Capítulo 12: La petición de Nôelle
Por la mañana temprano me di una ducha, me puse una camiseta y unos pantalones cualquiera y desayuné lo primero que encontré.
Sobre las diez y media me dirigí al aeropuerto, cuando llegué me crucé con una chica un tanto peculiar, llevaba unas gafas de culo de vaso enormes, tenía una bufanda verde agua y una especie de chaqueta marrón, con unos vaqueros azules ajustados, arrastraba consigo una maleta enorme, que le costaba llevar hasta los asientos, por lo que me ofrecí a ayudarla:
— Perdona, ¿necesitas ayuda?— veo que me ignora y continúa su camino como si no existiera.
La chica mira por fin en mi dirección, me contempla un segundo y luego sigue empujando su maleta. Finalmente me canso de esperar a que decida que necesita ayuda y se la ofrezco simplemente, agarro la maleta y la llevo al asiento más próximo.
— De nada— digo una vez realizada la acción, aunque no estoy muy seguro de que le importe lo más mínimo.
Me dispongo a ir a mi asiento, cuando veo que comienzan a llamar a los pasajeros de mi vuelo, me pongo en la cola y observo como tres pasajeros por delante de mí, está ella, la chica misteriosa y maleducada que todavía no me ha dirigido una sola palabra.
Cuando entro en el avión, contemplo atónito, como la misma chica de las gafas de empollón, se sienta en el asiento que está justo al lado del mío. Espero a que se siente, me acerco y le pido permiso:
— Disculpa, ¿te importa que pase? Ese es mi asiento— le indico en un gesto con la barbilla.
La chica me mira por unos segundos analizándome con los ojos, cuando cesa en su intento por escarbar en mi pupila, me dice:
— Pasa— levanta los pies permitiéndome el acceso a su asiento y no vuelve a dirigirme la palabra.
Como no veo opcional una conversación fluida y agradable durante el resto del viaje, saco mi móvil y me pongo a hacer un sudoku, es lo único que me relaja en este tipo de situaciones de tensión incómoda. Llevaba ya medio sudoku encaminado cuando ocurrió algo que no esperaba, la chica de las gafas se incorpora en su asiento y me arrebata mi móvil, luego teclea algo y dice:
— Es 7, 2, 8, 1, 3, 5, 4, 6, 9, no es tan complicado por Dios— su reacción me pilló por sorpresa.
— Perdona, soy demasiado perfeccionista, no puedo ver algo inacabado— me devolvió el móvil, aproveché aquella situación, la veía receptiva y efectivamente, al fin conseguí entablar conversación.
—La perfección no puede conseguirse, soy Douglas por cierto— alargué el brazo estrechándole la mano.
— Verona, Verona Matter, encantada— me devolvió el apretón de manos.
— ¿Qué te ha pasado al principio?— pregunté con la curiosidad que me caracteriza.
— ¿No me has reconocido?— su pregunta me inquietaba, ¿se suponía que debía sonarme su cara?
— ¿Debería?— extrañado me rasqué la nuca con confusión.
— Tengo un blog bastante famoso en Internet de matemáticas, me gusta hacer teoremas y solucionar los problemas que nadie quiere resolver, he pensado que me estabas retando al no resolver el sudoku porque me habías reconocido— me explicó.
—Pero eso no explica tu comportamiento de antes— le aclaré.
—Mucha gente se interesa en ligar conmigo, se enteran de mi patrimonio como blogger e intentan de todo, me conozco todo tipo de excusas— me explicó.
— Y, ¿oye necesitas ayuda con eso? ¿Te ha sonado a excusa para ligar?— no entendía nada.
— Cualquier excusa es válida— parecía una chica muy simpática, así que tiene que ser cierto que le ocurre frecuentemente.
— ¿Cómo se llama tu blog? A mí me gustan mucho las matemáticas— le dejé caer.
— Se llama "La chica de las gafas"— contestó sonriente.
— Un nombre bastante interesante, ¿has estudiado matemáticas o solo es una afición que te apasiona?— estaba interesado, era la primera vez que conocía a alguien relacionado con los números fuera de mi trabajo.
—Estudié en la Sorbona, allí aprendí todo lo que sé ahora acerca de los métodos para resolver problemas de una complejidad profesional— Se cruzó de piernas en su asiento mientras me contaba la historia—. ¿Y tú? Se nota que sabes de matemáticas.
—También he estudiado matemáticas, pero en Canadá—me acaricié el pelo frenético, sentía admiración y un poco de envidia por lo que ella podía hacer todos los días.
— ¿Un matemático? ¡Cuantas probabilidades había!— se volvía cada vez más amable conforme conversaban.
— Si quieres la calculamos— bromeé.
— ¿Y dónde trabajas, compañero?— había conseguido despertar su curiosidad interna.
— Ahora mismo me acabo de despedir, pero trabaja llevando la contabilidad de una empresa de la casa Bayern aquí en Canadá— su mirada de repente se perdió unos segundos en el suelo del avión y luego esbozó una pequeña sonrisa inexpresiva de medio lado.
— ¿No me digas que eres un currante de mi hermano Greymond?—la pregunta me cogió por sorpresa, ¿qué posibilidades había de que fuera la hermana del tío al que casi le parto la cara hace unas horas?
Dejé caer mi cabeza en el asiento y luego mientras me llevaba la mano a la frente por las casualidades de la vida dije:
— Ese hombre, tu hermano me ha quitado la vida— no sabía si contarle a una completa desconocida lo que su jefe le había hecho, pero algo en Douglas le decía que Verona era diferente.
— Suele hacerlo frecuentemente, es el idiota de la familia— Se excusó—. espero que no te haya ocasionado problemas.
— Me ha hecho perder lo más valioso en mi vida, la persona que era mi soporte entre la cordura y la insana locura, es como si tu hermano hubiera cortado el cable que me unía con la vida— ella escuchaba mis palabras atentamente y cada vez se sentía peor, pensé en vengarme a través de su hermana, hacerle algo que le fastidiara la vida para siempre a ella, pero por desgracia por mucho que lo intentara no podía pensar en algo cruel sin arrepentirme.
— ¿Exactamente, qué es lo que te ha hecho? Si se puede saber, tienes toda mi atención en caso de que tu respuesta sea afirmativa— su mirada me transmitía una tranquilidad, decidí contarle la historia de mi motivo para volar en un avión a Lille.
Me incliné, con una mano puse una de mis piernas a reposar sobre la otra y comencé a hablar, había mucho que contar y pocas horas para aterrizar:
— En resumen, tu jefe me ha arrebatado a mi hermana, acababa de recuperar la poca comunicación que teníamos y la he perdido para siempre— esa fue la frase con la que finalicé mi historia, una historia que lo tenía todo, al idiota que hacía todo lo que el resto de sus compañeros les decía, al imbécil al que no tenía que haber hecho caso desde el principio, pero cuyo mandato no podía ignorar, ya que era su jefe, y por último la muerte, en toda historia hay una muerte, aunque no la veamos, están ahí, puede que no estén en el libro o película que estemos viendo o puede que sí, aunque no estén en el libro que estemos leyendo o en la película que estemos viendo, la muerte siempre está presente en todas las historias, puede que no en un plano principal, pero unas cuantas calles más arriba, unos cuantos kilómetros más lejos, puede que a un mundo de distancia incluso, cada día la muerte aparece, y no se lleva con ella solo a una persona, se lleva a todas las que le toquen ese día, sin importarle las personas que eran o que han dejado de ser, solo señala con el dedo y les envía a su penitencia.
Iba a interrumpirme, pero quise dejar un último matiz a la reflexión:
— Supongo que debe ser muda, estar sorda y ciega a la vez— creo que no me expliqué con claridad en esa última parte, pero me gustaba cómo me había quedado, así que me limité a esperar su respuesta.
Ella, que había estado pacientemente, se inclinó y comentó:
— La muerte no está sorda, escucha todas las cargas con la que vienen las almas que vienen como nuevos inquilinos a su reino, no es muda tampoco, solo que hace tiempo que ha dejado de sentir, prefiere limitarse a hacer el trabajo por el que tiene que levantarse cada día sin reflexionar, me imagino que porque si lo hiciera tendría miedo de lo que está haciendo— descansó unos segundos de su explicación— . Y tampoco creo que sea ciega, porque es demasiado certera y dolorosa— su explicación había sido como un cuento, pero me había tranquilizado, aunque seguía pensando lo mismo.
— Tiene que estarlo, porque si no vio la belleza de mi hermana, no escuchó mis suplicas de rodillas, y no vio que me estaba arrancando la vida, no le encuentro otra explicación, lo único que me queda es que no tenga sentidos a los que apelar, porque creo que intenté apelar a todos ellos en esos segundos.
— Otra cosa, entonces Greymond no te arrebató a tu hermana, fue que le llegó su hora, ¿me equivoco?— es cierto lo que estaba diciendo, pero él tenía parte de culpa.
— Él fue el que no me dejó verla a tiempo, me quitó el único tiempo que me quedaba para pasarlo al lado de mi hermana— aún podían apreciarse mis grietas internas desde lejos, pero me contuve, no quería romperme como un puzzle mal hecho allí en medio.
— Tienes que aceptar la muerte, Douglas, es cierto que mi hermano fue un auténtico gilipollas, pero no puedes culparlo por la muerte de tu hermana, porque fue su hora la que se la llevó.
En un momento de debilidad me abracé a ella con fuerza y lloré desconsoladamente como no lo había hecho aún, ella no se apartó, me ofreció su abrazo con amabilidad y luego soltó:
— Sé que es difícil de superar, pero no puedes perder tu camino ni tu trabajo por algo que es irremediable— ¿tendrá razón? Me preguntaba para mis adentros inquieto.
El avión aterrizó, Verona esperó a que se bajara el resto de personas y luego dijo:
— Si algún día quieres dejar los sudokus por los problemas, busca mi blog en Internet, allí está mi teléfono, cuando superes todo ésto, te esperan teoremas de matemáticas que resolver si aún no se ha olvidado cómo calcular— su oferta era demasiado jugosa, era escuchar números y me daba la fiebre, pero antes de considerarla, tenía que hacer lo que le había prometido a mi hermana.
Una vez deshaogado, me levanté de mi asiento, le di dos besos a Verona, que seguía sonriendo amistosamente y me marché.
Cogí un taxi que me llevara a la casa de mi hermana y me planté en el pomo de su puerta en menos de veinte minutos.
Estaba temblando ante la idea de atravesar con mis pasos de nuevo su casa, pero dejé la cobardía a un lado, agarré el pomo con fuerza e introduje la llave de su casa en la cerradura, entré en la casa, subí las escalera de caracol y caminé por el pasillo hasta llegar a la habitación. Finalmente controlando mi respiración como había aprendido de mi amiga Ana, conseguí entrar en su habitación.
A lo lejos se veía un sobre en el que ponía con rotulador negro:
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