Capítulo I: En una noche de Lluvia


Amelia:

Era una noche lluviosa, no podía ver las gotas de agua que chocaban contra el suelo, solo escuchaba su ruido al romperse contra la superficie. Un chasquido sonoro que se repetía incontables veces a lo largo de la noche.

Mi mente trataba de desenredar todo lo que había pasado en este tiempo. La lluvia me empapó en un segundo de pies a cabeza al salir, quería disfrutar los últimos momentos... Quería disfrutar lo que sería el último paisaje que vería en mi vida: una ciudad afuera de los límites del internado, azotada por una lluvia inclemente, no se veía tan alegre como me gustaría decir.

Me senté al borde de la azotea y pensé que en verdad esas palabras eran ciertas.

- - - - Flashback - - - -

La película terminó. No estuvo muy buena, no como me habían dicho, así que cerré mi computadora, aburrida. 

La puerta se abre y da paso a mi padre, el cual no se ve nada contento. Con el paso del tiempo aprendí que cuando está en ese estado, lo mejor que puedo hacer es no enojarlo, sin embargo no entra solo; mi madre lo acompaña.

—Amelia, baja a la sala —Dice mi madre en un tono severo, respondo con un simple "Bajo en un momento" que es usual en mí.

Tras un breve silencio, un golpe suena abajo, mi padre acaba de golpear la mesa. Me sobresalté.

—¡Ahora! —Ruge mi padre, no entiendo qué pasa en este momento, solo sé que algo no está bien. Bajo las escaleras tan rápido como mis pies me lo permiten y en un momento estoy en la sala de estar donde mi madre, tan elegante como siempre me espera sentada junto a mi padre quien está de pie con sus brazos en la cintura. Su cara expresaba más que disgusto parecía una furia implacable.

Solté un suspiro.

—¿Sucede algo? —Pregunté con toda la tranquilidad de la que fui capaz de armarme.

Ambos me miraban con una severa mirada, en mi cabeza solo repasaba todo ese mes intentando encontrar algo que hubiera hecho enfurecer a mis padres, aun así, no encontraba ninguna pista, simplemente no había nada.

—Amelia, explícame exactamente qué fue lo que pasó -Sacó una fotografía mía en una reunión con lo que parecían ser mis amigos del instituto. Estaba distorsionada y no se veían tan bien los rostros, pero a simple vista parecía ser yo con una botella de ginebra en la mano.

—Esa… ¿de dónde?... —Las palabras no me salían y a pesar de no ser yo la de la fotografía un nudo se formó en mi garganta.

—Así que no lo niegas, ¿verdad? —Mi madre se levantó de un salto del sillón en el que se encontraba.

Esa foto había sido tomada en una de las casas de mis amigos, lo sabía por la decoración tan extraña de aquella casa, sabía de quién era, pero esa noche yo ni siquiera había estado ahí.

—Sabemos todo, y ya podrás estar contenta de saber que no solo te arruinaste a ti misma, arruinaste a la familia entera con tu aparición -Dijo, mi padre movía las manos exhaustivamente.

—No soy yo, lo juro. -Mi mirada fue de súplica, quería que me creyeran, sin embargo, fue inútil.

- - - - Fin del Flashback - - - -

Ese día está borroso para mí, pero recuerdo que después de discutir por todo lo que había hecho mal en el pasado, mi padre me abofeteó y se sentó rendido en el sillón. Pidió finalmente a mi madre que le llevara un trago y ella como siempre se levantó a servirle.

Solo había tomado un pequeño sorbo cuando decidió hablar de nuevo, aunque en realidad lo que hizo fue contarme entre gritos que la directora del instituto había obtenido esa fotografía gracias a uno de mis compañeros y que éste había afirmado que yo había estado bebiendo y no solo eso, sino que encima de todo había supuestamente robado el reloj del mismo, entre otras cosas. Esa noche yo no había estado en esa casa a esa hora, sin embargo, no tenía como probarlo.

Sentí que la sangre me hervía porque mi familia creía que yo era una criminal, sentía rabia al no tener como demostrar que no había sido yo. En ese momento solo recuerdo haber visto mi reflejo gritándole a mis padres, diciéndoles que esas eran puras mentiras incluso tuve el valor de insultar a todo el mundo, sin saber que ese pequeño episodio terminaría en una consecuencia que pude haber evitado.

Fui enviada a un internado en otra ciudad.

Sus palabras y desconfianza habían hecho que su silencio fuera lo único que escuchara de su parte, no vinieron en las siguientes visitas de padres al internado, ni siquiera respondían los mensajes ni llamadas. Mi hermano fue el único que siempre estuvo de mi lado, nunca me abandonó, sabía gracias a él que para mis padres yo estaba muerta, no por el simple hecho de haber supuestamente robado y bebido aquella noche, sino por todas las veces que había explotado mi irascibilidad en público y que aquello los avergonzara, mis padres no eran prestigiosos ni mucho menos, aun así eran influyentes en su trabajo y las apariencias lo eran todo en su pequeño mundo.

Mi hermano mayor, Alan, había estado visitándome y contándome de su vida después de mi partida de la casa en la cual ya no era bienvenida, la última carta que recibí de ellos fue la carta de emancipación, de acuerdo a los términos ellos aún eran económicamente responsables de mí hasta que cumpliera la mayoría de edad, pero a partir de ahí estaría sola.

Recuerdo el día en el que Alan me dejo aquí, ese día no tenía ni las fuerzas ni las ganas de llorar o siquiera emitir palabra alguna.

Fue el director quien me recibió, era un hombre delgado de piernas, pero su estómago, papada y brazos no podrían decir lo mismo. Su mediana edad lo hacía ahogar sus penas en comida, las notorias ojeras que cargaba se hundían en sus ojos (supongo que por su cargo), lo hacían ver como el tipo de persona que es muy responsable y trabajadora. Su traje demostraba que era una persona misteriosa.  La colonia que llevaba era muy olorosa y dejaba un rastro de su olor.

Aquel hombre me mostraba el extraño lugar y en cuanto a mí, aún estaba inmersa en mis pensamientos.

Todo en ese lugar era antiguo y en ocasiones parecía espeluznante. Me asignaron un cuarto sucio, el cual no había sido utilizado desde quien sabe cuándo, las telarañas eran grandes y el polvo reinaba en ese lugar, la ventana era grande, pero estaba cubierta con una tela blanca grisácea por el polvo que hacía de veces de cortina.

Mientras Alan me traía, no dejaba de animarme y asegurarme que no me dejaría sola. No importaba lo que dijese, en mi interior me culpaba a mí misma por haber hecho que me abandonaran a mi suerte, nunca fui la hija perfecta, nunca fui tan elegante como mi madre, o tan prestigiosa como mi padre, ni mucho menos inteligente, capaz o incluso, buena en algo como mi hermano mayor.

Tal vez por esa razón la elegida por el destino, fui yo.

Los días en ese extraño internado parecían segundos a mi parecer, pero no fue hasta una noche de insomnio en la que repasaba todo lo de aquella noche que noté lo que realmente pasaba en aquel lugar. Recuerdo haberme sentado en el borde de la cama mientras la luna era la única testigo y quien iluminaba la habitación… no fue gran cosa al principio, apenas lo noté, pero sentía una fuerza en el pecho indescriptible. De repente, los papeles que tenía sobre el escritorio se encontraban en el piso sin razón aparente, no era una noche de invierno, por lo que no había viento. Si hubiera sabido que ese sería el principio de mi fin, habría escapado.

Ahora no podría hacerlo y la única manera seria dándole al mundo lo que quería de mí.

Desaparecer.

Estaba dispuesta a saltar del borde, pero fui interrumpida por un coro de voces que proferían cosas que no fui capaz de entender, excepto dos palabras.

— ¡Detente Amelia! —Gritaban.

Me paralicé. Mis amigos habían llegado para evitar mi suicidio sin importarles la inclemente lluvia o incluso la posibilidad de resbalar ellos mismos, antes de que pudiera aclarar mi mente, me habían sujetado y me alejaban del borde apresuradamente.

Chiara, Ian, Aurora y Elizabeth estaban ahí, los cuatro, para mí, a pesar de que había renunciado al mundo entero y a mi propia vida, ellos seguían ahí como cadenas atándome a la realidad y a esta existencia, incluyendo los horrores por los que estaba pasando.

— ¿Acaso te volviste loca? —Preguntó Chiara histérica al tiempo que apartaba cabello mojado de su rostro— Nos tienes a nosotros, estamos para ayudarte en toda esta pesadilla.

—Que intentes romperte el cuello mientras tus amigos duermen no mola, en serio Amelia. —Me regañó Ian.

—Si seguimos aquí todos vamos a resfriarnos, necesitamos algo caliente, en especial Amelia. —Sugirió Elizabeth— Hay un atajo a la cocina, además tengo una copia de la llave.

— ¿Adivino? La robaste. —Afirmó Chiara.

—Pues no, resulta que hice una copia cuando la descuidaron. —Afirmó orgullosa Elizabeth.

Aurora no profería palabra, me mantenía envuelta entre sus brazos y aún así, yo temblaba del frío en silencio, no me atrevía a ver a la cara a mis amigos.

—Zed, sabemos que estás ahí. —Llamó Chiara— Ve a buscar algún abrigo al cuarto de Amelia.

Me estremecí, ¿Zed estaba aquí?

Lo vi salir de las sombras con toda la serenidad del mundo mientras se quitaba su chaqueta.

—No hace falta. —Dijo mientras se la entregaba a Aurora, que me envolvió con ella.

—Muy bien, entonces vamos a la  cocina por café. —Indicó Elizabeth— Puede que deje de llover pronto, así que procuren hacer silencio para no llamar la atención.

Entre la oscuridad me condujeron a la cocina y rápidamente Elizabeth se hizo cargo de la situación haciendo uso de la experiencia de cinco años colándose en aquel lugar a escondidas por comida o café.

Cuando estuvo listo me sirvió a mí antes que a nadie puesto que era quien había pasado más tiempo bajo la lluvia.

— ¿Cómo supieron dónde estaba? —Pregunté con la cabeza gacha.

—Yo se los dije. —Me reveló Zed— Y estabas a punto de hacer algo tonto.

Sacó su móvil de su bolsillo y lo puso en el suelo, que era donde nos encontrábamos sentados.

—No hace falta preguntar el por qué, es obvio, pero esperaba que fueras más fuerte que eso.

— ¡Tú no sabes lo que es ser acechada por espíritus cada noche, tener la mente llena de pesadillas, temer ver algo espantoso a cada segundo, no lo sabes! —Reclamé furiosa.

— ¡Baja la voz! —Me ordenó Elizabeth en un susurro fuerte—Pueden oírnos y castigarnos.

Apenas contábamos con la luz de una vela que Zed había encendido para no llamar la atención del supervisor que merodeaba por los pasillos, pero a pesar de la débil luz que nos proporcionaba, la misteriosa mirada de Zed no lucía herida ni mucho menos amedrentada, me veía con dureza y entonces rompí a llorar nuevamente mientras los recuerdos me asaltaban de nuevo cubriendo mi mente como las nubes de la tormenta lo hacían afuera.

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