Capítulo 24: Una tarde para no olvidar

Tantos ojos mirándome expectantes, sin apenas parpadear, terminaron por ponerme nervioso, y mi respuesta no era la que tenía en mi mente, salió demasiado mal:

  —Supongo que vamos a tener que ir porque necesitamos los bañadores— tonto, tonto y más que tonto.

—Genial, pues vámonos ya, cuanto antes, más tiempo tenemos de ver las mejores tiendas de moda de París— Lucienne, ¿pero yo que te he hecho? No sé si es que me porté mal con él en otra vida o algo, pero me estaba fastidiando el día de una manera trémula y dolorosa, como si fuera la mismísima muerte disfrazado.

— Voy a coger las llaves de mi coche— dijo Arlette con emoción.

¿Por qué les parecía tan emocionante ir de compras? 

Aparcamos cerca de los Campos Elisios otra vez, caminamos dos minutos y paramos en una tienda que parecía un palacio, con una valla dorada, Abercrombie & Fitch, al detenernos delante, Lucienne mencionó lo siguiente:

— Ésta es mi tienda favorita, tienen una calidad y un diseño que me vuelve loco , creo que te gustará— creía que iba a mencionar a Minerva en ese paréntesis que había hecho—. Douglas, te va a encantar, aquí es donde tenemos que comprarte el bañador—me guiñó el ojo, lo cierto es que la tienda me había llamado la atención, pero no quería que el presuntuoso saliera triunfante.

Entramos en la tienda, todo era bonito, había unas escaleras a la  izquierda por las que subimos y subimos hasta llegar a la segunda planta, que era la de caballeros. Lucienne entró por una puerta que había a la izquierda, atravesó un marco hasta otro ala de la enorme sala llena de sudaderas y camisetas. Al imitar su acción, me choqué con los bañadores de frente, eran cortos pero elegantes, tenían la simpleza del detalle, y algunos llamaban la atención de una forma única, jugaban con los colores. Lucienne escogió tres bañadores, uno para él y dos para mí, luego se dirigió a la zona de las sudaderas, y seleccionó dos de ellas, cogió también vaqueros y se paró unos segundos delante de las colonias.

  — ¿Qué estás haciendo? — le pregunté cuando ya quedé mareado con tanto ir para aquí y para allá.

  — Te voy a hacer un cambio de vestuario entero, si quieres impresionarla creo que esta ropa es la clave— espera un segundo, ¿impresionarla?

— ¿A quién te refieres?— tanteé el terreno, ¿qué creía conocer?

— A Minerva, es evidente que te gusta— me miró como cuando los detectives de la tele miran al culpable de un crimen para delatarlo.

Antes de que pudiera pasar algo, me lancé hacia él, le tapé la boca y entramos en los probadores de la tienda.

— A mí no me gusta Minerva, solo somos amigos— tenía curiosidad, pero respetaba nuestra amistad.

— ¿Y entonces por qué estamos en este probador?— volvió a mirarme de forma deductiva, empezaba a preferir al Lucienne que no se fija en las cosas.

— Porque no quiero que haya ningún malentendido, ella tiene novio, y yo, yo solo estoy aquí por mi hermana— le expliqué el motivo de nuestro viaje.

Lucienne me miró con pena, luego se dirgió a mí, y me abrazó mientras decía:

— Has pasado por mucho, ¿qué te parece si salimos esta noche?— ¿me estaba invitando a un plan de amigos?

— ¿Salir a dónde? Que va, no tengo ganas, pero te lo agradezco— ¿salir con él? Ni loco.

Compramos todas aquellas cosas, no porque quisiera impresionar a Minerva, que va, era porque había visto que me sentaba muy bien todo.

Me gasté unos cien euros, porque cuando me disponía a pagar todo, Lucienne dijo:

— Considéralo tu regalo de cumpleaños tío, como sé que esta amistad va para largo, te hago el regalo anticipadamente— ¿regalo de cumpleaños? Lucienne estaba comenzando a perder la cordura.

El resto de la tarde fue por el mismo camino, tiendas y más tiendas, dimos un paseo tan largo que  acabé por aborrecer las tiendas para toda la vida, entonces fue cuando Minerva miró su móvil, que no lo miraba desde hacía rato y dijo:

— Lucienne, Douglas, venid un momento, quiero enseñaros algo— estaba sorprendida por algo, se lo notaba en la voz.

— ¿De qué se trata, Minerva?— se me volvió a adelantar Lucienne.

— ¿Recordáis el story que puse hace un momento?— lo recordaba a la perfección, pero sabía que lo iba a repetir de todos modos, así que me hice el interesado.

— No, ¿de qué trataba?— con pocas palabras adelanté la tediosa explicación.

— Hace un momento, hice una invitación a las chicas, cuando dije que ibais a cocinar para hacerme la cena— me hizo un gesto con la mirada— . ¿Lo recuerdas ya?

— Ahora ya lo recuerdo, sí— afirmé cansado.

— Pues el caso es que también dije que si os querían que estabais libres— ¿nos había subastado?

— ¿Y cuál ha sido la reacción de las chicas?— se espabiló en preguntar Lucienne, que estaba impaciente.

— Tengo más de tres mil mensajes, tenéis para elegir— nos enseñó su móvil.

— Se habrán enamorado todas de mí— dijo Lucienne presumiendo de nuevo.

— No, la mayoría quiere salir con Douglas— nos enseñó esta vez las respuestas, ¿le había ganado a Lucienne?

Estábamos sentados en el banco de un enorme centro comercial, descansando cuando Minerva nos lo contó, a Lucienne no le sentó demasiado bien:

  — ¿Que prefieren a este aburrido?— me señaló con el dedo.

Lo de aburrido sobraba, pero nada podía quitarme la sonrisa, había salido victorioso en su terreno, para mí eso era impagable.

— Es cierto que es aburrido, yo lo recordaba más divertido— se llevó la mano a la mejilla derecha Minerva, que comparaba la situación actual con sus recuerdos del pasado.

Lucienne, que está gracioso esta tarde, miró con complicidad a Minerva y le hizo una indicación de una dirección con la mirada. En ese preciso instante fui agarrado a traición por los dos:

— Sujétale el brazo derecho, yo me encargo del izquierdo, he tenido una idea— le ordenó a la castaña, que acató la orden con maldad.

Me arrastraron hasta la puerta de la tienda número cincuenta, o puede que cincuenta y dos, ¿quién lleva la cuenta? Intenté resistirme, pero no pude zafarme del agarre.

Una vez dentro de la tienda, Lucienne, se acercó a la estantería donde estaban las gafas de sol, cogió unas y volvió a mirar a mi amiga:

— ¿Qué tal un cambio de look?— puso las gafas en frente de mis ojos para que ella viera cómo me quedaban.

— Vamos a crear un Douglas rebelde, me gusta tu idea— a ellos les gustaba y yo lo detestaba, ¿podría haber más contrariedad?

Me probaron más de cincuenta combinaciones, hasta que se quedaron con una chupa de cuero negra, unos pantalones vaqueros, unas gafas de sol muy normalitas, de un negro convencional y unos botines blancos de los años ochenta. El "look" me recordó a la película que había visto anunciada hace unos segundos en una de las tiendas, "Grease" creo que se llamaba.

— Que pinta de malo tienes, pareces otro, Douglas— concluyó Lucienne que me miraba como si contemplara una obra maestra.

— Tiene razón, el look de chico peligroso no te pega nada, pero por alguna extraña razón, te queda bastante bien— ¿o no me pega nada o sí me pega?— me estaba volviendo loco con tanto mensaje contradictorio. 

Cuando se cansaron de hacer locuras en la tienda, por fin llegó la hora de marcharnos, Arlette esperaba con el coche en marcha a la salida del centro comercial, al parecer en lo que Minerva y Lucienne se divertían con mi atuendo, ella había ido a por el coche, dando un largo paseo.

  — ¿Os han gustado las tiendas parisinas?— sonrió la madre del rubio a Minerva .

— Nos ha encantado, ¿verdad, Douglas?— me dio un codazo.

Yo no quise echarle más leña al fuego, así que decidí seguirle el juego:

— Ha sido divertido— la expresión de mi cara no era la mejor, ni la más feliz, aunque una mueca de felicidad sí que tenía en la esquina, cerca de mis labios, la victoria de ante el parisino había hecho mella en mis pensamientos.

— Me alegro de que París os haya robado el corazón— contestó Lucienne jugando a ese juego de pelota redomado que tan bien manejaba— . ¿Y esta noche fiesta no?— el plan de fiesta que teníamos en mente era diferente, para mí, la fiesta perfecta de aquel día, era dormir hasta no sentir los pies, se ve, que tenemos conceptos muy distintos de lo que es "robar el corazón".

Lucienne volvió a intentar la oferta de la fiesta:

— ¿Esta noche hay fiesta?— picó el anzuelo Minerva.

— Y si no la hay la fabricamos, pero creo que sí vamos a tenerla, tengo un buen presentimiento— estaba tan concentrado, que ya todo lo que sucedía lo contemplaba de una manera positiva, menudo iluso.

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