Capítulo 40: "La otra cara de Carlota"

LUCIENNE

Aprovechó que nadie le veía para volver a comprobar su teléfono, pero nada, no había registro de que Carlota le hubiera llamado. Desesperado por no haber obtenido ni una mísera respuesta, decidió presentarse en la dirección de su casa, se quedó abajo, porque una vez que llegó a la que recordaba que era la dirección de su casa, recordó que no sabía cuál era el número de su portal.

El francés esperó escondiéndose en la calle de delante de su apartamento, hasta que la chica de las gafas por fin salió, pero no iba sola, estaba acompañada por un bulterrier inglés, que caminaba a paso agigantado uno o dos metros por delante de ella.

Se le veía cara de pocos amigos, pero el francés, que no le tenía miedo a nada, decidió caminar junto a ella y preguntarle lo primero que se le ocurrió para hacerse notar.

— ¿Cómo se llama el perro? — la chica castaña le vio al instante, pero decidió ignorarle.

El francés caminó en la dirección de la chica y se puso justo en frente de ella, para luego poder soltar:

— ¿Que cómo se llama el perro? —le miró con total desconfianza y la mirada completamente vacía y dijo—. ¿Tú quien eres?—el francés creía que se trataba de una broma, pero la cara de la chica lo decía todo, su expresión era un mar de preguntas.

  — ¿En serio?  — se rió el chico muy irritado internamente— . ¿Se trata de un juego o algo, Carlota?— la chica ocultó su mirada al escuchar ese nombre mientras se apartaba el cabello.

Mientras el francés la miraba perplejo, la chica cambió completamente su rostro a una forma neutral y sosegada y dijo:

— Mi nombre es Julia, te has equivocado de persona— lo peor no era ver total sinceridad en su mirada, lo peor era mirar a una persona que crees que conoces y ver como tu mundo cambia en un segundo con apenas dos palabras pronunciadas.

— Tu nombre es Carlota, si esto es una broma no tiene gracia— soltó el parisino delatando su confusión abriendo ligeramente la mano derecho mientras hablaba.

— Me llamo Julia, de Julieta, me lo pusieron mis padres, cúlpales a ellos— se encogió la chica de hombros.

La chica para redondear más la locura que estaba viviendo Lucienne en aquellos momentos comenzó a caminar alejándose con el perro.

— ¿Cómo se llama el perro, Julia?— intentó seguirle el juego el confundido rubio de ojos verdes.

— Su nombre es Copérnico— le enseñó el lateral del collar rojo al desconfiado muchacho.

El francés se quedó parado unos segundos, por un lado creía que todo se trataba de una broma, pero por el otro, la chica no parecía estar mintiendo, actuaba como si no tuviera ni idea de nada. Cuando recuperó la iniciativa continuó el camino al lado de la chica de las gafas.

 —¿No recuerdas que estuviste ayer conmigo?—se señaló la camiseta blanca el parisino.

  — ¿Cómo voy a recordarte si no te había visto en mi vida?— la chica empezó a apretar las manos y a resoplar, a los dos segundos encaró al francés y añadió— . Mira, no sé quién te habrá dicho que me gastes esta broma, pero tengo muy poca paciencia con estas cosas.

— Pero Carlota— intentó razonar las cosas el parisino en su mente.

La chica se cansó de las palabras del francés, le miró directamente a los ojos desde los suyos escondidos tras las gafas de pasta negra con los cristales cuadrados y mientras agarraba su camiseta con fuerza y lo que parecía ira contenida dijo:

— Me parece que no te enteras, que no sé quién es Carlota, déjame en paz, te lo estoy pidiendo amablemente— trató de finalizar la dueña de Copérnico.

El francés estaba a punto de marcharse, pero volvió sobre sus pasos con un último intento para hacerla recordar.

— ¿Qué quieres estudiar?— esperaba que en eso hubiera sido sincera al menos.

— Quiero ser pintora, me gusta mucho el arte—se paró unos segundos y luego añadió impaciente— . No puedo seguir conversando, tengo un examen, hasta luego— se despidió con una mano seca y tajante sobre la cara del parisino que no entendía nada de lo que acababa de suceder.

La chica cruzó la avenida y se marchó. Lucienne, extrañado, confuso y un poco dolido, caminó de vuelta al apartamento. 

Caminó deprisa hacia al apartamento con la esperanza de coger a Douglas antes de su cita, si tenía suerte todavía podía alcanzarlo y consultarle su opinión. Nada más entrar en el piso, el parisino cruzó miradas con su amigo.

— ¿Qué haces aquí? Creía que tenías un asunto familiar.

Lucienne no habló, se limitó a sentarse y señalar el sitio vacío del sofá que estaba a su lado para que lo acompañara con una sonrisa difícil de interpretar, era una mezcla entre  desesperado e indeciso.

— ¿Qué te pasa?— se sentó Douglas al lado del parisino.

— Tengo una consulta que hacerte— se sinceró el francés.

— Soy todo oídos— sonrió abiertamente el canadiense.

— Conocí a una chica el otro día, una chica con gafas, cariñosa, amable, divertida, lloraba desconsolada porque había tenido muchos problemas.

— Vamos una chica que te gusta, sino no haría esa descripción tan adjetiva y específica— trató de adivinar Douglas.

— Antes de continuar voy a por un vaso de agua— dijo el rubio de ojos verdes levantándose del sofá en dirección a la cocina. 

Lucienne volvió de la cocina dando largos tragos a su vaso de agua de forma intermitente y comenzó a hablar nada más llegar a la posición de su amigo.

  — Si has deducido eso, habrás imaginado que fue algo más que unas conversaciones .

— Lo había supuesto, sí— arqueó una ceja el canadiense—. Pero ha habido algún problema con ella, ¿me equivoco?—concluyó de forma acertada Douglas.

El francés se agarró a las hebillas de su sudadera y soltó:

  — Dice ser otra persona, la chica que yo conocí se llamaba Carlota— se le escapó una leve sonrisa al decir el nombre de la chica.

— Bonito nombre— halagó a su amigo el canadiense.

— Hace unos segundos he estado con ella, pero al parecer se llama Julia, tiene un perro llamado Copérnico y  ahh, no te pierdas lo mejor, dice no conocerme de nada— cerró las palmas mientras se posicionaba en el sillón.

— ¿Seguro que no era una broma?— Douglas se había quedado muy sorprendido.

— Parecía decir la verdad.

— ¿Te gusta mucho?

— Creo que aunque se llamara de mil maneras diferentes, nada podría cambiar el hecho de que es la chica más bonita que he visto.

— ¿Te has enamorado antes que yo?— el canadiense hizo una mueca de celos y añadió— . Ve a su casa, habla con ella, tienes que aclarar la situación.

Esas palabras eran el empujón que necesitaba el francés para salir corriendo del apartamento sin decir adiós y correr, ya que se estaba haciendo de noche.

Llegó al portal de la chica sin un plan, se pasó como unos siete minutos planeando la idea perfecta para entrar. Con el plan en su cabeza, llamó al primer número que se le ocurrió, no tardaron en contestarle.

— ¿Diga?— se escuchó una voz al otro lado del telefonillo.

El parisino puso una voz grave, para parecer mucho más mayor y se hizo pasar por repartidor, poniéndose en el ángulo en el que la cámara no podía verle.

Cuando consiguió entrar se dirigió a los buzones, donde se encontró con otro problema, había más de seis personas que se llamaban Julia, Julieta, Julie , o algún nombre similar.

En un momento de locura, y sin que pasara por su cabeza la idea de rendirse, el parisino decidió apuntarse en su móvil todos y cada uno de los nombres y los pisos de las personas que se llamaban como la chica que él creía que se llamaba Carlota.

El francés fue puerta por puerta llamando a cada vecino de los de su lista, habló con todas las Julietas de su lista, le dieron las dos de la noche hasta que finalmente se quedó dormido en el sillón que había en recepción.

Al día siguiente, cuando el parisino aún estaba abriendo los ojos, escuchó un perro caminando en su dirección, que le lamió toda la cara. El chico se estaba cabreando, pero al ver que se trataba de Copérnico se relajó completamente.

La dueña del perró lo miró como si no lo conociera de nada, avergonzada por lo que estaba haciendo su perro.

— Normalmente no hace estas cosas, lo siento mucho— se disculpó la chica mientras ajustaba sus gafas tímidamente.

— No te preocupes, Julieta, estoy acostumbrado a los animales— le guiñó el francés el ojo derecho.

— Perdona, pero creo que te estás confundiendo, yo me llamo Elata— el chico pensaba que se estaba volviendo loco.

— No, tú eres Julia, y ése de ahí es tu perro Copérnico— lo señaló empezando a pensar que se estaba burlando de él.

— Mi perro se llama Mochila, porque cuando era pequeña mi imaginación escaseaba, así que le puse lo primero que mis ojos vieron.

El francés ante semejante afirmación, se quedó en shock, no sabía qué estaba pasando, pero se estaba empezando a cuestionar hasta su nombre.

Empezó a hacer movimientos con la mano en el aire como si fuera un desquiciado mental.

— ¿Qué haces?— preguntó Elata asustada.

— Busco agujeros de gusano, es lo único que se me ocurre para justificar lo que me está sucediendo.

La chica se empezó a reír ante su comentario y cuando terminó dijo:

— ¿Cómo te llamas?

— Lucienne —se volvió a presentar de nuevo el chico rubio de ojos verdes.

  — Eres gracioso, Lucienne— la chica se detuvo unos segundos y le miró fijamente— . Te va a parecer una locura, pero, ¿te apetece que conversemos? Tienes cara de querer hablar con alguien y yo no tengo que estudiar hoy.

El francés, aceptó su proposición, porque quería saber dónde vivía y no podía desperdiciar la oportunidad de volver a estar con ella, aunque fuera una persona completamente diferente.

Entraron en el portal B de la cuarta planta del edificio, allí esperaba el padre de la chica, que tenía una expresión seria y confundida. La pregunta no tardó en llegar:

 —¿¿Quién es??—el padre estaba tan confundido como yo.

  — Un mendigo que he encontrado en la calle— la chica se encogió de hombros y evitó mirar a su padre a la cara mientras pronunciaba la mentira—. ¿Tenemos comida?— abrió la chica el frigorífico sin preguntar.

— En ese caso soy Pedro — le estrechó la mano el padre de Elata con una sonrisa.

  — Lucienne— añadió a la corta presentación.

Entraron los tres en la cocina, el francés estaba sudando ante la mirada seria del padre de la chica, que recaía fijamente en él de vez en cuando. Pasados unos veinte minutos, el hombre encontró la forma de que el mendigo que su hija le había traído y él se quedaran a solas.

— Ela, ¿te importaría ir a por pan? Me gustaría hacerle un bocadillo a tu nuevo amigo.

— Sí, claro— la chica dirigió su mirada en la dirección del francés y soltó— . ¿Me esperas aquí?

El francés quería decir cualquier excusa para marcharse de allí, pero el padre no se lo permitió con la mirada y se rindió.

— Aquí estaré— recibió un beso de la chica en la mejilla.

La chica se marchó, el padre de ella se sentó en la silla haciendo un estruendo, señaló en la dirección del francés y comentó:

— ¿Tienes idea de cuantos pintores, vagabundos, monaguillos, jugadores de deportes y periodistas ha tratado de colarme mi hija?— miró seriamente  al parisino y abrió las manos esperando una respuesta— . Hasta conductores de ambulancia he tenido delante de mí.

 —No sé a lo que se refiere, señor—se excusó el francés sin saber que decir.

  — No me llamo Pedro, cada día tengo que inventarme un nombre distinto.

El francés iba a decir algo, pero el padre de la chica le cortó rápidamente para decir:

— Sé lo que me vas a decir, lo he visto muchas veces, que te gusta mi hija, que quieres salir con ella, o alguna tontería parecida, ¿estoy en lo cierto?— se frotó la frente con cansancio.

— Mi hija no va a salir contigo, vete antes de que llame a la policía— soltó en el tono más amable posible.

— ¿Espere, qué?— el francés se quedó paralizado.

El padre de Elata se levantó de la silla, cogió al francés y lo acompañó hasta la puerta, antes de cerrarle en las narices añadió:

— Mira, pareces un buen chico, por eso te digo esto, márchate de aquí, mi hija no va a salir contigo.

Cerró al francés en la cara y éste obedeció, marchándose con tristeza y cabizbajo. 

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