Capítulo 23

No podía asegurar que esas colillas de cigarro fueran de Dominic, pero después de conocer lo imprudente y desconsiderado que era con su propia salud, no descarté la posibilidad. Algunas seguro que eran de William, pero Dom no podía echarle toda la culpa. Era imposible fumar tanto en una sola madrugada y algunas de esas colillas ya estaban decoloradas por el sol.

Las dejé en su sitio, aunque quisiera tomarlas todas y lanzarlas al vacío o al inodoro. Cuando nos viéramos le preguntaría al respecto, aunque no pensaba regañarlo o reclamarle porque hacerlo no solucionaría nada. Habíamos llegado a un punto inflexible; quizás Dom ya se lamentaba por ello.

Por mi propia paz me alejé de la ventana, aunque no la cerré para que el fuerte olor de toda la habitación desapareciera. Tomé la silla frente a su escritorio y me senté ahí, intranquila, molesta. Por los siguientes dos minutos traté de encontrar una explicación a por qué Dominic tomaba tan malas decisiones. ¿De verdad esperaba que nada malo le sucediera?

Ya no me alcanzaban las palabras ni los pensamientos para sacar toda mi frustración. Frustración por su estupidez, frustración por no poder ayudarle ahora que de verdad necesitaba recuperarse. Cerré los ojos, suspiré para deshacerme del nudo en la garganta. No tenía por qué sentir culpa ni responsabilidad, aunque no quisiera presenciar las peores consecuencias.

Llamaron a la puerta durante mi meditación, interrumpiéndome. Sin esperar a que respondiera, William se abrió paso por la habitación para que el doctor Zhang y Dominic entraran. Yo me levanté de golpe, esperando alguna indicación o una simple mirada de ayuda. Los observé con atención, siguiendo de cerca cada uno de sus movimientos.

Will retiró con rapidez las sábanas de la cama y acomodó las almohadas para que Dom pudiera recostarse. El punk caminaba con pasos muy cortos, sosteniéndose del doctor Zhang. Mantuvo la mirada baja, la postura encorvada, los gestos serios y apagados. Aunque no manifestara dolor, podía ver a través del poco brillo de sus ojos lo mucho que sufría. Se me encogió el corazón.

Zhang y William lo ayudaron a subir a la cama. Incluso algo tan sencillo como eso parecía agotador para Dominic. Apretó los párpados, se quejó un par de veces, maldiciendo. Solo fue capaz de estirar los brazos para cobijarse hasta el ombligo antes de dejarse caer por completo sobre la almohada. Soltó una cansada exhalación.

La enfermera Adams apareció con uno de los tanques de oxígeno. Lo arrastró con ayuda de Will, dejándolo junto a la cama. Conectaron un tubo de oxígeno y se lo pusieron a Dom en la nariz. Las quejas de que le resultaba molesto e incómodo no se hicieron de esperar.

Los doctores le pidieron que se mantuviera relajado, pero esto creó en él el efecto opuesto. Dominic se llevó la mano a la nariz y se quitó el tubo por un momento. A veces se comportaba como un niño y era jodidamente molesto que lo hiciera bajo la creencia de que así tenía el control de algo en su vida. Incluso si se hacía daño.

Tensé los labios, apreté los puños para contenerme y aguantar la frustración. Al menos la paciencia era una de mis mejores virtudes. Sin embargo, William no aguantó más. No sabía si era un mecha corta o realmente le había tolerado varias cosas y por eso explotó.

Will también conocía el sucio secreto que Dom se guardaba tras la ventana. Sin decir nada, se dirigió hasta ella, tomó las colillas con una mano y se volteó a toda velocidad para lanzárselas.

—¡Me tienes harto, Dumbinic! —Le gritó, muy dispuesto a echársele encima— ¡Ponte esa puta cosa de nuevo o te juro que yo mismo te asfixio con ella!

Zhang logró interponerse antes de que cumpliera con su prometido. Lo sujetó por los brazos y le pidió que se relajara. Mientras forcejeaban Dominic obedeció, no tan exaltado como yo me sentía. Lucía irritado por encima de su cansancio, pero la reacción de su mejor amigo sirvió para que fuera un poco más considerado con el esfuerzo de los demás por cuidarlo.

Luego de unos segundos tensos y escandalosos, la enfermera Adams se acercó a William para convencerle de salir con ella a despejarse. Con los ojos cerrados y respirando con fuerza y lentitud, Will accedió.

—Necesito un trago. —dijo, encaminándose a la salida.

—Usted no puede beber. —contestó la enfermera, masajeándole los hombros por detrás.

—El alcohol matará el virus por dentro... —Fue su excusa.

Adams se burló, aunque en realidad el sujeto hablara en serio. Este comentario absurdo incluso le sacó a Dominic una sonrisa apenas perceptible que desapareció en cuanto comenzó a moverse en la cama. Se alzó solo un poco para quitar las colillas de su cuerpo y sábanas. Sin vergüenza las tiró al suelo.

Antes de que Will saliera de la habitación, se sostuvo del borde de la puerta para echarnos una última mirada.

—No te olvides de lo que hablamos, Dominic. —mencionó con seriedad.

Sus ojos grises y apagados me miraron fijo por un momento. Después se marchó.

Zhang me dejó a cargo de Dom, pues necesitaba tomarse un descanso. Prometió que volvería pronto para ver progresos y de paso hablar conmigo sobre cómo me encontraba. Pidió encarecidamente que lo llamara si algo sucedía y que evitara a toda costa que se quitara el tubo de oxígeno, pues su condición médica lo necesitaba más que nunca.

Una vez que nos quedamos a solas, noté que las facciones y el cuerpo de Dom se relajaron de manera considerable. Incluso su suspiro fue más similar al de alivio. Me aproximé hasta él en silencio, examinándolo en todo momento.

—Sí, ya lo sé. Ya sé que lo estoy jodiendo todo —dijo, como si esperara de mí algún reproche—. Perdona, me ha costado dejar de fumar.

Llevaba haciéndolo con frecuencia desde hacía años como una forma poco saludable de calmar la ansiedad. El encierro y el virus no le ayudaban a mantenerse tranquilo, por eso no pudo dejarlo. No lo juzgué, aunque continuara molesta.

—También perdona a William por ser tan imbécil —añadió con malhumor.

Después de ver y entender las razones del comportamiento de Will, Dominic me pareció más el verdadero imbécil. Yo también hubiera reaccionado de una manera similar si tan solo no fuera tan retraída.

—Dom, los dos estamos preocupados por ti. —Entrelacé mis dedos, miré en otra dirección, encogida de hombros.

Asintió ligeramente con la cabeza, dándome la razón por encima de su orgullo. Volvía a parecer un niño pequeño recién regañado que reflexionaba sobre sus malas acciones. Sus ojos resplandecían más de lo normal y el rostro se le enrojeció de tristeza y pena.

—Lo siento, Ai —Se le quebró la voz por un momento—. Creo que estoy demasiado asustado como para aceptar lo que sucede.

Una vez más sentí una molesta punzada en el pecho. Tragué saliva para aligerar el nudo de mi garganta; necesitaba ser fuerte. Dominic ya se encontraba lo suficientemente mal como para tener que lidiar con más pesimismo en su entorno. Mantener la calma era nuestro único remedio.

Tras un silencio que se sintió eterno, Dom extendió una de sus manos para tomar la mía. Reaccioné con ligero sobresalto. Alzó el rostro, mirándome a los ojos, conteniendo parte de sus molestias.

—Layla, ¿podrías escucharme esta noche? —pidió, con una media sonrisa—. Necesito compañía.

Tiró un poco de mi brazo, queriendo que me quedara con él en la cama. Parpadeé un par de veces, insegura. Era mejor que descansara a solas y en su propio espacio, no que continuara distrayéndose conmigo y evitando el sueño que tanta falta le hacía para recuperarse.

Sin embargo, quise quedarme por mi propio egoísmo. Sabía que no era correcto, pero no tenía idea de cuándo podríamos pasar un tiempo a solas otra vez. Las posibilidades de que nos separásemos pronto eran muy altas y nuestros ratos de privacidad ya no existían gracias a la protección de William y el personal médico. Era aprovechar esta oportunidad o desperdiciarla para siempre.

Solté su mano únicamente para subir por el lado de la cama donde él solía recostarse. Me metí con cuidado, curvando los labios a medias. Dom se quedó quieto en su sitio, con los ojos cerrados y sonriendo con más amplitud que yo.

Extendió el brazo izquierdo para poder rodearme con él. Me acurruqué con timidez sobre su pecho, entrecerrando los párpados. Era notoria la poca fuerza con la que me sostenía, así que lo sujeté con una de mis manos para que la debilidad no lo apartara de mí.

—Hoy fue horrible —comenzó, queriendo burlarse de sí mismo—. Sentí que me moría y todo el mundo me gritó. Entre el dolor y el ruido, no tuve ni un minuto de calma.

Asentí, sin abrir la boca. Dom en verdad estaba ansioso por conversar, o al menos desahogarse conmigo. Yo era la única en todo el hotel que parecía tener la disposición de escucharlo sin interrupciones ni innecesarios cuestionamientos.

—Pero ¿sabes? —Me estrechó con un poco más de fuerza—, casi cada día de mi vida ha sido así de molesto y doloroso.

—¿De verdad cada día? —Alcé un poco el rostro para verlo a los ojos, pero él no dejó de mirar hacia la pared vacía de enfrente, recuperando recuerdos.

De eso estaba muy seguro y quería que le creyera también. Por eso, sin necesidad de que se lo pidiera, Dominic comenzó a hablarme de su vida. De la más personal. Los dos éramos conscientes de que conversar sobre esto no nos haría sentir mejor ni mucho menos comprendidos, pero sí podía liberar un peso de los hombros de Dom que únicamente compartía con William.

No esperaba que le diera consejos, tampoco que me animara a hablar de mí. Tal y como me lo pidió desde el principio, yo solo estaba ahí para escucharlo y acompañarle en lo que parecía un mal momento.

—Nací en una ciudad grande y me crie con una familia pobre, pero avariciosa. —El tono de su voz se mantuvo neutral para no manifestar ira o tristeza, dos cosas que en los últimos años le habían consumido la vida.

Su llegada fue el motivo por el que sus padres se casaron, así que solía culparse por haber arruinado la vida de dos personas que estaban mejor separadas. Por eso, y desde que tenía memoria, siempre fue el centro de conflictos dentro de su familia. Ninguno quería hacerse cargo de él y se quejaban cuando les hacía gastar dinero.

—Así que un día mi padre decidió que si yo quería comer, tendría que trabajar igual que él y mi mamá —Se acomodó un poco en la almohada, aún con la vista fija al frente—. Creo que tenía... ¿cinco años?

Miré en la misma dirección que él, tensando los labios y los puños. Odiaba las historias tristes porque arruinaban el ambiente y la tranquilidad, pero Dominic siguió hablando como si no supiera otras historias. Tenía curiosidad por su pasado, pero no estaba segura de querer escucharlo todo.

Continuó luego de dos segundos de silencio. Habían pasado alrededor de veinte años desde el inicio de su tormento y necesitaba las pausas para recordar.

—Y fue ahí cuando mi mamá comenzó a llevarme a audiciones. —Sus ojos brillaban cada vez más.

Su carrera inició a una edad muy temprana, apareciendo en comerciales. No pagaban demasiado, pero era suficiente para que sus padres no le odiaran con tanta frecuencia. Muy en el fondo estaban agradecidos de tener un niño enérgico y carismático, pues serlo ayudó a que obtuviera trabajos cada vez más grandes e importantes.

Sin embargo, fue aquella avaricia adulta la que lo forzó a tomar caminos estresantes. Habían encontrado en su hijo una posible mina de oro y necesitaban explotarla tanto como se pudiera. Así fue como los anuncios de televisión pasaron a segundo plano y se priorizaron las audiciones de los canales grandes e importantes.

Dominic dejó la escuela a los nueve años para dedicarse de lleno a los programas y shows. Su infancia transcurrió dentro de sets de grabación, luces y cámaras, algo que no detestó porque le ayudaba a estar fuera de casa durante largos periodos de tiempo y de paso lo trataban bien. Incluso comía mejor.

—Ellos siguieron portándose como unos imbéciles conmigo mientras yo les pagaba las deudas —rememoró con seriedad—. Lo que yo hiciera a mi padre le importaba muy poco. Me golpeaba solo porque no podía traer más dinero.

Sus padres eran alcohólicos. Tenían tantos problemas, que ni siquiera podían costearse una casa de verdad. Una parte de la infancia y adolescencia de Dominic transcurrió dentro de habitaciones de moteles baratos y barrios de campers.

—Y ni siquiera me dejaban dormir en la cama.

La pausa se prolongó esta vez. Dom había cerrado los ojos para visualizar mejor los recuerdos desagradables. Me era difícil comprender por qué quería seguir torturándose de esta forma, así que me sentí obligada a aprovechar el silencio y realizarle una pregunta.

—¿Por qué quieres hablarme sobre tu vida? —interrumpí en un tímido murmullo, alzando el rostro y buscando su mirada.

—Para que escribas un libro sobre ella —contestó con rapidez, curvando los labios a medias.

Bromear conmigo le sirvió por un corto instante para despejarse de la niebla de su mente. Pero si algo lamentaba en serio, es que esto no bastara para que paráramos con la conversación. Dominic suspiró. Su brazo seguía rodeándome con debilidad y en su rostro volvieron a manifestarse el cansancio, el enojo y la tristeza.

—Creo que una de las peores épocas de mi vida ocurrió a los catorce, cuando dejé la televisión —No fue muy detallista al respecto—. La mitad de mi brazo derecho tiene marcas de mi papá y la otra mitad me las hice yo.

Fue usado como un cenicero humano, pero otras quemaduras similares él mismo se las hizo de forma desesperada cuando buscaba alivio emocional. El largo dragón chino que tenía tatuado ocultaba toda esa horrible historia a la perfección, pues yo ni siquiera lo noté.

William fue la única persona que pudo conocer esas marcas antes de que las cubriera. Tampoco quedaron rastros en las fotografías de su adolescencia porque Dominic siempre las escondió bajo la ropa. Así que cuando estuvo a punto de debutar como cantante, se hizo el tatuaje y decidió comenzar de nuevo, sin deberle nada a nadie, haciendo lo que quería.

Gracias a la aparición y ayuda de Will, Dominic tuvo ciertos momentos de calma y recuperó parte de su motivación para seguir adelante. Los dos estaban saliendo de una tormentosa vida, así que tenerse el uno al otro fue el impulso y el despegue a un futuro exitoso y cómodo.

Tan cómodo, que tan solo dos años después de iniciar en la música ganaron lo suficiente para vivir juntos en una casa, rodearse de algunos lujos y excederse con el alcohol y las drogas como parte de sus sueños de rockstar.

—Creí que estaba haciéndolo bien, ¿sabes? —explicó—. Ganaba dinero, hacía música y tenía cada vez más fama... Pero hace tres años los excesos comenzaron a perjudicarme.

Dominic me contó que se decepcionaba de esa etapa de su vida, aunque su carrera estuviese brillando al mismo tiempo. El alcohol y las drogas dejaron de servirle para divertirse o despejarse y comenzaron a provocar que se aislara y recordara parte de sus traumas de infancia.

Al estar huyendo constantemente de su pasado y sin sentirse dueño de su propia vida debido al cuidado de su imagen, desarrolló nuevos problemas emocionales que lentamente lo orillaron a tocar fondo sin que los demás se dieran cuenta.

—Reduje mi consumo de alcohol, pero a cambio las autolesiones regresaron. —Se señaló los muslos—. En cuanto William se enteró, comencé a ir a terapia.

Sus problemas escalaron a psiquiatría y empezó a tratar su depresión. Transcurrieron varios meses productivos. Se sentía más estable, reemplazaba el alcohol por el tabaco y trabajaba en su música preferida hasta que se cansaba.

—Y un día se me ocurrió la maravillosa idea de volver a tener contacto con mis padres.

Creyó que teniendo una buena vida y estando bajo tratamiento podría superar todo el daño y empezar de nuevo con su propia familia. Pero ese reencuentro no acabó bien. Nada bien.

Su madre se había ido años atrás, sin decirle a nadie a dónde. Fue imposible recuperar el contacto con ella y hasta la fecha Dominic desconocía su paradero. Al único que pudo encontrar en la misma vieja habitación de motel fue a su padre. Y el hombre ni siquiera se dignó a hablar seriamente con él.

Lo recibió en la entrada de la habitación, con una mirada fúrica e intimidante que revivió en Dom un montón de dolorosos recuerdos.

—Él me empujó y me gritó que desapareciera —Dominic comenzó a llorar sin dejar de abrazarme—. Después me reclamó por no haberle compartido nada de lo que estaba ganando.

No pude decir nada. Cada oración que salía de su boca era más sorprendente y dolorosa que la anterior. Tensé los labios y cerré los ojos para aguantar. Sin embargo, su tristeza fue contagiosa y al final lloré en silencio. Él me estaba probando con su historia cuán cruel podía ser la humanidad.

—Me llamó egoísta y mal hijo. —balbuceó—. Pero lo peor que pudo decirme fue que yo era exactamente igual que él.

Dom se había esforzado toda una vida para que sus problemas no lo volvieran una mala persona con los demás. Quería marcar la diferencia justamente para ser feliz y no terminar como su padre.

Desafortunadamente, fue incapaz de comprender qué seguía haciéndolo tan similar al hombre que más daño le hizo. Esto le causó una inmediata y catastrófica frustración. Él creyó fácilmente que estaría condenado a hacerle daño a otros, que nadie lo querría, y que sería infeliz. Tal y como vivía su padre.

—Sinceramente no recuerdo con claridad qué pasó después de que me fui de ese motel —A pesar de que no podía parar con las lágrimas, juntaba las cejas y miraba hacia el frente para recordar—. Solo sé que desperté en un hospital y que había intentado suicidarme. 

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