Capítulo 17

Dominic consiguió que no llamara a nadie, pues me jaló de vuelta a la cama para que durmiera con él. La fiebre no se le bajó y lucía cansado, así que quise aprovecharme de su sueño para llamar al doctor Zhang una vez que cayera dormido.

Sin embargo, y durante mi espera, también me quedé dormida y olvidé por completo mi plan inicial.

Aquella tarde no tuve sueños, o al menos yo no los recordé. Diría que todo fue tranquilidad y silencio en la habitación, pero la respiración fuerte de Dom, sus carraspeos y hasta la tos, me despertaron a medias un par de veces. En el subconsciente sabía que no estaba bien ignorarle, pero las ganas de dormir me superaron.

Desperté cuatro horas más tarde, faltando solo hora y media para que trajeran la comida del día a muestras recámaras. Parpadeando con lentitud y entreabriendo los ojos, permanecí quieta los primeros minutos, analizando el entorno y mis pensamientos.

Hacía un poco de calor y la iluminación era poca pese a hallarnos a plena tarde. El desastre aún era visible. Mi posición en la cama resultó ser más bien cómoda, cálida y reconfortante. Dom me abrazaba por la espalda, rodeando mi torso y recargando la barbilla cerca de mi hombro. Sentía su pecho respirando y latiendo por detrás de mí, calentando mi piel con la suya.

Nuestros dedos se entrelazaban con sutileza por enfrente de mí, ya que su mano se percibía débil. Yo me acurrucaba en su cuerpo, como si este pudiera cobijarme y protegerme, aunque no necesitara ninguna de las dos cosas. Es más, de los dos, Dominic era el más débil y quien realmente necesitaba protección. Solo que su cuerpo era más grande.

No supe en qué momento nuestra posición pasó a ser aquella, la de una pareja romántica que realmente se ama. Al principio cada uno durmió por su lado, justo como la primera noche que compartimos cama. Pero esta fue la prueba de que la atracción era inevitable entre ambos ahora que teníamos un poco más claros nuestros sentimientos.

Yo le gustaba, él me gustaba. Todavía no estaba segura de la intensidad, pero podía sentir en el ardor de mi pecho que era un sentimiento profundo e inesperado.

En mi juventud yo no solía admirar ni seguir cantantes. Me gustaba escuchar su música, pero mi interés no iba más allá. Nunca pensé que podría conocer tan de cerca a un cantante de fama media ni mucho menos que este tuviera un interés auténtico por mí. ¿Qué tenía yo de especial?

—¿Dom? —murmuré, doblando un poco las rodillas y moviéndome despacio en la cama.

Al principio todo fue silencio. Después sentí el pequeño apretón de su mano. Giré el rostro levemente en su dirección, rozando mejillas. Él aceptó la caricia de inmediato, respondiéndola con suavidad. Pude sentir su sonrisa en mi piel.

—¿Qué pasa, Layla? —susurró en mi oído con voz ronca y alargada.

Su cercanía me erizó la piel hasta puntos indescriptibles. Mi mente no trabajó correctamente a causa de la pena y mi timidez. Quería preguntarle con franqueza por qué le gustaba yo, pero no apareció en ese momento mi tan acostumbrada actitud directa. Quizás no estaba lista para escuchar lo que nadie antes me dijo.

—Solo quería ver si estabas despierto. —Me separé con lentitud para mirarlo de frente—. Todavía falta una hora y media para que traigan la comida.

Le pasé una mano por la frente para saber cómo seguía. La temperatura bajó considerablemente y el tono de su piel recuperó parte de su rojizo color. Aún parecía cansado, pero ya no de una manera preocupante. Solté un suspiro de alivio y una media sonrisa.

—Ai, después de comer quiero que hagamos algo especial —Su mirada tan fija me intimidó. Parecía emocionado al respecto—. Pero antes hay que ducharnos y vestirnos.

Me alcé en mi sitio, juntando las cejas con curiosidad. ¿Qué era lo que quería que hiciéramos? En mi cabeza solo podía pensar en cosas indecentes que, si bien tenía ganas de llevar a cabo, seguían sonrojándome como una inexperta adolescente.

Dom me animó diciendo que tal vez me gustaría su idea, sentándose en la orilla de la cama y estirándose con más energías que antes. Observó por detrás de su hombro solo un instante, notando que yo no había podido quitarle la mirada de encima. Con una media sonrisa pidió que me apresurara, ya que en cuanto termináramos de comer seguiríamos su tan ansiado plan secreto.

No importaba mucho que nos apresuráramos, ya que la comida tenía un horario imposible de quebrantar y el tiempo aún nos sobraba. Tomaría una ducha tranquila, hablaría con mi madre, quizás con Solange y al final, comería con Dom en mi habitación tal y como acordamos. Era mi turno de prestar el escritorio.

Así pues, una vez establecidos nuestros tiempos, salí de la habitación de Dom para permitirle ordenar y ducharse en su respectiva privacidad. Cerré su puerta, abrí la mía y entré con prisa sin mirar atrás. Una vez que me quedé a solas de nuevo, recargué la espalda contra la pared y me llevé las manos al pecho, incapaz de avanzar al baño.

Estaba nerviosa, MUY nerviosa. Así, en mayúsculas. No estaba acostumbrada a las sorpresas; estas me traían mucha ansiedad, en especial cuando eran para mí. Además, "algo especial" podía significar muchas cosas. Quizás una ronda de juegos de mesa, tal vez hablar de cosas tristes, pedir lo más caro del menú o tener sexo.

Lo último me aterraba y emocionaba en partes iguales. ¿Realmente era buena idea acostarme con él? O más bien, ¿realmente ambos queríamos hacerlo? Me palmeé las mejillas para no pensar más en el tema. Esto tenía que surgir por sí solo y con naturalidad, como en las películas y series. Y si no ocurría, entonces era el destino abofeteándome para poner los pies sobre la tierra.

Con la mente un poco más despejada me dirigí al baño. Abrí la regadera y me quité la ropa en lo que el agua se calentaba. Porque si bien podíamos estar a 32 grados afuera, era incapaz de bañarme con agua tibia o fría.

Tardé menos de diez minutos en la ducha, pues me esforcé para que mi mente estuviera concentrada en el shampoo y nada más. Después llené la bañera con agua aún más caliente y entré, muy dispuesta a pensar en el plan de Dominic. Tenía cientos de ideas, pero ninguna me convencía. El chico era impredecible fuera de cámara y me aterraba lo que pudiera esperarme si le dejaba tomar todo el control.

¿Cómo debería prepararme?

Vi el rastrillo en el otro extremo de la bañera, quieto. Me llamaba con el brillo de sus cuchillas para que lo utilizara. Doblegué un poco las piernas, tensé los labios. Pensé en qué tan necesario era rasurarme todo el cuerpo para esta ocasión especial. Tenía vellos en las axilas y entre las piernas que no toqué en semanas, aunque de por sí no me crecieran mucho.

Imaginé la opinión de Dominic; después volví a abofetearme la cara para centrarme en qué era lo que yo realmente quería hacer. A mí no me incomodaba y a él más bien tenía que importarle un bledo. Así pues, me quedé tal y como estaba, solo que con un perfume de baño con aroma a frambuesa impregnado en la piel.

Mientras me vestía en la habitación llamé a mi madre para contarle cómo estaba. Ambas estábamos contentas por mi recuperación, pues el virus apenas y me había afectado físicamente. Seguía sin recuperar el gusto y el olfato, pero era mejor que tener ataques de tos, fiebres constantes, dolores en el pecho y sensaciones de asfixia. Mi sufrimiento fue minúsculo en comparación con muchísima gente, en comparación con Dom.

—Hija, te extraño mucho —dijo, con un pesar muy perceptible en la voz—. ¿Cuándo vas a volver?

Me senté en el borde de la cama, mirando hacia la pared. Recordé las palabras de la enfermera Adams diciéndome que muy pronto abandonaría el hotel por mi buena recuperación. Se las repetí a mi madre con una fingida alegría que también la animó bastante.

—Puede ser incluso la semana entrante... —añadí, dándome cuenta de que faltaba mucho menos de lo que pronosticaba.

Seguí escuchando parte de su entusiasmo al teléfono durante un minuto entero. Mencionó cómo se estaba llevando la cuarentena en nuestra ciudad, cómo se encontraba el resto de mis familiares y las nuevas medidas sanitarias de su empleo. Sin embargo, poco pude escucharla por estar tan centrada en que el tiempo se me estaba acabando. El tiempo de quedarme en el hotel, el tiempo de continuar con Dominic en este aislamiento que pausaba nuestras responsabilidades y nos permitía ser.

No estaba lista para dejar atrás esta comodidad, pero tampoco era justo que mi madre se quedara esperando sola en casa.

Continuamos hablando durante un largo rato. Esta vez participé activamente en la charla para que las preocupaciones no invadieran mi calma. Le conté cómo estaba el clima de la playa e incluso le mandé una foto para que viera lo bonito que lucía el día. Ella, en cambio, me mostró fotos de la casa, tan solitaria sin mí.

Al menos tenía a Sora con ella, nuestro perro coton de tulear, para hacerle compañía en lo que regresaba. Extrañaba acariciar su esponjoso cabello blanco y su pequeño cuerpo durmiendo conmigo en la cama. También echaba de menos la buena comida que mi madre y yo siempre preparábamos juntas.

Todos estos años solo nos tuvimos la una a la otra, pero jamás pensé que verla pronto me desanimara.

El servicio al hotel interrumpió nuestra llamada tocando a la puerta. La comida había llegado por fin, después de una espera que por fortuna no se sintió tan larga. Esperé mis respectivos veinte segundos antes de abrir la puerta y mover el carrito de comida dentro de mi habitación.

—Te dejo para que puedas comer tranquila. —Se despidió de mí, añadiendo también que me quería, que me recuperara y que pronto nos veríamos.

Volví a mi respectiva soledad una vez que colgó. Ahora solo me quedaba esperar a que Dominic tocara y comiéramos juntos. De eso no pasaron ni siquiera dos minutos. Para entonces, yo ya tenía la cama hecha y el escritorio despejado.

Mis nervios incrementaron de golpe en cuanto Dom apareció, tan sonriente como de costumbre. Saludó como si no nos hubiéramos visto en un largo rato, aunque hubiese transcurrido perfectamente una hora y media. Lo invité a pasar hasta el fondo de la habitación. Juntos pusimos los platos en la mesa del escritorio y las sillas, sin hablar demasiado.

Antes de sentarnos y continuar con la comida, Dominic se quitó la mochila que colgaba de su espalda y la dejó sobre el colchón, atrayendo mi curiosidad. No sabía por qué la traía consigo, pero intuí con rapidez que se relacionaba al plan que llevaríamos a cabo una vez que termináramos de comer.

—¿Cómo te sientes? —pregunté, volviendo la vista a él para examinar hasta el mínimo detalle.

Se pasó el dorso de la mano por la frente y las mejillas, rodando los ojos en varias direcciones para analizarse a sí mismo. Al final contestó que ya no tenía fiebre, que podía respirar bien y que el pecho no le estaba molestando salvo para toser. Sus energías estaban de vuelta, aunque no por completo. Podía notar que se esforzaba más que en días anteriores.

Comimos en silencio durante los primeros minutos. Era la primera vez en mucho tiempo que comía con prisa, quizás porque en mis adentros tuve la necesidad de apresurarme y así averiguar pronto qué se traía Dom entre manos. Él siempre era rápido para devorarse todo, incluso cuando hablaba demasiado.

Dominic observó todo el tiempo hacia enfrente, más específicamente hacia la playa que se extendía por toda mi ventana y balcón. Siempre tenía las cortinas hechas a un lado para no sumirme en la oscuridad y deleitarme con la magnífica e irrepetible vista.

—¿Te gusta la playa? —Le dio otro bocado a la comida en lo que esperaba mi respuesta.

—Esta sí. —Miré hacia el mismo lugar que él—. Por mi ciudad todas son frías y no las disfruto.

Sonrió con amplitud, asintiendo con la cabeza y terminándose lo último que le quedaba en el plato. Aunque me apresuré, no pude comerme ni la mitad de todo lo que nos trajo el hotel. Tendría que escuchar a Dominic hablar e iniciar con una corta conversación en lo que terminaba, igual que en todas las comidas.

—Es una lástima que tengamos que verla desde aquí —Recargó la mejilla en uno de sus puños, suspirando de aburrimiento—. Me gustaría dar un recorrido por la costa y conocer el puerto, aprovechando que no hay nadie.

Dominic señaló con el índice toda una carretera que rodeaba la playa y se extendía por detrás de las grandes franquicias hoteleras. Sus deseos eran mi plan original cuando llegué a esta playa de vacaciones. Caminar por la arena, ver atardeceres, adentrarme en la pequeña y turística ciudad.

Podía verlo todo desde la ventana, pero no tocar nada. Y eso era de verdad una lástima.

—Una vez que termine todo esto, volveré con mi madre —dije yo con confianza, picando y revolviendo la comida con el tenedor—. No importa cuánto tenga que ahorrar y esperar para quedarme también en esta misma habitación.

Otro suspiro de su parte, una mirada más despierta y asombrada.

—Yo también quiero traer a alguien, pero nunca a mi familia. —Seguimos mirando hacia enfrente—. Solo se lo merece la gente buena.

Su rostro se volvió un poco más serio. Juntaba las cejas con ligero disgusto y agitaba una de las piernas por debajo de la mesa, con ansiedad. Su garganta se movió para tragar saliva, sus labios se tensaron en apenas un perceptible movimiento. Sus palabras habían sido amargas, incluso para mí lo fueron.

Su intranquilidad incrementó parte de la tensión del ambiente. Temas tristes sacados de la nada y por él mismo, aunque los detestara. Yo no era buena para dar apoyo emocional; era más bien, una planta verde y linda que decoraba todas las situaciones malas de la gente.

Acompañaba a otros en su dolor, pero como un ente invisible. Estábamos en un momento vulnerable que necesitaba apoyo mutuo y constante, así que me forcé a brindar las mejores palabras de aliento que se me pudieron ocurrir.

Bajé una mano hasta esa pierna que tanto se agitaba, sostuve su muslo con suavidad. Él de inmediato me miró, sobresaltado.

—Puedes venir con nosotras. —Sin dejar de mirarlo, le sonreí.

Al principio Dom hizo un puchero para contener una sonrisa aún más amplia que la mía. Por el intenso brillo de sus ojos y el color rojizo de su rostro, supe que mi comentario lo conmovió en serio. Evadió mi mirada, se sujetó con una mano el cuello de la camiseta negra, estirándolo por los nervios.

—Cuenta conmigo, Layla. —murmuró.

Y acto seguido, posó su otra mano sobre la mía para sujetarla con firmeza. Se me fue el aire por un segundo, el corazón se me agitó de golpe. Vi con claridad nuestros dedos entrelazados, también nuestros ojos conectándose como si estuvieran destinados a estarlo siempre.

Esto era demasiado bueno para ser verdad. Toda mi vida fui despreciada y utilizada. Yo era Ai, la sobrante de los grupos, la callada y asocial, la más fácil de convencer. Pero con Dominic cerca todo era diferente. Sentía que mis decisiones importaban, que podía ser yo misma, que mi compañía no era molesta, sino necesaria.

Valoraba a mi madre y a Solange por sobre todas las cosas, pero jamás tuve un comienzo tan bueno como este. Un comienzo humano. Y para Dom, de quien siempre se aprovecharon, nuestro encuentro también pudo ser el respiro tan satisfactorio que necesitaba tras tantos años caóticos.

Aquí, en el hotel, los dos nos tratábamos como lo que éramos: Dos personas comunes con el mismo valor.

—Oye, ¿terminaste de comer? —interrumpió nuestro momento, fijándose en los platos semivacíos sobre el escritorio.

Sabía que lo preguntaba por su plan especial, pero, aunque quisiera adelantarme a ello cuanto antes, seguía con hambre. Necesitaba terminarme todo no solo para estar llena, sino también saludable. Un simple día de mala alimentación podía cambiar todo mi panorama y no quería estar bajo ningún riesgo.

Le pedí con pena que me dejara terminar y que por mientras podía hacer lo que quisiera en mi habitación. Leer mi libro, hurgar de nuevo en mi maleta, prender el televisor o dormirse diez minutos en mi cama. Pues si se quedaba sentado a mi lado, querría platicar y así yo jamás me acabaría el plato.

Mi idea le emocionó mucho, así que salió disparado de la silla para explorar como un niño en excursión. A veces Dom era muy infantil y eso me provocaba ternura, así que todo el tiempo lo observé.

Lo primero que hizo fue abrir mi armario. Una pequeña exclamación de asombro salió de sus labios cuando vislumbró mis pocos vestidos colgados. Dos eran beige, uno negro, uno rosa pastel y el de más al fondo, casi oculto, rojo. Todos con faldas hasta las rodillas, esponjosos y ligeros, ideales para caminar en la playa que no iba a conocer.

—Ai, ¿recuerdas que hace rato te mencioné que quería hacer algo contigo después de comer? —Estiró la mano para tomar uno de los vestidos—. ¿Podrías ponerte esto ahora? Es precioso.

Era el vestido rojo que planeaba usar para la conferencia de mi libro que se canceló. Aquel que escondí en lo profundo del armario para no tener que verlo y entristecerme aún más por lo que no pude hacer. Sentí una incómoda punzada en el pecho, pero me contuve.

Aquel vestido era también el recordatorio de cómo fue que llegué a quedarme aislada con COVID en un hotel. Y lo más sorprendente, gracioso e irónico de todo, es que el culpable de mi enfermedad lo sostenía para pedirme que me lo pusiera porque íbamos a hacer algo juntos. Sí, el causante de mis últimos problemas también se volvió el causante de mi más reciente felicidad.

—¿Por qué quieres que use un vestido? —pregunté, terminándome lo último del plato.

—Solo hazlo. —ordenó, aunque pronto se dio cuenta de la brusquedad de sus palabras—. Por favor...

Me levanté de la silla para hacerle caso, aunque dudé en un inicio. Sujeté la prenda con ambas manos, quieta frente a él. Dom me observó fijamente en todo momento, aguardando con cierta impaciencia a que hiciera lo que me pidió.

—¿Quieres... que me lo ponga aquí mismo? —Me invadió la vergüenza.

—¡No! —exclamó al instante, retrocediendo con ambas manos al frente—. Puedes ir al baño. O yo puedo quedarme en el baño. Pero si quieres ponértelo aquí y ahora, también está bien. Yo miraré en otra dirección.

Como siempre, su reacción me hizo sonreír y hasta una corta risa avergonzada se me escapó. Para que ninguno tuviera que irse a encerrar al baño, le pedí que me esperara en el balcón y que lo llamaría en cuanto estuviera lista.

Así pues, Dom tomó la mochila de la cama, se la colgó al hombro y salió hasta chocar con el barandal, siempre dándome la espalda. Yo me desvestí con prisa, cuidándome en todo momento de sus ojos. Me puse el vestido y abroché el cierre de la espalda hasta arriba sin ninguna ayuda gracias a la flexibilidad de mis brazos.

Una vez que me miré en el espejo de enfrente y vi que todo estaba en orden, lo llamé por su nombre. Entró casi corriendo. Me examinó de pies a cabeza, sonriendo con amplitud.

—Tengo cientos de cumplidos para darte, pero no hay mucho tiempo —Sujetó mi mano con brusquedad, causando que me sorprendiera—. Te ves muy hermosa, Ai.

Las mejillas me ardieron y mi mente se hizo un lío. No procesé adecuadamente sus palabras. Primero, porque ningún chico me había dicho algo similar con tanta confianza. Segundo, porque me jaló con él hasta la entrada de mi habitación.

—¿A dónde vamos? —pregunté cuando ya tenía medio cuerpo en el pasillo.

—Vamos a escaparnos a la playa. 

Sé que esto es muy random, pero mandé a imprimir un cojín con una ilustración que realicé de Dominic y no saben lo felizmente virgen, otaku y enamorada que me siento 😍 Quiero compartir mi felicidad con ustedes.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top