sofá y gritó con todas sus fuerzas mientras le daba pequeños mordiscos al cojín.

La castaña se preparó un té en el microondas y se dispuso a ver la primera película que encontrara haciendo zapping por la televisión.

DOUGLAS 

Tras haber ayudado a Lucienne a tomar una decisión, miré mi reloj, había perdido tiempo y llegaba tarde a mi cita con la amiga de Minerva.

Salí corriendo, para que como mucho mi tardanza fuera de cinco o diez minutos. Conseguí llegar al restaurante sin que se notara tanto mi retraso horario. Entré en el restaurante y empecé a buscar con la vista a mi cita, como no la encontré pregunté a la camararera que estaba más cerca de mi posición por el paradero de Calíope.

MINERVA

En un descanso durante la película que estaba viendo, "Ciudades de papel", la chica fue al baño, tras terminar sus necesidades, se encontró frente al espejo, mirando cara a cara a su "yo interno"  que se reflejaba en el mismo. De repente comenzó a llorar, y empezó a hablar con su subconsciente.

  —¿Por qué lloras?— le dijo la Minerva del espejo con la mirada preocupada.

— No lo sé, supongo que por lo que acaba de suceder con Marcos— dijo aunque por su mente rondaba otra respuesta a su problema.

  — ¿Qué tal si pruebo suerte y intento adivinar qué te pasa?— miró su subconsciente a la chica con ingenio en la mirada.

— Prueba a ver, pero te aseguro que no hay nada más tras mi tristeza— se encogió la castaña de hombros.

Su subconsciente la miró y añadió con echar un simple vistazo.

 — Tienes todas las uñas en perfecto estado salvo la del dedo gordo derecho, lo que quiere decir que te la has comido, por ese nerviosismo me atrevería a afirmar que se trata de Douglas.

  — ¿Qué? ¿Douglas? ¿Qué tiene él que ver con mi estado?— la castaña se negaba a aceptar lo que su mente le estaba susurrando.

— Tiene mucho que ver, porque en tu fuero interno no quieres que tu amiga y él cenen hoy, no quieres si quiera oír acerca de la palabra cena y Douglas en la misma frase, estás molesta por eso.

— ¿Qué? A mí no me molesta eso, él puede hacer lo que quiera, es su vida.

— Claro, y yo soy Pepito Grillo— se cruzó de hombros la chica en el reflejo del espejo— . No puedes ni pensar en que él pueda encontrar a otra chica con la que compartir momentos.

— Deja de decir tonterías, quiero que sea feliz, es solo que conozco a Cali y sé que no encajan en absoluto.

— No digo tonterías, solo te estoy diciendo lo que realmente piensas, soy tu subconsciente— agregó.

La castaña se pellizcó para comprobar que era real y que no se estaba volviendo paranoica.

— Bueno, vale, me molesta, pero no tiene nada que ver con lo que estás pensando, soy su amiga y me preocupo por él.

— Algún día, te darás cuenta de que solo te estás engañando a ti misma.

La chica secó sus lágrimas y volvió al sofá a continuar con la película.

DOUGLAS 

Nada más encontrar la mesa en la que Calíope se encontraba me quedé asombrado, estaba tan guapa que me había dejado sin palabras al momento de sentarme en la mesa justo en frente de ella.

  — Llegas tarde— me miró con mirada de juez la chica.

— Perdona, he tenido que ayudar a mi amigo— me disculpé.

— Te vas a salvar porque eres guapo— me miró fijamente la morena.

Me sonrojé, no me esperaba el comentario, la chica no dejaba de mirarme con dulzura y yo me estaba poniendo muy nervioso.

— ¿Pedimos?— ordené las cartas que tenía frente a mí por catalogación numérica.

— ¿Qué te gustaría pedir? Escoge nuestra cena— puso el reto encima de la mesa Calíope.

— Mi sentido del gusto está entre -0 y -700— comenté sin exagerar.

La chica se rió ante mi comentario.

— Además de guapo eres gracioso, esta cena va a ser interesante— me sonrió abiertamente la amiga de Minerva.

— ¿Tienes hambre?— traté de cambiar el tema de conversación.

— Mucha— la chica cogió la carta que yo había dejado libre y comenzó a ojear las bebidas— . Mientras te decides a pedir, voy a pedir vino al camarero.

Finalmente me decidí por los espaguetis de salsa carbonara, champiñones y jamón york, la imagen tenía muy buena pinta.

El camarero trajo primero las bebidas y luego mi pedido.

— Aquí tienen— dijo el camarero dejando los platos calientes de espaguetis encima de la mesa.

Calíope dio un sorbo a su vaso de vino y dijo:

— ¿Hace cuánto que conoces a Minerva?

— La conozco desde que éramos pequeños— le respondí.

— ¿Amigos de la infancia? ¿Cómo os conocisteis?

— Tenía desabrochados los cordones de los zapatos y ella me lo dijo— expliqué resumiendo nuestra historia.

— Siempre ha sido muy simpática con todo el mundo, cae bien en cualquier sitio que pisa— me estuvo explicando con ejemplos.

— Es simpática, cariñosa, guapa, creativa,...etc— creo que me pasé con los cumplidos, me llevé como quince minutos diciendo adjetivos positivos.

— Parece que la conoces muy bien — me miró sonriente.

— La conozco mejor que nadie— concluí.

— La conocías mejor que nadie, pero ahora es diferente, ya no va a la guardería, ya no es la chica que viaja por tus recuerdos— esa afirmación era dolorosa.

— Sigue siendo la chica que me enseñó a atarme los cordones de los zapatos, nada podrá cambiarlo— fue específico con mi respuesta.

Mientras cenábamos, yo no paraba de preguntarme qué le estaría diciendo a Minerva su novio Marcos, tanto estaba creciendo mi duda, que me quedé embobado mirando el final de mi plato vacío.

— ¿En qué piensas?— me miró intrigada la morena con sus demoralizadores ojos azules.

— Me preguntaba qué estaría haciendo Minerva ahora— fui sincero— . Me has hablado de ella y me ha venido a la cabeza— sonreí tratando de que no se notara nada mi verdadero interés por mi mejor amiga.

— Buena pregunta, ojalá pudiéramos saberlo— se llevó el dedo índice a la barbilla pensativa.

— ¿No te ha llamado o algo antes de que vinieras?— solo quería tener información de Minerva, en ese momento el resto de personas me daban igual.

—Sí, hemos hablado antes de venir, me ha deseado suerte en la cita— dejó ver su increíble sonrisa de nuevo.

Mi cara se entristeció, en aquel preciso instante una parte de mí se marchitó, la parte que quería que su noche fuera un desastre para poder ser de nuevo quien la rescatara.

— Un momento, a ti te gusta Minerva— ¿se me veía en la cara o qué?

— No, no, he recordado malas experiencias que nos han ido ocurriendo durante el viaje.

— Me lo he inventado, no me ha deseado suerte, solo me ha dejado una llamada perdida y cuando la he llamado no me ha cogido el teléfono.

Ante aquella confesión, me di cuenta de que no tenía escapatoria posible. Tragué saliva arrepintiéndome de ser un libro abierto en cuanto a Minerva se trataba.

— ¿Os gustáis los dos, verdad?— no sabía que responder a esa pregunta.

— No, ella tiene a Marcos— al pronunciar el nombre del médico le di un trago a mi vaso—. Ojalá tuviera la bebida resuelve problemas de mi amiga Ana ahora mismo.

— ¿Estás pensando en salir con ella a pesar de que hay un novio? Sé sincero.

— No sabría qué decirle, no podría confesarle lo que siento.

— Eres más de nada que de todo.

— Tengo una ecuación para ti, chico más chica igual a — formuló la ecuación y la dejó en el aire.

— Cuando metes esa ecuación en la calculadora lo más probable es que te de error.

— Concretemos un poco más la ecuación, pongamos que el nombre del chico es Douglas y el nombre de la chica es Minerva, ¿cuál es la solución?

— Un problema con letras mayúsculas.

— Si me dices que no hay nada me quedo contigo— puso sus condiciones sobre la mesa.

— No puedo mentir, la quiero, y no me refiero a cuando un amigo quiere a su amiga porque lo implica la amistad.

— Se te ve en la cara, se te ha puesto cara de mejor amigo enamorado, lo había visto en las películas pero no creí que podía ver ese sentimiento en una persona real.

— Siento que la cena no haya salido del todo como pensabas— dije al levantarme de la mesa cuando ya habíamos terminado de cenar.

— Si te digo la verdad prefiero que salga contigo a que se quede con Marcos, nunca me ha caído especialmente bien.

— Ella le quiere, no puedo hacer nada, pero gracias por el cumplido— sonreí con una punzada en el corazón.

— Te voy a decir algo y luego me marcho— dijo mientras salíamos por la puerta del restaurante— . Si la quieres tienes que decírselo, y da la casualidad de que sé que su novio no va a venir, la ha llamado pidiéndole perdón— me explicó la situación detalladamente.

Mentiría si no dijera que en ese momento sonreí, tenía la oportunidad de ir a su apartamento y pasar lo que quedaba de noche con ella.

— Anótame su dirección— le pasé el móvil para que lo apuntara.

Con la dirección apuntada, salí corriendo por las calles de Madrid, tenía que ser el todo y dejar atrás la nada que tan triste me ponía.

Llamé a la puerta que tenía apuntada en el móvil y Minerva abrió la puerta, para mi sorpresa tenía lágrimas en los ojos.

Rápidamente, al ver que se trataba de mí, se secó cada lágrima frotándose los ojos con los puños.

— ¿Qué tal ha ido la cita?—tenía esa cara de tristeza que tanto detestaba.

—¿Te vienes conmigo a correr?—la idea me vino a la cabeza al segundo, era lo que hacíamos cuando eramos pequeños.

—¿Lo has recordado?—la tristeza se le pasó al Momento.

—Cuando estás triste, o te tomas un buen helado o corres hasta cansarte, ¿no fuiste tú la que lo dijiste?

—Ya, pero no creía que te acordarías de eso, hace tanto tiempo—creo que estaba recordando nuestra etapa infantil juntos, una sonrisa brotó de la comisura de sus labios, tenía matices de nostalgia y algo que no sabría describir.

—Cogeré mi chaqueta, dame unos segundos.

Pasaron veinte minutos y por fin salió por la puerta, yo me había quedado esperándola sentado en las escaleras.

—Siento la tardanza—recordaba eso también.

—No te preocupes, recuerdo que tenía que multiplicar por diez los segundos y actuar como si fueran minutos.

—¿Cómo vamos a hacerlo?

—Empieza a correr y no pares hasta que tus piernas no respondan.

—Está bien, pero ya no somos pequeños, no necesito ventaja, tengo intención de ganarte.

—Tienes unas piernas largas, aunque no lo suficiente, pero como quieras—me coloqué en posición.

  — Pues para no ser lo suficientemente largas en Andorra te dieron una paliza tremenda que besaste el suelo— me guiñó un ojo y salió disparada sin esperar la cuenta atrás ni nada.

Yo salí corriendo a toda velocidad para alcanzarla, la muy tramposa me había engañado. Cuando cogí la velocidad suficiente para alcanzarla le dije:

  — ¿Y la cuenta atrás?— arqueé una ceja molesto.

En ese momento apretó y me volvió a sacar ventaja corriendo.

— La cuenta atrás es para perdedores— mencionó mientras se alejaba en cuanto a ventaja se refiere.

— De todos modos, esto no era una carrera— dije cuando caí vencido en el medio de un parque, Minerva estaba a mi lado echada, había llegado antes que yo.

—Sigue diciendo eso para no admitir que te he ganado por goleada—se reía la chica, cuyo flequillo tapaba la capucha de su abrigo.

—¿Estás mejor? ¿Me cuentas por qué tenías los ojos llorosos y bolsas debajo de los ojos?—me puse serio al empezar mi interrogatorio.

—Tuve una mala noche, y sí, ya estoy mejor—entrelazó su brazo con el mío.

—¿Tiene que ver con Marcos?—traté de ignorar el gesto, estaba herida.

—Qué raro que preguntes por alguien que no te cae bien—activó sus defensas, lo sé, porque cuando acierto algo que tiene que ver con ella me salta con una realidad que ha visto antes que yo y que no me ha comentado—. Tiene que ver, no puede venir, y me deja sola.

La tristeza estaba volviendo, tenía que pensar en algo rápido.

—De todas las cosas que conoces que existen en este mundo, ¿qué cosa que no hayas visto aún te gustaría ver?—creo que sabía su respuesta, pero, quería cerciorarme de que no andaba desencaminado.

—Ya lo sabes, no hace falta que te lo diga.

—Podrías haber cambiado, han pasado muchos años desde la última vez que nos vimos, ya no somos dos niños inocentes.

—En el fondo lo seguimos siendo, aunque nos hagamos adultos, siempre quedará una parte de nosotros que siga siendo infantil, porque conservamos las esencias de nuestra infancia, solo que en vez de tener imaginación a todas horas y creer en monstruos en el armario, ahora tomamos esas esencias en pequeñas dosis, lo que nos permite ver la realidad más de cerca.

—¿Lo has leído en algún libro?—dije mirando las estrellas en el cielo azul oscuro.

—Es un compendio de conocimientos de varios libros que he leído—se encogió de hombros.

—Suena genial, ¿por qué no te dedicas a los libros? Podrías compartir ese conocimiento con las personas.

—Súper Minerva, la chica que salva los libros y aplica sus conocimientos—describió su superpoder.

—Yo pediría tu ayuda—ahora el que se encogía de hombros era yo.

—¿Sabes o no sabes qué es lo que me gustaría ver?—cambió la conversación.

—¿Las luciérnagas?—me atreví por fin a decir.

—Sí, son como—la interrumpí, me sabía la frase de memoria.

—Como pequeñas bombillas que vuelan y dan vueltas.

—Exacto, se sonrojó.

Entonces, se me ocurrió, había visto una tienda de camino al parque, me levanté y corrí en su dirección, tenía una idea.

—Ahora vuelvo.

—¿A dónde vas?—Minerva se quedó confusa.

Entré en la tienda, compré lo que había venido a buscar y caminé de vuelta al parque.

—¿Qué has comprado en la tienda?—mi amiga había observado mis movimientos.

—Luciérnagas—me limité a decir, sembrando la intriga.

La chica se levantó del suelo con el torso, las piernas las dejó apoyadas haciendo una cruz y dijo:

—No bromees con eso, Douglas, sabes que eso no es posible, porque las luciérnagas viven en—la volví a interrumpir, también conocía la respuesta.

—Zonas de climas cálidos, con humedad, como Asia o América.

—Sí, y he estado en los dos sitios y nunca he visto ninguna.

—Pues ahora las vas a ver.

Cogí las mariposas de papel que había comprado y rompí los tubos fluorescentes que había cogido sobre las mismas, consiguiendo que se parecieran lo máximo posible a las luciérnagas que tanto amaba mi mejor amiga.

—Date la vuelta—le indiqué rotando mi dedo índice.

—Como esto sea una broma.

—Que te des la vuelta cabezota—volví a hacer el gesto de antes.

Cuando comprobé que no miraba empecé a colocarlas, algunas las lancé, otras las puse en árboles estratégicos. Cuando terminé de darle el aspecto más real toqué su hombro y dije:

  — Ya puedes darte la vuelta.

— ¡Increíble!— dijo con ojos de sorpresa, se había quedado con la boca abierta.

Cogí unas de las luciérnagas improvisadas por el ala y caminé en dirección a Minerva.

— No son luciérnagas de verdad, las he creado, quería verte sonreír— coloqué la pequeña mariposa fluorescente en su pelo, como si se tratase de un adorno.

— Son mejores, porque las has hecho tú— se agarró a mi brazo mientras contemplábamos las luciérnagas.

 Miré mi reloj, se había hecho muy tarde.

  — Tenemos que irnos.

— ¿Te importaría dormir conmigo? No quiero dormir sola— estaba demasiado vulnerable.

La pregunta hizo que casi me atragantara con mi propia saliva.

— ¿Te refieres a dormir los dos en tu apartamento? 

— No, me refería a dormir a la luz de las luciérnagas.

No podía decirle que sí, pero tampoco podía decirle que no, estaba en otra de mis situaciones imposibles.

—Bueno—cedí finalmente, no podía dejarla sola.

Nos tumbamos, nos tapé con mi sudadera y cerramos los ojos.

A las dos horas de quedarnos dormidos, sentí un golpe suave en las costillas.

—Douglas, ¿estás despierto? No puedo dormir—traté de hacerme el dormido.

Ella cogió mi mano y la agarró con fuerza mientras se giraba de nuevo hacia su lado, tener su mano agarrada a la mía, generó una electricidad que dio vueltas a todo mi cuerpo, lo que hizo que yo tampoco pudiera dormir.

—Cuenta estrellas—dije finalmente.

—Lo haré, pero no me sueltes la mano, hace mucho frío—se acurrucó hasta estar cada vez más cerca de mí.

—Tranquila, no lo haré—estaba tan nervioso que me había olvidado de cómo respirar.

Finalmente, cerré los ojos y me quedé dormido.

MINERVA

La chica no podía dormir, pero no porque no estuviera cansada, era porque sentía algo tan fuerte en su interior, en lo más profundo de su corazón, atravesando venas y arterias, que no podía irse a dormir tranquila.

Finalmente en un impulso, se levantó, miró fijamente a su mejor amigo, al que agarraba la mano con algo más que una amistad y dijo:

—Siempre estaré enamorada de ti, es inevitable—la chica se acercó lentamente, besó la mejilla de Douglas y se volvió a acostar.

En ocasiones hay sentimientos que no se pueden refrenar, por mucho que uno lo intente, y las luciérnagas son el elemento perfecto para sacar esas verdades que creemos poder mantener escondidas.   

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