Capítulo 33: Las palabras también duelen
- Pérdoname, te sigo queriendo, él no ha significado nada- sus ojos estaban vidriosos.
- No puedo, ¿por qué lo has hecho?- el francés golpeó la pared más cercana con su puño derecho.
- Tú no estás nunca, me siento muy sola- seguía llorando la novia del chico.
Entonces el francés recordó algo, sacó su cartera, cogió una foto de ella y se la enseñó a la chica.
- Yo también me siento solo, pero cuando lo hago, miro esa foto- señaló con el dedo índice la imagen que la chica sujetaba, era de ellos dos sonrientes y abrazados en una preciosa foto- . Recuerdo que no estoy solo, porque te tengo a ti, y entonces me siento el más afortunado, bueno, me sentía- la miró con despreció en los ojos el rubio.
- ¡Esa foto es una mentira!- la tiró al suelo de forma impulsiva la chica- . Tú nunca estás, no tenemos momentos para estar juntos, y a mí Skype ya no me sirve- le explicó la chica tratando de borrar las lágrimas de su cara con la manga de su camiseta.
- ¿Por qué no me lo dijiste?- se dejó caer el parisino en el sofá.
La chica se acercó a donde él estaba y tras cruzar sus piernas y sentarse a su lado comentó:
- No quería distraerte de tus estudios.
- Lo siento, no puedo estar ni un segundo más en esta habitación, no puedo estar aquí- se levantó rápidamente del asiento y comenzó a caminar a la salida.
- ¿Me perdonarás algún día?- hizo un último intento la chica.
El parisino se limitó a salir hacia la puerta, abrió el pomo, salió de aquella casa, pegó un portazo y luego miró a Minerva y a Douglas, que estaban esperando en el coche y soltó:
- Creo que voy a dar un paseo- se metió las manos en los bolsillos y caminó hacia ninguna dirección, necesitaba encontrar una respuesta a lo que acababa de suceder.
- ¿Todo bien?- se atrevió a preguntar Douglas a su amigo.
El parisino no respondió, se limitó a girar la cabeza de un lado a otro en forma de negación rotunda.
Comenzó a caminar, al principio despacio, pero notó que el pecho se le oprimía y que no podía respirar, quería gritar y saltar a un vacío, quitarse de en medio, así que empezó a correr cada vez más rápido, tanto, que atravesó carreteras, ríos, puentes, centros comerciales, hasta que llegó a una zona de maleza, donde no había otra cosa que no fuera silencio.
Lucienne se tumbó en medio de la hierba y contempló el cielo, hasta quedarse prácticamente dormido, mientras lágrimas de dolor corrían por su cara sin cesar.
FIN
- No puedo permitir que se haga daño, quédate aquí, iré a por él- le dije a Minerva mientras habría la puerta del coche y salía corriendo en su busca.
Me costó perseguirle, cuando estaba cabreado se transformaba en una especie de Usain Bolt, corría más que un galgo hambriento.
Mientras le perseguía, empecé a notar esa sensación de dolor en los huesos, que me paralizaba las piernas, no estaba acostumbrado a correr tanto, me dolía la boca del estómago y apenas podía tragar mi propia saliva, pero seguí corriendo, porque sabía que si me paraba aunque fuera un solo segundo lo perdería de vista.
Menos mal que antes de que me fuera desmayar, que ya me faltaba poco, decidió pararse en medio de la nada, le vi tirarse al suelo y se puso a contemplar el cielo.
Me acerqué a donde él se encontraba, y en un último esfuerzo me tumbé a su lado, cosa que mi cuerpo y mis piernas agradecieron enormemente. Cuando estuve en posición de volver a respirar por mí mismo dije:
- ¿Por qué corres tanto? Estoy empezando a pensar que eres más rápido que un tren- un pensamiento para nada extraño vino a mi mente y lo solté sin reparos- . ¿Tío es que eres superman o algo así?- la duda iba en serio, no se puede ser tan rápido y ser humano.
- Corro porque quiero que mis lágrimas desaparezcan sin tener que quitármelas con los dedos, quiero que el viento se encargue de ello por mí- seguía mirando a la nada.
- ¿Acaso era más fea de lo que recordabas o ha engordado?- intenté sacarle una sonrisa.
- Estaba igual de preciosa que siempre, pero había alguien más en la habitación, alguien al que casi estrangulo con mis propias manos-hizo el gesto en el aire.
Acababa de meter la pata.
- Lo siento tío, parece que hasta las chicas perfectas cometen errores- le di un suave golpe amistoso en el hombro.
- Ella no era perfecta, tenía defectos, como todos, pero yo los amaba, todos y cada uno de ellos- seguía mirando a la nada - . Creía que ella era distinta, ¿sabes?- me miró con tristeza y un oscuro y profundo verde en su mirada.
- ¿Qué vamos a hacer ahora?- interrumpí sus lamentos.
- ¿A qué te refieres?- acomodó la capucha de su sudadera en la hierba.
- Tú con el corazón roto y yo que no encuentro el interruptor del mío, ambos perdidos aquí sin saber qué hacer- le expliqué.
- Hay dos opciones- aclaró su garganta y luego comenzó- . O nos quedamos aquí contemplando el cielo para siempre y no le decimos a nadie nuestra dirección para que nadie nos pueda encontrar nunca o nos levantamos, me das un abrazo, buscamos un hotel en el que poder dormir los tres, y luego vemos "Cazadores de Sombras" en el ordenador, para que te enteres de una vez de qué va el rollo "parabatai".
- Veo mejor la segunda- le sonreí.
Nos levantamos de la maleza, nos quitamos la hierba sobrante que se había quedado pegada en nuestra ropa y luego nos abrazamos.
- Por cierto, si le dices a alguien que me has dado un abrazo te mato, digamos que son "circunstancias especiales"- era cierto, Lucienne era muy amigable, pero le tenía mucho respeto a su espacio personal.
- El plan es un poco de viejas amas de casa, no sé si te has dado cuenta- puse mi mano sobre la zona entre su cuello y su espalda y caminamos de vuelta.
-A todo el mundo le gustan las películas, no seas aguafiestas, además, con un poco de suerte Minerva se quedará a verla con nosotros-me guiñó el ojo derecho.
- Eso si no le llama su novio Marcos- no me gustaba ese nombre, me recordaba al típico chico patético que va de malo en las películas y luego no consigue nunca a la chica.
- ¿Estás celoso?- me miró recuperando el verde alegre en su mirada, al parecer esto le estaba distrayendo.
- ¿Yo? ¿De qué? Además, he quedado con su amiga cuando vayamos a España- ese fue mi argumento, pero tengo que admitir que aparté la mirada por unos segundos.
- Eso, céntrate en eso, hay una chica muy simpática que está deseando conocerte.
Los tres llegamos por fin a un hotel en Canillo, aparcamos la furgoneta en los alrededores y entramos a la recepción para registrarnos.
Mi primera impresión del sitio fue maravillosa, tenía vistas a la naturaleza desde cualquier sitio que se te ocurriera mirar, aunque ya se estaba haciendo de noche, pero podía verse aún así. La recepción era elegante y sencilla, no había lujo, se podía respirar la paz en cada milímetro cuadrado de aquel sitio.
Nos registramos, pagamos dos noches y recogimos nuestras pertenencias de la furgoneta para llevarlas a nuestra habitación, era un apartamento que estaba en las alturas, tenías que subir unas pocas de escaleras para llegar a la zona donde se encontraban los apartamentos, eran como pequeños pisos en medio de una montaña.
Nada más llegar, Minerva preparó una sopa, yo hice mis sandwiches de queso, a Lucienne se lo tuve que quitar, y nos sentamos a comer mientras organizábamos lo que íbamos a hacer en el día que teníamos.
- Yo quiero montar en la atracción- señaló el papel publicitario de una atracción llamada "Tobotronc", que parecía bastante elevada y peligrosa, la castaña.
- Yo quiero ir a los lagos, tienen fama de ser una pasada- hizo un comentario propio del deportista del grupo, Lucienne, que, cómo no, quería hacer senderismo.
- Pues yo quiero lo de los lagos también, suena sano y deportivo- le apoyé, porque quería empezar a coger el hábito deportivo.
- Decidido entonces, lagos, no hay más que hablar- me miró y chocamos las manos de forma amistosa.
- Mañana por la mañana vamos a estar en la cola de esa atracción, nos tiramos y luego vamos a donde os de la gana, pero como me pierda la atracción, os ahogo a los dos en el lago, no sé si habrá sido un argumento lo suficientemente convincente para vosotros y si habéis captado el mensaje- nos miró esperando una respuesta a su propuesta, con una cara que daba miedo.
- Bueno, ahora que lo dices, yo tengo ya casi superado mi miedo a la muerte, puede que lo de la atracción esté incluso divertido- le resté importancia al hecho de que probablemente me fuera a dar un infarto nada más montarme en la susodicha atracción.
- Pues yo sigo queriendo ir a los lagos, lo de la atracción me parece absurdo y no pienso cambiar de opinión- giró la cabeza para otro lado- . ¡Ahh!-gritó de repente, la castaña le había aplastado el pie con sus botines.
- ¿Entonces os parece bien?- en esta ocasión nos miró a los dos.
- Totalmente de acuerdo- dijo el parisino con una falsa sonrisa.
- Iba a decir justo lo mismo- sonreí.
- Al final no vemos los lagos qué te apuestas- me susurró el francés entre dientes.
-¿Habéis dicho algo no puedo oíros?-puso la mano paralela a la oreja simulando que trataba de escucharnos mejor.
- Nada- respondimos ambos al unísono.
- Bueno pues vamos a ver una película en mi ordenador, buenas noches, Minerva- me agarró Lucienne del pijama.
-Buenas noches, chicos- sonrió la castaña.
Nos dirigíamos al cuarto del francés cuando me llamaron al móvil.
- Me parece que tu teléfono está sonando, amigo- señaló con su dedo mi bolsillo que estaba iluminado.
Saqué el teléfono de mi bolsillo y vi que se trataba de Ana.
- Lo de la película tendrá que ser otro día- me disculpé y me marché a mi habitación.
- De acuerdo, gracias por lo de hoy de todas maneras- se despidió el parisino amistosamente.
Entré en mi cuarto y cerré la puerta.
- Douglaaas- no dejaban de sonar un montón de "as" sin parar al otro lado del teléfono.
- Aquí estoy- respondí colocándome el teléfono en la oreja.
- ¿Cómo te va? Se te ha olvidado escribirme.
- Todo bien, estoy en Andorra, rodeado de montañas, aunque es posible que mañana muera- dije nervioso.
- ¿De que va la tragedia esta vez?- preguntó con intriga en su voz.
- Mañana voy a montar en una atracción muy peligrosa en la que no me quiero montar, lo más probable es que muera.
- Pues si vas a morir, hay algo que no puedo permitir- se puso seria.
- ¿De qué se trata?- en realidad estaba más extrañado por el hecho de que le diera igual que muriera.
- No puedes irte sin saber bailar- me contestó como si se tratara de algo obvio.
- No me hace falta bailar para nada- no estaba entendiendo nada.
- Todo matemático que se precie debe saber mover los pies- se reía al otro lado del teléfono.
- ¿Te estás riendo de mí?- estaba confuso.
- Sí, pero no es tan divertido si no puedes verme hacerlo- me colgó la llamada.
>>Dime tu Skype- me llegó un mensaje de teléfono.
Le escribí mi usario y luego esperé.
Me empezó a vibrar el móvil de nuevo, era una videollamada de Cenicienta772211 , descolgué el teléfono y apareció la imagen de Ana en mi pantalla.
- ¿Se me ve bien? ¿Se me escucha bien?- preguntó la rubia.
- Regular- le dije con seguridad.
- Bueno, da igual, no lo necesitamos, ponte de pie- me ordenó.
Hice caso a su petición y luego pregunté:
- ¿Para qué tengo que levantarme?- sonreí extrañado.
- Porque voy a enseñarte a bailar- me sonrió y luego añadió- . Haz lo que yo haga, colocó la mano en el aire ejecutando movimientos lentos con sus pies- bailaba increíblemente bien.
- ¿Cómo lo hago?- no tenía ni idea de por dónde empezar.
- Trata de imitarme, espalda recta, pies juntos y mirando hacia delante, una mano en la cintura y otra en la mano de tu acompañante- intenté realizar todos los pasos siguiendo un orden aunque estaba un poco perdido-. Más o menos, ahora inténtalo de nuevo sin que parezca que estás jugando al hockey- ¿se podía ser más cruel?
Así pasé parte de la noche, hasta que vi en mi móvil la hora y me di cuenta de que eran las tres y media de la mañana. Me despedí de Ana, le di las gracias y rápidamente caí en los brazos de Morfeo.
MINERVA
Salí de mi habitación a por un vaso de leche para dormir mejor, pero luego recordé que no habíamos hecho la compra y que no teníamos nada, me estaba dirigiendo de vuelta a mi habitación cuando vi a Lucienne en el balcón de la ventana, mirando las estrellas. Decidí salir a hacerle compañía.
- ¿Qué tal la película?- traté de buscar un tema de conversación.
- No ha habido película, le ha llamado una tal "Ana" y se ha marchado suspendiendo el plan-no me había mirado ni un solo instante mientras hablaba.
- ¿Entonces qué haces aquí?- pregunté confusa, más que nada porque en su situación lo mejor era tomar un buen descanso.
Me señaló el cigarrillo que tenía en su mano y se lo llevó a la boca.
Estábamos los dos mirando las estrellas sin decir nada cuando decidí interrumpir el silencio.
- Dime, ¿cuál es tu excusa?- le miré fijamente.
- ¿Mi excusa para qué?- me miró como si no hubiera comprendido mi pregunta.
- Para fumar, y no me vengas con que es una metáfora, o que lo haces porque de algo hay que morir o porque es una forma minimizada de autodestruirte a ti mismo- le sonreí esperando una respuesta.
Él expulsó el humo inhalado en sus pulmones y luego dijo:
- Todos acabamos convirtiéndonos en ceniza tarde o temprano- me respondió.
- Explícate- me apoyé en la barandilla con el codo y le pedí una explicación.
- Somos personas, nacemos, vivimos, y al final de nuestra vida nos acabamos convirtiendo en ceniza, así que, experimentar que algo se va convirtiendo en ceniza poco a poco entre mis dedos, me hace sentir que puedo controlar mi vida, y que las cenizas son solo eso, cenizas.
- O sea que te estás matando por miedo a la muerte- le dejé unos segundos reflexionar mi idea en la cabeza y luego añadí- . Todo muy lógico, ¿no te parece?
- El miedo a la muerte es inevitable, aunque no pensemos en ello, no me puedes culpar por ello.
- Me ha gustado tu explicación- le sonreí.
Lucienne se limitó a dar otra calada a su cigarrillo y luego soltó:
- ¿Y cuál es tu excusa para no hacerlo?- puso una mirada intermitente, sentí que me estaba devolviendo la pregunta de antes.
- Nunca he fumado, es perjudicial para la salud-una explicación corta pero que resume el aspecto principal.
- ¿Lo has probado alguna vez?- me miró a los ojos.
- Nunca, pero no necesito probarlo para saberlo.
- ¿Y entonces para qué buscas explicaciones?- no me esperaba esa pregunta.
Compruébalo por ti misma, me volvió a ofrecer un cigarillo.
Estaba dudando entre si aceptarlo o no, finalmente, lo cogí, lo puse entre mis dedos, y me lo llevé a la nariz para saber a qué olía.
- Huele fatal- le miré nerviosa.
Él no dijo nada, se limitó a poner la llama del encendedor en frente de mí.
- ¿Qué se supone que debo hacer?- le miré confundida.
- Te lo pones en los labios y luego lo enciendes con la llama- dio una calada a su cigarrillo-. Y luego absorbes, inhalas y lo expulsas.
Hice lo que más o menos había entendido que había que hacer, me llevé el cigarrillo a los labios y lo acerqué a la llama, cuando vi que salía humo aspiré.
Absorbí y luego dejé salir el humo de mi boca, empecé a toser sin parar.
- ¡Sabe a rayos!- le grité, teniendo un sabor extraño en mi lengua.
- ¿Sabes? Me ha dolido más de lo que quiero admitir- me miró Lucienne con tristeza en su mirada, ignorando mis quejas.
- Se te nota, creo que deberías descansar- vi cómo volvía a llevarse el cigarrillo a sus labios mientras el mío colgaba de mis dedos de forma inútil.
- Necesito una conversación para distraerme, ya que nada consigue hacerlo.
- ¿De qué quieres hablar?- me tendría que quedar allí.
- ¿Por qué me ha hecho esto?- me miró con tristeza en el fondo de su mirada.
- No lo sé- le miré confusa.
- Puedes continuar fumando, tranquila, no te vas a quedar enganchada ni nada por el estilo, la primera vez es de prueba, si quieres yo te digo cuando tienes que parar - se rió.
Viendo que no iba a pasarme nada, y percatándome de que hacía frío e íbamos a estar allí un buen rato decidí hacerle caso y me llevé de nuevo el cigarrillo a los labios, absorbí y el humo salió por mi boca, tosí varias veces de nuevo.
Continuamos la conversación, me pasé un buen rato consolándole, pero sin volver a intentar fumar, era algo desagradable y el sabor era fatídico.
- ¿Por qué la vida es una decepción constante? - me miró con incredulidad.
-La vida tiene sus momentos buenos y sus momentos malos, pero tenemos que aprender a compaginarlos, es como un mosaico incompleto al que no hace falta que le añadamos piezas nuevas- traté de explicarle.
Terminamos la conversación y decidí ir a acostarme.
- No puedo más, creo que me voy a ir a domir.
- Buenas noches, Minerva, gracias por no dejarme solo.
Me estaba marchando cuando el olor del cigarrillo que aún llevaba en las manos llegó a mis fosas nasales generándome un asqueo generalizado. Fui hasta donde aún se encontraba el francés y dije:
- Toma, no fumo, tengo claro que está muy malo y es muy malo- le di el cigarrillo.
- Al menos has podido despejar tu duda- se rió.
- Sí, bueno, voy a lavarme los dientes unas siete veces, antes de que "mi duda" me estropee la higiene dental, cuanto antes me quite este sabor de mi boca, mejor.
- Yo me voy a quedar aquí un rato más- comentó el parisino sin dejar de mirar las estrellas.
- Hasta mañana- me despedí de nuevo.
Me fui al cuarto de baño y cuando me conseguí quitar el mal sabor de boca y el olor de mi pelo con una larga ducha de por medio me acosté.
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