Capítulo 32: Una novia aventurera

  — ¿Le has mandado la dirección?— me insistió Lucienne.

— No, le he mandado solo la foto .

—Hay varios restaurantes, mándale la dirección, sino no  nos va a encontrar.

Le mandé la dirección y luego recibí un mensaje en mi móvil, en concreto en mi cuenta de Facebook, porque yo Instagram apenas lo uso.

"Hola, Douglas, soy amiga de Minerva, me llamo Caliope, espero que vengas a visitarme cuando vengas por España :) "

 Me quedé de piedra, no entendía nada.

  — ¿Tú entiendes esto?— le mostré la conversación al parisino.

Él se echó a reír y luego soltó entre carcajadas:

— Pues que te ha encontrado una novia, es evidente— me guiñó un ojo con complicidad.

— Yo no quiero una novia— le aclaré— . Lo que os conté de las chicas del Instituto era cierto, me dejaban cartas acosadoras en la taquilla y me tiraban los bolígrafos al suelo.

Lucienne emitió una mueca con la mejilla izquierda y añadió:

— Un día quiero ver esas cartas compañero, me parece que el problema no está en ellas, el problema está en que no te has graduado bien la vista— ¿a qué venía eso?

— No te he entendido.

— Ya lo harás— me miró fijamente y dijo cambiando de tema— . Por ahora centrémonos en conseguirte tu primera cita— se crujió los dedos de la mano.

—Que durante este viaje solo pienso en mi hermana—le volví a explicar porque parece que es de oídos duros.

—Me da igual, tienes que conocer a chicas, necesitas un poco de sangre en tu corazón, tiene toda la pinta de que es de latidos lentos.

—¿A qué te refieres?

—Necesitamos el amor en nuestra vida Douglas, sino fuera por él, seríamos muebles—volvió a mirarme esta vez con convicción en su mirada—. Porque por mucho que quieras negarlo, alguien te puso un corazón, y por mucho que lo intentes no va a salir del sitio en el que está.

—Mi corazón tiene ya telarañas, el tiempo le ha hecho caer en el olvido.

—Un par de retoques, le quitamos el polvo, retiramos las telarañas, aplicamos un poco de limpiacristales y subimos para arriba el interruptor que tienes bajado, y hala, tenemos un corazón nuevecito—se sacudió las manos de un lado a otro.

—¿Interruptor? Mi corazón no es una fábrica de producción, ni un viejo almacén.

—El corazón es la fabrica de los latidos y el almacén principal de los momentos. 

Cuando estaba distraído me quitó el móvil de las manos y escribió un mensaje que luego envió antes de devolverme el teléfono.

  — De nada— se limitó a decir.

Al ver lo que había escrito me quedé de piedra:

"Y ya que me paso a visitarte podemos dar un paseo, necesito una guía turística ;)"

    — ¿A qué viene eso?

No pudo responderme porque llegó la respuesta:

"Me encantaría guiarte, te va a encantar España" —A la conversación le seguían emoticonos de besos.

— ¿Qué? ¿Cómo lo has hecho? — me quedé sorprendido de la facilidad con la que el francés lo había gestionado.

— Tienes mucho que aprender, Douglas, eres un principiante — se cruzó de hombros y se tiró de nuevo al sillón.

Iba a continuar con la conversación, pero por las escaleras del restaurante que daban a la zona en la que el parisino y yo nos habíamos puesto apareció Minerva.

— El secreto para ligar con una mujer es que no hay secreto, solo tienes que mantener el respeto en todo momento y escucharlas — fue lo último que comentó.

— Hola chicos — nos saludó la castaña.

Yo esperaba que Lucienne y yo mantuviéramos el secreto de la amiga de momento, pero él no opinaba igual.

— Douglas tiene un cita con una amiga tuya — la discreción no era lo suyo.

— ¿Con quién? — la ceja de Minerva se enarcó dibujando una forma curva, lo que solo podía significar una cosa, se había puesto tenso, lo sabía porque además de hacer lo de las cejas, también pone sus hombros muy rígidos y un pequeño hilo sale de su mejilla derecha que indica que está empezando a cabrearse ligeramente.

— Una tal "Caliope" — el francés seguía sin cerrar la boca.

— ¿Mi mejor amiga? — encima mejores amigas, el hilo que se formaba en su mejilla se estaba agrandando, sabía que no le estaba gustando nada lo que el parisino le acababa de contar, pero en mi mente no encajaba, no entendía qué era lo que le molestaba.

    — Sí, le ha escrito y han quedado — hizo la expresión de comillas con los dedos.

— Me parece genial — destensó la mejilla y salió una ligera sonrisa de sus labios, pero yo notaba que estaba intentando contenerse.

— Es muy simpática, espero que no te importe — intenté solucionar el problema que el parisino había generado.

— No te preocupes, me había informado antes de pedírtelo, no hay problema ninguno — me sonrió con una amplia sonrisa.

— Pero, ... — el francés estaba a punto de decir algo, se le notaba — . Pero el no te tiene por qué justificar nada, sois amigos, pero eso no le obliga a hacer nada, de hecho puede hacer lo que le plazca — acababa de estropearlo todo, no podía estarse calladito.

— ¿Perdona? Pues sí me importa porque es mi mejor amiga, hay un código entre amigos, ¿sabes? — la tensión cortaba el aire con solo abrir la boca.

— Esta vez no estoy de acuerdo Minerva, Douglas es libre de hacer lo que quiera, no tiene por qué explicarse, además, ha sido tu amiga la que le ha hablado, si alguien ha roto el código de la amistad ha sido ella — si te callas ahora tal vez conserves la vida.

— Pues nada, me parece todo genial, que no me avise, voy al baño —se levantó y fue caminando lentamente al baño.

   Lucienne y yo nos quedamos mirando embobados cómo se marchaba caminando.

— Ya nos la ha hecho, se ha levantado y ha caminado de esa forma para que le miremos el culo mientras se va.

— Pues ha funcionado — había mirado como un iluso.

— Tú haz lo que quieras, Douglas, sal con la chica que te ha escrito y pásatelo de miedo — me sonrió mientras apoyaba los codos con total libertad en el sofá sobre el que estábamos sentados.

MINERVA

  — ¿Minerva? — nada más entrar en el servicio Minerva llamó a Marcos.

    — Marcos, cariño, ¿qué tal tu día? — intentó despejar su mente hablando con su novio.

— Genial, hemos tenido un paciente con Alzhéimer, estamos probando varios tratamientos para ayudarle — era demasiado bueno.

— Te echo de menos — soltó la castaña mientras cruzaba la pierna derecha con la izquierda y se apoyaba en el lavabo.

— Y yo, pero tienes que ayudar a tu amigo, ¿por qué eres tan buena? — se calló unos segundos y luego añadió — . Tengo una novia demasiado simpática — las mejillas de la chica se sonrojaron.

    — Se lo prometí a mi mejor amiga — se cruzó la chica de brazos imaginándose acariciando los rizos castaños del flequillo de su novio.

— Tengo unas ganas enormes de ti, no puedo aguantar tanto tiempo sin verte.

— Yo echo de menos acariciar tus rizos castaños mientras me miras a los ojos — le confesó la enamorada novia.

—Espero que cuando estés en España te acuerdes de mí.

— Yo siempre me acuerdo de ti, te voy a comprar una camisa que he visto que te va a quedar genial.

— Lo cierto es que me hacen falta camisas.

— Pues tu novia te lleva algunas, tengo muchas ganas de verte Marc.

— Pienso organizar uno de nuestros planes, te lo voy avisando para que no te sorprendas cuando vengas, el día que nos veamos no quiero excusas, solos tú y yo.

— Solos tú y yo — se mordió el labio la castaña.

— Bueno te dejo amor, que me llama el jefe, te quiero, un beso — se despidió el castaño de ojos verde aguamarina.

FIN

 Terminada la conversación, la castaña miró el espejo que tenía frente a ella y añadió:

    — Eres muy afortunada, Minerva.

>>No es por nada pero prefiero a Douglas — volvía el subsconciente para hacer sangre en la herida — . ¿Por qué crees que nunca nos dijo nada? — doloroso recordarlo.

FLASHBACK

 Chica castaña de manos y cuerpo pequeño, mirando al suelo mientras reflexiona en voz baja:

    — ¿Me quiere? No me quiere — repite mientras va deshojando una margarita que tiene sujeta entre las manos.

Llega su mejor amigo, un joven moreno de ojos castaños, con la piel blanca, se acerca y dice:

— ¿Por qué estás destrozando la flor? — en vez de fijarse en los ojos de la chica que no dejaban de mirarle se fijó en la flor.

Sin darse cuenta rozó sin querer al acercar la distancia su mano con la de ella, fue cuando la castaña rozó su mano con la de ella, generándole una pequeña descarga eléctrica en la mano que la chica no podía llegar a comprender.

— ¿Por qué no? — respondió al fin a su pregunta.

— Las flores son personas , también sufren como nosotros.

— No, Douglas, las flores no son personas son plantas, como los árboles.

—Cierto, ¿jugamos al fútbol? — siempre estaba pensando en lo mismo.

— Si me prometes una cosa — la chica miró en la profundidad de los ojos marrones del chico.

— ¿El qué? — preguntó el chico intrigado.

— Que pase lo que pase siempre estarás a mi lado — la chica agarró su mano con intensidad y miró hacia otro lado para que no notara que sus mejillas se habían enrojecido.

— Te lo prometo.

— ¿Promesa de meñiques? — estiró su diminuto dedo meñique en busca de una respuesta.

— Promesa de meñiques — cruzó su dedo meñique con el de ella.

FIN

 ¿Por qué no cumpliste tu promesa? — miró con los ojos vidriosos la chica nuevamente al espejo.

Lucienne y yo, habíamos estado esperando a que Minerva saliera del baño, a los veinte minutos salió y conversamos:

  — ¿De qué habéis estado hablando?— se sentó la castaña en la silla que estaba en frente del sofá.

— De que lo mejor sería, antes de ir a mendigar un hotel donde quedarnos, ir a visitar a mi novia, que tengo muchas ganas de verla y me lleva esperando durante mucho tiempo, va a ser una sorpresa muy bonita— argumentó el parisino.

— Me parece fantástico, pero yo no sé dónde está la casa de tu novia— me crucé de brazos con ignorancia.

— Yo te guío, marchémonos ya— se levantó de un salto el francés.

Caminamos por el centro hacia el centro comercial donde se encontraba aparcada nuestra caravana, nos montamos y emprendimos la marcha.

— ¿Puedo encender la radio?— preguntó la castaña.

— Claro— mi permiso al parecer no tenía validez, aunque lo dijera un rubio de ojos verdes al que conocíamos de hace unos días, daba igual, había que hacerle caso a él.

Conduje todo el camino con la música puesta, llegamos a la casa de la novia del francés, aparqué la furgoneta y esperé a que hablaran todo lo que tenían que hablar. Lucienne se frotó las manos nervioso mientras llamaba a la puerta de la casa de su chica, pero no abrió su chica, abrió un tío.

LUCIENNE  

Cuando el parisino se dispuso a abrir la puerta de la casa de su novia, se encontró con que en la casa de su novia, que recién se acababa de independizar de sus padres, había un desconocido sonriéndole desde el otro lado de la puerta.

  — ¿Quién eres?— preguntó el parisino que se conocía a la perfección cada cara de cada familiar de su novia, después de haber estado saliendo con ella más de tres años.

— ¿Yo? Soy Gabriêle— se presentó el chico.

El rubio francés, con la vena de la frente a punto de estallar por toda la ira acumulada, entró violentamente, agarró al chico del cuello de su jersey y le dijo:

— Sé que eres un puñetero desconocido, lo que quiero sabes es qué es lo que estás haciendo tú en la casa de mi novia— aflojó el agarre para dejarle respirar y luego añadió— . Tienes tres segundos antes de que decida que quiero explotarte la cabeza con mis propias manos.

—Espera tío— intentó ganar tiempo el chico, que tenía el miedo presente en su mirada.

— Te queda un segundo para decidirte— apretó más fuerte el cuello del jersey.

— ¡Estoy saliendo con ella! —soltó al fin.

 El francés lo agarró como si se tratase de una bolsa de la compra con cierto peso y lo lanzó por los aires.

Cruzó el hall pasando el pasillo y entró en la habitación de su novia.

— ¿Me explicas por qué el atontado éste piensa que está saliendo contigo?— señaló al chico que estaba en el suelo.

— Es muy simple, porque estoy saliendo con él— la chica trataba de evitar el confrontamiento en sus miradas.

— ¿He hecho algo mal? No podía contarte nada de lo que estaban organizando porque era una sorpresa.

— Me he cansado de no poder verte, Lucienne, yo te quiero mucho, pero la distancia ha acabado con lo que teníamos— seguía sin mirar al parisino.

— Escúchame, Colette, podemos sentarnos a hablarlo, pero si me dices que no te has acostado con otro— el chico apretó los nudillos con mucha fuerza y soltó— . Porque puedo entender tu soledad, yo también la he sufrido, puedo entender el dolor, a mí también me duele, pero si me has engañado me marcharé y no me volverás a ver.

La chica empezó a mirar al chico con lágrimas en los ojos.

— Tú no estabas.

— Soy tan idiota, que me he recorrido kilómetros y kilómetros solo para verte, y yo echándote de menos, que iluso he sido— el rubio francés miró al suelo decepcionado.

— Tú no estabas  y yo me sentía sola amor— intentó agarrar su brazo para llamar la atención del chico que estaba cavizbajo y con la mirada perdida.

— No me llames amor, no hay ningún sentimiento que describa lo que has hecho, no hay palabra que solucione el problema que has creado, ya no puedo verte igual— movió la cabeza de un lado.

— Amor, perdóname, no sabía lo que hacía— siguió con el intento de agarrar mi mano, pero yo se la retiré.

— Ya es tarde, podría perdonarte la mentira, pero no el hecho— le miró con empatía.

—  ¿No puedes hacer como si no hubiera pasado?—volvió a intentar agarrar al rubio su novia.

  — Bueno, yo ya me voy, ya hablamos— se levantó del suelo el francés desconocido para interrumpir la conversación.

Lucienne caminó de frente, hasta chocar frente con frente y luego soltó:

— Como vuelvas a interrumpir nuestra conversación me hago un sofá con tu piel— le sonrió de oreja a oreja de forma despreocupada.

 



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