Capítulo 16: Organizando el plan

Paolo se sentó a mi lado y comentó:

  — ¿Te ha contado ya toda nuestra vida?— ¿se lo había olido?

— Nos hemos quedado en la parte más interesante, cuando tenías que darle tu respuesta.

Mi primo se colocó en su asiento y comenzó:

— Ella no creía que yo iba a aceptar el reto, y al principio me planteé rendirme, pero mi orgullo estaba en juego, así que le prometí que iba a caminar cada día a las nueve hasta la puerta de la facultad, que iba a dar los mejores paseos con ella y que iba a abrirme como un libro, le prometí todo lo que pude prometerle, solo pensaba en ganar.

  Paolo hizo un esfuerzo para ponerse en situación y con los ojos cerrados y hablando desde los recuerdos de su mente continuó con la historia: 

  — Fui cada día de cada semana, todo un mes entero, y los paseos largos se convirtieron en interminables, me enamoré de su sonrisa, de su caminar, de como escondía la mirada cuando venía con mi delantal de cocina y la cogía de la mano, porque aunque ella parezca la buena de la historia, la señorita Dilemma se avergonzaba de mí, ya que los estudiantes de medicina, no se suelen enamorar de cocineros de medio pelo.

  — Eso no es cierto, Paolo, sabes que yo te quería, pero tenían una norma estricta con respecto a los delantales de cocina en mi Universidad— se encogió de hombros mientras servía las tazas de té caliente.

  — Nunca me lo admitirá, Douglas, pero yo sé que en el fondo se avergonzaba de mí— los dos se miraban, se notaba el amor incondicional en sus miradas.

— Bueno continuo que me estás haciendo perder el rumbo de la historia, ¿por dónde iba?— mi primo se había perdido en los ojos de su mujer, tuve que refrescarle la memoria.

— Te habías quedado en el delantal, le ayudé a continuar— la historia estaba interesante.

  — Nos terminamos enamorando, bueno ella primero, estaba colada hasta los huesos por mí — la miraba esperando su reacción, que no tardó.

  — En tus sueños, Paolo, sabes perfectamente que el que terminó enamorándose profundamente fuiste tú—mi primo no lo desmintió, por lo que me atrevería a decir que estaba en lo cierto.

  — El verdadero final de la historia es que a ella no le gustaba la medicina, estaba siendo obligada por sus padres, yo terminé mis clases prácticas y me tenía que marchar, quería aplicar todas las técnicas nuevas que había aprendido, había decidido abrir un local en Francia. El día que iba a irme para no volver, me dijo que se quería venir conmigo, un día le había mostrado mi pasión por el oficio de la elaboración de chocolate, y al parecer se lo había contagiado, porque cogió las maletas, le dejó una nota explicando el suceso a sus padres y se vino conmigo —la sonrisa en su rostro indicaba que era amor verdadero.

    — Aquí en Francia, convivir juntos al principio fue un problema, no nos poníamos de acuerdo con nada, cada uno tenía una idea distinta de cómo iba a ser la convivencia en su cabeza, pero supimos encontrar el punto intermedio, aprendimos a ceder y al cabo de un año y medio — iba a terminar pero Paolo la interrumpió con un beso en los labios.

— Un año y tres cuartos amor — le corrigió con delicadeza.

— Cierto, ya llevamos casi dos años, y no ha habido un solo día en el que nos hayamos arrepentido de lo que hicimos — la chica miraba a su marido mientras acariciaba suavemente su mano, se podía respirar la felicidad en el ambiente.

Douglas, que nunca había presenciado algo como aquello, sintió un golpe en el pecho, se dio cuenta de que los números no eran lo único en su vida, en su corazón había un hueco, un vacío, había estado tan ocupado que no se había dado cuenta de que estaba dándole la espalda al amor. Al escuchar la historia de su primo, Douglas sintió envidia, veía la felicidad y el amor en sus ojos, él quería algo así, quería enamorarse, estaba decidido, a sus veinticinco años había llegado la hora de encontrar a la chica de sus sueños.

Después de reflexionar un buen rato en su mente, el chico interrumpió a la feliz pareja y les explicó su plan:

— Tengo que aprender todo lo que pueda sobre chocolate, es la única forma que tengo para convencer a una chica de que haga una locura conmigo — se llevó las manos a la cabeza mientras les contaba cada detalle de su plan, todo lo que su hermana le había pedido, cada cosa de las que tenía pensado hacer — . ¿Me habéis entendido?

— ¿Por qué te pide la pequeña Nôelle todo esto? — Douglas recordó que ellos no sabían nada del fallecimiento de su hermana, ni ellos, ni nadie de su familia.

— Me lo ha pedido porque ya ... — perdí las fuerzas por un segundo, pero las recuperé — . Ella ya no está con nosotros.

La cara de mi primo se puso tan seria que parecía que había visto un fantasma. Se quedó en silencio unos segundos y luego comentó:

— Si esto es una broma no tiene ninguna gracia, Douglas — por un momento pasó por mi mente darle la razón, decirle que todo había sido una broma pesada, pero no podía, sé que mi hermana no lo habría querido.

— No es ninguna broma, Paolo, falleció hace poco, no se lo he comunicado a nadie porque sabes que nunca me he llevado bien con la familia paterna — le expliqué.

Paolo, que estaba en el sofá con su novia, se cayó al suelo con lágrimas en los ojos, le fallaba la respiración y no podía hablar, entre su esposa y yo, lo levantamos, lo volvimos a sentar y esperamos a que reaccionara.

Su reacción fue sorprendente, no fueron palabras lo que salió de él, se dirigió hacia mí y me abrazó hasta que no me hizo llorar no paró, nos desahogamos el uno con el otro y finalmente fue él quien dijo:

    — Vamos a mi cocina, tienes mucho que aprender del chocolate y sus diversos tipos — tenía razón, el tiempo se nos estaba echando encima y yo no había aprendido aún nada de nada.

Bajamos la escalera hasta una especie de sótano donde había un pasillo, llegamos a un sitio con dos mesas juntas y varias sillas, Paolo se sentó y dijo:

— Toma asiento, primo, tenemos mucho que hacer.

Nos pasamos toda la tarde aprendiendo cosas del chocolate, acerca de cómo detectar la diversidad de sabores y de olores, pero no sirvió de nada, no hubo manera de que me aprendiera los difíciles, que eran casi todos, solo acerté los que hacían referencia a Kinder, Kitkat, y los que eran snacks.

Mi primo viendo que no progresábamos en absoluto tuvo una idea:

— Douglas, el chocolate tenemos que asociarlo a algo que tu mente pueda recordar, para que nada más que lo escuches lo puedas relacionar y acertar — me miró fijamente  y despejó la mente mientras enunciaba la pregunta que nos haría avanzar — . Así que dime, ¿qué es lo que más te gusta?

No lo pensé ni dos segundos, salió de mi boca por sí solo:

— Los números — mi respuesta estaba clara.

Mi primo llevó dos dedos a su sien, y al cabo de un rato, me comentó lo que se le había ocurrido:

— Podemos utilizar algo como el código morse — no era mala idea.

— ¿A qué te refieres? — le insté a que especificara.

— A que utilicemos una táctica similar, empleando juegos de palabras, frases intencionadas y golpes en la mesa, podemos localizar y englobar varios de los tipos de chocolate que mañana estarán sobre la mesa, sé que tienes una memoria muy buena para los números, así los podrás asociar con facilidad — la idea no era para menospreciarla, era una brillantez, era extraño que hubiera salido de mi primo, que al parecer, desde que se había casado tenía más lucidez.

— Me parece bien, no perdamos el tiempo entonces — le pedí que comenzara.

Nos llevamos toda la noche y media mañana, pero conseguimos que identificara muchos tipos diferentes asociándolos a números.

Nos entretuvimos tanto, que ni me percaté de que ya había pasado la hora de comer, y estaba llegando el momento de enfrentarme a Minerva. 

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