Capítulo 28
Incluso cuando el tiempo había transcurrido lo suficiente como para permitirle sanar y encontrar de nuevo la calma, KyungSoo no fue capaz de olvidar el sentimiento que había traído consigo la noche donde todo lo que conocía se derrumbó por completo.
No podía olvidar los gritos, los pasos corriendo por el pasillo, los alaridos de los guardias, la petición para sacarlo del palacio. No podía olvidar el fuego, el choque de las espadas, las muertes, los cuerpos sin vida en el suelo frío de invierno. La despedida de SeungWang, el cadáver de su hermano.
KyungSoo jamás podría dejar atrás aquello, jamás podría tacharlo completamente de su mente. Estaba incrustado en sí mismo, era su propia experiencia traumática incapaz de ser desalojada de su ser. Todo aquello vivía en él, existía día a día, apareciendo de vez en cuando para dejarlo en un estado de alarma y penumbra durante las noches más frías y oscuras.
Él había pensado que, siempre y cuando no volviera a repetirse, podría vivir con ello, sanar y reponer los baches de su mente durante el transcurso de los años. Pero nada lo había preparado para sentir en carne propia, por segunda vez, la desesperación y agitación de aquella magnitud.
El mordisco del miedo calando su corazón y paralizando su cuerpo helado.
La puerta de su habitación se deslizó con un ruido retumbante que lo despertó y sobresaltó de inmediato. Su corazón acelerado dolió mientras corría frenéticamente en su pecho y sus ojos se posaron sobre los numerosos guardias que entraban rápidamente y comenzaban a tomar un abrigo adecuado y sus zapatos.
Los ojos de KyungSoo corrieron hacia su guardaespaldas, HyeSoo, cuando lo tomó por el antebrazo y levantó de un solo movimiento. Su voz se había apagado y su cuerpo se mantenía rígido mientras su mente traía a colación los recuerdos inoportunos de la caída de su reino.
—Su Alteza, levántese rápido. Debemos salir de aquí, lo están esperando ahora mismo.
Los labios de KyungSoo se movieron y ningún sonido salió de ellos; él fue manejado por manos rápidas y eficaces y antes de darse cuenta estaba bien abrigado y calzado y comenzaban a salir de la alcoba con rapidez.
En el pasillo el ruido era claro. Llantos, exclamaciones, espadas impactando y fuego creciendo en altas llamaradas peligrosas que se veían a través de los cristales temblorosos de las ventanas.
La nieve inmaculada estaba teñida de sangre una vez más y KyungSoo era conducido por un camino terrible e insoportable por segunda vez.
Sus ojos ampliados por el shock se movieron por toda la escena cruda en su jardín, en los patios y estancias importantes del Palacio Principal. Sus árboles favoritos habían sido quemados y destruidos, las doncellas que lo atendían corrían despavoridas entre llantos y gritos dolorosos y los eunucos, que fueron sus aliados en el pasado, estaban escondidos en algún lugar.
No había rastro de los Ministros ni de JiHyun por ninguna parte y su temor se ampliaba, crecía y tomaba una forma retorcida que le arrebataba el aire y la capacidad de coordinar y pensar correctamente.
Solo una cosa pareció ser coherente en su mente, y su boca no pudo evitar pedir por ello.
—Kim JongIn... JongIn...
—El Emperador no se encuentra en el Palacio. Debemos continuar adelante, Alteza.
Él no estaba. Su Emperador no se encontraba en ninguna parte y él estaba siendo llevado a algún lugar mientras todo era un desastre en el hogar de su prometido. En su segundo hogar.
Hyung-nim no estaba cuando me sacaron de mi habitación; hyung-nim no estaba en ningún lugar y lo perdí. SeungWang me dejó ir y él se quedó solo atrás y entonces también lo perdí. Cuando huyo, termino perdiendo a quienes amo; no puedo irme y dejar atrás a JongIn y JiHyun. No a ellos. No de nuevo.
KyungSoo entró en sí mismo cuando este pensamiento llegó y pronto se zafó del agarre que mantenía HyeSoo en su brazo y retrocedió dos pasos. Sus cejas se fruncieron y sus puños se apretaron a cada lado de su cuerpo.
Detrás de él, la batalla se desarrollaba sin interrupciones. El zumbido de las flechas vibraba en sus oídos y la sangre salpicando el suelo era algo que jamás podría olvidar.
—Déjame aquí. No me iré a ningún lado.
—¡Alteza, no podemos dejarlo atrás! Debemos irnos, ¡rápido!
KyungSoo dejó un manotazo sonoro en la mano que se había extendido hacia él y volvió a retroceder.
—He dicho que no iré a ninguna parte. Denme una espada y lucharé también; no pienso esconderme de nuevo —dijo con contundencia, su cuerpo erguido hablando sobre la seriedad de sus palabras y la terquedad tangible en ellas—.
HyeSoo pareció notablemente contrariado. Miraba a los guardias que se habían detenido a su alrededor para protegerlo de cualquier peligro y luego sus ojos cayeron sobre él una vez más. KyungSoo no se movió, no dijo nada más y se plantó con firmeza en su lugar.
—Señor —pidió suavemente en un susurro bajo y KyungSoo endureció aún más sus rasgos—, señor, por favor...
Entonces, repentina e inesperadamente, un par de manos lo tomaron desde atrás, rodeando sus piernas y alzándolo hasta caer sobre un fuerte y ancho hombro y su respiración se detuvo por un momento mientras era transportado de esta manera, totalmente en contra de su voluntad.
—Vámonos rápido. Ellos no tardarán en llegar —ordenó el guardia, su voz amortiguada por una máscara plateada que le cubría el rostro por completo—.
KyungSoo se removió en su lugar, golpeando la espalda ancha del hombre con fuerza mientras las lágrimas salpicaban sus mejillas y corrían con impotencia sobre su rostro helado.
—¡No, déjame aquí! ¡Déjame, bájame ahora mismo! ¡No voy a irme, no me iré! Es una orden, ¡déjame ir!
Fue ignorado por completo y sacado del palacio en medio de un despliega inteligente que esquivó flechas y amenazas latentes. KyungSoo se encontraba desesperado. De pronto, no sabía en quien confiar. No conocía a este hombre y, sin embargo, parecía que lideraba a HyeSoo y su grupo.
¿Eran ellos la amenaza? ¿Todo este tiempo ellos se habían estado escondiendo aquí?
El aumento de guardias tras la partida del oficial Jang, el Capitán Oh y el General Choi trabajando nuevamente en la frontera, la salida del Emperador... ellos no eran sus guardias, ellos eran el enemigo.
KyungSoo se sintió increíblemente estúpido.
Todo este tiempo había sido vigilado de cerca, estudiado y acechado y él no de había dado cuenta de nada. ¿Dónde estaba su entrenamiento y las enseñanzas del oficial Jang? ¿Qué mierda ocurría con él y su idiotez?
KyungSoo gritó y lloró con fuerza, lamentando profundamente su ingenuidad y su descuido.
Él era un estúpido. Era un estúpido y por su culpa esta gente inocente moría.
¿Cómo pudo pensar en ser feliz? La felicidad no estaba permitida para alguien maldito como él. KyungSoo era un amuleto de mala suerte y todo aquel que se encariñaba demasiado terminaba siendo herido por su culpa.
El hombre se separó del grupo de falsos guardias que los cubrían y corrió directamente hacia el Paso de las Glicinias. En ese lugar las exclamaciones y sonidos de muerte se escuchaban lejanos y el silencio tembloroso era roto por sus bajos sollozos y jadeos pesados. Había un caballo esperando por ellos al final del paso, sin embargo, antes de llegar a él y en medio del lugar que servía como un santuario y una zona de meditación, el hombre lo bajó suavemente de su hombro y lo sostuvo en su lugar con firmeza, las manos apretando su cintura para que no se moviera de su sitio.
Él se dirigió a KyungSoo con voz desconsolada, temerosa, profundamente afectada.
—Alteza, ¿por qué estás llorando de esta manera cuando no hacemos más que ayudarte? ¿Qué está mal?
KyungSoo quería reír y gritar. Ayudándolo. Era gracioso, era extremadamente gracioso.
Sus ojos inyectados en sangre y lágrimas lo miraron con fuerza; sus mejillas se sentían húmedas y frías y la ira se cocinaba en su interior a fuego alto.
—¿Ayudándome? ¿Cómo me puedes ayudar haciendo esto? ¡¿Matando gente inocente, incendiando el hogar de tantas personas?! ¡¿Cómo me estás ayudando?! ¡¿Cómo puede ser esto algo bueno?! ¡¿Qué demonios pasa contigo?!
Y, preso de sus sentimientos tormentosos y revueltos, KyungSoo estiró una mano y golpeó el rostro del hombre. La máscara plateada cayó al suelo y todo lo que tenía que decir quedó atrapado en su garganta.
Había una cicatriz enorme en la mejilla derecha, otra más pequeña en la comisura de sus labios y un gran corte que nunca pudo sanar correctamente en su cuello, en una zona mortal y crítica que seguramente causó muchos problemas y preocupaciones. Un par de ojos oscuros y brillantes lo miraban libremente, con pena, con preocupación y un afecto que no había sido disuelto en esos años de separación.
Su corazón dio un vuelco y de sus labios salió un jadeo pesado, doloroso, notablemente tembloroso. Una de las manos que lo sostenían viajó a su mejilla y secó las nuevas lágrimas que la bañaban con cuidado; KyungSoo no pudo apartar la mirada ni reprimir el temblor de su cuerpo. Él no pudo detener sus propias manos moviéndose hacia la ropa del alto, apretándola con fuerza, ni tampoco el sollozo terrible, extremadamente doloroso que escapó de su boca.
—SeungWang.
.
—¿Cómo es posible? Tú moriste, moriste y me dejaste, ¿por qué...? ¡¿Por qué tienes su rostro?! ¡¿Por que apareces de repente?! ¡¿Por qué ahora?! ¡¿Por qué?!
KyungSoo lloró aún más fuerte. Golpeó su pecho con fuerza y se removió en el agarre de hierro que le impedía alejarse.
Había sentimientos encontrados luchando terroríficamente en su corazón y no sabía qué hacer con todo esto.
De repente, Jung SeungWang estaba vivo, la tablilla que había en ese mismo lugar no tenía sentido y todo lo que él había creído era incorrecto. Las cosas habían girado dolorosamente en cuestión de segundos y él no sabía qué hacer, qué decir, qué pensar o qué sentir.
¿Qué podía hacer? Alguien como él, ¿qué podía hacer en esta situación?
SeungWang tiró de su cuerpo hacia el suyo y lo abrazó con fuerza, lo dejó llorar en su pecho y le besó el pelo repetidas veces. KyungSoo terminó por rodear su cintura, hundirse en la amplitud de su ser y desahogar todo lo que tenía anudado en su alma y corazón atormentados.
—Lo lamento. Lo siento. Discúlpame, te he dejado solo por mucho tiempo. Te he hecho sufrir tanto. Lo siento, KyungSoo, lo siento tanto. Perdóname.
—Te fuiste... mi hermano se fue y tú nunca viniste por mí. Te tardaste tanto, ¿por qué tardaste tanto? —susurró contra su pecho y sintió como algo húmedo se deslizaba por su sien—.
KyungSoo lo apretó con más fuerza e inhaló su nuevo olor, anhelando el recuerdo del cuero que lo llevaba a casa y lo hacía sentir seguro en su juventud.
—No fue mi intención tardar tanto y, sin embargo, lo hice; fue inevitable, no pude hacer nada al respecto—KyungSoo abrió los ojos cuando SeungWang lo alejó suavemente de su pecho y su mirada se encontró con la suya de inmediato. Ambos sufriendo, siendo el reflejo del otro, no eran nada más que una imagen triste y melancólica que nadie podría soportar ver por demasiado tiempo. SeungWang le acunó la mejilla y KyungSoo colocó su mano sobre su dorso, apoyándose en ella con prontitud—. Te extrañé tanto durante todo este tiempo, te anhelé tanto. Quería volver a ti, verte libremente y no obtener simples vistazos lejanos en la capital; quería abrazarte, hablarte, sostenerte de nuevo en mis brazos, besarte y mantenerme siempre a tu lado.
»No hubo un solo día en el que no pensara en ti. No hubo un solo día sin desearte. Alteza, siempre estuviste en mi corazón.
Era demasiado. Aún era desconcertante.
KyungSoo no pudo moverse, pensar, hablar. No pudo dar un paso atrás y retroceder cuando el rostro maltratado de SeungWang se inclinó y juntó sus labios suavemente, apenas un toque que evocaba memorias pasadas de un beso que sabía a despedida y tragedia.
Él cerró los ojos, suspiró y sintió la frialdad de los labios agrietados de SeungWang presionando los suyos. Era inocente y delicado, extremadamente suave y buscaba ser reconfortante... pero KyungSoo no se sentía reconfortado, seguía existiendo frío en su cuerpo y su corazón acelerado guardó culpa.
Esto no era lo que había esperado sentir y, no obstante, era adecuado.
KyungSoo se alejó entonces y bajó la mirada. El agarre de SeungWang se aflojó un poco y, por el contrario, KyungSoo apretó aún más la tela áspera de su ropa en un par de puños pálidos.
—Alteza...
—Lo siento. SeungWang, lo siento. Yo no te esperé el tiempo suficiente —las manos de SeungWang se alejaron de su cuerpo, cayendo a cada lado de sí mismo sin fuerzas, completamente laxas y débiles. KyungSoo tomó valor y alzó la mirada, clavando sus ojos en aquellos atormentados y dolidos que eran tan importantes para él—.
—¿Es por el Emperador? —preguntó con debilidad Y KyungSoo apretó los labios, pero asintió lentamente— Pero él te alejó... él te trajo aquí y te mantuvo apresado; se va a casar contigo, Alteza, él...
—Yo acepté casarme con él —admitió y algo pareció romperse en su interior al ver la mirada confundida y lastimada del mayor—. Lo quiero como una vez te quise.
—¿Le quieres? Pero el concubino Hao dijo...
KyungSoo compuso un ceño fruncido al escuchar el último susurro e imposiblemente sus manos se aferraron a él con mucha mas fuerza, instándolo a continuar.
—¿El concubino Hao? ¿Qué te dijo él, SeungWang?
—Dijo que estabas aquí contra tu voluntad, que el Emperador te había obligado a casarte con él, que estabas preso en este Palacio. Dijo que la anterior Emperatriz intentó asesinarte, dijo que fuiste castigado a latigazos y obligado a acostarte con el Emperador... yo escuché los rumores de bodas, te vi siendo escoltado por numerosos guardias cuando ibas a la capital, vi tu expresión ausente y triste. Reuní un pequeño grupo de guardias que sobrevivieron a la caída, entrenamos, averiguamos y finalmente vinimos por ti. Te dejé pistas, Alteza, para que supieras que estaba vivo y que iría por ti, dejé la nota, a HyeSoo y el colgante... pensé que eras infeliz y por eso decidí venir.
Odio fundido circuló en su interior con cada nueva palabra saliendo de los labios de SeungWang. El concubino Hao, lleno de resentimiento y vergüenza planeó una venganza perfecta durante todo este tiempo y KyungSoo jamás sospechó de él.
Era culpa de ese maldito hombre que todo esto estuviera ocurriendo, que tantos inocentes ya hayan perdido la vida. KyungSoo quería matarlo con sus propias manos y maldecirlo tan fuerte que jamás sería capaz de entrar a la rueda de la reencarnación y tener una nueva oportunidad en este mundo.
—Alteza.
KyungSoo frunció el ceño y negó de inmediato.
—Nada es cierto. Fue él quien me golpeó con un látigo, el Emperador me salvó y mantuvo con vida todo este tiempo. SeungWang, nada de lo que te dijo era verdad, absolutamente nada de ello era real. SeungWang, por favor, debes detener a tus hombres. Todas esas personas están muriendo en vano. Prometo hablar contigo adecuadamente cuando todo termine, pero por ahora debes ayudarme a que todo esto se detenga.
»No debemos permitir que estas personas sufran lo mismo que sufrimos nosotros. Por favor.
SeungWang solo se tomó un momento para procesar toda la nueva información. Miró fijamente a KyungSoo y luego de un segundo de tensa ansiedad, asintió de fofma distante.
—Sí... sí, tienes razón. Los detendré de inmediato.
KyungSoo dio un paso atrás mientras SeungWang sacaba de su seno un pequeño cuerno, lo llevó a sus labios y sopló con fuerza. Un sonido especial llenó sus oídos, profundo y contundente y no mucho después llegó HyeSoo sobre un caballo, galopando a toda velocidad con el ceño fruncido.
—¡Señor, Su Alteza! ¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué no se han marchado aún?
SeungWang se giró hacia él y KyungSoo notó aquello que había olvidado de ese hombre: la estela de un Capitán, su firmeza y dureza al emitir órdenes. Fue entrañable.
—Dile a todos que se detengan. Daremos marcha atrás y esperaremos el castigo que nos corresponde.
KyungSoo frunció el ceño y lo tomó de la mano con firmeza.
—... ¿Señor?
—SeungWang, ¿de qué castigo hablas?
SeungWang no lo miró, pero cuando habló lo hizo con determinación y solemnidad.
—Hemos irrumpido en este lugar bajo falsas acusaciones. Asesinamos inocentes e intentamos secuestrar al próximo Consorte Real. Recibiremos lo que merecemos, así que, HyeSoo, obedece.
HyeSoo pareció comprender entonces y un asentimiento firme fue obsequiado antes de tirar las riendas del caballo y volver al palacio a toda velocidad.
—Cuando eso ocurra —susurró KyungSoo una vez se encontraron solos—, me quedaré a tu lado. No voy a dejarte solo de nuevo, no te dejaré morir, SeungWang.
SeungWang giró el rostro y lo miró una vez más. A pesar de la tristeza, del dolor y de la decepción, él sonrió; y aunque su rostro había sido cortado y desgarrado, aunque su luz se había atenuado, KyungSoo lo encontró melancólicamente hermoso.
—Gracias, Alteza.
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Cuando Kim JongIn llegó al palacio, este estaba siendo consumido por las llamas mientras la muerte se extendía sobre el suelo ensangrentado.
Las noticias volaron rápidamente a sus oídos y su cuerpo entero se tensó. KyungSoo no estaba, había sido sacado de sus habitaciones y empujado al exterior mientras todo se llevaba a cabo fuera.
Kim JongIn gruñó, empuñó su sable y cabalgó rápidamente, siendo seguido de cerca por dos arqueros que cubrían su espalda.
Dio muerte a las caras desconocidas portando el uniforme de la guardia del Sur y dejó a cargo al oficial Jang del revuelo en el palacio. Cabalgó con rapidez entre patios y jardines, buscando una sombra, un pequeño cuerpo en medio de las luces naranjas y el frío del invierno.
En ese momento, el hombre amable y racional había retrocedido, dándole paso a la bestia temible que reinaba en la guerra. A la Gran Muralla, el terrible dragón que sometía las tierras y las obligaba a cumplir su voluntad.
No había espacio para pensamientos coherentes. La adrenalina y la ira lo dominaba mientras un pensamiento claro llenaba su mente. Él traería de vuelta a su prometido sin importar las consecuencias.
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Hubo muchos factores que influyeron para darle paso a la llegada de la desgracia.
Podría deberse al descontrol del momento, a la poca luz que proporcionaba el Paso de las Glicinias en ese ángulo, a la incapacidad de procesar de forma inmediata lo que ocurría debido a sus sentimientos nublando su mente. Podría deberse a varias cosas y, no obstante, Kim JongIn no podía elegir una de ellas para señalar, porque todo había sido culpa suya.
Ahora que puede pensarlo mejor, KyungSoo no estaba forcejeando, no se movía ni parecía molesto o agitado. Él sujetaba al segundo hombre, lo miraba a la cara y hablaba con él con aparente suavidad. Y, sin embargo, Kim JongIn había sido demasiado impulsivo e irracional, él los había visto y aún así lo ordenó.
Fue su culpa.
No había nada que pudiera excusarlo.
Todo había sido su culpa.
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El sonido de la flecha cortó el aire antes de que cualquiera pudiera verla.
KyungSoo había girado al escuchar el relinchar de un caballo y la voz teñida de odio del Emperador y luego, un segundo después, escuchó el impacto a su espalda.
KyungSoo pudo sentir el viento frío que la flecha había provocado al pasar a su lado. El roce había rasgado una zona de su abrigo y luego todo había terminado. Aunque lo quisiera, KyungSoo no podría haber hecho nada. No hubo tiempo para pensar, para actuar. Simplemente todo estaba bien un segundo y al siguiente todo había sido destruido violentamente.
Como si todo fuera a destiempo, KyungSoo volvió a girar el rostro sintiendo la palidez y la frialdad subiendo por su cuerpo, apegándose a su piel, congelando su corazón. KyungSoo no fue capaz de escuchar nada más, de ver nada más que a SeungWang siendo atravesado por esa flecha, la sangre salpicando el suelo y la expresión sorprendida del excapitán impresa en su rostro antes de caer de rodillas.
KyungSoo se sintió entumecido. No pudo descubrir las lágrimas corriendo sobre sus mejillas ni el temblor de sus manos y sus labios, no fue consciente del silencio sepulcral del Emperador; no pudo ver nada más que la vida escapándose de la mirada de SeungWang delante de él, de recorrer el hilo escarlata que escapaba de su boca entreabierta y notar, más allá, la tablilla que había hecho en honor a ese hombre tiempo atrás.
Era irónico. Era realmente irónico.
Sintiendo las piernas débiles, KyungSoo cayó de rodillas sobre el suelo y el movimiento causó un rayo de dolor que lo sacudió por completo. No importó, sin embargo, y como había sucedido con su hermano, tomó el cuerpo aún cálido de SeungWang entre sus brazos y lo llevó a su pecho.
Lo abrazó con fuerza, lo apretó, extendió sus manos sobre la espalda fuerte en busca de una respiración inexistente y sus manos se llenaron de sangre caliente.
No estaba. Se había ido.
SeungWang solo había estado ahí por un momento tan efímero, había volcado su realidad y llenó su corazón de intensos sentimientos y luego se fue. Esta vez de verdad, esta vez para siempre.
Se fue y era doloroso, se fue bajo la mirada de KyungSoo, sin poder hacer nada.
KyungSoo había prometido que no lo dejaría morir y aquí estaba su cuerpo inerte contra el suyo. KyungSoo le había prometido que hablarían y ya no podría escuchar más su voz. KyungSoo quería pedirle que fuera feliz y viviera plenamente sin él en su corazón y ya no podía hacerlo, él no podría escucharlo. Solo era un cascarón vacío que sería dejado atrás mientras la vida continuaba su curso.
Su voz solo había sido una caricia momentánea, un consuelo efímero antes de detenerse.
Fue entonces cuando sintió: el dolor profundo desgarrándolo de nuevo, rompiéndolo y desarmándolo aún más que la primera vez, las lágrimas corriendo salvajemente por sus mejillas y el frío.
Tanto frío.
—¡Aaaaaaaaaahhhhhhhh! —gritó con todas sus fuerzas, exponiendo su dolor, su pérdida—.
A algunos metros de distancia, el Emperador tembló y palideció de inmediato, notando su error, pero nada importaba. Ya no había nada que hacer.
Esa noche, la primera nevada llegó mientras el incienso que se quemaba en el altar de Jung SeungWang ardía.
KyungSoo gritó como nunca antes lo hizo, con impotencia, con sufrimiento, cristalizándose y fragmentándose en cientos de pedazos dispersos en ese lugar.
. .· ´¸.·*´¨) ¸.·*¨)
.(¸.·´ (¸.·'* . El Consorte del
Emperador.
KyungSoo no permitió que nadie tocara el cuerpo de SeungWang.
Él mismo se encargó de transportarlo, retirar la flecha que había atravesado su corazón y bañarlo con sus propias manos. JiHyun, que había sobrevivido a la emboscada, le había proporcionado una túnica suave y delicada de color blanco y KyungSoo cubrió su cuerpo con ella. Peinó el largo cabello del antiguo Capitán con su propio peine y lo ató en una coleta alta, justo de esa manera que él solía usar en su juventud; también colocó alrededor de su mano el colgante que le había dado hace un tiempo, a juego con el original que estaba en su cuello lleno de cicatrices.
Ya que no podía hacerlo por sí mismo, aceptó que el oficial Jang le ayudara a envolverlo en una tela gruesa y también blanca; luego, cuando acabaron, él volvió a cargarlo y lo condujo hacia el lugar adecuado. Lo acomodó una vez más y dejó su mano sobre su pecho inmóvil por un segundo antes de dar un paso atrás.
JiHyun le pasó la antorcha en silencio y con la mirada baja y KyungSoo la tomó sin decir nada; se inclinó y dudó por un segundo, sin embargo, no había razones para detenerse. La llama abrazó la madera y pronto el cuerpo ardió.
JiHyun lo tomó del brazo y lo obligó a retroceder. Ella lo abrazó mientras alguien le quitaba la antorcha (¿el oficial Jang?) y KyungSoo observó cómo SeungWang era consumido por las flamas.
El funeral había sido exitoso.
El Emperador no se dejó ver en la ceremonia.
.
Tres días después, KyungSoo empacó sus cosas y las guardó en un bolso de viaje.
Llevaba lo justo y necesario: ropa, un par de zapatos, abrigos sencillos y algunas joyas que podría vender o intercambiar por alimentos en el futuro.
Una vez estuvo listo, KyungSoo miró su habitación y sus ojos cayeron sobre el escritorio. Pensándolo por un momento, se acercó a él, se sentó en su lugar acostumbrado y abrió el cajón donde guardaba sus cosas. Extrajo un rollo de pergamino sin usar y tinta para moler y sus movimientos se detuvieron al notar ese rollo en específico que le había enviado el eunuco Li meses antes.
Dudando, KyungSoo lo tomó, retiró la cinta que lo mantenía cerrado y lo desenrrolló lentamente. Él se encontró directamente con los caracteres refinados del hombre y no tardó en comenzar a leer:
El sujeto se trata de un antiguo guerrero que actualmente se encuentra trabajando en los puestos comerciantes en la capital. Mis informantes lo han encontrado y estudiado por un tiempo. Tiene un retrato del Segundo Príncipe del Imperio Do que mira casualmente y vive cerca de los refugiados extranjeros.
Hay un grupo de personas que lo siguen, entrenan a escondidas y hacen reuniones espontáneas. Probablemente quiera hacer un movimiento desconcertante en el futuro (este eunuco se retirará al entregar esto por su propia precaución, usted debería mantenerse alerta para su seguridad personal).
Finalmente, su nombre es Jung SeungWang.
KyungSoo arrugó el pergamino con fuerza y las lágrimas acudieron a él una vez más.
Una vez se hubo tranquilizado y quemado el informe, KyungSoo molió tinta, mojó la punta del pincel más cercano en ella y escribió rápidamente:
Lo lamento. No puedo quedarme, no puedo mirarte ni mirar nada a mi alrededor sin que duela.
He sido destruido por segunda vez y no quiero quedarme aquí, donde todo está latente y todo me recuerda al pasado.
Sé que no fue tu intención, pero no me siento capaz de hablar de esto contigo cuando duele tanto. No me creo capaz de pasar por esto otra vez.
Me iré lejos por un tiempo, quiero sanar mis heridas y reparar mi corazón sin fantasmas siguiendo mis pasos ni reminiscencias dolorosas. Lo siento, no soy tan fuerte para quedarme y seguir adelante con nuestros planes. Perdóname por dejarte solo con todo esto, pero en esta situación, creo que es lo mejor para los dos.
Encárgate de sanar también; no me recuerdes demasiado ni me busques. Hagamos que el tiempo juntos valiera la pena y que el que tendremos separados sea valioso.
Te quiero,
Do KyungSoo.
Presionó la carta con el borde de un alisador de páginas y luego se puso de pie, tomó su bolso y lo colgó en su hombro y salió de la habitación.
No había guardias afuera, sin embargo, una JiHyun fiel y decidida lo esperaba con determinación. KyungSoo arrugó las cejas al ver su propio bolso colgando en sus delgados hombros y las botas de viaje cubriendo sus pies. El cabello siempre bien recogido había sido atado en una coleta alta y la barbilla se encontraba alzada.
Ella estaba siendo especialmente terca esta vez.
—JiHyun...
—Señor, lo he estado esperando. ¿Está listo para irnos?
—¿Irnos? Pero, JiHyun, tu familia, tus padres y hermanos... no puedes irte.
JiHyun negó y lo tomó de la mano, apretándola un segundo después mientras ella se erguía en su pequeña altura.
—Ellos estarán bien sin mí, comprendieron mi decisión y me apoyaron en ella. Mi señor, no voy a dejarte solo en este viaje. No mereces más soledad en tu vida. Me quedaré contigo y te seguiré hasta donde sea que quieras llegar, después de todo, somos amigos, ¿cierto? Y los amigos jamás se abandonan.
KyungSoo podría haber llorado en ese instante, de hecho, sus ojos se sintieron bastante calientes y cargados, pero él no lo hizo. Miró hacia arriba y respiró profundamente, y cuando creyó que estaría bien, volvió a mirarla y sonrió temblorosamente mientras devolvía el apretón sobre su mano.
—Muchas gracias, JiHyun.
Como respuesta, JiHyun le sonrió y fiel a su palabra, lo siguió fuera de sus habitaciones.
Nadie los detuvo ni les exigieron respuestas. Montaron un par de caballos que la doncella había preparado con antelación y luego cabalgaron fuera del Palacio Principal y la capital.
El Sur fue dejado atrás y nuevas tierras se extendieron delante de ellos con el aliento de una mejor vida suspirando en sus rostros y la promesa de un nuevo comienzo ampliándose en el horizonte.
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[✍🏻]
Bueno, hemos llegado al final de esta historia; gracias a quienes me acompañaron desde el inicio y quienes me motivaron con su apoyo, son un amor. Nos leemos pronto con otro KaiSoo menos dramático y más bonito que esta bola de dolor (prometo risas para borrar el trago amargo)... mentira, aún queda el epílogo y cuatro extras más.
¿Todo se solucionará entonces? ¿El KaiSoo será feliz de una buena vez? Lo averiguaremos.
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