━━━Capítulo 14 | Pesadilla de Sangre
Capítulo 14
Pesadilla de Sangre
La luna llena proyectaba su luz fría a través de las ventanas del palacio, bañando la habitación de Hyunjoon en una penumbra plateada. El consorte del emperador Park Sunghoon dormía inquieto, su rostro surcado por arrugas de preocupación, el sudor perlándole la frente. En sus sueños, un horror inimaginable se desplegaba ante él.
Hyunjoon se encontraba en un pasillo oscuro, los gritos de sus hijos resonando en sus oídos. La imagen de Taesan, su hijo mayor de nueve años, aparecía frente a él, cubierto de sangre, con una expresión de terror y dolor. Hyunjoon trató de correr hacia él, pero sus piernas estaban como atrapadas en barro. La escena cambió y ahora eran Sungjo y Sunho, los gemelos de seis años, quienes yacían en el suelo, sus cuerpos pequeños y frágiles ensangrentados. En sus ojos había un brillo de tristeza, una súplica muda que le desgarró el corazón.
En el sueño, Sunghoon estaba allí, con una mirada fría y despiadada. Sus manos estaban manchadas de sangre, y Hyunjoon vio el mismo rojo líquido manchar su hanbok, esparciéndose por su piel, invadiendo cada rincón de su ser. El dolor era tan real que sentía que el filo de una espada le desgarraba el pecho. Los gritos de sus hijos se mezclaban con el eco de su propio llanto.
De repente, Hyunjoon se despertó con un grito desgarrador. Su cuerpo estaba empapado en sudor y sus lágrimas fluían incontrolables. Su mano temblaba mientras se posaba en su vientre de cuatro meses, el nuevo bebé al que tanto anhelaba. Los sirvientes acudieron corriendo, abriendo la puerta de golpe al oír su grito angustioso.
—¡Su Majestad! —llamaron, tratando de calmarlo—. ¿Está bien? ¿Qué sucede?
Los ojos de Hyunjoon estaban desorbitados, su respiración entrecortada. Miró a los sirvientes sin verlos realmente, atrapado en el tormento de su pesadilla. Su mente seguía atrapada en el sueño, y su cuerpo temblaba con el recuerdo vívido del horror.
—No… no… —murmuraba Hyunjoon, sus ojos desorbitados, incapaz de apartar la vista de sus manos, que en su mente todavía estaban manchadas con la sangre de sus hijos—.¡Sangre! ¡Sangre por todas partes!
Cuando Sunghoon, alertado por el caos, entró en la habitación, el rostro de Hyunjoon se transformó en una máscara de terror absoluto. Al verlo, Hyunjoon gritó aún más fuerte, su cuerpo se encogió, como si intentara alejarse de la presencia que en su sueño había sido el causante de la muerte de sus hijos.
—¡No! —gritó, su voz quebrada—. ¡No te acerques! ¡No matará a mi hijo!
Sunghoon, desorientado y preocupado, intentó acercarse para calmar a Hyunjoon. Pero el consorte se desmoronó más, luchando por mantener la calma.
—Calma cariño, no pasa nada —trató de consolar.
—¡No! Yo… yo vi lo que hiciste… —Hyunjoon sollozaba, sus palabras entrecortadas por el miedo y la desesperación—. Igual que el emperador Sungkiu… él mató a tus hermanos… y ahora tú… ¡Eres como él! ¡Eres como Sungkiu!
Sunghoon retrocedió, sus ojos llenos de dolor y confusión. No entendía la intensidad del miedo de Hyunjoon, y la razón por la que le echaba en cara ser como Sungkiu.
Los sirvientes, con la preocupación reflejada en sus rostros, trataron de rodear a Hyunjoon para ofrecerle consuelo y apoyo. Sunghoon, a pesar de su desesperación, intentó hablar con voz suave, tratando de aliviar el terror de su consorte.
—Hyunjoon, por favor, calma. Estoy aquí. Nada les pasará a nuestros hijos.
Pero las palabras de Sunghoon parecían no alcanzar a Hyunjoon, atrapado en el abismo de su propia pesadilla.
La puerta se abrió con un golpe, y los niños, Taesan y Sunho, entraron preocupados. Sus miradas reflejaban la preocupación y el miedo que sentían por su madre.
—¡Madre! —exclamó Taesan, con la voz cargada de preocupación mientras observaba a Hyunjoon.
Sunho, más pequeño y tembloroso, se acercó a su madre. Sin embargo, el emperador Park Sunghoon se encontraba allí también, intentando calmar a Hyunjoon, pero su presencia solo parecía añadir más angustia a la escena. Taesan, al ver a Sunghoon, frunció el ceño con desprecio.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Taesan, su voz llena de resentimiento—. ¿Por qué no te ocupas de tu concubina y nos dejas en paz?
Sunghoon abrió la boca para responder, pero no encontró las palabras adecuadas. Se dio cuenta de que su presencia solo estaba empeorando la situación. Decidió apartarse, permitiendo que los niños intentaran consolar a su madre.
Hyunjoon se aferró a sus hijos, sollozando mientras se aferraba a ellos como si fueran su único salvavidas.
—No, no, por favor, no se vayan… —sollozaba, mirando a los niños con desesperación.
Taesan intentó calmar a su madre con suaves palabras y caricias, pero un escalofrío recorrió su espalda cuando se dio cuenta de que algo no estaba bien.
—¿Dónde está Sungjo? —preguntó Taesan, su voz temblando—. ¿No estaba con nosotros?
Un súbito presentimiento heló la sangre de Hyunjoon. Se levantó de un salto, ignorando a Sunghoon y a los niños que lo miraban confundidos. Sin pensar en las consecuencias, salió corriendo de la habitación, buscando desesperadamente a Sungjo.
Sunghoon, alarmado por la acción repentina, giró hacia los sirvientes que estaban en el pasillo.
—¡Cuiden a los príncipes! —ordenó con urgencia—. No permitan que se alejen de aquí.
Con una mirada de preocupación, Sunghoon siguió a Hyunjoon a través de los oscuros corredores del palacio, temiendo lo peor. Mientras tanto, los sirvientes se apresuraron a cumplir la orden, manteniendo a Taesan y Sunho bajo vigilancia, mientras el palacio se sumía en una creciente tensión y caos.
El pasillo estaba desierto, pero la sensación de urgencia crecía con cada paso. Al llegar a la puerta entreabierta, Hyunjoon pudo ver una figura pequeña y temblorosa junto a la ventana. Sungjo, con sus ojos abiertos pero ausentes, parecía estar en otro mundo.
—¡Sungjo! —exclamó Hyunjoon, acercándose rápidamente. Al tocar el hombro de su hijo, una sensación extraña y fría recorrió su cuerpo. De repente, fue arrastrado a una visión.
Hyunjoon se encontró en una sala oscura y opresiva. Frente a él, Areum, la concubina de Sunghoon, estaba dando a luz. La escena se desarrollaba con una claridad inquietante, cada detalle nítido y perturbador. Pero entonces, la visión empezó a teñirse de rojo. Primero, eran pequeñas manchas, luego se convirtió en un torrente carmesí que lo envolvía todo.
El color rojo se volvió más profundo y oscuro, hasta que Hyunjoon sintió que su propia alma estaba siendo consumida. La sala comenzó a cambiar, transformándose en un escenario de pesadilla. Las paredes se cerraban, los gritos de Areum se mezclaban con un rugido ensordecedor, y el suelo se abría para revelar un abismo sin fondo.
De repente, Hyunjoon vio figuras familiares en la oscuridad. Eran Sungjo, Sunho y Taesan, sus cuerpos frágiles y ensangrentados, extendiendo sus manos hacia él en una silenciosa súplica.
—¡No! —gritó Hyunjoon, sintiendo una desesperación abrumadora. Trató de alcanzarlos, pero sus manos atravesaban el vacío. Entonces, una voz gélida susurró en su oído.
—Esto es solo el principio...
Hyunjoon se encontró de regreso en la habitación, con Sungjo en sus brazos, temblando y llorando. Su hijo había vuelto a la realidad, pero el terror en sus ojos era innegable.
—Mamá... vi algo horrible... —sollozó Sungjo, abrazándose a su madre con fuerza.
Hyunjoon lo sostuvo con ternura, tratando de calmar su propio corazón desbocado. Sabía que las visiones eran una herencia de su familia materna, un don y una maldición. Pero nunca había sido testigo de algo tan terrorífico.
—Tranquilo, Sungjo. Estoy aquí —murmuró Hyunjoon, acariciando suavemente el cabello de su hijo.
Sin embargo, no pudo evitar preguntarse qué significaba aquella visión y cómo podría proteger a sus hijos de un futuro tan oscuro.
Porque las visiones que tenían todos los descendientes de la familia Yan siempre ocurrían, tarde o temprano pero iban a ocurrir.
El jardín privado de Hyunjoon era un refugio de paz y belleza, un lugar donde solía encontrar consuelo en medio de la opulencia y las intrigas del palacio. Sin embargo, esa mañana, el jardín estaba impregnado de tristeza. Hyunjoon se encontraba derrumbado, llorando inconsolablemente en los brazos de Xiao Dejun, su fiel concubino y protector.
—¿Qué ha pasado, mi amado? —preguntó Dejun, su voz llena de preocupación mientras acariciaba suavemente el cabello de Hyunjoon.
—He tenido una visión... —sollozó Hyunjoon, aferrándose a Dejun como si su vida dependiera de ello—. He visto a mis hijos, a Taesan, a los mellizos Sungjo y Sunho... he visto cómo morían. Fue tan real, Dejun... tan horriblemente real.
Dejun sintió un nudo en el estómago, pero trató de mantener la calma. Sabía que Hyunjoon, al estar embarazado de cuatro meses, debía evitar el estrés a toda costa.
—Shhh... calma, mi amor —susurró Dejun, envolviendo a Hyunjoon en un abrazo protector—. No pienses en eso ahora. Solo son pesadillas. No debes permitir que te afecten así o podrías hacerle daño al bebé.
Mientras Dejun intentaba consolarlo, la pequeña princesa Migyung, de apenas dos años, correteaba por el jardín recogiendo flores. Al ver a su madre tan angustiada, la niña sintió el impulso de hacer algo para alegrarlo. Con su hanbok de seda flotando a su alrededor, Migyung se acercó a un macizo de flores coloridas y comenzó a recoger las más bonitas que pudo encontrar.
—Mamá, mira, flores para ti —dijo Migyung, con su vocecita llena de inocencia y dulzura, acercándose con un ramillete de flores en sus pequeñas manos.
Hyunjoon levantó la vista y, al ver a su hija con las flores, sus lágrimas se calmaron un poco. Acarició el rostro de Migyung con ternura y tomó las flores, agradecido por el gesto de su hija.
—Gracias, Migyung —dijo Hyunjoon, tratando de sonreír entre lágrimas—. Son hermosas, igual que tú.
Dejun sonrió con alivio al ver cómo la presencia de Migyung ayudaba a calmar a Hyunjoon. Sostuvo su mano con fuerza, prometiéndose a sí mismo que haría todo lo posible por proteger a su amado y a su familia, sin importar las visiones oscuras que los acecharan.
Y Xiao Dejun tenía algo planeado. Sí Sunghoon no podía acabar con la maleza, pues él lo haría.
Él acabaría con Lee Areum
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