Capítulo 9
Cítricos y frío.
Eso fue lo que recibió a KyungSoo cuando abrió los ojos nuevamente.
Se encontraba en una habitación desconocida, sobre una cama extremadamente grande y sumamente cómoda, con la seda más exquisita bajo la mejilla y la espalda entumecida completamente descubierta. Frunció un poco las cejas, desconcertado ante el repentino cambio, e hizo el amago de moverse para obtener una visión más precisa, sin embargo, una sacudida de dolor lo mantuvo en su sitio y provocó una mueca sobre sus labios.
—Sugiero que te mantengas quieto. Tus heridas aún no han sanado completamente y tu cuerpo necesita descanso.
KyungSoo cerró los ojos nuevamente y suspiró de forma extendida. Por supuesto, ¿dónde más podría estar? Tal derroche de lujo no podría encontrarse en otro sitio más que en las habitaciones del Emperador. Realmente ni siquiera debía sorprenderse. En este punto no debería parecer extraño que el monarca metiera sus narices en sus asuntos.
—¿Por qué me has traído aquí? —preguntó de mala gana, con hostilidad, sintiéndose tan frustrado como siempre que estaba a su alrededor—.
El Emperador se movió a su lado con calma y tranquilidad y KyungSoo lo miró de reojo, notando entonces un recipiente lleno con un ungüento extraño y trozos de tela bien cortados y desinfectados sobre una bandeja que él cargaba pacíficamente. Su ceño se frunció de inmediato y estuvo muy tentador a bufar ruidosamente en ese momento.
—Estoy haciéndome cargo de tus heridas —contestó con simpleza—.
—Sí, bueno, hay numerosos doctores que podrían hacerlo por ti.
—Lo sé, pero recibiste este castigo debido a mi descuido y malas decisiones, así que tenía que tomar la responsabilidad sobre esto.
—Aun si fue por tu culpa, no deberías haberte tomado la molestia. Realmente no quiero verte cerca de mí y eso lo sabes perfectamente bien.
JongIn no respondió y se mantuvo alejado por extendidos minutos que KyungSoo utilizó para mirar fijamente el patrón bordado de la funda de la almohada. Finalmente, luego de tensos instantes incómodos y pesados, JongIn se acercó y contra la voluntad de KyungSoo, se sentó a su lado y comenzó a retirar los trozos de tela que cubrían sus heridas.
KyungSoo cerró los ojos y giró el rostro, sin querer observarlo ni siquiera bajo el error mas mínimo e inocente.
En medio de su latente hostilidad, JongIn retiró y limpió los residuos sobre su carne, humedeció los bordes de la piel abierta y colocó una nueva capa de ungüento frío que lo relajó en gran medida. KyungSoo se mordió el labio inferior para reprimir un suspiro de alivio, apretó los párpados y luego afinó sus labios en una recta línea pálida. JongIn, con tranquilidad, esparció la medicina en las zonas abiertas e inflamadas y dijo con serenidad, como si fuera impermeable a los constantes desplantes de KyungSoo, como si no pudiera afectarle sus palabras afiladas y su desinterés obvio.
—Incluso si me odias irremediablemente, con pasión y todo tu corazón, quiero que sepas que no tengo ningún tipo de mal sentimiento hacia ti. No te desprecio, no te maldigo, no te rebajo. No tengo ningún tipo de problema contigo, tampoco siento el deseo de mantener una guerra campal entre ambos. Solo... trato de hacerlo lo mejor posible.
KyungSoo abrió suavemente los párpados y sus pupilas se clavaron sobre el escritorio ante él, rebosando en pergaminos, libros y tinta.
—No vas a conmoverme con palabras, ni con regalos ni con tu atención sobre mí. Realmente no me importa lo que sientas por mí o no, no me importa lo que han dicho las estrellas ni tampoco me interesan tus sentimientos. Aunque digas que no me odias, aunque seas amable conmigo, no podrás cambiar el hecho de que te odio profundamente.
—Soy consciente de ello —se formó una pausa mientras JongIn colocaba los nuevos trozos de tela sobre las heridas cubiertas. Luego, cuando hubo acabado con la primera parte, retomó su conversación—. KyungSoo, no te mantengo aquí solo por lo que han dicho las estrellas; realmente no te quiero aquí por ese motivo, ni por venganza hacia tu reino, ni como una muestra del derrocamiento de tu hogar. Aunque el destino y los dioses hayan sido claros desde un inicio, no voy a forzarte a aceptarme ni tampoco planeo hacer algo en tu contra. No puedo cambiar tu manera de pensar ni de ver las cosas, no puedo hacer de menos tu dolor y tu frustración, tampoco puedo cambiar tu corazón y tus sentimientos, sin embargo, seguiré intentándolo y trataré de hacerte un poco feliz. Te daré todo lo que quieras, cumpliré todos tus deseos, solo pídemelo y lo traeré para ti, para que tu estancia en este lugar no sea tan desagradable.
KyungSoo sonrió con ironía y sus puños se apretaron duramente.
—Realmente eres ese tipo de persona. Acabo de decirte que te odio y en cambio lo que respondes es que me mantendrás aquí por razones desconocidas, pero que van en contra de mi deseo y voluntad, y que quieres hacerme feliz. Dime, Emperador, ¿cómo voy a ser feliz si cuando veo tu cara recuerdo a mi hermano y a mi amado muertos, a mi pueblo destruido? Eres tan inconsciente. Tan despiadado. Incluso cuando no es tu intención lastimarme, incluso cuando intentas entregarme tu corazón, no puedo amarte ni aceptarte mientras mi alma se mantenga en pedazos y mi mente rememore ese día. No puedo ni quiero aceptar nada de ti, así que si realmente deseas que yo esté bien, déjame ir y estaremos a mano.
JongIn terminó de vendar su espalda, retiró la bandeja llena con la tela sucia y usada y se puso de pie con esta en manos. Desde toda su altura, el Emperador lo observó mientras KyungSoo se mantenía especialmente estoico, atraído a la madera del escritorio e ignorando olímpicamente el cómodo olor fresco que nacía directamente de la almohada, la sábana y la habitación misma donde se encontraba.
—Yo puedo darte todo lo que quieras, cumplir cada uno de tus caprichos, hacer realidad cada una de tus ilusiones y deseos, pero no me pidas que te deje ir porque es algo que no puedo darte. Es lo único que no estoy dispuesto a aceptar —KyungSoo sintió como sus ojos comenzaban a calentarse al escucharlo y se obligó a apretar fuertemente los dientes para reprimir un sollozo vergonzoso delante de él. JongIn exhaló y agregó:—. Honestamente, lamento en mi corazón ser tan cruel bajo tus ojos, lamento profundamente lastimarte tanto hoy y en el futuro. Sé que no me deseas cerca, sé que no quieres estar aquí, pero no puedo permitir que te vayas... no puedo hacerlo, lo siento. Sé que me odias y que tu corazón pertenece a alguien más, pero yo no lo hago, así que mientras mi propio corazón sienta esta resolución, mientras mi consciencia me pertenezca y mi alma se encuentre dentro de mi cuerpo, yo haré todo lo posible para que estés bien y te encuentres a salvo.
»Ahora eres un blanco fijo para los Concubinos Imperiales, y lo que ha sucedido con el Concubino Hao solo ha sido una pequeña muestra antes de que el verdadero desastre se derrame sobre ambos; por ello he decidido volver a reunirme con mis concubinos y tratar de volver las cosas un poco más equitativas. Estoy poniendo de mi parte para que esto funcione, pero necesito que tú también colabores conmigo para que el esfuerzo no sea en vano. KyungSoo, puedes ridiculizarme, puedes organizar los más terribles desplantes, puedes maldecirme y negar mis regalos, pero encárgate de hacerlo en privado, hazlo solo delante de mí.
»Las cosas están tensas, y no solo me refiero al Palacio de las Flores. Los ministros y el pueblo comienzan a hablar, creen que puedo volverme un Emperador incompetente. Si las cosas continúan de esta manera, entonces todo será un caos, la gente común puede resultar herida y lastimada y el país ser invadido. No me debes nada, pero necesito que hagas esto por mí.
—¿Y por qué crees que lo haré? ¿No fue eso lo que ocurrió con el Imperio Do, de verdad piensas que tu reino me importa? No es así.
JongIn formó una sonrisa suave y le dio la espalda, preparándose para ponerse en marcha.
—No eres una mala persona, me odias a mí pero sabes que los demás no tienen la culpa de lo que ha ocurrido —KyungSoo apretó las mandíbulas y cerró los ojos con molestia, hundiéndose en los confines de la almohada de descanso—. Concubino Do —lo llamó suavemente el monarca un tiempo después, sin embargo, KyungSoo se mantuvo en un silencio sepulcral-, crees que tienes todas las fichas y la verdad absoluta a tu disposición, pero en realidad no es de esa manera. Recuerda que la mayor ignorancia de un ser humano reside en creer que, de hecho, lo conoce todo.
Luego de ello, JongIn comenzó a caminar fuera de la habitación. La puerta se deslizó detrás de él y KyungSoo pudo ser capaz de suspirar largamente, con el corazón acelerado ante la incertidumbre que había dejado las palabras anteriores del Emperador.
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.(¸.·' (¸.·'* . El Concubino del
Emperador.
Terminó siendo inevitable aceptar el pedido del Emperador. KyungSoo no estaba muy feliz con ello, pero sabía cuándo debía retroceder un paso, aceptar las circunstancias y continuar bajo una perspectiva silenciosa.
El resentimiento de las flores del Emperador era profundo, retorcido y oscuro. KyungSoo no estaba dispuesto a ponerse en una situación complicada nuevamente o arrastrar a JiHyun con él, como había ocurrido con el Concubino Hao. Aprendió a mantener la boca cerrada bajo ojos espectadores y escupir veneno falsamente educado en la intimidad de la habitación llena únicamente por él y el Emperador cuando este lo visitaba.
KyungSoo tenía sus métodos para arrancar halos de frustración del monarca y traer satisfacción para sí mismo, así que pronto se amoldó a su nueva realidad.
JiHyun, completamente sanada luego de un riguroso tratamiento médico, continuaba informándole sobre los asuntos fuera de sus habitaciones, pues, luego de ser herido él mismo, aún le costaba un poco de trabajo mantenerse activo y en movimiento como antes. Confinado nuevamente en las cuatro paredes de su elegante e impersonal recámara, escuchaba atentamente lo que su doncella tenía para decir.
El Emperador había regresado a los brazos afectivos de sus Concubinos y su esposa. Iría a las habitaciones de las flores en intervalos rigurosos de tiempo, asegurándose de no sobrepasar el límite con ninguno de ellos, siendo completamente justo incluso cuando se trataba del propio KyungSoo (no es que le importara demasiado, de ser honesto). Sus días de visita eran los viernes por la tarde, cuando el gobernante acababa con sus asuntos.
Él iría directamente a su habitación con la cena, se sentaría a su lado y comería en silencio. Ocasionalmente lo miraría y preguntaría por su salud y KyungSoo pasaría de él completamente. Cuando se encontraba de un poco más de humor, KyungSoo respondería sus preguntas con indiferencia, recordando perfectamente que había sido el Emperador quien había corrido con la responsabilidad de la sanación de JiHyun y él mismo. No tanto por él y mucho más por su doncella, KyungSoo se sentía renuente, en deuda, así que se obligaba a mantener cierta formalidad cuando su mente debilitada le recordaba el favor que le debía.
De esta forma, sin quererlo ni darse cuenta de ello, se había formado una especie de rutina extraña que mantuvieron durante los próximos meses. Y no lo malentiendan, KyungSoo no podría perdonar a Kim JongIn por todo el desastre que había ocasionado en su vida, su encierro en aquel lugar y el arrebatamiento de su identidad. Aún lo provocaba, aún se negaba a utilizar las prendas del Imperio del Sur, aún recitaba poemas de su tierra, cantaba canciones de su hogar para sí mismo y se negaba a aprender las danzas típicas de esta nación. Su cabello se mantenía suelto en su mayoría, demostrando su libertad, la falta de ataduras de su estado civil, que no le pertenecía a nadie, el collar de SeungWang aún envuelto alrededor de su cuello y la carta de su hermano bien escondida en su cajón. KyungSoo era rebelde a su manera, pero había aprendido a controlarlo y llevar a cabo un lazo no menos que formal con el hombre.
Mantenía su palabra sin perjudicar su propia determinación y decisión. Lo hacía mientras regulaba los conflictos internos debido a su presencia.
JiHyun se había sentido un poco más tranquila a raíz de esto y fue eso lo que lo motivó a continuar de esta manera.
De esta forma fue posible que KyungSoo se encontrara reunido con el hombre en el jardín del Palacio Principal, uno de pie junto al otro mientras miraba hacia adelante, a las montañas custodiadas por la vasta extensión de árboles y bosques a su alrededor. En esa época, las flores comenzaban a florecer en las raíces de los árboles, se mostraban bellas y delicadas y el suave aroma flotaba dulcemente en su nariz, a su alrededor. Era una escena cautivadora, hermosa, que no le hubiera molestado ver todos los días de encontrarse en plena paz.
El monarca encontró esta imagen sumamente cautivadora y encantadora, un sentimentalismo desconocido abriéndose paso en su corazón agitado. Sin pensarlo dos veces, él extendió una mano y el viento arrojó sobre su palma una de las delicadas flores que flotaban a su alrededor; se volvió hacia el Concubino silencioso y distraído y colocó la bella creación natural y perfumada entre los suaves mechones oscuros.
KyungSoo se sobresaltó y miró al Emperador con grandes ojos de gacela que lo miraron con juicio, sin embargo, el monarca no retrocedió y sonrió amablemente.
—Es hermosa en ti. Llévala, por favor.
Y KyungSoo, que había estado anteriormente distanciado de las situaciones terrenales, simplemente volvió a mirar hacia adelante, a la maravillosa extensión natural que se erguía preciosamente ante ellos.
—Ordené construir este jardín cuando cumplí dieciocho años —dijo el hombre a su lado repentinamente, y aunque KyungSoo no quiso saberlo ni se encontraba especialmente interesado, se encontró escuchando inevitablemente—. Quería que hubiera algo mágico y hermoso en este Palacio lejano e inundado en lujo y extravagancia. Mis padres siempre fueron amantes de demostrar toda su riqueza, exponer lo poderosos que eran ante futuros socios comerciales y enemigos de guerra y vanagloriarse de los beneficios del oro y el lujo, sin embargo, siempre creí que eso era algo sumamente superficial y mundano. ¿Qué podría compararse a la quietud y belleza que brinda voluntariamente la naturaleza? Creí que esto le gustaría a mi futura pareja, además, así que ordené explícitamente que cada detalle fuera sumamente cuidadoso.
Kim JongIn lo miró plenamente, ojos oscuros clavados permanentemente sobre su rostro inexpresivo, sus labios curvándose suavemente ante la terquedad de su persona, paciente y calmado como el agua imperturbable de un lago sereno.
—¿Te gusta?
KyungSoo no lo miró de regreso, pero contestó a su pregunta informalmente.
—Es lo suficientemente bonito y delicado como para distanciar a la gente de los problemas diarios. Supongo que puede ser un espacio de confort y paz.
Kim JongIn asintió con complacencia.
—Eso es justamente lo que deseaba en aquel entonces. Es bueno saber que lo he conseguido.
—Bueno, es una lástima que no vieras los jardines del Palacio de Do, tal vez te habrían gustado aún más.
El Emperador no se sintió ofendido ni replicó violentamente ante el escupitajo venenoso en su dirección, en cambio, miró hacia arriba, directamente al cielo, y asintió suavemente.
—Tienes razón. Seguramente fueron muy hermosos en ese momento... honestamente, me arrepiento de no haberlo visto anteriormente.
KyungSoo lo miró entonces con el ceño fruncido y el corazón retorciéndose en su pecho y sus labios se afinaron por un segundo antes de soltar la presión, negar con la cabeza y continuar admirando la imagen maravillosa ante él.
¿Qué sentido tenía discutir ahora mismo? Ese día KyungSoo se encontraba especialmente agotado. Hacía frío y sus cicatrices responderían al clima con cierta molestia persistente, su mente estaba dispersa, llena de recuerdos del pasado y momentos actuales que se combinaban y hacían un desastre en su cabeza. Por ahora, KyungSoo solo quería estar tranquilo, admirar las flores y desear que el calor empapara su cuerpo en algún momento.
—KyungSoo —lo llamó luego de minutos enteros plagados con el indomable silencio a su alrededor. KyungSoo suspiró y lo miró de reojo, solo para encontrar una mirada seria, honesta y una postura un poco menos rígida—. Nunca deseé lo que ocurrió en ese entonces. Ni la muerte de tu hermano, ni de tu compañero, ni la caída de tu pueblo. Si quieres catalizar tu dolor culpándome, si eso te hace sentir mejor, entonces continúa haciéndolo. Pero realmente hubiera dado todo lo que tuviera a mi alcance para que las cosas no resultaran de esa manera.
KyungSoo sintió un vuelco profundo en su corazón al encontrar la cucharada de sinceridad en su tono, en sus palabras y en su mirada fija y firme. Sus cejas se arrugaron, los hombros se hundieron y, sintiéndose incapaz de soportarlo por mucho tiempo o contestar con su acostumbrada furia y resentimiento, desvió la mirada para enfocarse nuevamente en los árboles y las flores.
Porque mientras pudiera ignorar el peso en su corazón, mientras pudiera desviar su atención y huir del tema principal, podría mantenerse a raya. Las lágrimas se quedarían firmemente guardadas en sus ojos, incapaces de salir.
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.(¸.·' (¸.·'* . El Concubino del
Emperador.
Kim JongIn se había retirado hace horas, dejándolo completamente solo en la inmensidad de sus jardines profundos, donde nadie podría molestarlo y se encontraría en intensa tranquilidad. Él había tenido que irse para atender algunos asuntos importantes; le ofreció acompañarlo de regreso, pero KyungSoo se negó y decidió quedarse ahí, acompañado de sus pensamientos revueltos y la frescura que traía la tarde.
Pensando profundamente en la conversación de esa tarde, KyungSoo no sintió hambre ni sed. Se había sentado en la hierba fresca y permitió que las horas transcurrieran, indetenibles, mientras el cielo se oscurecía y el frío aumentaba.
Finalmente, cuando todo fue azul profundo y las estrellas comenzaron a iluminar el firmamento, supo que era suficiente y que debía volver si no quería preocupar a JiHyun, además, las cicatrices que habían quedado en su espalda comenzaban a doler con la caída del sol y el viento helado.
Se puso de pie, sacudió su ropa y comenzó a marchar hacia el Palacio Principal. A esa hora, el sonido de la noche comenzaba a escucharse firmemente. El ulular, los aullidos, los grillos musicalizando... era una mezcla natural y a la vez terrorífica. KyungSoo apretó los labios y trató de apurar el paso, serpenteando en el camino de vuelta.
¿Quién pensaría que en medio de todo eso, KyungSoo iba a detenerse en seco al escuchar jadeos y ramas pisoteadas demasiado cerca de él?
Frunció el ceño profundamente y echó un vistazo a sus alrededores, mirándolo todo con cuidado en busca de posibles amenazas. Su corazón tronaba en su pecho, su cuerpo tenso se quedó inmóvil, helado, y no pudo detener el impulso de tomar una rama gruesa que se encontraba en el suelo y ponerse en posición, esperando cualquier mínimo cambio en el ambiente.
Llegó un momento después.
Las pisadas furiosas y un salto, fauces abiertas y saliva pendiendo de gruesos colmillos. KyungSoo jadeó y su cuerpo se movió por inercia, las piernas firmes en su lugar mientras sus brazos se lanzaban hacia adelante, golpeando al lobo directamente en el hocico con tanta fuerza que se vio impulsado hacia un lado. El furioso animal cayó al suelo estrepitosamente, se sacudió y luego volvió a cargar seguido de uno, y otro y otro más.
Eran criaturas que cazaban en manada, encontrando la victoria en el trabajo en equipo y KyungSoo solo era un hombre joven y herido cargado con una simple rama endeble. Era imposible salir bien parado de todo esto.
KyungSoo apretó las mandíbulas y volvió a moverse cuando otro lobo cargó directamente sobre él, haciendo uso de los olvidados entrenamientos que había aprendido de su hermano mayor. Entonces, mientras danzaba sobre la hierba en una coreografía mortal, KyungSoo quiso reír y llorar al mismo tiempo. Porque, ¿qué sentido tenía? ¿No había deseado la muerte anteriormente? ¿No había querido reunirse con sus seres amados? ¿Por qué luchar entonces, por qué insistir, por qué se movía tan tercamente para poder seguir respirando algunos minutos más? No tenía sentido, nada tenía sentido.
Era tan irracional. Tan tonto.
Una lágrima se deslizó por su mejilla helada, una sonrisa formándose en sus labios. Indudablemente lamentable.
Jadeó profundamente cuando el filo de un colmillo rasguñó la pálida piel de su brazo, sangre fluyendo con fuerza de la herida abierta. El olor pareció cautivar a los lobos, porque pronto se encontraron atacándolo con una determinación definida, temerosa, uno tras otro, fauces abiertas y patas poderosas propulsándolos violentamente, con vigor y fortaleza. La mente de KyungSoo se volvió un poco más rápida, la concentración a flor de piel, sin embargo, el resultado sería obvio. ¿Qué era un simple humano comparado con numerosas bestias?
Finalmente, estaba a punto de bajar la guardia y entregarse a su destino cuando un resplandor lo iluminó todo y un chillido agudo retumbó en sus oídos. KyungSoo abrió aún más sus redondos ojos y su mirada cayó sobre el Emperador que se batía en duelo con el grupo de animales salvajes, dos espadas en sus manos y una mirada pétrea sobre su rostro atractivo.
Había escuchado de los labios de JiHyun sobre los dotes marciales avanzados del monarca, pero jamás se imaginó este nivel de velocidad, de fiereza y de fuerza. Él era una máquina extraordinaria, extraterrenal, que se deslizaba en el suelo como si flotara, sus pies ligeros sirviendo como una maravillosa ventaja y la extensión de sus brazos fundiéndose en sus espadas gemelas peligrosamente afiladas.
Él se posicionó delante de KyungSoo, protegiéndolo tras su espalda mientras continuaba moviéndose sin descanso.
—¿Qué...? ¿Qué estás...? —trató de formular una pregunta sin éxito, demasiado anonadado por su repentina presencia, por su experiencia en batalla, por su cabello recogido en una simple coleta y su aroma cítrico combinado con la sal de su sudor—.
—¡Rápido, dirígete al Palacio y mantente seguro! —exclamó en cambio, preparándose para acertar otro golpe mortal—.
KyungSoo frunció el ceño de inmediato y negó con terquedad, el carácter y mal humor renaciendo del lugar olvidado en su interior.
—Olvídalo. Te dije en un inicio que no voy a obedecerte jamás. ¡Tú no gobiernas sobre mí!
Tomó entonces su rama con más fuerza y se apresuró a golpear a un nuevo lobo que se preparaba para atacar el costado indefenso del monarca. Este lo miró con sorpresa por un mínimo segundo y luego se movió a su lado para acabar el trabajo.
De esta forma, ambos trabajaron juntos con un mismo propósito y fin. El Emperador deseaba mantenerlo con vida, pero KyungSoo lo hacía por una cuestión de honor y orgullo. Él no podía ignorar una deuda, tampoco podía olvidar que era este hombre quien le había salvado la vida. Y es que tal vez podría estar enojado con él, tal vez podría odiarlo y sentirse indignado con su presencia, pero él no lo iba a dejar a un lado cuando había asistido a su lado para ayudarlo, no podía hacerlo. SeungSoo tenía razón al decirle que era un niño de corazón blando.
Además, parecía ser que las palabras de Kim JongIn durante el día habían provocado algo en su pecho, en su corazón. KyungSoo era un lío revuelto en su mente, incluso podría arrepentirse de hacer esto más tarde, pero por ahora demostraría de lo que estaba hecho, lo que había aprendido en su hogar junto a su hermano. Le iba a enseñar que, de hecho, KyungSoo no era un hombre frágil y que tenía principios.
Encontrándose especialmente enfrascado en un enfrentamiento con uno de los animales más grandes y violentos, KyungSoo no notó que había un lobo más a su espalda. Kim JongIn, teniendo una buena vista y rápidos reflejos, cambió la dirección de su ataque y se dirigió hacia él en busca de detener el ataque sorpresa.
Un jadeo profundo y el chillido del lobo moribundo lo sacó de su ensimismamiento, y cuando giró el cuello para comprobar lo que había ocurrido, se encontró con un baño de sangre, las telas caras del Emperador empapadas en carmesí y el cuerpo del animal en el suelo, sin vida.
Kim JongIn apretó la mandíbula y volvió a atacar no mucho después, aún cuando la nueva herida entorpecía sus movimientos anteriormente elegantes y letales. KyungSoo maldijo por lo bajo, dejó caer la rama a un lado y le arrebató una de las espadas al monarca, luchando con ella en su lugar mientras él afirmaba su agarre en la empuñadura del brazo bueno y continuaba luchando tercamente.
De esta manera, intensos minutos después pudieron hacerse con la mayor parte de los cazadores. El resto del grupo de lobos se dio por vencido y huyó a los bosques, dejándolos atrás.
Con el corazón agitado y la adrenalina fluyendo con fuerza en su cuerpo, KyungSoo dejó caer la espada teñida de un profundo rojo y jadeó pesadamente. A su lado, el Emperador gimió y llevó su mano buena a la herida abierta, que sangraba sin parar de forma preocupante. KyungSoo lo miró de reojo solo para encontrarlo arrodillado en el suelo, presa del dolor.
Debía ser una herida realmente grave si se encontraba en este estado. Ciertamente, este era un hombre que no demostraba debilidades físicas en el campo de guerra, contaba con numerosas cicatrices en su cuerpo y más historias aterradoras que cientos agradables, así que verlo de esta manera lo había desconcertado.
KyungSoo suspiró, acomodó su expresión en algo totalmente en blanco y se agachó para tomarlo, alzarlo y apoyarlo en su costado. El Emperador trató de alejarse, sin querer que él cargara con su peso, pero KyungSoo afirmó su agarre aun más y le lanzó una mirada sagaz.
—Quédate quieto o nos caeremos. No seas una carga para mí —aunque sus palabras fueron duras, su tono había salido extremadamente suave—.
Y es que KyungSoo no quería reconocerlo, pero se encontraba agradecido y terriblemente confundido. Él había llegado a ese lugar y lo había salvado, además, está herido por su culpa. Todo en su mente era un completo caos. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo debía actuar? Este hombre que había traído la desgracia a su vida era el mismo que nunca lo trató de mala manera o hizo algo indebido cuando estaba en su derecho como su Concubino, que lo llenaba de regalos y soportaba sus insultos con calma, que ahora también le había salvado la vida dos veces y que, según sus palabras, lamentaba la caída de su pueblo.
KyungSoo no sabía qué debía creer, con qué Kim JongIn quedarse. Todo en este camino era tan nublado e inseguro.
KyungSoo desearía tener a su hermano mayor a su lado para pedirle un consejo y saber qué hacer al respecto.
Sin embargo, él no estaba aquí y debía continuar adelante completamente solo, tanteando el terreno que pisaba y siendo responsable de las consecuencias de sus acciones.
—¿Te encuentras bien? ¿Estás herido? —preguntó el Emperador por lo bajo, su aliento cálido golpeando la piel de su cuello debido a la posición desgarbada contra él—.
KyungSoo parpadeó, y un pinchazo comenzó a mostrarse en su brazo a medida que la adrenalina se disipaba.
—Nada demasiado grave. No te preocupes por mí, puedo soportarlo —a pesar de esto, los ojos del monarca persistieron sobre su rostro, dejándolo un poco inquieto—.
—Lo siento. Debí haber llegado antes.
KyungSoo negó con la cabeza y volvió a apretar el agarre sobre su brazo cuando lo sintió resbalándose a un lado. No era fácil movilizarse con un hombre tan alto y musculoso a cuestas, sobre todo para un hombre receptor, que si bien era fuerte, aún era inferior en fortaleza contra un hombre normal, pero KyungSoo había entrenado arduamente toda su vida y podría soportar este peso extra, aún siendo tan pequeño y ridículamente menudo.
—No fuiste tú quien decidió quedarse aquí durante tanto tiempo y completamente solo, no lo lamentes.
—De todas formas, debí haber dejado a alguien aquí para que te protegiera.
—Bueno, no se puede vivir de "debí hacer esto" o "debí hacer aquello". Lo que pasó pasó, no hay nada que hacer al respecto.
En silencio, ambos se dirigieron hacia el Palacio. En las puertas custodiadas por guardias, fueron recibidos por un furor extremo. De pronto había vuelto el Emperador junto a su Concubino y el monarca se encontraba herido, ¡qué escándalo! Todos se encontraban agitados, completamente nerviosos incluso cuando el propio Emperador se hallaba consciente.
Los guardias lo alejaron de KyungSoo y lo llevaron a sus habitaciones con la finalidad de ser tratado médicamente, sin embargo, Kim JongIn giró el rostro y tomó la mano de un KyungSoo abandonado.
—Ven conmigo —le pidió en un hilo de voz y KyungSoo se quedó completamente quieto en su sitio, mirándolo fijamente a los ojos—.
El silencio fue absoluto en medio de la entrada al Palacio. Los guardias, ministros y criados que habían aparecido lo observaron cuidadosamente, esperando un rechazo o desplante especialmente amargo y grosero. KyungSoo, sin embargo, contra todo pronóstico asintió y caminó detrás de él, siguiendo de cerca al grupo que movilizaba al agotado hombre.
Mientras caminaba por los pasillos lujosos, sobre alfombras extranjeras de calidad inigualable y numerosas habitaciones cerradas, dirigiéndose a un lugar desconocido para él, KyungSoo mantuvo su silencio y su rigidez. Se sentía un poco incómodo y desamparado ahora que no había nadie de confianza a su lado, sabiendo que se dirigía a la zona más importante de todo aquel imperio. Él nunca habría pensado que esto estaría ocurriendo, y, a pesar de ello, aquí estaba, dando pasos seguros hacia la alcoba del monarca.
Un tiempo después, cuando tuvieron suficiente de pasillos largos y puertas cerradas, el grupo de guardias se detuvo en una puerta en específica. Ahí se encontraba JiHyun, de pie tras un pilar grueso y largo, con el rostro pálido mientras lo buscaba en la multitud. KyungSoo le sonrió suavemente cuando su mirada entró en contacto con la de su doncella y notó como sus hombros se hundieron con evidente alivio.
Entró en la habitación cuando esta fue abierta y se quedó junto a la puerta mientras colocaban al Emperador en la cama y las criadas entraban para deshacerse de sus botas y su ropa excesiva. Finalmente, cuando su cuerpo solo era cubierto por los delgados pantalones interiores, Kim JongIn los detuvo y ordenó suavemente.
—Pueden salir. Si lo creo necesario llamaré al médico.
Viéndose con angustia y complicidad, los criados y los guardias obedecieron y retrocedieron los pasos que ya habían dado. Una doncella cerró la puerta a su espalda y entonces fueron ellos dos los únicos en ese lugar.
Se observaron por un largo tiempo, midiendo y pensando sobre las acciones del contrario en completo silencio.
Kim JongIn tenía un cuerpo atlético, KyungSoo no tarda en notar. Era delgado, pero estaba lleno de músculos que había ganado con un constante entrenamiento físico. Su piel estaba bañada en cicatrices que ya esperaba y el color dorado se extendía por los confines de su anatomía, llenando su cuerpo de un color peculiar y totalmente sensual y llamativo. Y justo sobre su bíceps, bajando hasta su antebrazo, la herida abierta que llenaba de sangre sus pantalones anteriormente blancos.
KyungSoo suspiró y decidió dar el primer paso, acercándose a él silenciosamente. Tomó una de las cazuelas con agua que había traído una de las doncellas consigo y un paño junto a esta, lo mojó en el agua tibia y se dirigió hacia el Emperador, que aguardaba en completo silencio, siguiendo sus movimientos con sus ojos oscuros.
KyungSoo no lo miró a la cara cuando comenzó a limpiar la herida con suavidad. Su rostro en blanco se encargó de no exponer el lío de sentimientos y pensamientos que corrían con desesperación por su mente y su corazón. La cazuela pronto se llenó de agua y sangre y KyungSoo pudo ver la profundidad de la herida.
—Necesitará ser cosida luego de desinfectarla —le hizo saber luego de examinarlo y el Emperador asintió suavemente, sin dejar de observar su cara—.
—Si sabes cómo hacerlo, ¿puedes encargarte?
KyungSoo frunció un poco los labios, pero terminó por asentir nuevamente.
Así, pues, les pidió a las doncellas atentas una bandeja con aguja e hilo, ungüentos esterilizantes y desinflamatorios, vendajes y una nueva palangana de agua con un paño limpio. Fue JiHyun quien le llevó todo aquello y KyungSoo fue libre al agradecerle por su trabajo.
Nuevamente junto al Emperador, sus dedos se movieron con destreza impersonal sobre su brazo. Se hizo cargo de la herida más grande y profunda, cosiendo con dedos diestros las dos partes de carne ahora limpia. Kim JongIn no produjo ni un solo sonido en el proceso, aún cuando la aguja atravesó su piel numerosas veces, se mantuvo muy quiero y callado mientras KyungSoo trabajaba.
Se habían sumido demasiado fácilmente en un estado de paz temporal. KyungSoo no tenía necesidad de ser arisco y el Emperador había mantenido su lengua dentro de su boca para no provocarlo. Así pues, fue fácil convivir en el mismo espacio sin apuntar a la garganta del contrario constantemente y KyungSoo no sabía qué hacer con esa información.
Encontró que, de hecho, no era tan terrible y que su corazón había dejado de sentirse pesado luego de que la deuda era saldada con sus atenciones. Después de cuidar de él dos veces y resultar herido en esta ocasión, KyungSoo por fin podría sentirse a mano con él, libre de deudas mientras esparcía el ungüento en la herida ahora cerrada y se hacía cargo de limpiar otras más pequeñas.
Cuando acabó de revisar sus lesiones, KyungSoo alejó sus materiales de trabajo y se volvió hacia él con serenidad.
—He terminado. Deberías dejar que tus doncellas te den un baño ahora.
Kim JongIn asintió suavemente y sus labios formaron una sonrisa gentil.
—Lo haré. Muchas gracias, Príncipe KyungSoo.
Y fue ese título, ese llamado en voz baja, tono grave, lo que sacudió cada una de sus células tranquilas.
Era la primera vez que este hombre se dirigía a él de esa manera, con su antigua posición social, dejando a un lado la nueva identidad que le había dado, reverenciado y aceptando sus raíces. KyungSoo se había quedado sin aliento y lo había mirado directamente a los ojos con los labios entreabiertos y el corazón acelerado.
Finalmente, cuando creyó que era demasiado y sintiendo temor por la ligereza que sentía en ese instante, él terminó por asentir y formó una reverencia mínima, apenas catalogada como tal.
—Descansa, Kim JongIn.
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