━━━Capítulo Nueve | Premoniciones

Capítulo Nueve
Premoniciones

—Debo ir—dijo con firmeza mientras guardaba sus libros con la información necesaria para solucionar el problema de aquel poblado ubicado en la frontera—. Y no puedes ir, y si no soportas estar aquí, entonces vete a tu imperio.

—¿Te estás escuchando? Conmigo no deberías enojarte, hazlo con tu esposo, solo estoy siendo sincero al decirte que es una mala idea que vayas a ese lugar, te encuentras gestando.

—¡Silencio!—ordenó el doncel cerrando con fuerza el cofre donde guardaba sus libros. Suspiró y se giró a ver a Shihao que se había cruzado de brazos molesto—. Perdón, no debí hablarte así—exclamó agitado, mientras sus manos se aferraban a la madera—, no debí, pero…¡No puedo más!—gritó temblando violentamente.

—Hyunjoon…—murmuró Shihao tratando de acercarse, pero el doncel suspiró con fuerza, para tomar asiento en el cojín frente a la mesa donde redactaba cartas.

—Estoy bien, no te preocupes.

Y eso hartó al chino.

—¡Deja de mentir! No estás bien, Hyunjoon, estás mal, muy mal.

El doncel negó, aunque en su interior supiera que mentía. Sus manos temblaban y respiraba agitado, y eso no era estar bien.

—Ven—pidió el mayor extendiendo su mano hacía el doncel que dudoso la tomó y se levantó—. Te llevaré a un lugar dónde podrás calmarte o por lo menos sacar aquello que te está afectando.

Ambos salieron de la habitación y el mayor le condujo fuera de las murallas del palacio, luego de escaparse de los guardias. Ambos caminaban uno al lado del otro, hasta que Hyunjoon notó el camino por donde estaban yendo. El camino hacía su antiguo hogar. Sus pasos se volvieron presurosos, y en los últimos metros empezó a correr sosteniendo su chima. Abrió la puerta del muro que rodeaba la construcción y entró, encontrándose con toda la estructura igual que la última vez que la había visitado, que había sido meses después que Taesan había nacido.

Tocó la madera oscura de los pilotes, y luego rodeó la casa para ir hacía el jardín trasero.

Al entrar al lugar, observó aquellos pisos por los que había corrido muchas veces con los zapatos manchados de tierra; cerró los ojos brevemente, gritos, llantos, y sangre derramada fue lo que recordó y abruptamente abrió los ojos. Diez años habían pasado desde que Park Sungkiu había matado a sus padres, y lo seguía sintiendo de forma vívida. No olvidaba y jamás lo haría.

¿Cómo olvidar las muertes de sus padres? Muertes que pasaron antes sus ojos. ¿Cómo olvidar los gritos de sus sirvientes pidiendo piedad? Gritos que aún estando semiinconsciente le brindaron escalofríos.

Algunos eunucos decían que para continuar había que sanar. No importaba si sanaban, la cicatriz siempre iba a estar. Y la cicatriz emocional que tenía no se iría nunca.

La sangre derramada ya había sido lavada por las lluvias de hace diez años. Físicamente parecía que no había pasado nada, pero emocionalmente todo seguía igual de lacerante que años previos.

Park Sungkiu le había marcado el alma.

Shihao pasó a su lado y le indicó que le siguiera, cosa que hizo con cuidado al haber ramas caídas. El príncipe le tomó la mano y lo llevó a un pequeño altar donde había una urna. Hyunjoon la observó y pronto las lágrimas corrían por sus mejillas, apretó el abanico —que siempre llevaba con él—, y se soltó de Shihao para correr hacía ese pequeño altar.

Se hincó de rodillas y sacó un pañuelo para limpiar el polvo y las telarañas que cubrían la urna.

Aquella no era la urna donde reposaban las cenizas de sus padres. No. Las urnas con las cenizas de sus padres estaban en el palacio, en un altar que Sunghoon había mandado a colocar para ellos.

—Sé que lo extrañaste—y el doncel lo miró completamente lloroso.

—Gracias—susurró con dificultad ante el nudo que sentía en su garganta.

—No hace falta. Es tu primer amor después de todo—dijo el príncipe cruzado de brazos.

Y era así, mientras que Sunghoon, Shihao y Jongseong amaban al doncel, este no correspondía a los sentimientos de ninguno de los tres. Él se había enamorado, pero de ninguno de ellos. Se había enamorado de un soldado enviado de China para cuidar de su madre, ya que Yan Lifei era una mujer nacida en una familia influyente en China, y sumándole a eso, una oráculo hasta que se casó con Kim Hyomyung.

El joven guardia de nombre Xiao Dejun había llegado con 16 años al hogar de la familia Kim, convirtiéndose pronto en amigo del pequeño doncel de 14 años. Hyunjoon lo idolatraba, y comenzó a entrenar con él. Dejun era exigente con él, sabía que Hyunjoon siempre podía hacer más de lo que muchos creían. Sus salidas a caminar por el bosque tras del hogar del ministro Kim, sus lecturas sobre formaciones de soldados, y peleas de entrenamiento, era lo que se podría considerar un cortejo.

Hyunjoon estaba enamorado, muy enamorado.

Dejun estaba listo para pedir la mano del doncel, cuando Park Sungkiu descubrió que el Kim estaba del lado de Sunghoon, ese día ambos debieron correr por el bosque siendo perseguidos por los soldados del palacio, Dejun murió a manos del antiguo emperador. En ese momento se sintió tan desolado que no peleó para salvarse, y fue tan fácil de atrapar viendo a su amado inerte.

—Dejun, volví—saludó el doncel terminando de limpiar el polvo—. Perdón, lo lamento mucho, lamento no haber podido llevar tus cenizas a un mejor lugar, pero ahora que Shihao está aquí, las enviaré a China, quiero que vuelvas con tu familia. Yo...—el Kim se detuvo sintiendo el nudo en su garganta—, ya no lo soporto, Dejun, tu pequeño sol se apagó, me apagué. Siempre he sido bueno, ¿y para qué? Ser humillado por una mujer. Quiero llorar, gritar de la rabia. He hecho de todo para ser bueno, pero solamente soy alguien roto. He sido fuerte por mis hijos, por Joseon, pero ya no puedo más, ya no.

Shihao observó como el doncel lloraba desgarradoramente. Era la primera vez que lo vio así, y no lo culpaba. Hyunjoon jamás pudo llorar por sus muertos.

Ahora el castaño lloraba aferrado a ese abanico de metal reforzado que le había sido regalado por Dejun. Por eso el doncel se aferraba tanto a ese objeto que además de servir para abanicarse, también lo usaba para defenderse.

Horas duró el doncel llorando y hablando con aquella urna de cenizas, hasta que Shihao le indicó que era momento de irse. Y con rastros de lágrimas se despidió del muerto. Shihao le prometió al doncel llevar las cenizas a China.

Con el doncel aferrado a su brazo, ambos salieron de ahí con dirección a la residencia imperial.

Hyunjoon estaba de pie frente a sus hijos, con Migyung aferrada a sus brazos. Sungjo y Sunho sujetaban su chima y Taesan estaba frente a él sosteniendo a los gemelos levemente por sus ropas.

—Mamá, no vayas—pidió Sunho.

—Por favor, quédate.

—Mis niños, deben dejarme ir, entre más rápido me vaya, más rápido volveré—dijo el doncel sonriendo levemente, y acariciando las mejillas de los gemelos, antes de mirar a su primogénito—. Taesan, prométeme que cuidarás de tus hermanos.

—Lo prometo, mamá.

—Niños, por favor, quédense solamente con Miyaki, no vayan con más nadie que su abuela no les asigne o Miyaki, más nadie.

—Sí, mamá—dijeron los varones, y Migyung a su inocente edad asintió besando su mejilla.

—Te quelo, mami.

—Yo también te quiero mi princesa—dijo antes de dejar a su hija en brazos de Miyaki—. Mi querida nain Miyaki, te dejo lo más importante que tengo, cuida muy bien a mis hijos, no dejes que nadie se les acerque, o que coman algo que no sea preparado por mi chebi de confianza.

—Sí, consorte real—dijo la nain sosteniendo a la princesa.

—Calma, Hyunjoon, yo cuidaré muy bien de los niños—dijo Mina sonriendo—. Los veré entrenar y conversaremos mientras paseamos por los jardines.

El doncel sonrió encantado y se inclinó para besar la frente de sus hijos.

—Cuídense entre ustedes—pidió sonriendo antes de recibir una reverencia de sus hijos y se dio la vuelta para caminar hacia afuera, donde el carruaje le esperaba.

Hyunjoon miró hacia atrás y se sintió como si estuviera siendo exiliado, más al ver más atrás a Sunghoon con Areum.

Se giró y apretó su abanico. Él resolvería lo que pasaba en aquel poblado, pondría el reino en buenos términos y sin derramar sangre, y le demostraría a Sunghoon, que esa mujer nunca podría realizar ni una cuarta parte de lo que él hacía.

Subió a su carruaje y observó por la ventanilla a Jongseong cabalgando a la par del carruaje, 25 soldados irían con él, y por petición de Shihao, Haoran también, convirtiéndolo en 26 guardias.

Shihao, el doncel no se había podido despedir de él. El chino se había ido en horas de la madrugada con dirección a su imperio.

Se estaba sintiendo solo, aislado, humillado, completamente devastado.

Cuando el carruaje salió a las calles principales, el doncel saludó a los pobladores que se arremolinaban al borde del camino para saludarle.

Algunos niños se acercaban a darle flores y otros obsequios, el doncel pidió que la marcha fuese suave para evitar que los niños pudieran caerse siguiendo el carruaje. Sonrió y tomaba las flores para dejarlas en el asiento a su lado. Entonces su mano tocó la de una anciana, y el carruaje se detuvo cuando el doncel chilló adolorido, como si toda su energía hubiera sido drenada.

—¿Está bien, consorte?—preguntó Haoran acercándose y bajándose de su caballo, mientras sacaba su espada.

Hyunjoon bajó del carruaje y puso su mano frente a la del chino, negando el uso de violencia. Se acercó a la anciana y notó las ropas. Una chamán.

—¿Se encuentra bien señora?—preguntó acercándose con suavidad.

La mujer tomó del brazo a Hyunjoon y rápidamente lo hizo entrar a una de las casas al borde del camino, Haoran le siguió presuroso y alterado, pero cuando entró encontró a Hyunjoon de pie al borde de una extraña sala, y a la mujer en un estado obnubilado.

—Quédate ahí, Haoran—el chino asintió y la mujer pronto miró al consorte.

—Kim Hyunjoon, entraste al palacio con flores, y te irás igual solamente que estás estarán manchadas con sangre de muchos—decía la mujer acercándose al doncel.

Haoran jalo al doncel.

—Consorte, será mejor que salgamos de aquí—dijo, pero antes de retirarse la mano de la mujer se aferró al brazo del castaño.

—Kim Hyunjoon, estás maldito y siempre lo has sabido. Tus padres y tú amante murieron, por aquel al que llamas esposo, él te llevó a la miseria, y debes elegir, porque sino seguirás viendo a los que amas morir—recitaba la mujer haciendo una extraña danza—. Pero antes de eso, verás a uno de tus hijos morir.

Y eso hizo que los ojos del doncel se abrieran y un dolor en su pecho le hiciera temblar.

—¡Lo verás morir, Hyunjoon!—gritó la mujer, pero el doncel salió de ahí con Haoran siguiéndole de cerca.

—Consorte...—trató de llamar el chino cuando el doncel trató de subir a la carroza.

—Estoy bien—dijo antes de mirar al contrario con ojos llorosos y una sonrisa en los labios—. Son simples predicciones, no siempre se tienen que cumplir.

Y ante esas palabras entró a la carroza, para que esta continuará su camino. Haoran sintió un nudo en la garganta, no se imaginaba lo que sentía el doncel.

En sí, Hyunjoon tenía un pensamiento, ninguno de sus hijos moriría, no importaba si debía matar para que eso no ocurriera.

Porque sí, el había entrado al palacio con flores, y había dormido en ellas, pero ya no seguiría más descansado entre flores.

No más.

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