Capítulo 6

Dominic, con su tan característica actitud, desmintió de inmediato mis suposiciones, pero el asunto no murió ahí. En la mesa, abandonando los cubiertos sobre su plato de comida, me llamó prejuiciosa y también me regañó por serlo.

William era su mejor amigo, su alma gemela, su otra mitad. Habían estado juntos en las buenas y en las malas desde que eran adolescentes, sin nada ni nadie que pudiera separarlos. Se querían intensamente, pero no de la forma que yo creía.

—Son fans las que inventan estas cosas —aclaró—. Porque creen que dos chicos no pueden ser demasiado cercanos.

—Pero... —Lo señalé con el índice—. Te vi besándolo.

Alzó ambos hombros, restándole importancia a mis palabras.

—¿Y? —Volvió a recargarse contra el respaldo de la silla—. Solo es eso, Ai, un beso. ¿Tú no besas a la gente por juego?

Definitivamente no. Solo había besado a dos personas en toda mi vida. La primera vez fue con alguien que pensé que me quería, la segunda fue por un reto tonto de preparatoria. Yo le daba mucho valor a este tipo de cosas. En mi mente infantil lo relacionaba con el amor y la confianza. No cualquiera podía darme un beso.

Me encogí en la silla después de recordar mis dos únicas experiencias. Aquella no fue mi mejor época, en especial porque, incluso en el presente, me seguía atormentando. Dejé de confiar en todo aquel que fuera amable conmigo, estropeando así mi relación con los demás.

A veces me arrepentía por ser de esta forma. En el fondo deseaba ser como algunas de mis pocas amigas o incluso como Dominic. Que pudieran tomarse el contacto íntimo como un juego o sin involucrar sus sentimientos. Yo los veía mucho más felices porque, en comparación conmigo, no tenían miedo.

—¿Dónde has vivido todo este tiempo? —Alzó las cejas, manifestando una sorpresa fingida—. ¿En la iglesia?

Esta vez fui yo la que se recargó en el respaldo y se cruzó de brazos. Miré hacia otra parte, ligeramente avergonzada por sus decenas de reproches. Sí, me había equivocado. Sí, era una prejuiciosa. Tampoco es como que hubiera vivido tantas cosas como él. Lo mío era escribir por horas frente a la laptop y continuar al día siguiente con lo mismo, sin salir a la calle, sin conocer gente nueva, sin ampliar el panorama.

—¡Era inevitable que lo creyera! —Me defendí, aunque con poca inteligencia—. Tienes una moda bastante extraña, besas a tus amigos, y tus fanáticas escriben mil historias que parecen ciertas.

—No trates de echarme la culpa —contestó con rapidez, volviendo a acercarse—. Vivo a escasos metros de ti y en lugar de preguntarme por cualquier cosa, preferiste creerle a un comentario de YouTube.

Solté un suspiro, finalmente derrotada. Me gustaba debatir cuando sabía que tenía la razón, pero este no era el caso y debía aceptarlo con toda la vergüenza del mundo. Asentí, queriendo hundir el rostro entre las manos para que él no me viera más. Sin embargo, esta cena tenía que continuar. El silencio y los escondites ya no eran una opción tan viable.

Tenía la oportunidad de socializar con una persona desconocida justo cuando la interacción humana resultaba complicada. Además, Dominic no era cualquier persona. De su revoltosa vida debían salir decenas de anécdotas interesantes que muy probablemente me servirían en el futuro para escribir alguna novela.

—¿De verdad me responderías cualquier cosa? —Evadí el contacto visual, todavía protegida con la barrera que hacían mis brazos al cruzarse.

Escuché que tragó saliva. Con el rabillo del ojo noté una ligera tensión en sus labios. El ambiente entre ambos no podía sentirse tan más extraño, pero al menos el enojo ya no se olía en el aire. Nos habíamos relajado, aunque la incomodidad continuase.

—Depende. —mencionó en un tono más bajo de lo normal—. Hay cosas que la gente muere por saber y que yo no quiero decir.

Ladeé un poco la cabeza, curiosa. Arqueé una ceja y volví a mi postura erguida sobre la silla. Una vez más, Dominic Kean había acaparado mi atención.

—¿Cómo cuáles? —Recargué ambos codos en la mesa, volví a picar mi plato de comida.

Dominic imitó algunos de mis movimientos, con la diferencia de que realmente comió y bebió sin importarle la tos. Ya no parecía tan malhumorado, aunque frunciera las cejas mientras se doblegaba en la silla. Entre mi pregunta y su contestación hubo varios segundos de silencio. Evadimos el contacto visual en ese lapso, aunque fue inevitable que mis ojos se detuvieran en su esbelta apariencia.

—No lo sé... —Rodó los ojos, los fijó en el techo por un segundo—. Pregúntame lo que se te ocurra.

De su propuesta podía salir algo interesante, de eso estaba muy segura. El problema eran sus límites. Entendía que le preocupara su imagen y que no confiara completamente en mí por temor a que se lo contara a alguien. Así que debía pensar en algo que no se encontrara en internet y que no le generara inconvenientes.

Recordé las cosas que leí sobre él, esperando que alguno de esos temas me diera alguna pregunta interesante. Tras meditarlo un poco, me atreví a lanzar la primera pregunta. En internet yo no había visto nada al respecto, salvo por el tema de William que él mismo acababa de aclararme.

—¿Tienes novia?

Mi pregunta tan directa causó que casi se ahogara con la comida. Abrió los ojos, me miró directamente con el rostro ligeramente ruborizado. Fue inevitable que sonriera ante tal comportamiento. Había dado justo en el clavo.

—Siguiente pregunta. —respondió con prisa.

Hice un puchero, desanimada. Esto iba a ser más complicado de lo que parecía. Nuevamente, me puse a pensar en alguno de los tantos rumores o comentarios aleatorios que leí. Aunque, a decir verdad, me estaba basando en lo que revisé muy por la superficie. Sobre Dominic había muchas cosas en internet que yo no había revisado y que, de haberlo hecho con más detenimiento, pudieron servirme para empatizar mejor con él.

Que evadiera mi primera pregunta solo me probó que realmente había alguien. Pero si no podía decírmelo, entonces tenía que ser una chica bastante popular. La noticia podría estallar si me enteraba, así que lo entendí. De nuevo estaba apresurándome a sacar conclusiones, producto de mi constante hábito de inventarme historias sobre vidas ajenas para mi propio beneficio.

En una historia romántica tenía que haber drama, así que busqué obtenerlo con mi siguiente pregunta.

—¿Tienes problemas con las drogas?

—¡Ai, deja de burlarte de mí! —Golpeó la mesa con las palmas, causando que me sobresaltara—. ¿Qué clase de persona crees que soy?

Tal vez sí, mis preguntas atrevidas me causaban cierta gracia, pero su reacción de verdad que no era algo de lo que pudiera burlarme. Tomé aire con calma, observé hacia sus manos, que estaban bien apoyadas contra la madera.

—Una muy explosiva, al parecer. —Volví la mirada a sus ojos para mostrarle lo segura que estaba de mis palabras.

Bajó las manos de la mesa casi de inmediato, encogido en la silla. Se disculpó en apenas un murmullo. Nuestros platos vibraban un poco gracias a la agitación excesiva de su pierna, provocada por la ansiedad del momento.

—Perdón por el impulso —Se sinceró—. Toda esta situación me estresa y la medicación no me está funcionando.

El tenedor lleno de ensalada se quedó a medio camino para llegar a mi boca. No lo miré de inmediato, sino que repasé unas tres veces su última oración, sin saber del todo a qué se refería. Alcé el rostro, bajé la mano hasta que se apoyó en la mesa.

—¿La qué? —Fruncí las cejas, busqué su rostro para determinar la verdad.

—¿Qué? —Me imitó, confundido.

Ambos repasamos sus palabras con detenimiento. Luego de tres segundos de miradas confundidas, Dominic finalmente sacó a relucir su asombro tras entenderse a sí mismo. Pero justo antes de que pudiera decirle algo, se echó de golpe el resto de la comida. Ni siquiera acabó de tragarse lo que traía en la boca cuando se levantó de la silla con rapidez.

—Hablo de la medicación para el COVID. —exclamó, nuevamente con el rostro lleno de inseguridad.

Asentí, dubitativa. A mí no me daban nada más que medicamentos para tratar una gripe común. Según el doctor Zhang, todavía no existía un tratamiento fijo para pacientes como nosotros. Al menos a mí me funcionaban bien, pero síntomas como los de Dominic seguro debían tratarse diferente.

Aun siendo consciente de eso, no sentí que su reacción encajara.

—Tengo que irme. —dijo, con unas manos ligeramente temblorosas.

Ni siquiera pude preguntarle por qué, pues dio media vuelta y se fue de la terraza con pasos largos y veloces. Yo lo miré hasta que desapareció a la distancia, sin saber muy bien qué hacer.

Me sentía como una tonta.

Le conté a Solange lo que sucedió antes de irme a dormir. Cuando el tema de verdad le provocaba curiosidad, me pedía que hiciéramos una llamada y este caso fue exactamente así. Hablamos solo media hora porque estábamos cansadas.

Como todo el tiempo, a Solange le gustaba sacarse diez teorías diferentes de la manga. Gracias a ella mi imaginación también fluía muy bien; incluso más de lo que debería. Una vez que escuchó con detalle lo que ocurrió después de asustarme con el golpe de la mesa, se quedó pensando un par de segundos.

—¿Qué clase de escándalos sobre él encontraste en internet? —Fue su primera pregunta.

Con un poco de pena le conté sobre los rumores que afirmaban que era novio de su mánager. Casi en ese instante le aclaré que me equivoqué y Solange no hizo más que burlarse de mi inocencia. Se puso del lado de Dominic luego de que le dijera que me regañó por prejuiciosa.

—¿Pero no hallaste nada más? —Volvió al tema—. ¿No buscaste directamente si se puso violento en la calle por ebriedad o si acaba de salir de rehabilitación?

Me distraje más con "Domiliam best moments" en YouTube, pero no se lo podía decir. Mentí con no querer perder mi tiempo investigando al erizo grosero y con que solo leí algunos datos por la superficie de las Wikis y sus redes sociales. Sol no pareció muy contenta por mi pésima dedicación, así que se dispuso a buscar la información por mí.

—Solo tienes que buscar su nombre seguido de la palabra "controversia" —dijo, tecleando en su laptop al ritmo de sus palabras.

Escuché el enter al otro lado de la línea. Después vino una pausa silenciosa donde seguramente leyó los encabezados de cada resultado de Google. Oí un suspiro y también murmullos asombrados, indicándome así que Dominic tenía mucho más qué contar de lo que pronostiqué.

—¿Qué encontraste? —pregunté después de que nuestra pausa me inquietara.

—Bueno... —Alargó un poco el inicio de su oración, incrementando el suspenso en el ambiente—. Preferiría que lo vieras por ti misma. No creo que debamos chismear así de esto.

Aquello atrajo mi atención, pero esperé con paciencia a que la llamada terminara para poder buscar lo mismo que Solange encontró. Durante esos últimos minutos hablamos de otra cosa más relacionada a nuestros trabajos y lo mucho que nos cansaba tener que acostumbrarnos a la nueva rutina. También preguntó por mi estado de salud, si estaba mejor.

Todavía me dolían los músculos, sentía ardor en la garganta y a ratos me dolía la cabeza, pero nada como la constante tos de Dominic. Era casi una paciente asintomática que lidiaba con molestias de una gripe. Eso tranquilizaba a mi mamá y a Solange, las dos personas que estaban más al pendiente de mí.

Una vez que colgamos, tomé la laptop, abandoné el escritorio y me cobijé en la cama. Iba a realizar esa última búsqueda antes de dormir. Abrí una nueva ventana de Google, tecleé el nombre de Dominic junto a la palabra "controversia", pero no me atreví a presionar el Enter tan rápido. Me lo pensé por un par de segundos.

No sentí que estuviera haciendo lo correcto al indagar en la vida de un famoso. Ellos también merecían privacidad.

Solo lee los encabezados y nada más, Ai.

Así reduciría parte de la culpa y al mismo tiempo saciaría mi curiosidad.

Finalmente presioné el botón. Dejé que mis ojos leyeran los primeros resultados mientras el corazón me palpitaba con prisa. No tuve que ir muy lejos para descubrir por qué Solange evadió el tema.

Percibí una extraña sensación de nerviosismo y negatividad en todo el cuerpo. El encabezado de la tercera página provocó que cerrara la laptop de golpe.

Instintivamente miré hacia la puerta, creyendo que podría ver hacia la habitación de Dominic. Algunas cosas cobraron algo de sentido, principalmente su actitud y su miedo a estar encerrado y solo. Era muy probable que los doctores hubieran abierto la azotea del hotel no por mí, sino por él.

Por primera vez en mucho tiempo sentí que tenía que poner más de mi parte. El erizo estaba enfermo de COVID, pero antes de este contagio ya existían otros problemas que podían mantenerse al margen con algo de compañía. Yo entendía bien ese tema; me tocó vivirlo muy de cerca.

Fui al buró bajo la televisión para tomar una de las botellas de agua. Siempre traían cuando hacían el exhaustivo aseo de la habitación mientras desayunaba. Tomarme la mitad de un solo golpe ayudó a reducir parte de mis nervios. Ya no podría dormir con la cabeza tranquila, pero al menos no me moriría de sed. Volví a la cama de inmediato, brincoteando porque estaba descalza y el piso alfombrado se sentía fresco.

Revisé las últimas notificaciones de mi celular antes de echarme las cobijas encima. Eran casi las doce de la noche y no tenía suficiente inspiración para desvelarme escribiendo. Recargué la cabeza en la almohada, me hice un ovillo, cerré los ojos.

Me dije a mí misma que no tratara de pensar en nada de lo que leí porque podría provocarme un terrible insomnio, pero la afonía de la habitación no ayudó a que mi mente se despejara. Todavía tenía una amarga sensación en mis adentros.

Para solucionarlo me alcé un poco, tomé el control de la TV y la encendí para dormir escuchando las últimas noticias sobre el COVID en el mundo. Eso me abrumaba menos que mi propio pasado.

Una ráfaga de aire frío me acarició el cuerpo, logrando que despertara de un sueño que nunca más volvería a recordar. Me tallé los párpados, estirándome al mismo tiempo. Todavía sentía el cansancio en cada parte de mi ser, como si realmente nunca hubiese dormido.

Abrí los ojos con lentitud, bostezando. Miré con cuidado a mi alrededor. La TV seguía encendida, proyectando infomerciales de aspiradoras milagrosas. A mi izquierda, las cortinas de la habitación ondeaban con algo de fuerza. Había olvidado cerrar la ventana del balcón.

Eran las tres de la mañana. Apenas logré dos horas y media de sueño; solté un suspiro de enfado. Tenía que levantarme si no quería que los veintidós grados del aire acondicionado se escaparan de la habitación y me sumieran en los espantosos treinta y dos grados naturales de la playa.

Sostuve las puertas del balcón y me quedé mirando hacia el océano antes de cerrarlas. En realidad, el clima no era tan terrible a esas horas. La luna resplandecía en lo alto, cerca de donde solía ocultarse el sol. Había varias nubes flotando cerca, pero también miles de brillantes estrellas.

Sonreí por inercia, apreciando el cielo con mi vista borrosa de cansancio. En la ciudad no se veían tanto como en el balcón del hotel y eso me alegraba. Respiré la sal del aire una vez más antes de cerrar la ventana.

Una noche como aquella podría no repetirse en mucho tiempo. Estaba aburrida y cansada, pero justo en ese momento tuve el repentino deseo de aprovechar la inmensa soledad del hotel y disfrutar de la madrugada como nunca. Tener tiempo para mí y mi mente, gozar de una vista maravillosa, salir de la habitación a altas horas.

Desde que mi cuarentena comenzó estuve bajo estricta vigilancia, o al menos así era cuando me realizaban chequeos y subía por las escaleras para comer en la terraza. Jamás me aseguré de que realmente nos cuidaran fuera de estas actividades.

Quizás era buen momento para averiguarlo y escaparme tan siquiera a la azotea, donde iba tres veces al día. Lo peor que podría pasar era que me regresaran a la habitación con un buen llamado de atención. Era imprudente que me fuera, pues estaba contagiada del virus que más aterrorizaba al mundo.

Solo lo haré para ver mejor las estrellas. No voy a ver a nadie, no voy a tocar nada.

Me acerqué a la puerta, todavía con dudas. Respiraba con agitación y mi mano sobre el picaporte temblaba. ¿Esto podía considerarse como un acto rebelde? Jamás me había comportado así, jamás había roto las reglas de nada.

Hazlo, niña cobarde. ¿Cuántas cosas te has perdido en la vida por dudar?

A veces yo misma era mi mejor crítica y la que más me presionaba a salir de mi zona de confort. Lo hacía porque me arrepentía constantemente de no haber sido algo más que una niña introvertida y monótona. Estaba enferma, con un futuro incierto y con la oportunidad de probar que era rebelde. O más bien, irresponsable. Yo también quería tener arrepentimientos por decisiones estúpidas.

Con eso en mente, abrí la puerta.

Me asomé ligeramente por el pasillo para asegurarme de que no hubiera nadie vigilando. Sabía que en el techo había una cámara, pero confiaba en que nadie estuviera lo suficientemente despierto para vigilar. Después de todo, solo éramos dos personas y las actividades del hotel estaban reducidas en extremo.

Salí de ahí con cuidado, olvidándome el celular, pero nunca la llave para volver. Caminé a prisa hasta la salida de emergencia, volteando a mi espalda en todo momento. Sujeté el barandal y subí los escalones de dos en dos para llegar pronto a la azotea. Sentía la adrenalina y la emoción por todo el cuerpo.

Tomé el picaporte de la gran puerta y probé que estuviera abierta. Esta cedió de inmediato en un silencioso clic. Empujé con la mitad del cuerpo y salí directo al calor húmedo, el viento refrescante y los miles de estrellas sobre mi cabeza. Volví a sonreír.

Caminé por las piedras con sigilo, observando hacia arriba en todo momento. Llevaba años sin disfrutar de un paisaje similar, así que traté de atesorarlo lo mejor que pude en un rincón de mi memoria. Ya podían venir los enfermeros a detenerme y pedirme que volviera a la habitación.

—¿Ai? —La voz más conocida de mi presente hizo aparición, interrumpiendo mi caminata.

De inmediato bajé la vista para confirmar que mis ojos no me engañaran.

—¿Qué haces aquí? —preguntó de nuevo, pasmado.

Dominic yacía de pie junto a la piscina, empapado de pies a cabeza. Usaba un ceñido traje de baño y cargaba una toalla con la mano izquierda, confirmándome que acababa de salir del agua.

Observé sus tatuajes y su torso desnudo por primera vez, recordando que en internet no existían fotos recientes donde se le viera tan al descubierto. Me quedé un momento en silencio, analizándolo con un poco de preocupación y hasta pena.

Entonces lo que leí hace rato era verdad...

Dominic tenía una gran cicatriz que le atravesaba la mitad del abdomen, producto de un intento de suicidio. 



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