Capítulo 11
Jamás me consideré una persona atractiva. Quizás porque nunca me dijeron que lo fuera. Durante toda mi vida estudiantil tuve compañeras de increíble apariencia que siempre destacaron por eso; Solange era una de ellas. Si a su belleza les sumabas una gran actitud y personalidad, se volvían chicas inalcanzables, populares en el buen sentido.
Diariamente, me miraba en los espejos y no notaba ni una pizca de parentesco con ellas. Ni siquiera fui tan buena para los estudios. Antes me acomplejaba pasar desapercibida, pero más tarde me percaté de que mis complejos iban más allá de la apariencia. Tenía también un problema de actitud.
No estaba muy segura de si se debía a mi timidez, a mi síndrome del impostor, a mi acidez en momentos inadecuados. O quizás a mi exceso de silencio y amabilidad, incluso con las personas que no se lo merecían, que daban pie al hostigamiento.
La presencia de Dominic me ayudó mucho en los últimos días a recuperar parte de mi confianza y a que pudiera tener el atrevimiento de expresarme como nunca, aunque fuera solo con él. Me avergonzaba con frecuencia, pensaba decenas de estupideces y hasta conocí un lado de mí mucho más atrevido y descarado.
Por primera vez sentí que estaba viviendo, que era yo misma. Y lo mejor es que no había reclamos ni críticas de por medio. No tenía que aparentar porque el único chico con el que vivía en esos momentos parecía comprenderme. O más bien, era una comprensión mutua.
Cuando Solange pudo tomar su descanso del trabajo me pidió hacer una videollamada para acompañarla durante su almuerzo. De paso le contaba más sobre el incidente como buen tema de conversación. En sus últimos mensajes mostró auténtica curiosidad por mi relación con una celebridad.
—Es el sueño de cualquier adolescente vivir junto a un cantante guapo y famoso. —Arqueó las cejas, miró fijamente a la cámara de su teléfono.
Mientras conversábamos, giraba la rueda del mouse de mi laptop para ver y leer lo que ponían mis contactos en redes sociales. Muchos de ellos no dudaron en exponer públicamente que no la estaban pasando de lo mejor en sus respectivos confinamientos, aunque otros más buscaban el lado positivo queriendo aprender cosas nuevas durante su tiempo libre.
En el hotel yo no podía hacer demasiado. Tenía que seguir reglas estrictas mientras me rodeaba de lo que mejor me entretenía: Mi laptop y una novela por terminar. No era el mejor lugar para experimentar con algo nuevo, o al menos eso creí al principio.
—¿Guapo? —Solté una risa breve antes de darle un trago a la botella de agua.
Ella también se rio, pero porque no se creía mi broma.
—Vamos, podrá ser egocéntrico e idiota por naturaleza, pero es atractivo —En todo momento observó mis reacciones.
En sus fotos de Instagram lucía un poco mejor, como cualquiera que opta por publicar la mejor versión de sí mismo y ha pasado por costosas sesiones fotográficas. Sin embargo, no había mucha diferencia con su yo real. Tenía imperfecciones ordinarias en la cara, el cabello menos brillante y el cuerpo no tan tonificado.
Imaginarme a Dominic aguantando la respiración para conseguir un par de buenas fotografías me hizo sonreír de forma repentina.
—¿Lo ves? Acabas de sonreír porque tengo razón —Señaló con rapidez—. Admítelo, Ai, Dominic también te parece atractivo.
Agradecí infinitamente que la calidad de mi cámara frontal no fuera tan buena porque de lo contrario, Solange habría notado cuánto me sonrojé por su pregunta. No era común que mis conversaciones girasen en torno a un hombre, pues no tenía ningún interés por ellos y mi mejor amiga lo sabía.
No obstante, me detuve en la apariencia de Dominic casi desde que nos conocimos y admití para mis adentros que sí, que era atractivo. Fuera de su burbuja de privilegios y ego, también me parecía un sujeto divertido e interesante que quería seguir conociendo, incluso más allá de todo lo relacionado a su fama.
—Tiene lo suyo... —Alcé los hombros para restarle importancia a mi confesión, aunque el calor continuara consumiéndome.
Nos quedamos en silencio solo por un par de segundos. En ese tiempo Solange aprovechó para masticar bien su comida y pensar en lo siguiente que diría. Como siempre, su actitud extrovertida y hasta atrevida salió a relucir con facilidad.
—¿Te acostarías con él? —Se inclinó en mi dirección, sonriendo con amplitud.
—¡No! —exclamé de inmediato, sin pensármelo ni por un instante.
Su risa hizo de fondo a mis pensamientos. Sí, era atractivo, sí, tenía algo que me provocaba inquietud y hasta un pequeño cosquilleo. Pero eso no significaba que quisiera acostarme con él ni mucho menos que me gustara. Se lo hice saber pronto para acallar parte de sus burlas.
—Niña, no tiene que gustarte para comértelo —Solange insistía con el tema porque era la primera vez que hablábamos sobre un chico que tuviera que ver conmigo y no con ella—. Estamos en épocas del amor líquido.
Amor líquido...
Leí sobre eso tan solo dos años atrás, cuando aún cursaba la universidad. De cómo la humanidad a través del cambio está volviéndose más independiente, pero también solitaria. Sobre la fragmentación del concepto de amor y de cómo nuestras relaciones son cada vez menos afectivas, poco duraderas, sin vínculos.
Con un amor líquido no necesitas enamorarte ni comprometerte sin sentir culpa después, a eso se refería Solange de acuerdo con mi interpretación y la suya. Y para el caso de Dominic, yo, y nuestra situación, quizás también era aplicable.
Cada vez veía menos romances reales o duraderos en mi entorno, por eso los traían de regreso con las novelas, las series, las películas, la ficción en general. Muy en mis adentros sabía que entre él y yo había algo extraño, pero no podía llamarlo amor porque el tiempo me hizo dudar cada vez más de su existencia. Era solo un interés, curiosidad, mi rebeldía saliendo de nuevo a flote.
Solange notó mi inquietud y desconfianza sobre sus propias palabras, pero sabía aligerar el ambiente y mis reflexiones con sus increíbles ocurrencias.
—Nunca es tarde para abrir el corazón... —Se llevó ambas manos al pecho, curvando los labios—. Ni las piernas.
—¡Solange! —Volví a exclamar, esta vez palmeando el escritorio con las manos por culpa del sobresalto.
Me acordé que Dominic también lo hacía cuando se alteraba, aunque con mayor escándalo. No podía creer que nos pareciéramos en eso. Volví a acomodarme en la silla, encogida de hombros.
Se disculpó por ese comentario, aunque su risa no se esfumó. Repitió que bromeaba y que no tomara en serio ni una sola de sus palabras. Al final el tiempo y el destino tomarían las decisiones importantes por mí.
Dominic no acudió a la comida de la tarde, así que tuve que comer a solas en la inmensa azotea. En parte entendí que se debiera a la vergüenza de la mañana, así que no me sentí mal. Aproveché el tiempo que tuve a solas para organizar mis pendientes y estructurar en las notas de mi celular varias de mis ideas para escribir en el futuro.
Fueron alrededor de treinta minutos de trabajo eficiente del que me enorgullecí. Después volví a mi habitación, sin pláticas ni bromas de por medio. Por primera vez el excesivo silencio de la tarde se sintió extraño. La ausencia de Dom fue notoria, pero no quise detenerme a pensar en ello.
Esperé paciente a que pasaran las horas necesarias para la cena. Escribí durante todo ese rato tal y como la inspiración mandaba. Varias horas de favorables avances que me hicieron sonreír incluso cuando la espalda y el cuello me dolían por la mala postura.
Una vez que me llamaron de la recepción, tomé mis cosas más importantes y partí hacia la azotea, con el estómago gruñendo. No tenía muchas esperanzas de verlo a él esa noche, así que cargué con mi laptop para continuar redactando mi novela mientras escuchaba de fondo las olas alborotadas y disfrutaba del clima y la calma.
Me va mejor la inspiración cuando él no está.
Al menos cuando me refería a mis escritos, porque Dominic realmente empezaba a inspirarme para la construcción de mi propia vida. Sus ocurrencias, su actitud y la situación que nos rodeaba a ambos —aunque no de la misma forma— provocaron que algo en mí cambiara en tan solo un parpadeo.
Él me desconcentraba, me sacaba de mi zona de confort, hacía que olvidara varias de mis responsabilidades cuando jamás hubo alguien capaz de desprenderme así de mí misma. ¿Por qué? ¿Qué había de diferente en él? ¿En nosotros?
—¡Ai! —Me saludó igual que siempre, alzando la mano y girándose un poco en la silla para no darme la espalda—. Tardas demasiado.
Era como si lo de la mañana nunca hubiese ocurrido. Y, a decir verdad, estábamos mejor así. Dejé la laptop en otra de las mesas para que no nos estorbase, preguntó por qué la traía conmigo y le dije la verdad: Que no esperaba verlo esa noche. Negó con la cabeza, ampliando su sonrisa.
—Necesito interactuar con alguien o me volveré loco. —Fue su excusa—. Además, la cena es mi momento favorito del día.
Nos veíamos al menos tres veces, durante las comidas. ¿Por qué tenía que ser distinto este momento a los otros? Lo quise saber cuanto antes, así que se lo pregunté.
—Vamos, Ai, deberías saberlo. —Me señaló con el tenedor—. Eres escritora, ¿no sueles obtener inspiración en las noches?
Era común que ocurriera, sí, pero con el paso de los años aprendí que cualquier hora para escribir estaba bien, en especial cuando el tiempo no sobraba demasiado. En las noches, si no tenía muchos compromisos al día siguiente, podía escribir sin parar. Pero si no era así, al menos me funcionaba bien para anotar varias de mis mejores ideas.
No sabía qué tenía la noche como para ser la musa de muchísimas personas. ¿Era gracias a la oscuridad? ¿El silencio? ¿La solitaria y mental conversación con uno mismo antes de dormir? Lo más probable es que fuera una mezcla de todas. En las noches era cuando más reflexionaba, me abrumaba y tenía charlas profundas.
—¿Tú sí? —pregunté con auténtico interés.
Asintió con confianza.
—Por eso duermo poco últimamente, pero vale la pena. —Elevó los hombros, rodó un poco los ojos—. Desde hace varios días he estado escribiendo más canciones. Vengo de madrugada, me siento en la orilla de la piscina y pienso. Igual que ayer.
Hurgó en uno de sus bolsillos para sacar un pequeño cuaderno arrugado. Me lo tendió con confianza al ver que fijé mis ojos en él. Era su libreta especial, pues de ahí salieron varios de sus éxitos musicales y vendrían más pronto. Su posesión más valiosa. Y me la estaba mostrando.
—Es como un diario con rimas. —Le emocionaba contarme esto—. Aunque ya está algo desgastado porque lo llevo a todas partes.
Leí algunas de sus notas por la superficie, manteniendo la neutralidad en mis facciones. Nunca había escuchado su música, aunque pudiese ser buena. Por algo era famoso.
Hablaba sobre la anarquía —nada sorprendente tratándose de él—, sobre varios problemas sociales de manera metafórica, y sobre la muerte. Incluso sobre su propia muerte. Mencionaba sogas, pastillas, cuchillas, dolor, traumas. O al menos así fueron la mayoría de sus escritos de hacía dos años. Los del pasado reciente no eran tan gráficos ni abrumadores; al menos mencionaban que la esperanza existía.
En los bordes de las hojas había garabatos y dibujos a medias, hechos con una fuerte presión de mano. Algunos daban miedo, otros no se entendían o estaban rayados por encima con más tinta, igual que las palabras e ideas que no le gustaban.
—Es sorprendente, Dom. —Fui honesta en todo momento—. ¿Sueles hablar de ti?
Tenía frases muy buenas y a cada página mejoraban. Eran palabras fuertes, algunas expresadas con mucho odio o resentimiento, pero bien dichas a fin de cuentas. Escuché que suspiró antes de asentir. Lucía cohibido, por eso disimuló rascándose la nuca.
—Hacerlo es lo más normal, ¿no? —Se encogió un poco en la silla—. Mis perspectivas en la vida, mis sentimientos, las cosas que no puedo mostrar en cámara. Es parte de la frustración.
Le di la razón. Yo también me desahogaba con mis escritos proyectando algún problema personal. A veces era terapéutico, pues podía hallar la respuesta a mis inquietudes a través de las ideas y acciones de mis propios personajes. Entendía perfectamente lo que Dominic me quería decir.
Ambos escribíamos, nos desahogábamos y lo transmitíamos a los demás sin pena ni gloria. Aunque en ámbitos diferentes, las palabras eran algo muy profundo que teníamos en común. Eran un camino al mutuo entendimiento, lo que nos acercó.
Volvimos a guardar silencio; yo para seguir husmeando en su libreta y él para terminarse la comida, que siempre tenía el doble de porción. Hojeé con un poco de prisa hasta llegar al último de sus escritos. Tenía fecha de ese mismo día, a las dos de la tarde.
Varias líneas hablaban de sus malestares, pero que no lo pasaba tan mal ahora. Que había encontrado algo valioso que no quería perder, pero tenía miedo de sí mismo y de sus nuevas emociones. A mitad de lo que parecía un poema, respondió qué fue lo que halló, aunque no fue directo al expresarlo.
Su nombre significa "amor".
Sujeté su cuaderno con una mano temblorosa. Releí varias veces la misma línea, después las demás para averiguar si mi mente no me engañaba. Abandoné la neutralidad de mi rostro por culpa de mi confusión.
Es mi nombre.
El que mi madre me dio para simbolizar lo que mi llegada y presencia significaban para ella. Ai; amor en japonés. Abrí los párpados más de lo normal, con asombro. Dom notó lo mucho que me detuve en aquella página.
—¿Qué? —Se inclinó un poco en mi dirección para husmear.
—Terminé de leerlo. —Cerré el cuaderno de golpe, causando que respingara y retrocediera un poco en su lugar.
—Genial —continuó animado—, justo hoy escribí una canción que...
Dominic hizo una pausa repentina, sin moverse de su asiento. Su rostro cambió de color y sus ojos se abrieron tanto como los míos. Fue como si acabase de captar lo que significaba que yo hubiese leído hasta la última página de su libreta. Extendió el brazo a toda velocidad, me quitó el cuaderno de las manos.
Buscó su último escrito y lo releyó para resolver sus propias dudas. Estuve atenta a cada uno de sus movimientos, pero tampoco fui capaz de ignorar a mis revoltosas emociones. El pecho me ardía tanto como la cara, mis piernas se agitaron por ansiedad y mis dedos no dejaron de entrelazarse de cien formas diferentes por debajo de la mesa.
¿Qué significaba su canción? ¿Realmente yo tenía algo que ver? Quizás era otra proyección personal, producto de mis deseos más escondidos. Quizás quería formar parte de la inspiración de Dominic tanto como él formaba parte de la mía. Incluso me avergonzaba demasiado pensar en ello.
—Lo leíste, ¿verdad? —Alzó la libreta, señalándome con el índice la línea que me dejó paralizada momentos atrás.
Asentí. Sus manos también temblaban y disimulaba sin éxito su agitada respiración. Tosía para distraerme de las mejillas rojas como su cabello. Nos miramos a los ojos con cierta duda y tensión. Yo buscaba respuestas directas, pero él quería darme excusas. Tomé aire con pesadez, tensé los labios solo un momento en lo que me armaba de valor para ser directa.
—¿Es sobre mí? —Me atreví a preguntar en apenas un murmullo.
No esperaba intimidarlo tanto como él me intimidaba. Dejó de verme, comenzó a inclinarse un poco en la silla para que la mesa se lo tragara por debajo. Su ansiedad fue evidente.
—Me agradas, Ai —habló bajo y con cuidado—. Jamás había tenido una amiga que me tratara igual que William.
Junté las cejas, queriendo entender. Mis nervios se redujeron ligeramente gracias a su comentario, pero por alguna extraña razón también sentí decepción. ¿Decepción de qué? Quizás mi subconsciente esperaba escuchar otras palabras que yo todavía no podía imaginar.
—¿Cómo te trato? —Incliné un poco la cabeza, fingí ingenuidad.
Sonrió a medias, todavía sin mirarme.
—Como a una persona.
Tuvo padres abusivos durante toda su juventud que le provocaron traumas de los que seguía recuperándose. Pero tras su gran despegue musical, llegó la gente interesada que solo existía en su entorno para adularle y esperar algo a cambio.
—Cuando traté de suicidarme solo Will vino al hospital —dijo, recuperando su firmeza—. El resto se evaporó.
Después de ese incidente las personas comenzaron a tratarlo con mucho cuidado, como si cualquier frase pudiese herirlo. Además, no dejaba de tener acosadoras y prensa pisándole los talones después de que saliera de rehabilitación. Llegaron a espiarlo incluso cuando estuvo internado, invadiendo gravemente su privacidad para una exclusiva.
Fue gracias a la terapia, a la medicación y a la compañía de su mejor amigo, que pudo continuar con su vida. Se enfocó en su carrera para no detenerse en su soledad, miedos y negatividad. Y hasta entonces había funcionado.
Sin embargo, su contagio de COVID le aisló de nuevo. Tuvo pánico de quedarse solo durante un par de semanas, sin posibilidades de volver a su rutina ni ver a su mejor amigo a diario. Creyó que era su fin hasta que me conoció mejor en la azotea y le arrojé agua.
—No sé cómo lo haces, Ai —Finalmente conectamos las miradas—, pero cuando estoy contigo olvido que soy famoso. Me siento humano, vivo.
Me pellizqué la pierna un par de veces, creyendo que este momento solo formaba parte de otro sueño absurdo. ¿Por qué me dolía tanto el pecho? ¿Por qué no podía respirar bien? Tenía que ser por COVID, ¿cierto? En la mañana llamaría al doctor Zhang para confirmarlo.
Esta vez, Dominic me dirigió una sonrisa.
—Eres la única que me ha hecho sentir esto.
¡Hola! ¿Cómo han estado?
Después de varios capítulos, puedo decirles con confianza que me siento muy contenta con esta historia. De verdad, no saben lo mucho que me divierto y me animo cuando la escribo. ¿A ustedes qué les está pareciendo? ¿Tienen alguna teoría nueva? Tengo mucha curiosidad por ustedes :)
Sin nada más que agregar, les agradezco mucho por continuar leyendo esta historia, por sus votos, sus increíbles comentarios y por ayudarme a llegar a más gente cuando tienen el tiempo de recomendarme. Sin su apoyo ni su ayuda, esta novela no prosperaría.
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