Capítulo 28: Tengo una mala idea
Mientras caminaba, enojado por haber tenido que compartir mi sudadera sintiéndome tan humillado como me había hecho sentir Minerva, llegamos a la calle del Arco del Triunfo, no había querido hablar con ella en todo el camino, pero no porque estuviera enfadado, sino porque tener su pelo mojado invadiendo aquel espacio tan pequeño que compartíamos me daba una tranquilidad casi inhumana, me recordaba nuestros días de fútbol en el barro, la de veces que me recosté sobre su enorme cabello castaño mojado.
Lucienne nos estaba esperando en la puerta, cruzado de brazos, mirando en mi dirección. Le saludamos amistosamente:
— ¿Qué tal vuestro día? — tenía una sonrisa en el rostro, pero su mirada me indicaba que algo andaba mal.
—Nos lo hemos pasado genial, le he dado una lección al chico de la sudadera amarilla — se rió de nuevo mi mejor amiga.
— ¿Una lección? — era comprensible que no entendiera nada, yo aún trataba de asimilarlo.
— Le he tumbado con una llave de judo — le "medio" susurró.
— ¿Le has tumbado? — se le escapó una carcajada muda, y luego, tras aguantar la risa me dijo sorprendido — . ¿Te ha tumbado?
Yo no sabía qué responder:
— En mi defensa diré que estaba descuidado — fue lo único que se me ocurrió.
— Claro, es eso, estabas preocupado por si caías mal al suelo — me miró con una sonrisa traviesa en los labios e hizo una pausa — . ¿Me equivoco? — obviamente me estaba tomando el pelo.
— Vale, me ha tumbado, pero es que me ha engañado — metí mis manos en los
bolsillos con desesperación —. No me había dicho que estuvo cuatro años haciendo judo —me mordí la lengua.
—Espera un segundo — el francés empezó a cocinar las ideas en su mente, me imagino que poniéndolas en orden y luego soltó — . ¿Has dado cuatro años de judo? — esta vez la pregunta era para la castaña.
— Llegué a cinturón azul-marrón — nos explicó, lo que me hizo comprender que pasara lo que pasara, ni se me debería ocurrir cabrear a Minerva, porque lo más probable es que sus manos sean letales.
— Eso no vale, Minerva, tenías la ventaja del conocimiento — ¿se estaba poniendo de mi parte?
— Supongo que tienes razón — no veía nada de arrepentimiento en sus palabras, pero digamos que acepto eso como "disculpa".
— Pero aún así, muy buena — le chocó el puño con el suyo.
Yo no sé si es que me ignoraban, o es que simplemente les daba igual que estuviera ahí.
— Antes de entrar para adentro, me gustaría comentarte algunas cosas— me agarró Lucienne por el brazo cuando estaba a punto de introducir la pierna derecha por la puerta principal.
— Sí, claro, dime— respondí con amabilidad.
Me hizo señas para que fuéramos a un lado apartado de los demás, yo me limité a seguir sus pasos. Una vez estuvimos en una esquina apartados, comenzó a hablarme:
— ¿Qué tal tu día "a solas"?— me golpeó el brazo de forma amistosa, me atrevería a decir que incuso con la cercanía de un amigo.
— Genial, he acabado por los suelos, empapado hasta los pies y agotado de tanto caminar, un día fantástico— ironicé mi respuesta de la forma más exagerada posible.
Como quería cambiar de tema de conversación, le pregunté por su día:
— ¿Y tu día sin nosotros? ¿Ha sido un día tranquilo hoy?— su mirada era extrañamente triste.
— Sé que ha parecido una excusa para dejaros a solas, que también lo era, pero en realidad tenía un problema, no os lo he contado todo— inclinó la cabeza hacia abajo resignando su postura.
— ¿Malas noticias?— puse mi mano en su hombro intentando tranquilizarlo.
— Mi madre está muy enferma, tiene cáncer, y mi padre ha decidido retirarle la medicación, por lo que está en su último mes de vida— ya no tenía su brillo habitual en los ojos, por lo que deduje que no se trataba de una broma de mal gusto.
— No tenía ni idea, tío, siempre se te ve tan feliz que parece que los problemas huyen de ti— me encogí de hombros sobrecogido.
El parisino hizo un intento de sonrisa, y luego añadió:
— No todo es blanco o negro, Douglas, todos tenemos que convivir con esos matices de gris que tiñen la realidad de un color desagradable— tenía el presentimiento de que esa frase se me quedaría grabada para siempre en la memoria.
Todos mis pensamientos negativos y mi desconfianza hacia el rubio francés se fueron, la ocasión requería que dejara atrás esos pensamientos que siempre me hacen alejarme de las personas y que empezara a confiar en la gente.
Agarré la pulsera plateada de mi muñeca, era un bajo pequeño, me lo había regalado una compañera de trabajo, porque esa pulsera podía dividirse en dos, es decir, se partía por los extremos dividiendo el bajo en dos mitades y haciendo de una pulsera dos. Quería arriesgarme, demasiada gente me había dicho que tenía que vivir mi vida, me pareció el momento perfecto para empezar el camino de la amistad, así que, rompí mi pulsera en dos.
— Toma, esta pulsera simboliza la amistad, nunca he tenido un amigo que pudiera mantener, pero como me da la impresión de que no te vas a separar de nosotros en todo el viaje, te quiero regalar ésto, que indica que siempre que te sientas triste o solo, puedes contar conmigo— le sonreí.
— Yo he tenido muchos amigos, Douglas, pero siento que nuestra amistad va a ser para siempre, y como estoy seguro de ello, me gustaría que lo selláramos— sacó la llave de su casa del bolsillo.
— ¿Cómo simbolizamos esa amistad duradera de la que hablas?— estaba intrigado, nunca había tenido un amigo, y mucho menos un mejor amigo.
— Nos cortamos la yema del dedo con la llave, y echamos una gota de sangre encima de la pulsera— me explicó.
Se paró unos segundos antes de ser el primero en cortar la parte superior de la yema de su dedo índice, luego puso el dedo con la sangre a flor de piel encima de la superficie plateada de la pulsera.
— Piénsalo bien, amigo, si hacemos ésto, no hay vuelta atrás, seremos amigos en los bueno y en lo malo, no habrá chicas que se interpongan, no habrá discusiones que no resolvamos, estaré ahí si tu estás ahí— se volvió a callar dejando actuar al silencio durante tres segundos de reloj y luego añadió— . Es una especie de "vínculo parabatai"— le entró la risa, yo seguía confundido ante su comentario.
— ¿Qué es un "vínculo parabatai"?— pregunté antes de realizar el corte sobre mi dedo, porque comenzaba a asustarme un poco, sonaba a que me estaba metiendo en una especie de secta.
— ¿En serio? ¿No has leído o visto Cazadores de Sombras?— se llevó una mano a la frente con desesperación— . Va a ser cierto eso de que no vives en el mundo— se rascó la nuca sin saber qué decir ante mi pregunta.
— Sé que es una buena saga de libros, pero no he tenido mucho tiempo para leer, solo he tenido tiempo para trabajar y aprender a cocinar alguna que otra cosa para poder sobrevivir lejos de mi casa— le expliqué haciendo señas con las manos bastante extravagantes.
— Te lo explico y nos ahorramos los detalles, básicamente, un "vínculo parabatai" es un lazo entre dos almas, no solo es una amistad, es una relación única, en la que te comprometes a dar todo por el otro sin importar lo que se te interponga en el camino— sonaba tan bien, que me corté la yema de mi dedo antes de que terminara de hablar.
Apoyé mi dedo dejando correr las gotas de sangre sobre la pulsera, aceptando la propuesta de Lucienne.
— A partir de ahora, no somos solo amigos, eres mi hermano, Douglas, siempre me tendrás ahí— me abrazó cariñosamente.
Estaba aún un poco contrariado, no sabía si había aceptado un matrimonio con Lucienne o si estaba cometiendo la locura más grande de mi vida, pero había decidido que era hora de comenzar a hacerlas.
— Vamos para adentro, Douglas, luego continuaremos nuestra conversación, hay cosas que todavía me gustaría preguntarte— apoyó su brazo sobre mi hombro derecho y me indicó el camino.
Nada más entrar en la sala, me embargó una sensación de antigüedad, había historia en los dibujos de las paredes, en los símbolos del techo.
— Subamos las escaleras, Minerva debe estar ya arriba del todo— me señaló la escalera de caracol blanca con barandillas de madera marrón.
Subimos corriendo las escaleras, esquivando a los turistas que se interponían, hasta que visualizamos una puerta con mucha luz del exterior.
Cuando llegamos al tejado, la magnífica vista que se podía contemplar desde aquel lugar me dejó sin palabras.
— Es uno de los mejores miradores de París— me comentó el parisino.
Seguí caminando, y entonces la vi, estaba haciéndose fotos a ella misma, caminaba como si fuera una niña pequeña asombrada por las maravillas de los detalles. Como si sintiera mi mirada, se giró y sus ojos marrones se encontraron con los míos contemplándola, hasta en los monumentos consigue brillar cuando todo está oscuro, da igual que sea por la tarde o que esté llegando la noche, ella tiene escondida una estrella que ilumina hasta los fondos más abisales y profundos, su sonrisa.
Al detectar mi presencia alzó una mano y me hizo gestos para que la acompañara:
— Ven, Douglas, te necesito— aunque no me necesitara iría de todas formas.
Caminé en su dirección, Lucienne hizo lo mismo, ambos la alcanzamos acortando una distancia relativa de pasos entre ella y nosotros.
— Menos mal, creía que iba a tener que bajar para que subiérais, ¿qué estabais haciendo?—nos preguntó entornando los ojos.
— Estábamos arreglando nuestras diferencias— me miró para que acompañara su excusa con afirmación, por lo que asentí sin pensarlo demasiado.
— ¿Ya va todo bien entre vosotros dos?— nos señaló a ambos con su dedo índice.
— Todo va genial— levanté mi pulgar hacia arriba con su comentario.
Minerva se colocó en el borde, en la peor situación imaginada posible, y nos invitó a acompañarla. Con mucho cuidado para no estrellarnos contra el suelo, el rubio francés y yo, le acompañamos como pudimos.
— Toma, Douglas, haz un selfie de nosotros— me prestó su móvil para que realizara la susodicha fotografía.
Estaba a punto de hacerla, todos estábamos sonrientes, la foto iba a quedar genial, pero entonces, llamaron al móvil de mi amiga. Ella al ver el nombre de la pantalla, que era "Marcos", se levantó del sitio en el que se había sentado y cogió el teléfono.
Se alejó de nosotros para que no oyéramos lo que hablaban entre ellos.
— ¿Marcos es el nombre de su novio?— preguntó Lucienne que estaba demasiado atento a mi respuesta.
— Sí— dije de forma arisca y un poco grosera.
— Pues ya sabemos un dato para investigarlo en las redes sociales, algún defecto tendrá— se dio con el dedo índice en la comisura de los labios de forma pensativa.
— Parece el tipo perfecto— le comenté deprimido.
— La perfección no existe, amigo mío, es un producto comercial que las empresas saben vender muy bien, pero a la hora de la verdad no hay nada ni nadie que sea perfecto, por mucha publicidad que le des— cada vez me sentía más animado.
Minerva terminó de hablar con su novio y volvió sobre sus pasos, nos hicimos la foto, ella la subió a Instagram y luego montamos en el coche para volver a la casa del parisino, que seguía empeñado en que no pisáramos el hotel que habíamos pagado.
— ¿Mañana es vuestro último día en París?— preguntó Lucienne afligido.
— Sí, mañana iremos al próximo destino de la libreta— señaló el cuaderno de mi hermana la castaña.
Estábamos a punto de llegar la calle perpendicular a su casa, cuando de repente, el parisino, cambió de planes en su mente y tomó otra dirección.
— ¿Tu casa no estaba en la otra dirección?— le comenté confundido.
— No vamos a ir a mi casa, vamos a visitar una de las zonas de Francia que no podéis perderos antes de iros— nos sonrió a ambos elucubrando mientras hablaba.
Condujo durante casi toda la noche sin mediar palabra con nosotros, paramos en un mirador por el camino, no pude contener ni un segundo más aquel silencio atronador y lo rompí:
— ¿A dónde se supone que vamos?— me acerqué a la baranda del mirador, regalándole a mi vista un paisaje de bosque y montañas tan hermoso que no podía dejar de contemplarlo.
— Vamos a la costa azul, no puedo permitir que os vayáis de Francia sin que disfrutéis de sus playas— me desveló mientras entrecruzaba sus dedos con comodidad a la vez que se apoyaba en la barandilla.
— ¿A la costa azul?— reposé un segundo la idea en mi cabeza y luego añadí— . ¿Te has vuelto loco?— levanté mis puños con desesperación.
— A mí me parece una idea excelente, tenemos que conocer todos los rincones de Francia que podamos, no sabemos cuál será nuestro siguiente destino, porque nosotros no decidimos a dónde vamos— le defendió Minerva.
— Veo un problema en todo su plan— respetaba su idea, de hecho me parecía interesante, pero tenía una pega que ponerle— . ¿Cómo nos vamos a marchar mañana?
— ¿Pues con qué va a ser? — esperé a que lo reflexionara en su mente— . Con la caravana— la sonrisa desapareció de su rostro al recordar lo mismo que yo había recordado nada más que el parisino había pronunciado aquellas palabras.
— No hay caravana, nos la hemos dejado en el hotel— terminé comentando.
— Si queréis doy la vuelta ahora mismo, podéis visitar la costa azul la próxima vez que vengáis a Francia— se ofreció Lucienne amistosamente.
— Ya no hay marcha atrás, mañana tendremos un duro viaje de vuelta— Minerva quería ir a la playa sí o sí.
— Decidido entonces, volvamos al coche, cuanto antes retomemos la carretera, antes llegaremos, son unas cuatro horas de viaje y ya hemos recorrido dos de ellas más o menos.
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