Llegamos hambrientos a la habitación, nuestros estómagos se habían sincronizado y fusionado en un solo.
— ¿Preparo una sopa?— preguntó Lucienne.
— Una sopa estaría bien— sonreí evitando que se me cayera la baba.
El francés preparó la sopa, cenamos y decidimos lo que queríamos hacer:
— ¿Hoy podemos ver Cazadores de Sombras o hay algo que deba saber? —arqueó el parisino la ceja derecha.
— Por supuesto— afirmé con convicción.
— Claro, no veo por qué ...— Minerva estaba a punto de ponerse de nuestra parte, cuando anunciaron "Pretty Woman" en la televisión.
-— Pues nada, vamos a poner el ordenador -— hizo el intento el francés, que al igual que yo se había dado cuenta de que acabábamos de perder la oportunidad de ver la película.
Fue posar sus ojos sobre el anuncio y ya no había quien sacara la idea de su cabeza.
-— Tenemos que ver esa película, te va a encantar, Douglas, es la historia que necesitas para darte cuenta de lo que es el amor verdadero.
-— ¿Por qué a las chicas cualquier película que sea exageradamente romántica os parece la perfecta justificación del amor verdadero? -— la castaña le miró en ese momento con cara de pocos amigos.
-— Si te metes con la película, te estás metiendo conmigo, porque es una de mis películas favoritas, es un clásico, ya no imaginan hombres como los de las películas antiguas, ésos, eran los auténticos caballeros de blanca armadura -— se quedó embobada mirando a la nada mientras imaginaba en su mente todo tipo de cosas.
-— Las mujeres queréis ese cuento de hadas de las películas, pero cuando alguien os lo intenta ofrecer, lo rechazáis, ¿no podéis aclararos? -— la temática le había golpeado a Lucienne en una oquedad de su pecho producida por su última relación.
-— No todas las chicas somos iguales, Lucienne, las hay que buscan todavía un hombre como ése, pero de todas formas las comparaciones son abismales-— no sé si estaba insinuando que no le llegábamos al protagonista ni a la suela del zapato, pero eso había dolido en el orgullo.
-— ¿Insinúas que no soy un caballero? -— creo que el rubio de ojos verdes también había captado la indirecta.
-— No te compares con historias de amor clásicas, nadie puede competir con ellas -— hizo el gesto de la evidencia personificada con sus manos.
-— Yo me puedo comparar con todos los protagonistas de las películas, porque me comporto igual que ellos, llevo por norma ser fiel a una relación y escuchar y cuidar a mi pareja -— se echó el flequillo para un lado el francés indignado.
-— Douglas, sí es uno de los protagonistas de esas películas -— soltó de repente y nos dejó a los dos en silencio.
-— ¿Por qué lo dices? -— el francés me leyó la mente y enunció la pregunta que yo iba a formular.
-— Porque es un caballero, pero la diferencia está en que él no lo va cantando a los cuatro vientos, es correcto, callado y educado —no podía ser malo ni queriendo.
-— Estoy de acuerdo, no tengo argumento contra eso.
-— Va a empezar la película, Douglas siéntate a mi lado, para que no te pierdas ningún detalle, ni tengas ninguna distracción que Lucienne es muy charlatán -— el francés estaba recibiendo un palo tras otro.
Yo me limité a hacer lo que me había dicho, y el parisino, a pesar de protestar por lo menos dos veces más, se sentó también a verla con nosotros.
-— ¿Has visto eso? -— decía Minerva con cada detalle notorio que sucedía en la película.
-— No, pero la mejor parte viene ahora, callarse -— pidió silencio el francés, que no perdía detalle de lo que estaba sucediendo en la película.
-— ¿No decías que la película no era para tanto? -— arqueó una ceja la castaña -— . Nadie te está reteniendo, eres libre de irte a dar un paseo o lo que quieras -— trataba de hacer leña del árbol caído.
-— Mujer, ya que me habéis obligado a ver tres cuartas partes de película ya la vemos entera -— el francés seguía empecinado en no dar su brazo a torcer.
-— ¿Te está gustando a que sí? -— me dio un codazo la castaña que quería conocer mi opinión.
Yo había estado en silencio prestando atención a cada detalle, identificando cada acción que sucedía, había quedado atrapado en aquella historia de amor poco convencional.
-— Me está gustando, pero hay demasiados detalles para pillarlo todo a la primera -— comenté decidido al comprobar de primera mano que por mucho que prestaras atención algún detalle se te escapaba inevitablemente.
-— ¿Ves? Pocas palabras, pero intentando siempre extraer lo máximo de las experiencias -— dejó la interrogación en el aire y luego añadió mirando en la dirección de Lucienne -—. Aprende de él.
— Todos deberíamos ser un poco como Douglas, aprenderíamos a vivir la vida desde la perspectiva del que aprende y no del de la que enseña — concluyó Lucienne.
— Exacto, enséñanos a ser aprendices de la vida, Douglas — agarró mi mano en la oscuridad de la noche, para llamar mi atención, ya que estaba pendiente de no perderme ningún detalle de la película.
— La película está acabando — dije retirando mi mano de la suya, haciendo como si no fuera consciente de lo que estaba sucediendo a mi alrededor, como si la película me hubiera absorbido por completo.
La película terminó, y el francés se quedó dormido en el sofá con la baba colgando, los únicos que quedábamos aún en pie, éramos Minerva y yo.
Me iba a levantar, pero entonces ella apoyó su cabeza en mi hombro y soltó:
— Veamos alguna película de la televisión — podía notar su respiración en mi cuello, era caliente, y erizaba cada vello de mi piel.
Agarró de nuevo mi mano y recolocó su cabeza sobre mi hombro, cerrando los ojos y cediendo con sus ojos al sueño, a pesar de que en tres ocasiones había intentado mantenerse despierta, pero sus párpados no estaban por la labor.
Con los dos dormidos, decidí irme a mi habitación. Una vez dentro de mi cuarto, llamé a Ana, porque nos habíamos mensajeado durante el día para continuar con las clases de baile.
— ¿Douglas? — lo cogió al segundo toque.
— ¿Seguimos con el asunto del baile? — mientras formulaba la pregunta me percaté de que lo había hecho mal, la había llamado por el sitio equivocado.
— Vale, pero no es por aquí, te llamo dame un segundo — me quedé sentado en mi cama esperando la videollamada,
Cuando mi teléfono vibró en mi mano, nada más descolgarlo, me encontré con el rostro de Ana de frente. Al fijarme con más detenimiento en lo que la rodeaba me di cuenta de que se trataba de su cuarto, y algo llamó mi atención, una especie de vitrina de cristal.
— ¿Qué es eso de allí al fondo? Me recuerda al cristal tras el que se encuentran los extintores — traté de compararlo con algo conocido.
— Es una herramienta que he creado para las situaciones de emergencia sentimental, es como un anticrisis particular — sonrió levemente.
— ¿Una herramienta? No lo comprendo — como no fuera un extintor de verdad.
— Es una flor, en concreto una rosa roja, y la tengo ahí, porque es el mejor remedio para curar un corazón roto.
— ¿Una simple rosa? — me acababa de perder por completo.
— La propia esencia de la flor, su fragancia, el olor que desprende, cuando entra por mis fosas nasales, rápidamente destensa todo mi cuerpo, sucede una espontánea relajación para todas las partes de mi ser a la vez.
— ¿Solo con oler una rosa consigues relajarte? — ¿era algún tipo de terapia o algo?
Ella se rió y comentó:
— Me he criado rodeada de rosas, cuando era más pequeña, y jugaba en el jardín de mi abuela, había rosas en cada esquina del mismo, y el olor me recuerda esos momentos en los que no tenía que pensar en nada y solo tenía que disfrutar del olor de las rosas y la hierba fresca.
— ¿Y por qué la proteges bajo un cristal? — tragué saliva para encauzar mis palabras mediante una conversación clara y diáfana —. ¿Para qué encerrarla pudiendo disfrutar de su olor todos los días?
— Demasiadas preguntas, vamos a hacer una cosa, si consigues bailar a la perfección las piezas de hoy, sin equivocarte demasiado, te cuento el motivo — ahora tenía que conseguirlo, ya me lo había propuesto.
Bailé sin equivocarme demasiado, y mientras nos organizábamos para acompañar a la nueva pieza musical que estaba sonando.
— No puedes dejarlo abierto, porque las rosas perderían su esencia, lo que las hace únicas y tan especiales es que tienen ese motivo oculto tras el cristal, sirve principalmente para curar corazones malheridos, y el hecho de que tenga esa capacidad las hace todavía más valiosas.
— ¿Qué tiene que ver un corazón roto con una planta que huele bien? — necesitaba una aclaración más profunda.
— Todo, la rosa es el parche que tapona la hemorragia cuando el corazón no puede dejar de sangrar engañado.
— En resumen, que te gustan las rosas — eso fue lo que capté de nuestra conversación.
— Eso es.
— ¿Y tienen que ser rosas o vale cualquier flor? — miré extrañado a Minerva.
Sin darme cuenta estaba bailando sin importarme si tropezaba o pisaba algún que otro pie por el camino, aunque realmente los pies estaban dibujados en el suelo y físicamente no iba a pisar a nadie que digamos.
Entonces, cuando estábamos en la recta final y me estaba olvidando de todo y de todos, un ruido sonó en la puerta, y segundos después, al abrir la puerta, Minerva cayó rodando a mis pies.
Se levantó de forma silenciosa, miró a la cámara de forma seria y soltó:
— ¿Estás aprendiendo a bailar sin mí?— repuso el aire y luego continuó— . ¿Es una profesora virtual de Youtube o algo así?— estaba entre cabreada y confusa.
—De hecho soy real—le saludó Ana al otro lado de la pantalla de mi teléfono—lo que causó un sobresalto de la castaña, a la que le había pillado por sorpresa—. Si no fuera porque estoy en el teléfono—le ofreció la mano de forma virtual.
— ¿Para qué estás aprendiendo a bailar?— ignoró completamente a Ana dirigió sus ojos a los míos como si tratara de ver más allá de ellos.
— Ana dice, que los matemáticos tienen que saber bailar— me crucé de hombros, no quería que supiera que lo hacía para que si se me presentaba la oportunidad de nuevo de bailar con ella, quería estar preparado.
— En realidad eso da igual, pero— se acarició la barbilla de forma ingeniosa— . Ya que estamos, supongo que no nos vendrá mal practicar— borró las huellas dibujadas en el suelo y se colocó en frente de mí.
— ¿Y si te piso sin querer? Aún no tengo el conocimiento idóneo— me excusé.
— Entonces yo te pisaré más fuerte— sonrió.
La castaña miró hacia los alrededores y soltó de repente:
— ¿Habéis estado practicando todas las veces sin música?— nos miró como si fuéramos raritos.
— Sí— empecé a dibujar círculos con mis pies en el suelo nervioso.
— Pues muy mal, yo me encargo de la música— cogió su móvil y puso una música en el teléfono— . Es "Thinking out loud" colocó el móvil sobre mi cama.
— Excelente elección— comentó la rubia desde el otro lado del teléfono.
— No sé si con música voy a saber seguir el ritmo.
Ella se acercó, agarró mi mano y la puso en su cintura, y con la otra agarró mi otra mano y luego dijo:
— Solo baila, no pienses en normas ni conceptos que hayas aprendido.
Nos pusimos a movernos por toda la habitación, siguiendo las instrucciones al principio de Ana, porque éramos muy patosos, pero cuando pasaron los minutos, ya no escuchábamos la música, ya no escuchábamos la voz de Ana, éramos solo ella y yo bailando en medio de la habitación, era como si la propia música hubiera creado su atmósfera propia a nuestro alrededor, como si estuviéramos en otra dimensión en la que solo se escuchaban nuestros pasos acariciando lentamente el suelo.
De repente, Minerva puso las manos en mi cuello, posicionó su frente al lado de la mía y seguimos bailando.
— Me gusta tener a alguien para pract ...— la castaña puso su mano tapando mi boca.
— Solo baila, no hables.
Acababa de caer en la tentación por centésima vez durante nuestro baile de robarle un beso, besarla hasta sentir la electricidad recorrer nuestros cuerpos con la cinética como instrumento conductor, pero no podía hacerlo, no me atrevía a acortar la corta distancia que nos separaba.
De repente, Ana hizo la última indicación, dejándome sosteniendo su cuerpo entero en mis brazos mientras ella delicadamente se inclinaba hacia atrás. Al término de la canción, ella se inclinó ligeramente hacia delante, dejándonos a tan poca distancia que podía notar los latidos de su corazón, que podía apreciar como la media luna de su retina se iluminaba por el brillo de la lámpara detrás de mí.
En ese momento, en el que todo era perfecto, en el que no quería moverme por si rompía el silencio que gobernaba la situación, decidí darle un beso en la mejilla.
— Lo he pasado genial, tenemos que ensayar todos los días— cerré la puerta tras dejarla fuera de la habitación.
Y en ese momento que me superaron las emociones revividas y los sentimientos encontrados, me dejé caer en el suelo, desarmado por completo.
Me acerqué un momento a la puerta, porque podía oír sus pasos en el pasillo, pero no pude girar el pomo, me quedé apoyando mi espalda sobre la puerta con la mayor presión ejercida posible, mordiendo mi labio inferior y lamentándome, quería correr hacia ella y darle el beso que tanto buscaba mi mente, que tanto pedía mi corazón, pero no podía hacerlo, ella era de otro, y yo no podía hacer nada.
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