Capítulo 20

Sus marcas estaban lo suficientemente altas para que pudiera esconderlas bajo faldas y shorts cortos. Si alguna se le escapaba, era removida con Photoshop antes de que pudiera ser publicada. Le avergonzaban y recordaban a un no muy lejano y doloroso pasado del que no quiso hablarme.

No lo presioné para que lo hiciera. Incluso traté de ignorar las cicatrices y concentrarme únicamente en lo que ambos queríamos hacer. No podíamos interrumpirnos con temas tristes de nuevo. Si él quería hablarme de eso en el futuro, sería por su propia voluntad. Después de todo, uno enfrenta los problemas a su ritmo.

Se cubrió las piernas con las bermudas y se acercó hasta mí, con timidez. Miró en varias direcciones, tensó los labios, se peinó el cabello hacia atrás. Me levanté de la cama para plantarme de pie frente a él. Silencio. Sujeté su barbilla y giré su rostro ligeramente para que pudiéramos vernos a los ojos. Los suyos brillaban como una constelación, producto de las ansias.

Tomé su mano y la conduje a mi espalda. Él dejó caer sus bermudas al suelo y yo sentí mi vestido en los tobillos. Me pegó a su cuerpo, se inclinó para besarme. A partir de ahí nuestros deseos siguieron el mismo camino.

Juntos nos dirigimos a su cama, sin parar con los besos, las caricias y nuestra cercanía. Me recosté en su almohada, él se acomodó encima de mí. Si la TV no estuviera encendida, habría escuchado con claridad lo agitados que estábamos.

Sus cabellos alargados me acariciaban el rostro, el calor de su pecho calentó el mío. Entrelazamos los dedos junto a mi cabeza y con la mano desocupada nos acariciamos la mejilla. Deslicé el pulgar cerca de su ojo, pues un elemento que antes me habría parecido insignificante acababa de robarse mi atención.

—Tienes un lunar muy bonito aquí. —Se lo señalé, con una media sonrisa.

Tragó saliva, juntó las cejas y miró en otra dirección. Lo seguí tocando con suavidad antes de posar ese mismo pulgar en sus labios. Tal y como lo vi hacer en alguna ocasión, los moví lentamente, jugueteando con ellos. Tenía las mejillas rojas a reventar.

—¿Tienes vergüenza? —pregunté con diversión.

—Un poco. —murmuró—. El doctor dijo que no debía agitarme.

Ya habíamos roto muchas reglas juntos, aunque nos afectaran de manera muy diferente. Y esta era otra de esas indicaciones que él quiso desobedecer incluso cuando le di oportunidad de retractarnos.

Toqué su pecho y me quedé con la mano quieta sobre el lugar donde latía su corazón. Estaba muy agitado. Antes de que pudiera decírselo, él volvió a pegar su cuerpo con el mío, desesperado. Lo rodeé por el cuello con uno de mis brazos, abrí un poco las piernas y le di paso al resto de mí.

Me besó el cuello apasionadamente. Apreté los párpados para contener mi placer, pero solo podía ceder a su tacto. Mi mente no quería pensar en lo que estábamos haciendo, sino dejarse llevar. Sus labios succionando la piel de mi cuello y pecho me provocaron dolor. Un dolor indescriptible que no quería que se detuviera.

El cuerpo entero me temblaba, pidiendo más. Solté su cuello para deslizar la mano por su espalda. Sujeté su bóxer y lo bajé a prisa, sin importarme la vergüenza en lo más mínimo. Él reaccionó con un pequeño sobresalto, pero eso no lo detuvo, sino que lo incitó a imitarme.

Comenzó a tocarme por debajo de la ropa interior. Mi espalda se arqueó hacia arriba, me lagrimearon los ojos y una súbita pena me invadió. Dom sintió con sus dedos toda mi excitación y con ellos provocó que incrementara aún más. Jadeé y gemí por lo bajo sin que pudiera contenerme.

—Dom, hazlo ya. —supliqué, con el tono más inestable que hubiera escuchado en mí.

Moví las piernas con desesperación. Tenía que hacerlo ceder para que no siguiera torturándome. Dejé de estrujarle el trasero para sentir su erección. No miré hacia abajo porque no sabía qué tan incómodo nos resultaría, así que dejé que mi mano hiciera todo el trabajo.

Esto va a doler. Pensé en cuanto me di cuenta del tamaño.

Derribé toda su confianza de dominio. Flaqueó y paró con lo que hacía para concentrarse únicamente en mi tacto. Dejó caer gran parte de su cuerpo, con ambos codos apoyados en el colchón y hundiendo la cara en la almohada que compartíamos para ahogar con desespero sus jadeos.

Somos como animales y hacemos esto solo porque queremos sobrevivir.

A mi cabeza saltaron decenas de pensamientos aleatorios, producto de mi locura interna y temporal. El sexo era algo que una gran mayoría necesitaba tener de vez en cuando, incluso yo, que pocas veces lo hice. Seguía sin comprender del todo su valor, pero no podía rechazarlo si alguien que quería me lo ponía sobre la mesa.

Tan voluble.

Me bajé la ropa interior con una mano y con la otra conduje a Dominic entre mis piernas, un tanto a ciegas. Al principio me dolió, incluso se me escurrieron un par de lágrimas que al final se camuflaron con mi propio sudor. Y a partir de ahí lo demás fluyó en automático.

Dominic era brusco al moverse. Abrazarme con brazos y piernas a su espalda ayudó a que pudiera disfrutar —por encima del dolor— de su rudeza y de su placer en mi oído. Me excitaba mucho que no se quedara callado.

Fueron alrededor de 10 minutos de placer continuo, de caricias, besos, palabras lindas susurradas a mi oído y al suyo. Palabras que ninguno diría en voz alta o a otra persona, volviéndose así nuestro propio secreto. Nadie me había quitado la verguenza de ser yo misma ni de mostrarme tal cual era sin sentir miedo. Él acababa de volverse el primero y el único en toda mi corta vida. 

Al final Dom me abrazó. Supe que había terminado cuando se quedó quieto y tembloroso dentro de mí durante unos segundos. Después se dejó caer sin ningún cuidado, asfixiándome con todo el peso de su cuerpo. Tuve que sacudirme con cierta violencia para que se diera cuenta de lo que hacía.

Se quitó de encima, disculpándose mientras recuperaba el aliento. Permaneció muy cerca de mi cuerpo, mirándome con párpados entrecerrados. Juntamos nuestras cabezas, nos sonreímos con dulzura. 

—Ai, sé que tú no terminaste —murmuró, pegando su frente con la mía.

Con un brazo me rodeó por la espalda, uniendo nuestros cuerpos una vez más. Puse ambas manos en medio de los dos, casi como una barrera involuntaria que después se relajó. Deslizó lentamente sus dedos por mi abdomen, provocándome cosquillas. Mi cuerpo aún seguía caliente y me alegró no tener que hacerme cargo yo sola, como solía ocurrir en el pasado.

Dom no era tan inexperto como aparentaba. De algo le servía ser guitarrista. Un par de minutos bastaron para que mis piernas temblaran sin control, se contrajeran mis músculos y finalmente me quedara sin aire y fuerzas, como él momentos atrás.

Mientras recuperaba el aliento, con el rostro y las manos hundidas en su pecho, él me abrazó con los dos brazos. Recargó su barbilla en mi cabeza, tragó saliva y abrió la boca para murmurar una última cosa antes de quedarnos dormidos.

—Te amo, Layla.

Desperté una hora más tarde, muy cerca del horario de visitas del doctor Zhang. Dominic aún me estrechaba con fuerza a su cuerpo, en un sueño impenetrable. No podía librarme sin despertarlo, cosa que no quería hacer.

Necesitaba mi teléfono para verificar si el doctor avisó de su consulta y también para escribirle a Solange. Necesitaba decirle lo que acababa de suceder con lujo de detalles.

No podía oler la habitación, pero cualquiera que entrara sabría lo que ocurrió en ella no mucho rato atrás. Incluso era probable que todos los empleados del hotel ya lo supieran después de la llamada que hicimos. ¿Era algo que esperaban que sucediera? Quizás lo esperaban incluso más que yo.

¿Cómo es que había llegado a este punto? ¿Cómo es que dormía desnuda en la cama de un famoso después de tener sexo? ¿En qué momento mi vida pasó de ser monótona a una mala novela adolescente?

Suspiré, entrecerrando los ojos, recordando cada sensación placentera en mi cuerpo para ignorar que me dolían los muslos, el pecho y la entrepierna. Esperaba que el dolor se fuera pronto.

Comencé a moverme despacio para librarme de los brazos de Dominic, observándolo todo el tiempo y procurando que no se despertara. Necesitaba volver a mi habitación para ducharme y vestirme antes de que llegaran los médicos o la cena.

Logré apartarme lo suficiente para poder estirar una de mis manos y quitarme la almohada bajo la cabeza. Como en Indiana Jones con el tesoro en la cueva, traté de remplazar mi cuerpo con la almohada, pero el plan fracasó. Dominic abrió los ojos justo en el momento en que la colocaba en medio de ambos.

—¿Ai? —habló, alargando la voz de cansancio.

—Voy a mi habitación, Dom. —No mentí con eso—. El doctor está por llegar y estamos hechos un desastre.

Él asintió, soltándome por completo y quedándose con el rostro apuntando hacia el techo.

Gateé por la inmensa cama hasta la orilla frontal, por donde dejé mi vestido. Me senté en el colchón y me agaché para tomarlo y ponérmelo, pero al alzarlo no apareció mi ropa interior. Giré la cabeza en todas direcciones, sin verla por ningún sitio. No podía irme así.

Dispuesta a encontrarla, me levanté de golpe, dando un paso hacia adelante. Sin embargo, mis piernas estaban tan débiles y temblorosas que caí de rodillas al suelo sin poder evitarlo. El impacto provocó que Dominic se sentara rápidamente en la cama.

—¿Estás bien? —Se quitó las cobijas de encima y salió de un salto.

Se agachó hasta quedar a mi altura, examinándome con rapidez. Esto desaparecería al día siguiente, estaba segura, pero por las próximas horas tendría que caminar como Bambi o como si tuviera hielos en el pantalón.

Me cubrí la boca con el dorso de la mano, encogiéndome de hombros.

—Fuiste demasiado brusco... —Lo golpeé en el pecho con mis pocas fuerzas.

— No sé qué me pasó. —Esta vez la vergüenza pasó a ser suya—. De verdad lo siento, Ai.

Me tomó de las manos y ayudó a que me incorporara. Ya no fue tan complicado como el primer paso que di, pero la debilidad aún era perceptible. Me sobé un poco los muslos con los nudillos antes de tomar mi vestido y ponérmelo. Yo misma cerré la cremallera, aunque a medias porque solo cruzaría un muy corto tramo del pasillo antes de desnudarme de nuevo en mi propia habitación.

Mi cabello estaba enredado y esponjado, no tenía sandalias ni gafas para caminar y ver. Me sentí igual que un ebrio saliendo del club a las seis de la mañana y volviendo a casa cuando ya estaba amaneciendo.

Tomé mi celular y la llave de mi habitación antes de marcharme de ahí, sin la ropa interior puesta. No le había comentado de ello por pena, así que la sorpresa se la llevaría una vez que decidiera limpiar su habitación.

Antes de abrir la puerta volví con él y lo besé, esperando que pudiéramos vernos para la cena. Afirmó que se sentía bien en comparación con la mañana, cosa que me tranquilizó. Aun así, no desaprovecharía mi consulta con el doctor para delatarlo. Logró distraerme por todo el día; no podía permitir que lo hiciera siempre.

Tomé una ducha muy rápida antes de sumergirme por casi una hora en el calor de la bañera.

Me hundí en el agua hasta que pude recargar la cabeza y la mejilla en uno de los bordes. Miré hacia la nada, consumiéndome en vapor. Tuve decenas de pensamientos imparables y un agotamiento físico inexplicable durante todo el tiempo que me quedé en el baño.

No podía creer que lo había hecho con Dominic, con una persona que allá afuera tenía una gran reputación. En otras circunstancias esto pudo ser un escándalo capaz de cambiar mi vida y mi privacidad para siempre. Pero si algo podía agradecerle a la pandemia, es que estaría tranquila por un buen tiempo; tenía que aprovecharlo al máximo.

En cuanto lo nuestro se supiera habría gente odiándome únicamente por existir. Lo experimenté en casi todos mis años escolares y no podría importarme menos, pero no estaba acostumbrada a la masividad ni a la exposición. Estos problemas llegarían, sí, pero no próximamente.

Por mientras continuaríamos encerrados en un hotel, enfermos, viviendo y tratándonos como iguales hasta que nos curáramos. No paraba de pensar que realmente lo más complicado de todo esto sería salir y volver a nuestros hogares, cada uno por su cuenta. Necesitábamos hablar de ello ahora que teníamos una relación, si es que podía llamarse "relación" a algo que no llevaba ni dos días de existir.

Sonreí a medias, jugueteé con el agua como una niña pequeña creando olas rosadas. Esto era demasiado irreal para mí. No había experiencias ni consejos en mi gran repertorio para lidiar romántica y sexualmente con celebridades en pandemia. ¿Quién carajos vivía eso, en primer lugar?

Salí del agua una vez que la imaginación comenzó a rebasarme. Me sequé el cuerpo, el cabello, me hidraté la piel, lavé mis dientes, casi preparándome para dormir. Sin embargo, me quedé plantada frente al espejo antes de vestirme porque tenía el pecho y el cuello infestados de manchas moradas y rojizas.

Toqué mi reflejo, creyendo que los besos de Dominic eran una fantasía. En verdad se excedió y esto no lo podía esconder.

Mi concentración se vio interrumpida después de que llamaron a mi puerta. Respingué en mi sitio antes de reaccionar. Me coloqué la ropa interior y una de mis camisetas gigantes. Al no tener sandalias, caminé descalza hasta la puerta, ya con el cuerpo más estable y relajado.

Desgraciadamente, no podía hacer nada para esconder las marcas en el cuello; tendría que atenerme a las preguntas de los doctores y ser honesta con ellos, aunque la llamada que hicimos a la recepción ya nos hubiese delatado.

Abrí la puerta, encogida de hombros para disimular lo que era obvio. Zhang y Adams me saludaron con entusiasmo antes de abrirse paso por mi habitación. Como siempre, preguntaron cómo me sentía o si había tenido algún problema. Me hallaba sana, aunque la cabeza me doliera por mi limitada visión. Respiraba bien y tenía el cuerpo débil no precisamente por COVID.

Me tomaron la temperatura, revisaron mi oxigenación. Todo parecía normal, lo que era bueno. De nuevo me recordaron que mis días en el hotel estaban contados y me felicitaron por mi buena recuperación. Dentro de nada volverían a hacerme otra prueba de COVID y me dejarían ir.

Fue mi reacción tan relajada y seria la que delató en qué estaba pensando, o más bien en quién. Ambos tomaron esto como una oportunidad para hablar seriamente conmigo al respecto.

—Ai, sabemos que tú y Dominic se han vuelto muy cercanos —comenzó el doctor Zhang—. Y estamos contentos por ustedes.

Por la forma en la que hablaba, sabía que habría un pero. Y no me equivoqué.

—Pero necesitamos que nos ayudes a que Dominic se cuide, porque parece que está empeorando —añadió, con más seriedad en la voz.

Tensé los labios, jugueteé un poco con los dedos. Tenían razón con que Dom estaba mandando su salud al diablo. Era momento de delatar lo que vi a lo largo del día, omitiendo nuestra salida a la playa para evitar un conflicto mayor.

Le hablé de la sangre, de la fiebre alta y de la respiración tan inestable que tenía. Preguntaron si fumaba, pero como no podía percibir los aromas de su habitación no fui capaz de contestar a esa pregunta. Solo les recordé el asunto de la marihuana, que ya no se había repetido.

La enfermera Adams anotó todas las cosas que dije esperando que, una vez terminaran conmigo, pudieran examinarlo sin pasar nada por alto. El pronóstico no sonaba bien y eso me preocupó.

Una vez más me sentí culpable por permitir que sus malestares esperaran, por no llamar a nadie, por causarle una agitación que no debía padecer. Zhang no perdió la oportunidad de llamarme la atención por ello.

Si lo veía enfermo tenía que llamarles, aunque Dominic se opusiera. Tampoco podíamos tener más sexo para evitarle agitaciones innecesarias. Hablarían del tema con él, dándole una última advertencia. No lo expresaron abiertamente, pero estaban un poco cansados de cuidar a alguien que no estaba dispuesto a cuidarse a sí mismo.

Y si esto no funcionaba, procederían a sacarlo del hotel para llevarlo a entubar a un hospital. A ellos como personal se les había encomendado la gran labor de mantenerlo a salvo, pues se trataba de un cantante famoso y la disquera estaba muy al pendiente de su salud desde la distancia.

Pero los médicos tampoco hacían milagros y Dominic no cooperaba.

No pude cenar con Dominic aquella noche, pues nuestra cena llegó justo cuando los médicos seguían con él en su habitación y no se fueron hasta mucho después. Solange me acompañó con una buena copa de vino mientras nos hablábamos por videollamada.

Sus quejas sobre el trabajo fueron las de siempre. Que su jefe se puso aún más estricto que cuando se veían en la oficina y que la estaban saturando de más actividades, como si la cuarentena le brindara todo el tiempo libre del mundo.

Cuando fue mi turno de hablar ella no pudo contener la emoción. Le había adelantado por mensaje lo que sucedió, pero los detalles quise añadirlos en persona. O bueno, por llamada. Al principio no podía creer que lo conseguí, en especial por el poquísimo tiempo que llevábamos juntos y por cómo solía ser yo de reservada.

Fue la conversación más divertida y larga que tuvimos en días recientes, pero la dejamos porque ya era media noche y ambas teníamos que dormir. Nos despedimos con entusiasmo, no sin antes recibir sus advertencias para que siguiera siendo cuidadosa. Ante cualquier alerta roja tenía que establecer límites, poner altos.

Una vez que volví a estar sola en la habitación, me fui a la cama y me quedé dormida con una impresionante rapidez. Necesitaba reponerme del cansancio de un día larguísimo. Quizás el más largo de todos.

El silencio de todo el edificio me arrulló durante casi toda la madrugada, hasta que mi sueño se vio interrumpido alrededor de las tres. Una puerta se abrió, seguida de una voz inconfundible. Me alcé un poco en mi sitio, miré al reloj.

Va a la playa.

Recordé que iba durante la madrugada, pero no sabía que hablaba al salir. Más bien, era la primera vez que le escuchaba hacerlo. Si esto hubiese ocurrido antes, también habría despertado gracias a mi sueño nada pesado. Presté atención, creyendo en la posibilidad de que estuviera hablándome.

Su voz fue alejándose hasta desaparecer por completo, sumiéndome nuevamente en la afonía. Junté las cejas, me senté en la cama. Pasé algunos de mis mechones tras las orejas para prestar mayor atención. Calculé el tiempo que le tomaría llegar hasta la orilla del océano. No podían ser más de cinco minutos.

Me levanté de la cama y me dirigí al balcón, sin abrirlo. Quería verlo desde mi sitio y averiguar qué hacía en esos ratos de soledad. Si se sentaba en la arena mirando a la nada, si escribía canciones o jugaba con las peligrosas olas nocturnas.

No veía con claridad, pero estaba segura de que sería capaz de percibir su silueta. Esperé por cinco minutos, después por diez. Cuando estuvieron por pasar quince minutos me preocupé al no ver nada. Tampoco regresó a la habitación, así que seguía fuera, en algún lugar.

Comenzó a invadirme la ansiedad. ¿Se encontraba bien? ¿Se escapó a otra playa? ¿Al muelle? ¿Iba a volver? Agité una de mis piernas, me mordí el interior de los labios, sin despegar la vista de la ventana.

¿Qué podía hacer? Si llamaba al doctor estaba segura de que solo lo encontrarían para llevarlo al hospital. Ya le habían dado un ultimátum, ¿cierto? Todavía no estaba preparada para nuestra separación, y menos que esta fuera provocada por mí. Seguí pensando, pero esta era mi única alternativa.

Yo no quería salir del edificio para buscarlo. Además de que no conocía la ciudad en lo absoluto, ya había sido lo suficientemente irresponsable como para salir de nuevo. Pensé durante otros cinco minutos donde Dominic no apareció.

Lo esperaré en las escaleras exteriores. Si en media hora no regresa, llamaré al doctor.

Me puse los zapatos, tomé el celular y la llave. Caminé a prisa hasta la puerta, bajé el picaporte con cuidado para no hacer mucho ruido. El corazón me latía a prisa por culpa de la ansiedad. Hasta el aire me faltó. No quería pensar negativo, pero me resultaba inevitable. ¿Y si sufrió de un ataque en la calle?

Estos pensamientos solo estaban consiguiendo que quisiera abandonar el edificio.

Salí de la habitación, con las manos pegadas al pecho. Miré hacia ambos extremos del pasillo para asegurarme de que no hubiera nadie deambulando. Alcé la vista para buscar la luz roja de las cámaras, pero tampoco estaban ahí. Di media vuelta y caminé rumbo a las escaleras de emergencia, incapaz de escuchar más allá de mi propia voz mental.

Por eso no pude darme cuenta de los murmullos hasta que vi de primera mano de dónde provenían.

En una de las esquinas del descanso estaba Dominic, sudoroso, alerta. Le cubría la boca a William mientras lo acorralaba contra la pared. 

Antes que nada, quiero darles las gracias por haber llegado hasta acá :D 

Estoy muy contenta de que juntos hayamos llegado a las 40K de lecturas. Es un número que no esperaba alcanzar pronto, pero que gracias a su interés conseguí. En serio, muchísimas gracias por el apoyo que han estado dándole a Ai y a Dom.

Estaré respondiendo sus comentarios de capítulos anteriores también! Solo que como estoy actualizando más a prisa, no he tenido tiempo suficiente para contestar. Quiero que sepan que aún así los he leído todos y también les agradezco mucho por tomarse el tiempo de comentarme :D 

No saben cuánto me anima leer que se ríen de mis chistes malísimos o que se forman teorías increíbles, haha. ¿Tienen nuevas teorías ahora? 

Muchísimas gracias por todo, nos leemos pronto. Los quiero <3 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top