━━━Capítulo Diez | Príncipes y Espadas

Capítulo 10
Príncipes y Espadas

En los vastos jardines del palacio real, el príncipe Taesan se preparaba para su entrenamiento matutino de tiro con arco. Ataviado con su ropa de entrenamiento y un arco de madera pulida, se colocó en posición frente al blanco estratégicamente colocado a lo lejos. El sol del amanecer pintaba el cielo de tonos dorados mientras los primeros rayos iluminaban su determinado rostro.

Con concentración serena, el príncipe no dejaba espacio para distracciones. Cada flecha que tomaba de su carcaj era un paso más hacia la perfección. El soldado encargado de vigilarlo, un hábil arquero de la guardia real, observaba con orgullo como el joven príncipe perfeccionaba su técnica con cada disparo.

La precisión de Taesan comenzaba a rivalizar con la de los mejores arqueros del reino. ¿Y cómo no serlo cuando desde los cinco años su madre le enseñó a disparar flechas, y el ministro Jongseong lo ayudó a encontrar precisión?

El sonido del viento entre los árboles se entremezclaba con el susurro de las hojas, creando una atmósfera de tranquilidad y concentración. Cada tensión del arco, cada liberación de la cuerda era un ritual que conectaba al príncipe con una habilidad ancestral, heredada de generaciones de guerreros nobles que defendieron su tierra con destreza y honor.

A medida que el entrenamiento avanzaba, el sol ascendía en el horizonte, bañando el patio de prácticas con una luz más intensa. El sudor perlaba la frente de Taesan, pero su determinación no menguaba.

La determinación que debía tener un príncipe heredero, jamás debía menguar.

Cada flecha lanzada era un paso más hacia su objetivo: convertirse en un líder formidable, capaz de proteger a su reino con valentía y habilidad. Y en aquel momento, bajo la mirada vigilante de su mentor sustituto y el eco de sus flechas alcanzando su destino, el príncipe Taesan se acercaba un paso más a su destino.

Poder ser un digno sucesor. Un futuro emperador que haría que su madre volviera a sonreír. Un Emperador que sí cumpliría aquellas promesas que su padre le hizo a su madre.

Inhaló con fuerza y fijo sus ojos en el objetivo, pero antes de soltar la flecha fue interrumpido.

—¡Príncipe Taesan!—la chillona voz de Areum provocó que soltara la flecha, que viajó a gran velocidad sin un rumbo fijo. La punta metálica de la flecha brilló bajo la luz del sol.

Y entonces falló.

La flecha se incrustó en un árbol a varios metros de donde estaba el objetivo marcado.

Taesan bajó su arco y miró a la mujer a unos cuantos metros de él. Apretó su mano alrededor del arco cuando vio el hanbok de seda con el dragón bordado en un círculo. Y peor aún cuando lo reconoció.

—¡¿Qué haces usando eso?!—exclamó lleno de ira, al reconocer el hanbok celeste de su madre.

¿Por qué esa mujer lo usaba? ¿Cómo se lo habían permitido? ¿Cómo demonios ella lo había conseguido?

—¡Oh! ¿Esto?—preguntó dando la vuelta para dejar ver el hermoso Hanbok de seda fina con bordados en oro—. Supe que tu madre lo daría para venderlo en el extranjero, pero es tan hermoso, que le pedí al emperador me lo regalara. ¡Y lo hizo!

Taesan tembló lleno de ira. ¿Cómo se había atrevido su padre a darle ese hanbok a esa mujer?

—Quítatelo—ordenó en voz baja y apretando más el arco.

—¿Qué dijo?—preguntó confundida.

—¡Que te quites el hanbok de mi madre!—gritó alterado acercándose a la mujer que retrocedió.

No se esperaba que aquel niño de nueve años pudiese enojarse a ese nivel.

—Ya no es del consorte, es mío ahora—se excusó la mujer retrocediendo más.

—¡Por más que trates de ser como mi madre, jamás lo lograrás!—replicó alterado—. Por más que uses sus cosas, jamás se te verán como a él, porque Kim Hyunjoon es y siempre será el mejor consorte real de todas las generaciones que tendrá Joseon, y tú solo una simple concubina que no será recordada en los libros de historia, y de eso yo me encargaré cuando sea el nuevo emperador.

Esas palabras llenas de furia por parte del príncipe, generaron una ola de rabia en la mujer. Así que el príncipe Taesan sería un estorbo en sus planes.

—No me trate así, príncipe, debe saber que cualquier tristeza me puede afectar a mí y a su futuro hermanito—y esas palabras hicieron que los ojos del niño se abrieran desmesuradamente.

—¿De qué hablas?

—¿Su padre no le ha dicho?—preguntó fingiendo sorpresa—. Estoy embarazada—y esas simples palabras provocaron que el niño rompiera su arco, ante la fuerza implantada.

—Estás mintiendo—y la mujer negó. Taesan apretó sus manos en puños. Cerró sus ojos e inhaló profundamente, antes de mirarla.

—Quizás hasta me vuelva la nueva consorte real y debas llamarme madre—se burló la mujer.

—No tenga tantas ilusiones, concubina Areum, mi madre le ha dado cuatro hijos al emperador, tres varones, y es más capacitado para un puesto como el de consorte real. No es solamente verse bonito y saludar al pueblo, hay más responsabilidades de lo que usted podría aceptar—el niño la miró altanero—. Además mi madre proviene de los linajes más reconocidos del gran imperio chino. Y jamás le diré madre a una persona como usted.

Y con esas palabras dichas, el príncipe se inclinó a recoger los restos de su arco, para retirarse del lugar. Areum alzó su brazo y mostró el índice el cual bajó, para después darse la vuelta y entrar al palacio otra vez.

En el techo, un hombre tensaba una flecha en su arco, mientras sus ojos visualizaban la figura del niño que caminaba hacia el pabellón opuesto al que había entrado la mujer.

Tensó la flecha, y luego de ver bien, la soltó.

La flecha voló a gran velocidad, pero antes de llegar al niño, otra flecha le cambió la dirección, ambas enterrándose en el suelo tras de unos árboles.

El asesino miró al príncipe, que ya había entrado al pabellón, y luego miro a sus alrededores y entonces los vio. A un grupo de cinco hombres enmascarados, y uno de ellos sostenía un arco en posición de lanzamiento. Ese era quien había interceptado la flecha.

Y antes de echarse a correr, una espada se hundió en su espalda, saliendo en su pecho. La sangre se deslizó por su boca, y no pudo gritar. No cuando manos presionaron su cuello, y fue girado rompiéndolo en el proceso.

El casi asesino del príncipe cayó al suelo, y una bota fue puesta sobre su cuerpo, mientras el soldado se agachaba y sacaba su espada del cuerpo.

—Buen tiro—felicitó al arquero, que asintió agradecido—. Tú, y tú—dijo señalando a dos de los enmascarados—, sigan al príncipe con cuidado, recuerden que no puede pasarle nada. Los otros tres—señaló a otro—, cuidarán a los príncipes Sunho y Sungjo. Yo iré a cuidar a la princesa Migyung—el hombre acomodó su mascara y entonces notó algo—. ¿Donde está el capitán?

—Dijo que tenía cosas que hacer, y lo dejaba a usted al mando, ya sabe como es—y el contrario suspiró.

—Bien. Entonces cada uno a cumplir las órdenes.

Y los seis se separaron para ir a vigilar a casa uno de los hijos del consorte real.

En el pabellón real de la reina madre, la tensión se podía palpar, Mina se había enterado de la pelea entre Areum y Taesan. Ahora ambas se enfrentaban en una batalla verbal cargada de veneno y desdén. La reina madre, con su mirada gélida y su porte majestuoso, enfrentaba a la concubina, cuyos ojos destellaban con ambición desenfrenada y resentimiento.

—¡Cómo te atreves a albergar tales aspiraciones, insolente concubina!—rugió la reina madre con voz impregnada de autoridad y desprecio—. El título de consorte real pertenece a Hyunjoon por derecho y honor. ¡No permitiré que tus artimañas oscurezcan su posición!

Areum se acercó a Mina con una sonrisa maliciosa danzando en sus labios.

—¿Y quién eres tú para dictar el destino de este reino, reina madre? El doncel Kim Hyunjoon puede tener el título, pero yo tengo el poder que él tanto ansía al haber perdido a Sunghoon. No te equivoques, no me detendré ante nada para alcanzar lo que deseo—respondió con un tono cortante y lleno de desprecio.

Las palabras eran dagas afiladas, lanzadas con precisión mortal, pero pronto la tensión estalló en un enfrentamiento físico. La reina madre, con una mirada de furia ardiente, abofeteó a la concubina con fuerza, mientras esta se quedó perpleja, antes de responder con otra cachetada en un intento de defenderse.

Y eso detonó la furia de Mina. Jamás la habían golpeado, y qué una mujer inculta lo hiciera provocaron la violencia en la mujer mayor. Había golpeado a la Lee, pero se lo merecía al ser tan insolente.

El sonido de las palmas resonaba en la sala, mezclado con insultos y maldiciones silenciadas. Guardias acudieron rápidamente para separar a las combatientes, pero la chispa de furia ardía con intensidad.

—¿Qué ocurre aquí?—preguntó Sunghoon entrando al lugar, observando a su concubina con las mejillas rojas y a su madre con el cabello algo despeinado y marcas rojas en su cara.

—¡No quiero a esa mujer cerca de mis nietos!—exclamó Mina furiosa señalando a la Lee—. Sí la veo hablando mal de Hyunjoon, o diciendo que será consorte real frente a uno de mis nietos, ¡la mandaré a decapitar!

Sunghoon vio sorprendido a su madre, y Areum chilló aterrada ocultándose tras del emperador.

—¡No puede hacer eso, espero un príncipe!—dijo Areum aferrada al brazo del emperador.

—Lo sé, Hyunjoon me lo dijo, y sabes algo, no me importa, puedes estar encarcelada hasta que des a luz y luego te mandaré a decapitar.

—Basta madre, Areum no volverá a decir cosas como las que dijo frente a mis hijos, lo prometo.

—Más te vale, ahora sácala de aquí. Y no la quiero volver a ver con un hanbok como los que usa Hyunjoon, solo el consorte, el emperador y el príncipe heredero puedes usar dragones en círculos, más nadie—y Sunghoon tomó el brazo de la Lee y la sacó del pabellón de Mina.

Afuera se giró a verla, completamente enojado.

—¿Qué tratabas de hacer?—inquirió mirándola completamente molesto—. ¡Responde!

—Yo quería conversar con el príncipe Taesan, pero él se altero al verme con mi hanbok, y luego le dije que esperaba un príncipe y se alteró más, y entonces le dije que quizás podría ser como su madre.

—¡¿Cómo se te ocurre decirle eso a mi hijo?!—preguntó sujetando a la concubina por los  brazos—. ¡¿Cómo se te ocurrió decirle eso a Taesan?! Mi hijo no es alguien que acepta ofensas, y lo que dijiste fue una de las peores para él.

—Mi emperador...

—Calla. Retírate a tu habitación, no te quiero ver—ordenó soltándola de forma brusca.

—Pero...

—¡Te ordené que te fueras!—y eso asustó a la Lee, que asintió e hizo una reverencia para salir—. Y quiero que me devuelvas el hanbok de Hyunjoon, te lo di para que la costurera viera como quería que te hiciera uno, no para que lo usaras, lo mandaré a buscar al atardecer. Ahora vete.

Y completamente humillada, se debió ir.

Hyunjoon tomó asiento en un cojín en la parte trasera de la casa, observando el atardecer, pero en sí ensimismado en sus pensamientos. Hace dos días había llegado al poblado de agricultores y artesanos, y notó que la situación no era tan grave como esperaba, pero aún así era considerable. Era más fácil de resolver que lo que transcurría en el palacio.

Suspiró y miró la denominada hora mágica transcurrir de forma lenta y sutil, con su mente trabajando a gran velocidad. El consorte real se debatía entre la ira y la frustración, mientras el enojo y el dolor se entrelazaban en su alma. Había entregado su amor al emperador, confiando en su fidelidad, solo para ser traicionado por la oscura sombra de una concubina. Cada paso del engaño, cada susurro de complicidad, martillaban su corazón con una cruel realidad.

La furia ardía en su pecho al enterarse de la traición. Una traición que amenazaba con eclipsar todo lo que había construido con el emperador. ¿Cómo podía el hombre al que había aprendido a amar y había apoyado con tanta devoción permitirse caer en las garras de la tentación? ¿Cómo podía ni siquiera darles el respeto que sus hijos se merecían, y dejar que esa mujer pudiera considerar al hijo que esperaba como un príncipe más competente y un posible heredero al trono, cuando él ya había dado al emperador un hijo legítimo?

La frustración se apoderaba de él al ver cómo su posición en el palacio se desmoronaba ante sus ojos. Había sacrificado tanto por el bienestar del imperio, por el amor que sentía por el emperador, solo para ser relegado al olvido por un capricho pasajero. Cada momento compartido con el emperador, cada promesa susurrada al oído, ahora se desvanecían como el humo en el viento.

El enojo crecía dentro de él como una tormenta desatada, consumiendo cualquier rastro de paz o serenidad. ¿Cómo podría perdonar esta traición? ¿Cómo podría enfrentarse al emperador y a la concubina sin dejar que su ira lo consumiera por completo? Las palabras de reproche ardían en su lengua, pero sabía que no podía permitirse caer en la rabia ciega.

Y el dolor, el más profundo de todos, se extendía como una herida abierta en su corazón.

El dolor de ser traicionado por aquel al que había apoyado.

El dolor de ver su amor despreciado.

El dolor de saber que su hijo, su legítimo heredero, estaba siendo desplazado por un fruto prohibido.

En medio de la tormenta emocional, el consorte real se encontraba solo, atrapado entre el deber y el deseo, entre el amor y la traición. Pero en su interior, ardiendo como una llama inextinguible, permanecía la determinación de defender lo que era suyo por derecho, aunque eso significara enfrentarse al emperador y a todos los obstáculos que se interpusieran en su camino hacia la justicia y la verdad.

Porque Lee Areum era como la peor de las pestes que había llegado a Joseon.

—¿Está bien?—preguntó Haoran interrumpiendo sus pensamientos y dejando una taza con té al lado del doncel mayor, que lo miró con una leve sonrisa.

—Gracias—tomó la taza y aspiro el dulce aroma—. Quisiera decir que estoy bien, pero sería mentir. Me siento muy preocupado por mis hijos.

—Desearía compartir su sentimiento, pero no tengo hijos—murmuró el chino—. Y jamás los tendré.

—No digas cosas así, si podrás, solo debes conocer al hombre indicado—dijo Hyunjoon colocando su mano sobre la del menor—. Y creo que tienes a una persona en mente—comentó sonriendo y siguiendo la mirada de Haoran hacia Jongseong, que estaba hablando con dos guardias—. Creo que le gustas a Jongseong.

—¡No sé de qué habla!—chilló apartando la mirada.

—No te hagas, Haoran, sé como lo miras y él a ti. Se atraen mutuamente, harían una pareja adorable.

—Difiero de sus palabras, consorte.

—¿Por qué?—preguntó haciendo un puchero molesto.

—Primero, ambos somos de dos imperios distintos, en segundo él es un ministro y yo un simple guardia, y en tercera no soy lo que el ministro Park Jongseong merece—la mano del menor fue apretada por el Kim, que le miró con ojos de empatía.

—¿Por qué dices esas palabras tan fuertes? El amor puede sobrepasar muchos obstáculos.

—El ministro Park Jongseong merece una familia, yo no podría ni darle un hijo, hace años mis padres para evitar que los mercaderes de esclavos me secuestraran, me dieron una infusión que me volvió infértil, y ante eso jamás podré concebir vida así como usted—esas palabras dejaron sorprendido al mayor, que le miró asombrado—. Se lo he dicho al ministro Park, evitando que se haga falsas ilusiones, y me dijo que aún así quería conocerme mejor, él es tan tonto, lo que se gastaría de tiempo conmigo lo puede invertir en una doncella u otro doncel.

—Haoran, permite que alguien se interese en tí, no le quites la ilusión a Jongseong, y no quites tu ilusión, porque mereces ser amado.

—Trataré de hacerle caso a sus pala...¡Cuidado!—gritó Haoran tirándose sobre el mayor para ambos caer al suelo del jardín. El chino usándose de escudo, con el Kim cayendo sobre él, de esa forma evitar que el mayor se lastimara al estar gestando.

Ambos se levantaron con ayuda de Jongseong y uno de los guardias, el doncel Kim fue rodeado por lo guardias, sus ojos fueron a dónde minutos antes estaba sentado, notando varias flechas incrustadas en el suelo.

—Esten alerta—ordenó Jongseong enfocando sus ojos en las penumbras, de las cuales pronto un grupo de asesinos apareció.

Los asesinos, entrenados en las artes mortales del combate y el sigilo, se deslizaban entre las sombras como fantasmas, rodeando a los guardias que protegían al doncel. Armados con espadas afiladas y habilidades letales, avanzaron con determinación hacia su presa. Haoran desenfundó su espada y sujetó la muñeca del doncel mayor.

—No se separe de mí—ordenó en voz baja el chino. Su deber era proteger al consorte a toda costa. Con determinación, se dispuso a llevar al consorte a un lugar seguro, pero sabía que no sería fácil. Miró a Jongseong que asintió sacando un puñal.

—Cuídalo—dijo el ministro antes de mirar a los asesinos que pronto se abalanzaron sobre los guardias. Y el doncel menor tiró del brazo del mayor, para correr alejándolo de ahí. Con cada paso, Haoran sentía el peso de su misión y la responsabilidad que había asumido.

El sonido de las espadas chocando resonaba en el aire, mientras el lugar que se le había asignado al doncel como residencia, ahora era testigo de una masacre.

—¡Atrapenlos!—gritó uno de los asesinos señalando a dónde huían ambos donceles.

Con el corazón latiendo con fuerza, Haoran se abrió paso a través de los oscuros caminos del bosque con Hyunjoon a su lado cubriendo su vientre.

El sonido de sus pasos ahogado por el crujir de las hojas bajo sus pies les recordaba que no era una pesadilla. A sus espaldas, el siseo de los asesinos que los perseguían resonaba como una sentencia de muerte inminente.

Hyunjoon, con el corazón latiendo con fuerza, apretó los dientes mientras la desesperación se apoderaba de él. Sabía que la única opción era mantenerse adelante, resistir, y luchar por su vida y por el reino que juró proteger. Haoran, con los ojos fijos en el camino, se mantenía a su lado, su rostro imperturbable ocultando cualquier rastro de miedo que pudiera sentir.

Los rayos de la luna filtrándose entre las ramas arrojaban sombras inquietantes sobre el sendero, pero los dos fugitivos no se detenían. Cada susurro del viento les recordaba la proximidad de sus perseguidores, avivando el fuego de su ansiedad.

A medida que avanzaban, el bosque parecía cerrarse a su alrededor, susurros de hojas y crujidos de ramas convertidos en una sinfonía de peligro. Cada instante se volvía más crucial, cada paso más pesado, pero la determinación de Hyunjoon y Haoran se mantenía firme, alimentada por la urgencia de sobrevivir.

El tiempo se volvía relativo, distorsionado por la adrenalina y el miedo, pero finalmente, entre la espesura del bosque, vislumbraron una oportunidad de escapar. Sin vacilar, se adentraron en un sendero estrecho, confiando en su instinto para guiarlos hacia la libertad.

A sus espaldas, el sonido de sus perseguidores se desvaneció gradualmente, reemplazado por el susurro reconfortante de las hojas agitadas por la brisa. Con cada paso, la esperanza renacía en sus corazones, recordándoles que la vida aún estaba a su alcance, si tenían el coraje de alcanzarla.

Y fue cuando llegaron al borde de un ancho y hondo río, cuyas aguas oscuras reflejaban la luna llena.

Haoran miró desesperado a su alrededor buscando alguna forma de cruzarlo, pero no había nada cercano, que pudieran usar para cruzar hacia la seguridad.

Su desesperación aumentó cuando fueron rodeados por los asesinos que los perseguían, y de inmediato se colocó frente al Kim.

—Le voy a defender, no importa si debo dar mi vida—dijo mirando de reojo al consorte que negó sacando su abanico.

—Nos defenderemos mutuamente—replicó el castaño.

—Sí es así, yo tomaré los de la izquierda, ¿le parece bien?—un asentimiento del doncel mayor, y el chino sonrió preparado para la batalla que se aproximaba.

Con su espada en mano, luchaba con ferocidad contra sus enemigos, cuyas siluetas se movían ágilmente entre las sombras, y trataban de sorprénderlo.

Los destellos de acero iluminaban brevemente la escena mientras las espadas chocaban con fuerza. Haoran luchaba con valentía, defendiéndose de los ataques implacables de los asesinos que buscaban acabar con su vida. El sonido del agua fluía a su lado, recordándole constantemente la peligrosa situación en la que se encontraba. Con cada movimiento, el soldado luchaba por mantenerse en pie, sus sentidos alerta ante cualquier señal de peligro para él, o para el consorte.

Pero la batalla era feroz y despiadada. Haoran estaba rodeado, superado en número y agotado por el esfuerzo. A pesar de su habilidad en combate, los asesinos eran implacables en su intento por acabar con él. En un momento crítico, uno de los asesinos logró asestar un golpe certero, hiriendo gravemente al soldado en uno de sus costados. Haoran sintió el dolor agudo atravesar su cuerpo, debilitándolo con cada respiración, y luego una cortada en su brazo que por poco y le hace soltar su espada, pero no lo hizo, no perdería.

Se negó a rendirse.

Con la determinación ardiente en su corazón, continuó luchando incluso cuando sus fuerzas comenzaban a abandonarlo. Cada golpe, cada movimiento, era una prueba de su voluntad de hierro y su dedicación a la causa por la que luchaba.

Hyunjoon por otro lado —con el corazón latiendo con fuerza en su pecho—, sostenía firmemente su abanico adornado con cuchillas, preparado para enfrentar a los asesinos que avanzaban hacia él con ferocidad implacable.

Con movimientos rápidos y precisos, Hyunjoon desplegó su abanico, las hojas afiladas centelleando bajo el sol. Cada giro y cada movimiento se convirtieron en una danza mortal, mientras el consorte se defendía con destreza de los ataques de sus enemigos. Los asesinos, armados con espadas y lanzas, avanzaban con determinación, pero la habilidad de Hyunjoon con su inusual arma les tomó por sorpresa. Con cada golpe, cada parada y cada contraataque, el consorte demostraba una destreza sin igual, convirtiendo su abanico en un escudo y una espada al mismo tiempo. Con cada enemigo caído a su alrededor, el consorte avanzaba con paso firme, su abanico convertido en un símbolo de resistencia y valentía. Cada movimiento era una obra de arte en sí misma, una mezcla de elegancia y letalidad que dejaba a los asesinos atónitos ante su habilidad.

El sonido metálico de las cuchillas chocando llenaba el aire, acompañado por los gritos de guerra y el clamor de la batalla. Pero a pesar de la ferocidad de sus oponentes, Hyunjoon no flaqueaba, su determinación ardiente como una llama en la oscuridad.

Finalmente, la batalla que el chino llevaba, llegó a su fin. Con su último aliento, Haoran se mantuvo firme; aunque herido y exhausto, su espíritu nunca fue quebrantado. Y así, en la oscuridad de la noche, junto al borde del profundo río, el soldado Haoran cayó al suelo.

Hyunjoon logró ver la caída de Haoran por el rabillo del ojo, y bajó la guardia.

—¡Ahh!—gritó cuando sintió la punta de la lanza perforar su vientre.

Su abanico cayó al suelo, y perdió el equilibrio mientras retrocedía.

La lanza salió de su cuerpo, y sus manos tocaron la cálida sangre. No. Él estaba herido, ¿y su bebé?

Con un dolor agudo atravesando su cuerpo, el consorte lucha por mantenerse en pie, pero sus fuerzas comienzan a desvanecerse lentamente. Con la visión nublada por la pérdida de sangre, se tambalea hacia el borde del río que serpentea cerca del campo de batalla. Un último esfuerzo por mantenerse en pie lo lleva hasta el borde del precipicio, donde pierde el equilibrio y cae al agua helada y oscura.

Mientras se sumerge en las profundidades del río, una oleada de emociones lo abruma. El miedo se mezcla con la resignación, mientras reflexiona sobre su vida y su amor por el emperador. Remembranzas de momentos compartidos inundan su mente, desde los días de juventud hasta los momentos de intimidad y afecto. Siente el peso de la responsabilidad sobre sus hombros y la tristeza de saber que podría dejar atrás a sus hijos, a su nación, inclusive a Sunghoon.

En tanto el agua turbulenta lo arrastraba, su mente se inundaba de recuerdos de momentos compartidos, risas y promesas de amor eterno. Pero ahora, todo eso se desvanecía como el agua que lo rodeaba. Con un último suspiro, cerró los ojos y se entregó al abismo oscuro que lo esperaba, llevándose consigo los últimos susurros de su corazón roto.

Su cuerpo le hace hundirse, y poco a poco pierde la consciencia; sin embargo, antes de hacerlo, siente como su brazo es sujetado y alguien tira de él.

¿Era un sueño? ¿La última alucinación antes de morir? No lo sabía, y en su interior solo pidió perdón a sus hijos mientras perdía la consciencia.

Perdón por fallarles

Debía actualizar ayer
pero no pude.

¿Qué les parece el
capítulo?

¿Les gustó la
portada?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top