☠|CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

Hace tres semanas recibí la mejor noticia de mi vida. Estar embarazada es algo que siempre quise y se hizo realidad junto al hombre que más amo. Ale está loco e hizo que mi seguridad se duplicara, ahora no solo tengo a Leila y Federico, sino que también tengo a Hugo y Fernando, dos hombres que con solo verlos dan ganas de huir de ellos.

Estas tres semanas solo salí tres veces del apartamento y ambas veces fueron para asistir a mi cita con la ginecóloga para la revisión de los exámenes donde me informaron que estaba muy bien al igual que el bebé.

Esta noticia solo la saben tres personas y esperamos que se quede así hasta que pasen al menos los cinco meses y el mayor riesgo haya pasado, no quiero que me pase como a mi hermana que después de estar tan ilusionada perdió a su primer bebé.

Cuando le conté a Emma gritó como loca y la emoción se sintió a través del teléfono, aseguro que vendría dos meses después que naciera su niño para estar junto a mí los últimos meses de mi embarazo y eso me hizo muy feliz, ya que voy a tenerla junto a mí.

La madre de Ale me envió un enorme ramo de tulipanes porque son mis flores favoritas, así que decidió enviarlas para felicitarme por darle un nieto y hacer feliz a su hijo.

—Mi hijo es muy hermoso —giro hacia donde está Ale.

Mis pensamientos se evaporan cuando lo veo mirando su teléfono y sé que es lo que está viendo. Yo aún sigo sin comprender a qué llama hermoso porque no se logra ver nada.

—Podría ser hermosa —murmuro.

No sabemos que es, aunque voy en la décima semana, la doctora dijo que algunos bebés son tercos y no se dejan ver casi hasta el final y, aunque odiaría que eso pasara, debo esperar a las siguientes semanas.

—No me importa si es niña o niño, pero estoy casi seguro que nuestro primer bebe es un niño —dice con total seguridad.

Le sonríe a su teléfono y me contagia. Nunca lo había visto sonreír tanto, está orgulloso y feliz porque me embarazó la primera noche que estuvimos juntos.

—Si quieres salir debes irte en un carro con los cuatro mientras que otro carro te sigue —menciona antes de inclinarse y besarme.

—No creo que vaya a salir, me he sentido un poco mal —confieso.

Los vómitos y malestares están incrementando cada día y sé que son a causa del embarazo, pero no me gusta sentirme de esta manera.

—Yo no voy a demorar, ¿quieres que te traiga algo?

—Piña y quiero que pases por donde Antonio y le pidas que me prepares pastas, pero que no lleven nada, solo sal y un poco de mantequilla.

—¿Estás segura? Puedo pedirte mejor una pizza.

—Quiero pastas.

—Lo que quiera mi mujer, lo tiene.

Hace un par de semanas quería comer piña, mucho antes de que supiera que estoy embarazada y aunque no estoy segura de que es un antojo, igual la pedí para poder comerla.

—Te amo —murmura antes de besarme.

—Te amo dos veces más.

Antes de marcharse besa mi vientre y lo acaricia como si también se estuviera despidiendo de su bebé.

Cuando Ale sale de la habitación decido quedarme un par de minutos más en la cama, pero mientras más me relajo el sueño se apodera de mí hasta que mis párpados se cierran y me fundo en un profundo sueño.

Al despertarme de mi siesta lo hice porque mi estómago rugió y como no, solo había comido un par de galletas con zumo porque el beicon y los huevos me hicieron vomitar.

Bajé a la cocina y mientras cruzaba por el pasillo me encontré con Leila que estaba comiendo junto a los demás hombres, pero no fui capaz de acercarme porque todo lo que había sobre la mesa solo me produjo náuseas.

—¿Puedes hervir pastas? quiero comer eso —le pregunto a Giulia que aún está en la cocina.

—Tengo pollo con puré de papa —menciona.

Antes de que pueda destapar sus ollas arruga la cara. Giulia cocina superdelicioso y soy fan de todo lo que hace, pero estas últimas semanas me da fastidio todo lo que hace y lo único que me produce es correr a vomitar.

—Oh, lo siento, voy a ponerte a cocinar las pastas.

—Todo se ve delicioso, pero quiero pastas.

Sé que debo alimentarme bien porque no solo soy yo, sino que mi bebé debe estar bien, pero hoy no puedo y aunque más tarde voy a sentirme la peor mamá por solo darle pastas con sal y mantequilla, es lo único que me apetece.

—Se las pedí a Ale, pero creo que no vendrá tan temprano.

—Le daré fruta mientras espera las pastas, ¿quiere que les eche queso o carne?

—Solo con sal y mantequilla.

De solo pensar en ellas la boca se me hace agua. Quisiera comer las que hace Antonio, pero no voy a esperar hasta que llegue Ale.

Hablo con Giulia mientras prepara la pasta, me como toda la fruta que me pico —manzana y pera— y afortunadamente no me causará náuseas. Mi teléfono vibra en mi pantalón y atiendo la llamada sin mirar quien es.

—Hola.

—Vi, lo siento por llamarte, pero no tenía a quién más acudir.

Me pongo de pie, la voz de mi amiga se escucha confusa mientras habla haciéndome temer.

—Ser, ¿estás en problemas?

—Mi padre —ahoga un gemido y sé que está llorando—. Está jodidamente loco, necesito que me ayudes.

—No puedo hacer nada desde donde estoy, ¿Qué necesitas?

—Voy a irme de la casa, pero no quiero quedarme en Nápoles, si lo hago, él me encontrará y me irá peor —asegura.

El padre de Ser es igual o peor que el mío, ambos hombres solo piensan en dinero y tener más de lo que llegarán a disfrutar. Sé que ella está en problemas porque de lo contrario no se hubiera comunicado conmigo.

—¿Necesitas dinero?

Tengo varias tarjetas con los fondos suficientes, así que puedo ayudarle con algo hasta que pueda encontrar qué hacer.

—¿Puedes recibirme en tu casa? Suena absurdo y sé que a tu esposo no le caigo bien, pero la seguridad que tiene podría ayudarme en este momento.

—Ser.

Ale la envió a un hotel el día que Livia y mi hermana se marcharon con sus respectivas parejas, no la quería en el apartamento así que ahora no la puedo traer porque estaría poniendo en juicio las decisiones de mi esposo, además traerla aquí pondría en peligro a mi bebé.

—Sé que te estoy pidiendo mucho.

—Puedo hablar con Ale y buscaremos un lugar en el que puedas quedarte.

Su silencio me dice que mi respuesta no le gusto, pero no puedo hacer más, ahora debo de pensar en la seguridad de mi hijo y no puedo arriesgarme. Sé lo malo que puede llegar a ser el padre de Serena y si llegara a unirse a mi padre se desataría un verdadero infierno.

—Lo siento, no debí llamarte.

—Ser.

Ella cuelga antes de que pueda ofrecerle otra alternativa, intento llamarla varias veces, pero no toma mi llamada haciendo que los nervios empiecen a consumirme.

—Sin queso, sin carne, sin pollo, únicamente tienen sal y mantequilla —menciona Giulia poniendo el plato frente a mí.

Me como la mitad de las pastas antes de cuestionarme si haberle dicho a Serena que le buscaría un lugar seguro fue muy malo, pero no lo creo. Hay muchos lugares donde estaría segura como la fundación de la señora Vittoria u otro lugar que pudiéramos conseguir.

—¿Puedes darme un poco más?

—Con salsa quedarían más ricas.

—Así están deliciosas —afirmo.

Mientras me sirve otro plato le envió un mensaje a Ale.

"¿Crees que está bien que le haya dicho a Ser que no podemos recibirla en el apartamento?".

"No pudiste darle una mejor respuesta, por cierto, estoy esperando las pastas, ya conseguí la piña".

"Giulia me hizo unas, pero aún quiero las que hace Antoni".

"¿Quieres que te lleve algo más?"

"Si se me antoja algo te escribo".

Guardo el teléfono. Término las pastas que estaban en el plato, cuando regreso a la sala creí que iba a vomitar todo lo que acabo de comer, pero al parecer al bebé le gustaron.

Enciendo la tele y la dejo en un canal al azar mientras mis pensamientos vuelven a la llamada de hace un momento y no dejo de sentirme mal. No quería que ella sintiera que no la quería ayudar, pero debo cuidar lo que estamos construyendo Ale y yo.

Veo a Hugo pasar frente a mí y esquivo su mirada, el hombre parece una pared con todos esos músculos que tiene, su mirada es la de un cazador acechando a su presa y realmente le tengo miedo, creo que nunca haré algo que lo haga enojar.

—Mi mujer se fue a otro mundo.

Ale está de pie en la esquina del sofá donde estoy acostada. Sus labios se elevan en una sonrisa la cual me contagia, hace un par de días le repetí que no puede sonreírles así a otras mujeres porque seguramente se bajarían las bragas para que las folle.

—Estoy en la luna en este momento, ¿quiere usted venir conmigo?

—Pequeña, sin invitación te seguiría a todas partes.

No puedo mentir diciendo que no sé cómo es que me enamore tan fácil, rápido y profundo de él. Alessandro es un hombre completamente diferente cuando está conmigo y yo puedo seguir siendo yo sin sentirme mal porque a él le disguste la mujer que soy.

—Te traje la piña, fue casi imposible conseguirla, pero lo logré, ¿quieres comer un poco?

—Quiero comer las pastas que trajiste.

Sé que hace poco comí las que me hizo Giulia, pero realmente quiero comer las que le pedí y sé que acaba de traer. Saca las cajas y deja sobre la mesita lo demás que traía. Cuando tengo las pastas a mi vista la boca se me hace agua, el olor de estas es único y creo que Antonio le puso algo para que huelan mejor que las que comí hace un rato.

—Voy a comer poquito porque aún estoy llena —menciono.

Cuando saboreo el primer bocado mi estómago ruge al instante y debo salir corriendo hacia el baño donde descargo todo lo que comí en la última hora. Inclino la cabeza cuando el malestar regresa, vomito todo hasta que algo amargo se instala en mi garganta.

—Estaban malas —menciona Ale.

—Al bebé no le gustaron esas pastas —aseguro, me pongo de pie y enjuago mi boca antes de caminar hacia él—. Las que hizo Giulia estaban deliciosas, pero tenía muchas ganas de comer las que hace Antonio.

—Voy a pedirle a Giulia que pele y pique la piña para que puedas comer antes de que ella se marche.

—Creo que ya no quiero, estoy segura de que si como voy a volver a vomitar.

No volvemos a la sala, decidimos subir a nuestra habitación donde pasamos el resto de la tarde y únicamente salimos cuando la cena está lista donde como un poco para después volver a la comodidad de mi cama junto a mi esposo.

Ambos nos quedamos dormidos con los brazos rodeando el cuerpo del otro. En algún momento de la noche sentí un dolor que se fue incrementando con el tiempo y tuve que llamar a Ale porque tenía miedo y más cuando sentí la humedad en mi ropa.

—Mierda —lo escucho murmurar.

No quiero mirar hacia las sábanas porque sé lo que voy a ver. Lo veo moverse por toda la habitación entrando al vestidor de donde sale con abrigos para los dos.

—El bebé —mi voz tiembla.

En el momento en el que soy levantada de la cama dejo escapar un quejido, me duele mucho y tengo miedo porque sé lo que significa un sangrado con el dolor que tengo.

Siento como mis lágrimas humedecen mis mejillas. Cuando llegamos al estacionamiento dos de los hombres de Ale se acercan a nosotros y este le informa que vamos hacia el hospital.

—Van a estar bien, ¿de acuerdo? —asiento sin ser consciente de lo que está diciendo.

Todo pasa demasiado rápido, cuando llegamos al hospital la ginecóloga que nos está atendiendo ya nos está esperando junto con otros dos doctores que me revisan al instante.

—Vamos a realizar algunos exámenes —menciona la doctora—. También haremos un ultrasonido.

Dos enfermeras me sacan sangre mientras que Ale observa todo lo que me están haciendo sin mencionar ninguna palabra, pero eso no importa, ya que su mirada dice todo lo que está sintiendo.

Nunca antes lo había visto así, está tan asustado como yo, pero trata de disimularlo y sé que es por mí.

La doctora entra con una máquina similar a la que utilizó cuando hizo la primera ecografía. Aplica un gel demasiado frío en mi vientre y luego pasa su aparato por mi vientre buscando a mi bebé haciendo que cada segundo que pase el miedo incremente.

Los latidos no se escuchan hasta que Ale murmura algo.

—Un corazón muy fuerte —menciona la doctora.

Me llevo las manos a la cara y no puedo evitar llorar, sentí mucho miedo al pensar que lo habíamos perdido y todo por mi culpa.

—Están bien, mi amor, ambos están bien —dice Ale repartiendo besos por todo mi rostro.

—El bebé está bien, esperemos los exámenes, pero lo más probable es que sea una infección la cual trataremos.

—No quiero que le pase nada a nuestro bebé —digo.

—Nada va a pasarles, me aseguraré de que ambos estén bien.

Después de estar dos horas esperando los resultados de los exámenes al fin salieron y al parecer no fue nada grave, el bebé está bien y está creciendo de la mejor manera.

No tengo ninguna infección así que puedo volver a casa, pero debo reposar y regresar en dos semanas para revisión y hacerme la ecografía de tres meses.

Cuando regresamos al apartamento Ale me ayudo a limpiar la sangre que había seca en mi cuerpo mientras que alguien se encargaba de limpiar la cama para que pudiéramos acostarnos.

—Lo siento mucho —digo cuando ya estamos acostados nuevamente.

—Yo soy quien debe disculparse, no te he cuidado como lo necesitas.

—Me cuidas más de lo necesario —le recuerdo—. Tal vez esto haya pasado porque no he comido como debo.

—No busquemos excusas o culpables, solo quiero que ambos estén bien y voy a hacer hasta lo imposible para que eso suceda.

Mas vale tarde que nunca, aquí les dejo este capítulo con mini sufrimiento porque lo malo se aproxima y ni yo estoy preparada para escribir todo eso mientras lloro.

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