Capítulo VII: El Libro de San Cipriano
11 días antes del presente.
Amelia:
Supongo que les dejó con la intriga el "exorcismo" que se suponía que haríamos Zed y yo (lo dejó claro: iba a ayudarme, no dijo que lo haría por mí), pues resulta que en vez de explicarme el proceso él mismo, durante el desayuno se me acercó llevando un grueso volumen de aspecto antiguo dentro de una bolsa de tela no menos vieja y literalmente me ordenó leerlo bajo algunas extrañas condiciones, siendo la principal de ellas no colocarlo junto con biblias u "objetos bendecidos", que incluyen crucifijos, imágenes de santos o agua bendita.
Hasta donde sabía, no había ninguna prueba ni contenido nuevo ése día, por lo cual decidí saltarme la primera clase para leer aquel texto amarillento.
Cuando tomé ese libro con mis manos me impresionó lo caliente que se sentía, aunque cuando Chiara lo tomó no pareció notar nada raro, ¿Acaso me afectaba por algún motivo especial? ¿Acaso el libro reaccionaba a mi contacto?
"Lo que importa es la introducción y el primer capítulo, el resto es para los que quieren hacer tratos con Satán... tú no quieres eso, ¿Verdad?"
Las palabras de Zed me hicieron estremecer en ese momento y aún lo hacían, mi respuesta había sido bastante entrecortada y sin mucho sentido, la idea de hacer un trato con el señor del Infierno me aterrorizaba.
Cuando abrí el texto una corriente de aire alborotó mi cabello y erizó mi piel, por lo que al pensar en lo que hacía no pude evitar hacerme la tonta pregunta sobre cómo había acabado así, claro que tuve que dejar de lado mis dudas para comenzar a leer.
LIBRO DE LA VERDADERA MAGIA O EL TESORO DEL HECHICERO
Escrito en antiguos pergaminos hebreos, entregado por los espíritus al monje alemán Jonás Sufurino.
Luego continuaba citando las cosas que figuraban en el libro, incluyendo, para mi sorpresa, las Clavículas de Salomón, El Gran Grimorio o Pacto de Sangre y hasta recopilaciones de magia egipcia y otras culturas antiguas.
En las siguientes páginas se extendía una especie de manifiesto del tal Jonás Sufurino, donde reconocía ser un monje del monasterio de Brooken y haber recibido conocimientos de los espíritus superiores de lo que él llamba "La Corte Infernal".
Proseguía contando que alguna vez fue un joven incrédulo respecto al mundo sobrenatural, siendo a la vez un estudioso que al llegar a la mayoría de edad era ya un hombre de mucho conocimiento, haciendo ver también que sentía cierto deseo de saber semejante a un hambre que no lograba saciar.
Tras convertirse en monje solicitó el puesto de bibliotecario y se aisló entre sus libros, encontrando miles de libros que trataban sobre la magia, llegando a pasar muchos años estudiándolos.
Según su manifiesto, llegó a la conclusión de que indudablemente hay espíritus buenos así como los hay malvados, también de que pueden aparecerse a los hombres e inducirlos al bien o al mal. Al parecer ambos grupos poseen sabiduría más allá de la humana además de poder.
Se le ocurrió pues, a Jonás Sufurino, que el hombre que llegara a estar en contacto con estos espíritus lograría obtener una sabiduría suprema, de modo que se decidió a hablar con el más grande de los demonios.
Era una noche del helado invierno. El cielo aparecía negrísimo, cubierto de enormes nubarrones que por momentos desgarrados por la rojiza luz de los relámpagos. Silbaba horriblemente el viento entre los pinos de la montaña. La lluvia azotaba los vidrios góticos de las ventanas del monasterio. Yo no tenía miedo. Esperé a que fuera medianoche. Cuando todos los monjes se hallaban recogidos en sus celdas, y acaso dormían, dejé yo silenciosamente el convento y emprendí la marcha hasta la más alta cima de la montaña. Cuando estuve en lo más alto, me detuve. Los relámpagos cruzaban incesantemente por mi cabeza. Yo persistía en mi propósito de invocar al rey del Averno. El huracán se estrellaba contra mi cuerpo, y retorcía furiosamente mi hábito monacal. Pero yo firme como una de las rocas que tenia bajo mis pies, ni me amedrentaba, ni vacilaba en mi empresa. Juzgué entonces llegado el momento de llamar al diablo.
- ¡Si es verdad que existes -grité con voz tonante- oh, poderoso genio del Averno, preséntate a mi vista!
Y al punto, en medio de un relámpago formidable, se apareció el espíritu infernal que había yo invocado.
-¿Qué me quieres? -Preguntó.
-Quiero -le respondí sin inmutarme- entrar en relaciones contigo.
-Concedido -repuso-.Vuélvete a tu celda. Allí me tendrás siempre que desees. Pues sé lo que quieres, te revelaré todos los secretos de este mundo y de los otros. Te entregaré un libro que será como el catecismo de las ciencias secretas, catecismo que sólo podrán comprender los iniciados...
Y desapareció. Yo torné a mi monasterio. Volví a ver mi grande y misterioso amigo siempre que me fue necesario. Él, en fin, me ha revelado el libro que dejo a la posteridad, como la llave de oro que abre y descifra los supremos arcanos de la vida y de la naturaleza, completamente ignorados para los seres incrédulos o vulgares.
Monasterio de Brooken.
Año de Gracia, 1001.
JONÁS SUFURINO
El relato no dejaba de intrigarme y asustarme a la vez, ¿Realmente podía haber existido alguien tan osado como para hacer un desafío al Diablo para que se presentara ante él? ¿Acaso el deseo de conocimiento podía justificar aquello? Encima de todo, ¿Qué pretendía Zed que aprendiera leyendo aquel escalofriante relato?
Con temor y curiosidad continué la lectura, narraba el siguiente pasaje cómo Lucifer le había entregado el libro al monje, explicándole que estaba escrito en hebreo antiguo y que alguna vez estuvo entre las posesiones de Cipriano el Mago, aparte el libro tenía la virtud de acomparlo siempre a donde fuera, pero solo él o los que hicieran pacto con él podrían verlo.
Como si eso fuera poco, el texto volvería a los aposentos de Jonás por mucho que lo perdiera o intentara deshacerse de él.
Quedé muy admirado oyendo estas palabras, y le pedí satisfaciera mi curiosidad, explicándome la causa de tal prodigio.
-Es muy sencillo -Me dijo-Este libro está bañado en la gran laguna de los Dragones Rojos que existe en mis dominios, por lo cual es imposible que ninguno de los elementos del universo pueda destruirle. Sus hojas no pueden ser cortadas ni taladradas. El fuego se apaga a su tacto y el agua no le hace mella.
- ¿Y cómo me explicáis -Pregunté- que si lo tiro lejos se vuelve a mi aposento?
-Sois muy curioso, pero hoy quiero complaceros en todo. Este libro lleva entre sus hojas los signos cabalísticos del Dragón Rojo y de la Cabra Infernal o Cabra del Arte, y por las virtudes mágicas de éstos, se trasladará siempre a vuestro aposento y os acompañará a todas partes, permaneciendo invisible para todos menos para ti y para los que hayan hecho pacto conmigo. Haced con él cuantas pruebas queráis y observaréis grandes maravillas.
Dicho esto desapareció.
Proseguía el monje con su relato, ilustrando el momento cuando empezó a leer aquel libro; siendo que el dragón y la cabra de la portada se materializaron saliendo del libro.
Se dirigieron a él preguntando con voz humana qué deseaba que hicieran, dejando claro que solo debía ordenar para que le obedecieran, ante lo cual Jonás hubo de responder que de momento no necesitaba nada de ellos, interrogándolos sobre qué clase de servicios podían prestarle.
Habló la cabra presentándose como Barbato y a su compañero como Pruslas, explicando que obedecían a Satanachia, el General de los ejércitos infernales, siendo que él los había enviado para servirle en todo aquello que estuviera dentro del pacto con su señor.
Al ordenarles que se retiraran, se quedó solo Jonás Sufurino para poder leer el diabólico libro, el cual tenía dos epígrafes, uno escrito por el propio Lucifer y otro por Cipriano el Mago.
Continuaba la narración centrándose en el propio Cipriano, pues Jonás juzgó necesario saber sobre el místico personaje.
LA VIDA DE SAN CIPRIANO
El santo que se venera con este nombre, fue antes de su conversión al cristianismo, uno de los magos más famosos que se han conocido.
Nacido en Antioquía, entre Siria y Arabia, de padres muy ricos y poderosos, venció todas las artes mágicas hasta la edad de 30 años en que se convirtió a la religión de Cristo.
Dejó escritos infinidad de libros de hechicería, producto de sus muchos conocimientos y de las propias maravillas que ejecutó en su época de mago, y que causaron la admiración de todas las gentes.
Ejercía un poder formidable sobre los espíritus infernales, que le obedecían en todos sus mandatos. Llegó a efectuar sorprendentes encantamientos.
Tuvo dominio absoluto sobre las personas y los elementos debiéndose su conversión al cristianismo al siguiente raro suceso:
Había en Antioquía una doncella cristiana llamada Justina, tan rica como hermosa, hija de Edeso y Cledonia, los cuales la habían educado en su religión, que era la de los gentiles. Justina oyó un día predicar a Frailo, diácono a la sazón de Antioquía, y al escuchar las bellezas ideales de la religión cristiana, se convirtió a ella, logrando poco después que sus mismos padres se hicieran cristianos.
Un joven llamado Aglaide se enamoró de Justina y la solicitó por esposa, lo cual no pudo conseguir, porque ella ya se había ofrecido a Jesucristo.
Desesperado Aglaide recurrió a Cipriano el Mago para que doblegara a aquella mujer que tan rebelde se mostraba a sus deseos; el cual aplicó, al efecto todos sus hechizos y encantamientos invocando a los espíritus para que le ayudaran en su empresa.
Todo, sin embargo, resultaba inútil. Justina resistía toda clase de sortilegios, porque se hallaba bajo la intercesión de la Virgen y auxiliada por la divina gracia de Jesús, teniendo además en las rayas de la mano derecha el signo de la cruz de San Bartolomé, la cual, por sí sola, tiene poder contra toda clase de maleficios y encantamientos.
Lleno Cipriano de furor, al verse vencido por una tan delicada criatura, se levantó contra Lucifer, y le dijo:
-En qué consiste ¡Oh genio del Averno! Que todo mi poder se vea humillado por una tan débil mujer. ¡No puedes ni tampoco con tanto dominio como posees, someterla a mis mandatos! ¿Dime luego, qué talismán o amuleto la protege que le da fuerzas para vencerme a mí y hacer inútiles todos mis sortilegios?
Entonces Lucifer, obligado por orden divina, le dijo:
-El Dios de los cristianos es Señor de todo lo creado, y yo, a pesar de todo mi dominio, estoy sujeto a sus mandamientos, no pudiendo atentar contra quien haga uso del signo de la cruz. De esto se vale Justina para evitar mis tentaciones.
-Pues siendo así -dijo Cipriano-, desde ahora mismo reniego de ti y me hago discípulo de Cristo.
Lo cual hizo, logrando más adelante recibir el martirio y ser contado en el número de los santos.
Al terminar de leer, me sentí profundamente sorprendida, así como frustrada. Miré mi mano con impotencia y reprimí un grito de fastidio; yo no tenía la Cruz de Bartolomé. Me habría ahorrado todo ese rollo.
Por supuesto que en ese momento estaba desesperada por salvar mi vida y no reparé en el hecho de que Justina tenía toda su fe en Dios y Jesús, de manera que estaba fuertemente protegida. Tampoco fui lo suficientemente inteligente como para descubrir que Zed seguía intentando convencerme de buscar refugio en Dios y no en las artes ocultas.
Pero... ¿Cómo iba a ser capaz de pedirle ayuda a Dios habiéndolo ignorado toda la vida? No me sentía digna... fui tan tonta como para no recordar lo que había aprendido de niña leyendo los evangelios yo sola... el relato del hijo pródigo que al perderlo todo volvía humillado ante su padre... de haberlo recordado... quizá había demasiada influencia infernal nublando mis sentidos.
Sin embargo no puedo llenar estas páginas con reflexiones de la actualidad, debo apegarme a la historia tal como la viví.
***
???
El oscuro joven caminaba bajo la lluvia con lentitud, el cabello cubría su rostro, parecía indiferente al frío y los relámpagos mientras se perdía entre las retorcidas calles bajas de la ciudad.
En esas calles llenas de basura, lodo, mendigos y más basura, habían muchas pandillas dispuestas a darle una lección al pobre diablo que entrara a su territorio, pero le temían al joven de la mirada sombría.
Se rumoraba que era parte de una secta satanista y que poseía poderes sobrenaturales, así que nadie se acercaba a él.
Claro que al llamado Ejecutor del Pacto Princeton le traían sin cuidado los rumores sobre él.
Sus ropas negras estaban totalmente empapadas y se pegaban a su cuerpo, pero no le importaba, al contrario, comenzó a silbar una melodía hermosa y siniestra que aunque habría puesto los pelos de punta al propio Hitler hacía querer más.
Llegó hasta la puerta de una miserable casa hecha de pedazos de zinc, cartón, plástico y algunas tablas medio podridas. Dejó de silbar, tocó la puerta tres veces y esperó.
La puerta se abrió y una chica de no más de doce años apareció para abrazarlo sin importarle que estuviera mojado. El joven Princeton apartó el cabello que cubría sus ojos y dejó ver una media sonrisa.
- ¡Príncipe, viniste! -Dijo la chica emocionada.
-Princeton, no príncipe. -La corrigió él.
-Prince significa "Príncipe", lo escuché de unos estudiantes hace una semana. -Explicó mientras lo tomaba de la mano y lo hacía entrar.
El joven revisó con la mirada el interior de la "casa", al menos no había goteras.
-Pero soy Princeton -Insistió-, no "Prince" ni "Príncipe".
-No seas amargado, es divertido. -Dijo ella encendiendo una vela para colocarla en la desvencijada mesa- Te mojaste...
-El agua no me afecta, Lizzie.
-Es que eres un bicho raro. -Rió mientras encendía un fuego en una cacerola rota.
-Veo que ahora eres más hábil con el fuego. -Observó él.
-Es cuestión de práctica. -Respondió a la vez que colocaba unas varillas de metal sobre el fuego, encima de las cuales dejó una olla- Ya no necesito usar combustible, lo dejo para emergencias.
-No quiero que sigas viviendo aquí. No me gusta.
Ella guardó silencio y se sentó en el borde de la mesa que también le servía de cama por las noches.
-Prince, agradezco lo que has hecho por mí en los últimos años, me has cuidado desde que tenía ocho años-
-Solo evité que abusaran de ti.
-Te tienen miedo, eso es lo que me mantiene a salvo, el rumor de que me proteges impide que me hagan algo, aparte siempre que vienes me das dinero o provisiones, es todo lo que me hace falta para vivir tranquila, ya luego me haré cargo de mí misma y pensaré en algo mejor, pero no hace falta que te preocupes tanto.
El chico no lo demostró, pero aquella chiquilla le impresionaba mucho, era valiente y la necesidad la había obligado a madurar rápido, aunque era obstinada, no quería dejar ese lugar miserable.
- ¿Qué piensas hacer? ¿Seguir viviendo en este basurero? ¿Acabar en una de las pandillas como amante de algún ladrón apestoso? Eliza, debes pensarlo, aquí no hay futuro para nadie, ¿Qué pasa si hay un brote de alguna enfermedad y yo llego demasiado tarde?
Eliza sacudió la cabeza y fue a bajar la olla del fogón, que como el joven pudo ver, era a base de productos plásticos, aunque no despedían tanto humo.
- ¿Y a dónde me voy a ir? Prince, solo conozco este "basurero" ¿Y qué? Sobreviví sola hasta que apareciste tú y armaste esta casa para mí, ¿Sabes por qué? Porque de seguro mi madre fue alguna idiota que abrió las piernas y no tuvo el valor de abortarme, pero sí de lanzarme a la basura cuando creyó que no podría mantenerme, ¡Yo tenía tres años! Y sí lo recuerdo, cuando me llevó al basurero para deshacerse de mí. Crecí siendo poco más que un animal callejero, lo sabes.
Princeton lo sabía, cuando él la conoció lo había atacado para quitarle el Hot Dog que llevaba, era casi salvaje, apenas humana. Incluso le costaba hablar. Se notaba que casi nunca comía algo y que a donde fuera era maltratada. Otra prueba de que la humanidad no es tan buena como la pintan.
Pasó meses acercándose a ella, cuando lo logró, supo que ni siquiera tenía un nombre; lo había olvidado.
Eliza fue el nombre que él le dio, ella en cambio lo llamaba Princeton porque hasta la fecha no le había revelado su nombre, curiosamente ella tampoco se lo había preguntado.
Así fue como el Ejecutor del Pacto Princeton se compadeció de una niña de la calle y ahuyentó a quienes la maltrataban, le dio comida y ropa, hasta le hizo aquella "casa" en el lugar donde ella siempre se encontraba.
A veces pasaban días y hasta semanas en que no la visitaba, pero ella siempre le esperaba. Sin duda había cambiado desde que él la protegía, si bien tenía poco peso ya no parecía un esqueleto.
-Lo sé. -Admitió- Y por eso quiero que seas algo más.
- ¿Más que una basura que mi madre arrojó? -Preguntó llena de resentimiento.
-Eres una persona, no una basura.-Dijo él con voz imperativa- No vuelvas a insinuar eso. Has pasado por cosas tan duras que personas que triplican tu edad no podrían imaginar siquiera, no has tenido una infancia... pero no eres una basura, si alguien merece ser llamada así es la persona que te sentenció a esto.
-Oh, perdón, fue un error mío. -Dijo con una voz cargada de sarcasmo- No soy una basura, mi madre sí, qué consuelo.
Eliza sirvió café para ambos en un par de tazas con reventaduras, no le agregó azúcar, estaba acostumbrada a tomarlo amargo.
-Escucha, no te lo estaba comentando, te lo estaba informando: hoy dejarás de vivir aquí. No hay nada en este lugar para tí, para nadie.
-Alto ahí Princeton, no eres mi padre para decidir qué voy a hacer, ¡Adivina! ¡No tengo! -Se burló.
-Tienes razón, no soy tu padre. -Aceptó él- Solo soy alguien que quiere algo mejor para tí.
-Voy a pensarlo.
-De pensarlo nada, nos vamos ahora. -Dijo él tomándola de la mano- Mientras más lo pienses, más pasará el tiempo.
Literalmente, pese a sus protestas, la sacó de la casa.
-Ya basta Eliza, debí hacer esto hace años. No volverás ahí.
***
Eliza estaba de mal humor, incluso se sentía herida, Princeton lo sabía, pero él había aprendido a no titubear, sus decisiones se ejecutaban con la misma firmeza con que asesinaba.
Aquella niña era una oportunidad de redimir un poco su carga de pecados, estaba seguro de que se iba a ir al infierno, pero lo haría sabiendo que al menos había hecho algo bueno.
La sacó de aquellos barrios con olor a putrefacción y la montó en una motocicleta, la sacó de la ciudad. Condujo durante horas, en algún momento se detuvo para darle su chaqueta a Eliza que temblaba de frío.
Llegó hasta una cabaña con un pequeño huerto, ya había caído la noche.
Entró a la propiedad y le ordenó a Eliza quitarse la ropa en uno de los cuartos y vestirse con lo que encontrara en la cama. La niña solo obedeció.
Minutos más tarde volvía vistiendo unos vaqueros un poco flojos y una camiseta que le quebaba grande, pero los zapatos parecían a su medida.
Seguramente nunca la había visto tan limpia, pensó Princeton.
- ¿De quién es este lugar?
-Era de mi padre. Ahora es mío. Quiero que vivas aquí.
***
Amelia:
Zed no apareció el resto del día, tampoco durante la noche. No había a quién preguntar por él y eso lo hacía mucho más frustrante.
Aún llevaba el libro en mi bolso y empezaba a preguntarme qué hacer con él, Zed fue demasiado claro: no debía dejarlo en el mismo cuarto con biblias u objetos benditos, y resultaba que Aurora tenía una biblia, crucifijos y tal vez hasta agua bendita.
Durante la cena tuve que pedirle a Elizabeth que guardara el libro en algún sitio repitiéndole las instrucciones de Zed, aunque me miró mal, acabó aceptando.
Esa noche milagrosamente Ian y Chiara no se estaban peleando, al contrario, estaban... bastante cariñosos, diría yo. Lo asumo porque se sonreían de una manera bastante sospechosa. A Aurora no se le pasó por alto, pero decidió no comentar nada, lo que ya era raro.
-De acuerdo, ¿Ocultan algo? -Pregunté harta del misterio mientras miraba a Chiara.
Ella en ese momento estaba jugueteando con su cabello y se sonrojó al escucharme.
-No, nada, ¿Cómo crees?
-De hecho ella les está ocultando algo. -Intervino Ian ganándose la atención de todas- Su nuevo perfume, el que estrenó hoy, es un regalo de un admirador de quince años.
- ¡Era un secreto! -Protestó ella.
- ¿Y cómo lo supiste Ian? -Interrogó Elizabeth interesada.
-Oh, él estaba presente. -Se adelantó Aurora- Fue camino al comedor... el pobre chico se acercó a Chiara para darle el regalo y ella lo aceptó, fue muy amable con él, el pobre estaba nervioso... luego Ian apareció para aplastarlo.
- ¿Aplastarlo? -Dije pensando lo peor.
-Éste tonto le dio las gracias por "darle un regalo a su novia" y luego me abrazó por la cintura de una manera muy posesiva. -Soltó Chiara molesta.
-Vamos, fue simplemente épico. ¿Viste su cara? Estaba tan herido y me miró con tanto odio... fue hermoso. -Dijo Ian sin una pizca de arrepentimiento.
-Eres un monstruo Ian. -Sentenció Elizabeth- ¿Y cómo está eso de que Chiara es tu novia?
- ¡Es solo un invento suyo! -Exclamó la aludida desesperada.
-Actué como buen amigo; el chico tiene fotos tuyas en su cuarto y escribe un diario del cual el Marqués de Sade estaría orgulloso. Eres su musa, por así decirlo. -Explicó con tranquilidad mientras le robaba un pan a un chico que pasaba con su bandeja de comida hacia una mesa cercana- Ahora se la pensará para acercarse a ti, deberías agradecerme, te salvé de un pervertido.
Chiara, Aurora y yo lo miramos incrédulas mientras Eli comenzaba a reír.
- ¿Hablas de Alfonso de la Torre? ¿El que me hiciste investigar hace dos meses? Fue bastante perturbador descubrir todo eso. -Reveló entre risas.
- ¿Cómo se supone que descubriste que... -Empecé, pero él me interrumpió.
-... acosaba a Chiara? Lo vi siguiéndola varias veces y tomarle fotos disimuladamente, por lo que para estar seguro contraté a Elizabeth para investigarlo. Ella le pidió ayuda a su novio y me pasaron toda la evidencia. -Explicó divertido ante la mirada incrédula de Chiara- Así que para alejarlo decidí decirle que es mi novia.
Chiara murmuró algo que no pude comprender y se sonrojó.
-Bueno, debiste explicarme. -Suspiró- No puedes simplemente declararme tu novia en público sin haberme pedido permiso.
-No es como si te molestara, lo digo porque has estado muy cariñosa conmigo ¿Eh? Tal vez quieras que se vuelva real.
- ¡En tus sueños!
Y empezaron otra vez.
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