Capítulo X: Música y Pinturas.
Actualidad.
Amelia:
Ya están al día.
En resumen, mis padres me enviaron a ese maldito internado por algo que yo no hice, me confinaron a un cuarto de pesadilla donde una chica era asesinada cada año, por lo cual yo debía ser la siguiente, fui víctima de pesadillas y ataques paranormales cada noche, tuve que pedirle ayuda a un emo para hacer un exorcismo que salió terriblemente mal y traté de suicidarme.
Sí, parece un mal chiste, pero para mí, lo último que podía ser aquello, era un chiste.
Oh, lo olvidaba, estaba temblando de frío mientras tomaba café con todos mis amigos mirándome en silencio, seguramente atentos a cualquier nuevo intento de suicidio para frustrarlo de inmediato.
Mi cuerpo se calentó rápidamente, el café, la chaqueta de Zed, la cercanía de mis amigos, todo contribuía a ello. Todos parecían a punto de desmayarse por los días sin dormir, pero ahí estaban, apoyándome.
Bueno, Zed siempre tuvo ojeras y la verdad no parecía afectado por el desvelo, pero apreciaba que estuviera conmigo. No estaba sola, y por alguna razón pensar en eso me hizo llorar de nuevo.
-Gracias chicos.
*-*-*-*-*-*-*
Amaneció por completo, tuvimos que movernos a una vieja bodega de alimentos que estaba vacía, Ian, Elizabeth y Chiara fueron por el desayuno al comedor, Aurora se quedó conmigo. Zed simplemente se fue sin que lo notáramos.
Al cabo de unos minutos regresaron con las cinco bandejas de comida e igual número de refrescos.
-No podemos quedarnos aquí para siempre. -Murmuré rompiendo el silencio tras la comida.
Ellos asintieron, la verdad era que si los cinco nos ausentábamos a la vez, los guardias nos buscarían por todos lados hasta hallarnos.
-Chicos, me quedan seis días de vida. Si lo que dijo Sebekabel es cierto, el día indicado me encontraré de alguna manera en el cuarto, lista para morir.
- ¡Ni siquiera lo pienses! -Me increpó Aurora- ¡No puedes rendirte así de fácil!
-Aurora, estoy siendo realista, ¿Cómo podría evitar un destino que ya está escrito?
- ¡Nada está escrito!
-Los libros sí. -Comentó Ian, ganándose la más fulminante mirada que Aurora podía dedicarle.
-Ian... ¡Esto no es un chiste! -Le gritó.
-Oigan, alterándonos no vamos a ayudar a Amelia. -Suspiró Elizabeth- Aurora, cálmate... y tú Ian, más vale que seas serio.
-Lo siento. -Se disculpó- Cuando estoy nervioso no puedo evitarlo.
-Chicos, ya cálmense. -Pedí.
-Ojalá ese emo idiota no se hubiera ido. -Bufó Aurora.
*-*-*-*-*-*-*
???
Detuvo la motocicleta. Había llegado a su destino. La llamaban "La Mansión Oscura" porque era donde su círculo se reunía.
La Sociedad de las Sombras.
Retiró su casco y lo dejó acomodado sobre el velocímetro, desmontó y se dirigió a la mansión. Llevaba su copia de la llave colgando del cuello, así que lo arrancó del collar y la ingresó en la cerradura, la giró, empujó la puerta y entró.
Como casi siempre, la mansión estaba desierta. Después de todo, no era viernes.
Cerró la puerta y caminó por la amplia sala apenas iluminada por velas agonizantes. A pesar de llevar años yendo a ese lugar, seguían sorprendiéndole sus adornos.
Los cuadros que denotaban los tormentos del infierno, reflejando el placer en los diabólicos rostros de los guardianes del mundo de las tinieblas mientras torturaban personas... los tormentos de los nueve niveles del infierno... el propio Lucifer en su trono... se veían tan reales que casi parecían moverse de verdad.
Las esculturas de ogros y dragones, las armaduras pintadas en colores que aterrorizarían a cualquiera, las armas con grabados relevantes al infierno...
Se percibía cierta presión, corrientes de aire moviéndose libremente, como el aliento de una bestia, como si la Mansión estuviera viva y ahora estuviera caminando por su interior.
Atravesó la sala hasta llegar a la pared, presionó seis ladrillos en el sentido contrario a las agujas del reloj un total de tres veces.
-Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo.
Siempre había odiado esa frase, pero debía decirla obligatoriamente: era la contraseña.
La pared retrocedió dos palmos y se dividió en dos, dejando al descubierto unas escaleras que descienden a un pasillo oscuro. Una corriente de aire proveniente del interior alborotó su cabello durante unos segundos... caminó a oscuras, no necesitaba luz para ver.
Era uno de los "regalos" que el Señor de las Tinieblas le otorgaba a aquellos que se convertían en Ejecutores del Pacto.
Uno, dos, tres, cuatro... dieciocho escalones. Luego se extendía un pasillo no menos tenebroso, habría hecho temblar a cualquier persona ordinaria, eso seguro.
Caminó hasta encontrar una puerta con la cabeza de una cabra cuidadosamente esculpida, la Cabra Infernal, sin duda. Agarró ambos cuernos y los empujó hacia el interior. La pesada puerta de piedra se elevó y se integró al techo para dejarlo pasar.
Había llegado a la sala de vestuario. Largos trajes negros con bordes rojos y cadenas de oro se exhibían ahí, también estaban las máscaras de shinigami que usaban en cada reunión, sin embargo él ignoró totalmente la habitación y pasó directamente al siguiente pasillo.
Siguió caminando y llegó a la segunda puerta, la del Dragón. Una imagen verdaderamente terrorífica que incluso a él le provocaba cierto nerviosismo, esos ojos esculpidos en roca se veían muy reales. Parecía que la bestia estaba observando a una presa antes de atacarla y devorarla.
Para abrir esa puerta se requería introducir la misma llave de la entrada principal en la boca del dragón.
Psicología inversa: la solución era tan obvia que a nadie se le ocurriría. Luego de eso se debía girar la cabeza en trescientos sesenta grados, tras lo cual la puerta se abriría igual que la primera.
La siguiente sala era la Cámara de Armas, donde se guardaban las armas consagradas para los ritos. En esta sala sí había cosas que le interesaban.
Tras tomar lo que necesitaba finalmente llegó a la última puerta. La Puerta de las Nueve Lunas. Representaba el ciclo lunar, pero la luna llena estaba hueca. Se necesitaba completar la imagen para abrir la puerta y solo el anillo del líder era compatible, sin embargo ser el Ejecutor tenía algunas ventajas. Aunque los odiaba profundamente, de vez en cuando usaba los dones que su posición le otorgaba.
Un simple golpe de palma en la puerta hizo que se estremeciera, luego sonó de una manera que se asemejó a un gruñido de resentimiento mientras se alzaba lentamente.
"Ojalá pudiera usar estos poderes para hacerme con el Contrato, me ahorraría todo esto" pensaba el joven.
Al fin ingresó al Gran Salón, donde había siete tronos ocupados por las esculturas de los Siete Señores del Infierno, cada uno en su forma real.
Lucifer, Beelzebub, Asmodeus, Azazel, Belial, Leviatán y Abbadón.
No podría detestar más esas estatuas, verdaderamente deseaba despedazarlas con sus propias manos... pero no era prudente, no en ese momento.
Dejó caer una cerilla en un pequeño conducto con combustible y éste se encendió, iluminando toda la estancia, puesto que rodeaba todo.
El Círculo Cabalístico estaba listo. Clavó un puñal con los caracteres hebreos del Tetragrámaton (YHWH) en cada punta del Pentagrama y procedió a hacer la invocación.
*-*-*-*-*-*-*
-Lykhosatangan, tengo un trabajo para tí.
-Vaya vaya, pero si es el joven Princeton... ¿De qué se tratará esta vez? ¿Por qué no me invocó en el Internado? -Preguntó un pequeño demonio mezcla de duende y lobo, el que más solía invocar para trabajos como el que ahora le daría.
De lobo tenía la cabeza y la mitad inferior, caminaba medio encorvado y sus brazos semejantes a los de una rana eran tal vez demasiado largos, pero al joven no le importaba su aspecto mientras hiciera lo que él quería.
-Prefiero no arriesgarme, pueden haber medidas de seguridad que desencadenen cierta reacción adversa... y no puedo permitirme fallar. -Explicó- Eres un experto en detección de objetos y no hay protección mágica que detenga tu mirada, así que buscarás el Contrato hecho por Dennison Princeton, guardado por Richard Princeton y...
-No puedo traerlo, ya me envió una vez, ¿Recuerda? -Gruñó mostrándole sus colmillos.
-Esta vez solo vas a verlo y copiarlo para mí, eso puedes hacerlo, ¿No?
Lykhosatangan guardó silencio por unos momentos y después emitió un gruñido que era característico cuando está pensando.
-Es posible hacerlo. -Respondió al fin- ¿Cuál será mi recompensa?
-Sacrificaré siete cabras negras para ti, ¿Te complace?
Un brillo de satisfacción apareció en sus ojos, seguramente nadie le había ofrecido tanto por algo tan simple.
-Acepto. ¿Cerramos el trato?
-Sí. -Respondió Princeton mientras recogía la manga izquierda de su traje y acto seguido clavaba su puñal en el brazo, derramando su sangre en el suelo. Lykhosatangan se apresuró a lamerla y tras saborearla aulló satisfecho.
-El trato está hecho. -Dijo extasiado antes de disolverse en una voluta de humo.
"Pronto tendré la copia del Contrato en mis manos y sabré cómo parar toda esta estupidez."
*-*-*-*-*-*-*
Amelia:
Aurora se quedó conmigo.
¿Adivinen? Comenzó a enseñarme a usar el ukelele. Según parecía, la música era el escape de todo para Aurora.
Según ella, la verdadera música nace del corazón, no se trata solo de tocar unas notas rasgueando las cuerdas, eso es solo hacer sonidos... hacer música es tocar con el corazón.
Cuando tu corazón es lo que produce las notas, es música real porque se fusiona con el sentir de quien la hace, en cada ejecución están presentes sus sentimientos, a tal punto que incluso puedes "hablar" usando el instrumento.
Música es conectar tu alma con el entorno y producir algo que nunca antes se había hecho... razón por la cual la música contemporánea es tan superficial y no será recordada por mucho tiempo, porque los "artistas" no entienden eso. El verdadero artista construye su obra porque ama lo que hace, su recompensa es concluir su obra y admirarla, el interés de las ganancias le resulta secundario...
Aurora hablaba del tema con mucha pasión, resultaba embelecedor escucharla, incluso conseguía que por momentos olvidara mi situación. Ella estaba convencida de que yo también tenía el don de la música, pero yo la observaba tocar las cuerdas del ukelele de una manera que me parecía imposible de lograr y rápidamente me desanimaba.
Y por supuesto, no podía faltar el momento que la molesta vocecita en mi cabeza me reclamara: "Literalmente estás a seis días de morir, ¿Y te sientas a intentar aprender a usar el ukelele? ¡Existen las prioridades Amelia! ¡Haz lo que sea: llamar a Alan, a Cheryl, a Ethan... tiene que haber alguien!"
Cerré los ojos cansada, pensé que descansar los párpados unos segundos me vendría bien, pero acabé desmayándome por el cansancio y lo último que pude sentir fueron los brazos de Aurora sujetándome.
*-*-*-*-*-*-*
Definitivamente el agotamiento físico, las pesadillas, la poca alimentación y la tortura te pasan factura rápido. No son una buena combinación.
Supongo que estaba demasiado cansada hasta para tener más pesadillas... cuando finalmente pude despertar, advertí que era tarde, casi de noche. Aurora me había puesto una mochila como cabecera.
En cuanto a ella, estaba dormida con el ukelele en las manos, seguramente se desmayó mientras tocaba, igual que yo. Me sentí mal por arrastrarla a tal situación, pero luego me reprendí por ello, seguramente ella me regañaría por pensarlo y diría que era su decisión y que debía respetarla.
Pobre chica, se notaba intranquila en su sueño, si lo que me habían dicho era verdad, ahora todos tenían las mismas pesadillas que yo, ahora mismo Aurora podría estar viendo a las chicas asesinadas en mi cuarto, pero no parecía que así fuera. Era más bien como si estuviera incómoda, algo perfectamente comprensible dada la superficie donde trataba de descansar.
Con cuidado tomé el ukelele de entre sus manos y toqué las cuerdas suavemente. Cómo deseaba tener a Ethan a mi lado, él me habría abrazado y me habría susurrado al oído que todo iba a estar bien.
Pensar en Ethan me entristecía, probablemente moriría antes de verlo otra vez... sin poder decirle "Te amo" de nuevo, abrazarlo... besarlo por sorpresa como la primera vez.
Recordé nuestra segunda cita, cuando se había quedado sin ideas tras caminar por la playa una tarde y decidió comprar una flauta para tocar algo para mí. Lo gracioso es que no tenía idea de cómo usarla, lo que me hizo reír bastante.
Al final se guardó la flauta y decidió cantar mientras me abrazaba al tiempo que veíamos cómo las olas del mar chocaban contra un arrecife. Al fondo el sol parecía ingresar al océano y refrescarse tras un largo día de trabajo. Gaviotas surcaban el cielo y el viento helado me hacía acurrucarme entre los cálidos brazos de mi novio.
Mi Corazón Encantado... ¡Jamás olvidaré esa canción! Cada que recuerdo esa cita viene a mi mente cada palabra de la letra. Ahora, con el ukelele de Aurora en mis manos mientras mi mente nadaba en mis memorias, había empezado a cantar.
🎶🎶🎶🎶🎶🎶🎶
Tú sonrisa tan resplandeciente...
A mi corazón deja encantado...
Ven toma mi mano...
Para huir de esta terrible oscuridad...
En el instante en que te volví a encontrar...
Mi mente trajo a mí aquel hermoso lugar...
Que cuando era niño fue tan valioso para mí...
Quiero saber... si acaso tú conmigo quieres bailar...
Si me das tu mano te llevaré...
Por un camino cubierto de luz y oscuridad...
Tal vez sigues pensando en él...
No puedo yo saberlo, pero sé y entiendo que amor necesitas tú...
Y el valor para pelear, en mi lo hallarás...
Mi corazón encantado vibra...
Por el polvo de esperanza y magia...
Del universo que ambicionan todos poseer...
Voy a amarte para toda la vida...
No me importa si aún no te intereso...
Ven toma mi mano...
Para huir de esta infinita oscuridad...
🎶🎶🎶🎶🎶🎶🎶
Cuando terminé de cantar, Aurora ya había despertado y me miraba con una sonrisa.
-Mi Corazón Encantado. Es el opening de Dragon Ball GT. -Dijo alzando una ceja.
-Perdón, no quise despertarte. -Me disculpé.
-Tranquila... además, estuviste genial, ¿Por qué no me dijiste que eras tan buena cantando? Chica, eso fue música, de la de verdad, en tu canción había mucho sentimiento, ¡Y usaste el ukelele de forma natural! ¡Tienes el don! -Insistió entusiasmada.
Totalmente sorprendida y llevada por un impulso, vi mis manos, no estaba consciente mientras cantaba de que estaba tocando el instrumento, ¿De verdad lo había hecho?
- ¿Es en serio? -Pregunté asombrada.
-Nostalgia, tristeza... amor... -Dijo acercándose- Estaban en tu canción.
No era una pregunta. Ella lo había percibido.
-Alguna vez comentaste que no veías muchos animes, dudo que hayas visto Dragon Ball GT y memorizado su opening si tus padres estaban tan obsesionados con controlar tu vida. -Asentí en respuesta- Esa canción tuviste que oírla de alguien y por tu tono, fue de alguien muy especial, porque la memorizaste y ahora la cantas para recordar a esa persona.
-La conocí por mi ex novio, su nombre es Ethan. -Revelé- Fue en nuestra segunda cita... estuvo perfecta, aunque me perdí el día de clases y me castigaron una semana por eso.
Reí con nostalgia, apenas noté las lágrimas empezando a cristalizar mis ojos.
-Lo amas aún.
-Sí.
- ¿Y él a ti?
-Nunca he dudado de eso.
- ¿Qué pasó entre ustedes para que terminaran?
-Nos conocimos de niños por nuestros padres. -Expliqué- Lo típico: amigos de la infancia que desarrollan otra clase de sentimientos. Nuestras familias tenían negocios y... al final algo salió mal y se enfadaron unos con otros. Nos prohibieron vernos, pero les desobedecimos... así que la familia Vance... se mudó a Portugal llevándose a Ethan para separarnos.
Aurora suspiró molesta.
-Las familias son una lata, es lo que siempre digo.
No pude evitar estar de acuerdo.
*-*-*-*-*-*-*
???
Mientras esperaba el regreso de Lykhosatangan, el joven Princeton había abandonado la parte subterránea de la mansión y ahora se encontraba en el cuarto de arte haciendo una pintura.
De él se habría esperado la representación de una escena violenta, de un ritual satánico, de un demonio o un paisaje escalofriante, pero no era en absoluto lo que dibujaba.
En un viejo reproductor de DVD se escuchaba la canción de "El Fantasma de la Ópera" a todo volumen, pero Princeton no parecía para nada desconcentrado mientras trabajaba en su cuadro: un niño con su traje de escuela, tal vez de unos siete años, de mirar risueño e inocente, sentado en las piernas de una mujer con el cabello castaño y largo, con rostro pálido pero hermoso, sonreía feliz, a la derecha un hombre alto, de traje negro y también sonriente, con la mano en el hombro de la que debía ser su esposa.
En el niño convergían los rasgos de ambos, la palidez de ella, el cabello negro de él, los ojos de su madre y las cejas del padre... sin duda la genética le había dado lo mejor de ambos al niño.
Sin embargo, aunque la familia sonreía feliz, habían sido dibujados en un bosque marchito y oscuro. La mujer, que estaba sentada en un tronco seco, no parecía notar el entorno, de hecho, ninguno lo hacía, ni siquiera advertían al cuervo de apariencia siniestra que los observaba desde la rama de un árbol seco.
La pintura resultaba un poco desconcertante al principio, como si fuera una foto con un fondo inapropiado, pero luego resultaba irónico, ¿Cómo podían sonreír así estando en un bosque tan siniestro? Sin duda era una familia muy ingenua.
Y ése era precisamente el nombre de la pintura: La Familia Ingenua.
La verdad es que Princeton era el único que usaba la sala de arte en aquella mansión, había muchas pinturas, todas eran suyas.
Tenía sus favoritas. Como "Los Hermanos", una extraña pintura donde aparecía el padre de "La Familia Ingenua" (representado en solitario como "El Hombre") con el mismo cuervo que les observaba en aquella imagen, pero en ésta se posaba sobre su hombro, pero el hombre no parecía nada feliz.
Tal cuervo tenía también su propia pintura, se llamaba "El Cuervo de la Perdición". Por otro lado estaba "La Mujer", sin duda la misma de la última pintura, caminaba por un campo de flores mientras a la distancia un hombre la observaba.
En el siguiente cuadro, "Los Amantes", el hombre y la mujer se encontraban besándose mientras el cuervo los vigilaba a distancia. Seguía en "Los Esposos", básicamente la misma pintura, pero con trajes de boda y en una iglesia, con el cuervo siempre atento.
En "La Familia" el hombre le llevaba té a su mujer, que le esperaba sentada en un jardín, estaba embarazada. No aparecía el cuervo, pero los futuros padres parecían nerviosos.
"El Niño Pintor" representaba a un pequeño de no más de cuatro años mostrándole una rosa dibujada con crayones a su madre, que sonreía. No estaban ni el papá ni el cuervo.
Tras ese cuadro se encontraba "La Riña de Hermanos", donde el hombre espantaba al cuervo y parecía estar furioso.
En el suelo estaba la penúltima pintura: "El Descubrimiento", donde el cuervo veía a la madre jugar con su hijo. Para ser la penúltoima, no estaba bien cuidada, como si Princeton la odiara.
Cada pintura mostraba siempre a dos o tres de los personajes de la obra más reciente, como si todas fueran parte de una misma historia, volviendo más perturbadora la última pintura, ¿Por qué todos los personajes estaban reunidos?
Sin duda el joven tenía toda la intención de continuar la colección y terminar la historia, pero no estaba seguro de si llegaría a hacerlo, tenía muchas otras cosas por hacer.
- ¡Princeton! ¡Sé que estás ahí, metido en la sala de dibujo! ¡Sal de una vez, maldito!
El hombre que le estaba gritando solo podía ser alguien. El líder del culto.
*-*-*-*-*-*-*
Bruce Miller jamás le había caído bien. Para ser un hombre mayor, era fastidioso, engreído y principalmente terco. Hasta ahora lo había soportado, aunque se había ahorrado las ganas de lanzarle la Maldición de la Lamia muchas ocasiones.
Ahora que estaban frente a frente y Bruce lo miraba de esa forma tan irritante, reconsideró la idea de mandarlo al infierno.
- ¿Qué quieres? -Preguntó sin ocultar su desprecio.
- ¿Quién te crees para venir a la mansión y entrar a la cámara oculta sin pedirle permiso a nadie? -Reclamó el hombre- ¡Durante cinco años he soportado que te pavonees aquí como si fueras el dueño, pero ésto es el colmo! ¡Que seas el sobrino de Richard Princeton no te da el derecho de...!
-Silencio. -Siseó el chico de una manera escalofriante al tiempo que se sentaba en un sofá- Si vuelves a alzarme la voz, me aseguraré de que no puedas hacerlo de nuevo. ¿Olvidas que tu posición como un adorador mediocre no puede compararse a la mía? ¡Soy el heredero de un pacto que ha gobernado el destino de muchos a través de las décadas! ¡Yo he visto al propio Demonio en persona, tú ruegas como un mendigo porque te dé muestras de su poder! No te atrevas a creer que estás por encima de mí, Bruce. No te atrevas.
Aunque odiaba ser quien era, para deshacerse de aquel entrometido era mejor amenazarlo.
- ¡Esta mansión ha pertenecido a mi familia por siglos! ¡Generaciones de sacerdotes de Satán, liderando su culto entre las sombras, progresando bajo su guía! ¡Tú, advenedizo insolente, me amenazas descaradamente siendo solo un...!
- ¿Un qué? -Desafió Princeton encarándolo- Atrévete a hacerme enfadar y sabrás porqué me llaman El Ejecutor...
- ¿Me amenazas? -Se burló el señor Miller mientras hacía una mueca que él consideraba una sonrisa de superioridad.
-Es una advertencia.
Acto seguido, Bruce cayó de rodillas sujetando su cuello: una fuerza invisible lo estaba ahorcando mientras Princeton lo miraba con odio. Segundos más tarde, con un parpadeo, lo dejó libre. Sin duda ya no haría aquel insoportable gesto.
-Me moveré por esta casa como me dé la regalada gana. Todo lo que desee tomar de aquí lo tomaré, todo lo que quiera hacer lo haré, a quien quiera matar, mataré... -Le espetó sujetándolo del pelo para obligarlo a mirar sus ojos- Yo soy más poderoso que cualquiera de este culto de imbéciles, mi poder proviene del propio Lucifer, ¿Y tratas de parecer la gran cosa ante mí?
Tras esa pregunta, lo dejó caer.
-Me uní porque supe que mi abuelo fue parte de ustedes, así que decidí aprovechar la influencia de mi apellido para acercármeles y aprender algunas cosas. Tal como esperaba, habían muchos conocimientos sobre Satán y sus tratos con humanos que ustedes conocían, así que los aprendí todos. Ya no necesito nada de ustedes, pero me sigue gustando la Sala de Arte.
Dejó a Bruce tosiendo en el suelo y subió lentamente al segundo piso en dirección de la biblioteca, necesitaba revisar un par de volúmenes mientras esperaba el regreso de Lykhosatangan.
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