Capítulo 12

Comimos en silencio, aunque la pena en nuestros rostros no se esfumó. Tomábamos agua y nos metíamos el tenedor a la boca incluso antes de tragar para no decir nada. Mi corazón agitado no dejó de molestarme, tampoco mis alborotados pensamientos.

Estaba confundida, pero también feliz, por más que no quisiera aceptarlo. Las palabras de Dominic me habían hecho bien. Alguien aparte de Solange me valoraba tal y como era, apreciaba mi presencia, quería estar conmigo. Sonreí con timidez como si acabaran de decirme un cumplido, de esos que casi nunca recibía.

Nunca fui muy sociable; las personas solo me buscaban para molestar o simplemente pasaban de largo. Yo no era llamativa, ni inteligente, ni carismática. Pero tenía algo que a Dominic le agradaba y para la situación en la que estábamos, era suficiente. Podíamos convivir en paz.

Antes de que pudiera darle un tercer bocado al espagueti, Dom alzó la mano y sostuvo mi muñeca en apenas un roce para detenerme. Nos miramos de inmediato. Se cubrió los labios con la mano desocupada para que no lo viera hablarme con la boca llena.

—No te lo termines —dijo, casi en una orden.

Lo observé con detenimiento, arqueando una ceja y buscando una pronta explicación. Bajé el tenedor y esperé a que se tragara la comida para que me dijera por qué. Alzó un poco la mano, pidiéndome que esperara. Luego de un buen trago de agua, soltó un pesado suspiro.

—¿Quieres hacer algo divertido? —Sonrió a medias, murmurando e inclinándose hacia mí.

Su pregunta me confundió aún más. ¿A qué se refería exactamente? Retrocedí un poco, con ambas manos apoyadas en los muslos. No podíamos hacer gran cosa dentro del hotel y sus reducidos espacios.

Dom me hizo una seña con las manos para que me acercara un poco. Le hice caso con dudas de por medio. Él no borró en ningún momento sus expresiones decididas y sonrientes, confiado de lo que me diría. Hurgó en uno de sus bolsillos traseros para sacar una pequeña caja de metal negra. La puso en medio de los dos.

—¿Te gusta la marihuana?

Dejé que el asombro respondiera por mí. Me hice hacia atrás, de vuelta al respaldo de la silla. Crucé los brazos, negué con la cabeza un par de veces.

—¿Estás loco? —dije, con auténtica indignación.

Dom me imitó, aunque con desgana. Bajó los hombros, elevó el rostro y cerró los párpados.

—No debería sorprenderme —Alargó el tono, decepcionado—. Tú eres así.

—¿Así cómo? —pregunté, frunciendo las cejas.

—Muy miedosa —Mantuvo la curvatura de sus labios.

Quise refutar su afirmación, pero me contuve. No se equivocaba del todo. Al llevar una vida demasiado tranquila y monótona, nunca tuve la necesidad ni el deseo de experimentar con drogas o alcohol. Jamás me embriagué ni fumé marihuana, aunque una vez Solange me regaló un cigarrillo de tabaco y no tuve dificultades para terminármelo por encima de la desagradable sensación.

Las drogas me daban miedo, la marihuana también. Volvía dispersa y violenta a la gente. Te sumía en la depresión y la dependencia. Apagaba tu espíritu... o al menos eso afirmaban mis profesores de secundaria, mi mamá y los comerciales de la televisión.

Dominic soltó una carcajada cuando me escuchó decirle eso.

—Es cannabis del jardín de Will. —Tomó la cajita de la mesa y la abrió—. No crack ni heroína de Detroit.

Su comentario me sacó una sonrisa avergonzada. Me llevé una de las manos tras la oreja, nerviosa. Miré hacia la caja, que ya tenía en su interior dos cigarrillos preparados. Tomó uno y se guardó todo lo demás en el bolsillo.

—No creas todo lo que te dicen los adultos —Jugueteó un poco con el cigarrillo, pasándolo suavemente por los dedos—. No es tan malo como crees.

De vez en cuando se viralizaban en internet videos de gente diciendo o haciendo estupideces bajo los efectos de la marihuana. Eran graciosos, debía admitir. Solange de vez en cuando también la consumía en las reuniones de sus otros amigos sin dejar de ser una mujer centrada y divertida. Con eso supe que Dominic no mentía del todo.

—Eres un adulto de veinticinco años, ¿lo olvidas? —mencioné, sonriendo y mirándolo fijamente—. Tampoco debería creerte.

—De verdad es difícil hablar contigo... —Rio por lo bajo—. ¿Segura que no quieres?

Solté un suspiro, pero esta vez me lo pensé. En la preparatoria y en la universidad tuve múltiples oportunidades, pero siempre las rechacé por mis miedos. Era consciente de que las drogas eran dañinas y que no las necesitaba para divertirme o relajarme, pero fue inevitable sentir curiosidad.

Hazlo, niña cobarde. ¿Cuántas cosas te has perdido en la vida por dudar?

Esa iba a ser mi nueva frase mental para librarme de cualquier duda e incertidumbre sobre mis propias decisiones. Dejé que el destino se encargara de mí sin importar los resultados. Tomé aire con calma, entrecerré los ojos.

—Solo una calada —contesté a su pregunta, alzando el índice y mirándolo con firmeza.

Asintió múltiples veces, asegurándose de que así sería. También me dijo que, si realmente no quería hacerlo, estaba bien. Él se iría a fumar a la piscina para no molestarme. Como no quería retractarme de último minuto, le pedí que comenzáramos antes de que me ganara el sueño, aunque fuese mi miedo en realidad.

—Ven, dejemos la comida aquí. Nos dará hambre después. —Se levantó con prisa, haciéndome señas con la mano.

Lo seguí por detrás, viendo hacia el suelo. Estuve por chocar con su espalda cuando se detuvo en seco justo a un lado de la piscina. Me preguntó si estaba bien que nos quedáramos ahí o cerca del borde de la terraza. No me sentía muy segura en ninguna de las dos opciones, así que sugerí que mejor lo hiciéramos en alguna de nuestras habitaciones.

—N-no —titubeó, evadiendo cualquier contacto visual—. Mañana se darán cuenta por el olor.

Su nerviosismo me demostró que realmente había otras razones para no ir, solo que no era tan valiente para mencionarlas. Tenía que confiar en que estaríamos bien en la terraza, después de todo yo solo lo probaría. Existía la posibilidad de que no me afectara en lo absoluto, como de vez en cuando se sabía que pasaba.

—¿Y si nos ahogamos? ¿Y si una alucinación nos hace saltar del techo? —Comencé a manifestarle preocupación.

—Lo dudo. —Se rio de mi ingenuidad—. Tú solo piensa en relajarte para que no ocurra lo contrario.

A algunas personas les podía entrar pánico, tener ansiedad y hasta psicosis. Al menos eso no era mentira, así que tenía que mantenerme con buena actitud. Tomé aire varias veces, dispuesta a que esta experimentación no me perjudicara.

Nos quitamos los zapatos y los dejamos en el borde antes de sentarnos con los pies sumergidos en el agua tibia. El corazón me seguía retumbando por la ansiedad de lo que estaba por hacer. De verdad que las nuevas experiencias aterraban.

Dom encendió el cigarrillo y fue el primero en darle una calada. Lo observé en todo momento para ver cómo lo hacía. Miró hacia enfrente, contuvo el humo varios segundos antes de soltar una gran nube blanca. Me tendió el cigarrillo con confianza, pero no lo tomé.

—No sé hacerlo... —murmuré.

Se giró un poco, dispuesto a ayudarme. Sonreía para disminuir mis nervios, pero también porque la situación en general le parecía graciosa. Con calma me explicó cómo hacerlo, desde que me lo ponía en los labios hasta que sacaba el aire. Seguí sus indicaciones lo más posible. Incluso no calé demasiado para no asfixiarme ni quemarme la garganta.

—Bien, ahora mantenlo cinco segundos. —Los contó con la mano.

Hice un puchero, evitando que el humo se me escapara o me lo tragara. Se burló de mi cara con una risa muy breve. Al final saqué todo de mis pulmones, con calma. La boca me quedó con un sabor desagradable, pero no era tan intenso como el del tabaco.

Dom apagó el cigarrillo en el piso y lo botó a un metro por detrás de nosotros. Se recargó con ambas manos en el concreto, balanceando los pies y tarareando un poco. Yo me mantuve atenta a cualquier cambio, pero no noté ninguno. El efecto no era instantáneo.

Imitando un poco el movimiento de sus piernas, me acomodé en el piso y alcé la vista hacia el cielo. Miré todas las estrellas y nubes sobre mi cabeza durante varios segundos. El sonido de las olas me acompañó.

—No es nada sorprendente, ¿cierto? —rompió con el silencio—. No me salieron cuernos ni apareció un castillo sobre el mar.

Reí un poco por su comentario, aunque realmente no me pareciera gracioso. Mis párpados se cansaron y achicaron, ardiendo ligeramente, pero el dolor de mi cuello y espalda apenas se percibía. Me pasé la mano con sutileza para comprobar que siguiera ahí, después me alcé las gafas para tallarme los ojos. Escuché otra pequeña risa de Dom.

Comenzaba a sentirme diferente. Mi cuerpo estaba ligero, mi respiración más lenta. Las olas del mar sonaban con más fuerza e incluso bajo mis pies, el agua de la piscina se sacudía con más violencia.

Dominic siguió riéndose a mi lado.

—Espera, Ai. Deja de agitar las piernas, nos estás mojando. —Me sujetó por los hombros.

Seguí con la vista fija en el agua de la alberca, ignorándole a medias. Sabía que tenía que detenerme, pero me gustaba lo que hacía. Noté que sus bermudas y su camiseta estaban mojándose, igual que mis shorts.

Solo relájate.

Pero en realidad estaba adquiriendo una actitud aún más infantil. Quería hacer todo lo contrario a lo que me dijera solamente para molestarlo. Sin embargo, Dominic logró detenerme con rapidez al hacer un movimiento que a sus ojos seguramente pareció inocente.

Me sujetó de ambos muslos con las manos, pidiendo por última vez que dejara de jugar y tratara de relajarme. Giré la cabeza en su dirección lo más rápido que pude, aunque en mi percepción del tiempo las cosas se vieran un poco más lentas.

Tenía su cara muy cerca, observándome con cuidado. Sus manos sobre mis piernas causaron un revoloteo instantáneo en todo mi cuerpo que no supe asimilar. Paré con las patadas, sí, pero la sorpresa de su contacto causó que yo misma tuviera una reacción muy espontánea.

Haz lo que haría Solange en una situación como esta.

Alcé el brazo para darle una buena bofetada, cosa que no resultó porque me movía con más lentitud y calma que en cualquier otro momento. Mi mano rozó su mejilla antes de que la volviera a dejar caer a un costado de mí.

Dominic se rio instantes después, contagiándome la risa en un instante. Apartó las manos de mi cuerpo para apoyarlas sobre sus rodillas. Se encorvó ligeramente, sin poder contenerse. Sentí el calor en la cara porque de verdad me avergonzó ser tan torpe, aunque también por eso me reí.

—¿Qué fue eso, Layla? —dijo, alargando la voz en la última palabra.

Lo empujé ligeramente con el hombro, sin detener mi falsa felicidad.

—En serio, Dom, ¿por qué me llamas así? —Interrumpí mis risas para que este tema pudiera profundizarse mejor.

Volvió a excusarse con que era una canción que le gustaba antes de tratar de evadir el tema, pero eso no bastó para acallar mi curiosidad. Le pregunté directamente qué decía la dichosa canción y por qué me relacionaba tanto con ella hasta el punto de llamarme igual.

Estiró los brazos por encima de su cabeza, tosiendo. Después retrocedió un poco para alcanzar el cigarrillo que tiró minutos atrás. Me pidió solo veinte segundos para poder darle otra calada. Se contuvo con concentración antes de permitir que el humo denso se esparciera por encima de nosotros.

—Eric Clapton la escribió basándose en una vieja historia de amor árabe llamada "Layla y Majnun" —explicó a la brevedad, con calma.

Nunca escuché de ella, pero Dominic sí la conocía. Me la contó de una forma resumida, basándose en sus difusos recuerdos. Alcé la vista y fijé los ojos en la negrura del cielo para imaginarme la historia con toda la concentración posible, aunque las cosas ondearan un poco.

Layla y Qays eran como el Romeo y Julieta de Oriente. Se habían enamorado profundamente cuando eran jóvenes, pero el padre de Layla no les permitió seguir juntos al crecer. Ella se comprometió y casó con otro hombre, provocando en Qays una triste obsesión que le hizo vagar por desiertos, escribirle poemas a su amada que jamás recibiría, y ganarse el apodo de Majnun, que significaba "loco".

Me mantuve un poco pensativa después de escuchar su pequeño relato. Era triste y lindo a la vez. Agaché los hombros, asentí con la cabeza antes de volver a mirarnos.

—¿Y la canción? —Mis respiraciones eran más ruidosas que de costumbre, pero más lentas también. No sentía asfixia, aunque de repente el cuerpo me golpeara el pecho para pedir que no se me olvidara respirar.

Dom rodó los ojos, riéndose a secas. Se llevó una de las manos a la cara y se la pasó varias veces. Lucía cansado, ojeroso, sonriente y atontado. Incluso más que yo. Desde que volvió a prender el cigarrillo le dio dos caladas más bajo el argumento de que tenía mejor aguante.

—Eric se la dedicó a la esposa de su mejor amigo, Pattie Boyd —Me observó con los ojos enrojecidos y pequeños—. Era un amor imposible.

Conociendo ambas historias, seguí sin encontrarles relación conmigo ni con el nombre de Layla. No tenía intereses románticos, ni mucho menos un novio como para volverme una mujer "imposible". Yo no era ninguna Layla ni una Pattie Boyd.

En mi rostro fue evidente la decepción, pues nada de lo que quería saber fue realmente respondido. Dom notó que no estaba satisfecha todavía y que no me rendiría hasta sacar toda la información posible, o al menos la necesaria para sentirme tranquila por fin.

—Layla significa "la más hermosa de la noche" —Se inclinó un poco en mi dirección, confiado y sonriente—. Creo que te queda bien.

Junté las cejas, evadí su mirada de golpe. Tensé los labios y aguanté el dolor sobre el pecho, más específicamente donde tenía el corazón. No estuve segura de si me enrojecí tanto como sus ojos, pero definitivamente había calor en el ambiente, mucho más allá del clima.

Nadie me había dicho algo así. ¿La más hermosa? Yo no solía destacar por eso, todos lo sabían. Dom tenía que estar muy atontado, quizás era esa la razón por la que decía tantos disparates y se balanceaba junto a mí, como si perdiera el equilibrio. Además, se aprovechaba de mi tranquilidad para decir lo que quería.

Dominic comenzó a reírse, con una mano bien apoyada sobre la frente. Apretaba los parpados y trataba de contenerse.

—Estoy diciendo muchas estupideces, ¿verdad? —Parecía medianamente arrepentido.

—Como siempre —contesté yo, riéndome de forma inevitable, aunque con calma. Me gustaba oír esas estupideces.

El silencio se apoderó pronto de nosotros. El agua bajo nuestras piernas fuer lo único audible. Él continuó con el rostro hundido entre las manos mientras yo me concentraba a medias en la lejanía de las estrellas. Después de treinta segundos larguísimos, Dominic comenzó a tararear la misma melodía de hace rato.

Se tambaleó sobre su lugar como una hoja. El cuello apenas y podía con el peso de su cabeza. Mi estabilidad volvía con mucha lentitud, pero él lucía un poco más distante por las caladas extras que le dio al cigarrillo. Vi que su espalda retrocedió un poco, dispuesto a dejarse caer sobre la dureza del piso.

Iba a llevarse un buen golpe en la cabeza, así que me giré en su dirección y lo detuve a tiempo sujetándolo del brazo, tirando de él hacia mí. Cooperó sin protestar, aunque su regreso fue poco controlado. Casi me cae encima. Extendió ambos brazos por a un lado de mi cuello y recargó la frente sobre mi hombro.

Jamás habíamos estado tan cerca.

Dominic pesaba demasiado, por eso no pude quitármelo de encima a pesar de intentarlo con mi poca fuerza. Lastimaba, aunque no lo sentiría realmente en el cuerpo hasta el día siguiente, cuando los efectos del cannabis desaparecieran. Lo único que pude hacer fue pedirle amablemente que se quitara, cosa que entendió a medias.

La carga sobre mis hombros se redujo pronto, pero él no se apartó. Optó por rodearme del cuello en un fuerte abrazo. Me llené de una sorpresa que fui incapaz de expresar. Mi cuerpo entero hasta olvidó cómo moverse.

De mi boca no salieron palabras; quedé muda por el asombro y la ansiedad. Pronto, y antes de que pudiera hacer algo para apartarme, su cabeza se alzó ligeramente y relajó la fuerza en torno a mi cuello. Percibí que entreabría la boca a un lado de mi oreja.

—Layla... —susurró, cantando con una voz irreconocible.

Con la piel erizada hasta la nuca, escuché atentamente un dulce tarareo y el resto de sus versos.

Layla... Me tienes de rodillas.

Una de sus manos se abrió como una suave estrella tras mi cabeza, provocándome un cosquilleo incontrolable.

Layla... Te lo suplico, querida, por favor.

Subí las manos hasta su pecho, queriendo apartarlo y al mismo tiempo no. Ya no me sostenía con firmeza, ¿entonces por qué no me atrevía a separarnos? La temperatura y la tensión incrementaron en tan solo un parpadeo. Ni siquiera podía controlar mi agitada respiración.

Dom se movió para susurrar el último verso sobre mi mejilla. Cerré los ojos, me dejé llevar por sus palabras, aunque todo el cuerpo me temblara por debajo. Percibí la suavidad de sus carnosos labios y el ardor de su aliento.

Layla... Cariño, ¿no aliviarás a mi mente preocupada?

En cuanto sentí el trazo de su sonrisa sobre mi rostro, abandoné cualquier duda sobre lo que hacíamos. Ya no habría marcha atrás una vez que accediera a sus provocaciones. Provocaciones que recordaríamos para toda la vida.

Giré el rostro con ligereza para que nuestros labios finalmente se tocaran. 


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