Capítulo 11

"Pensé que querrías tenerlo cerca, por eso ordené que lo dejaran descansar aquí. Además, no podría haberlo enviado a otro lugar, no cuando su gente y su hermano viven en el Imperio del Sur. Este puede ser tu lugar seguro, Príncipe KyungSoo; siempre que estés bajo protección podrás venir a visitarlo y pensar cuando lo desees."

Esa fue la explicación que le había dado Kim JongIn cuando KyungSoo se había calmado lo suficiente como para interrogarlo al respecto.

El resto de la tarde transcurrió con ellos en ese campo. KyungSoo había acomodado nuevamente las ofrendas para su hermano en su lugar de origen y se dedicó a ofrecer oraciones y hablar con el Emperador caído durante todo ese tiempo. Kim JongIn no lo presionó ni lo interrumpió durante su ritual, simplemente se sentó a una distancia prudente y lo dejó seguir adelante con lo que tenía que hacer.

Fue un momento sumamente reconfortante, un escape real que KyungSoo no sabía que había necesitado con tanto fervor. Ahí, rodeado de flores de glicinias y sintiendo la agradable sensación de liviandad, habló con su hermano muerto, le contó sobre su nueva vida, sobre sus experiencias y pensamientos recurrentes.

También le pidió perdón.

Por no estar para él cuando lo necesitó. Por haberlo dejado solo en su muerte. Por no haber ido a él antes. KyungSoo trató de redimirse entre lágrimas y un corazón pesado que comenzaba a dejar sus cargas a un lado mientras se sinceraba y exponía los problemas que aquejaban su alma.

Nunca nada se había sentido tan liberador. Nunca pensó que llorar durante tanto tiempo serviría de algo hasta que el nudo apretado en su garganta se deshizo y él pudo respirar realmente después de eso.

Regresaron al Palacio cuando la noche llenó de oscuridad el firmamento. Rodeados de luciérnagas y guiados gracias a la luz de la luna y las estrellas, cabalgaron todo el camino de regreso sin interrupciones. El Emperador le había extendido una capa para que pudiera cubrirse del frío y tratar de huir del dolor que este dejaba sobre su espalda, también le obsequió un pañuelo para que pudiera limpiar su rostro de los rastros inevitables que habían dejado las lágrimas y así, en silencio, partieron.

KyungSoo miró una última vez aquel árbol grueso donde yacía su hermano y mentalmente le prometió volver.

Tres semanas transcurrieron desde entonces.

La primavera había comenzado a predominar con fuerza; las flores naciendo y brillando con intensos colores juveniles, llenos de hermosura y delicadeza sin igual, se exponían en el jardín del Palacio Principal. KyungSoo exhaló suavemente frente a un cerezo cubierto de flores florecientes, recordando con nostalgia el deleite de SeungWang y de SeungSoo al admirarlo en esa época en específico del año.

Ambos solían decir que su belleza era parecida a la primavera: dulce, pura y extremadamente cautivadora, así que era inevitable recordarlos a ambos en ese momento. Sin embargo, nota con cierta sorpresa, en su corazón se había menguado el dolor lacerante que lo sacudía con la imagen de los rostros de sus hombres más amados. Ya no había tanta carga, tanto sufrimiento acompañando la soledad destructiva.

Los extrañaba, era imposible no hacerlo, y los recordaba con anhelo palpable, pero, a pesar de eso, sus hombros dejaron de hundirse tan pronunciadamente ante el recuerdo de ambos y comenzaba a aprender a vivir con sus espíritus en vez de sus formas tangibles. Suponía que se debía al conocimiento de las nuevas perspectivas que habían llegado repentinamente: la supervivencia de su gente, el lugar de descanso de su hermano, la promesa de que sus padres habían sido sepultados correctamente en otro sitio, pero siguiendo las mismas pautas respetuosas. La construcción de una tablilla para SeungWang y su tío, aún sin haber encontrado el cuerpo del ex-capitán.

KyungSoo podría respirar sin que sus pulmones o su pecho doliera, podía mirar realmente, era capaz de observar las cosas bajo un foco más nítido. KyungSoo finalmente podía exhalar con un poco más de tranquilidad.

Ahora, con respecto al Emperador, bueno, era un trabajo complicado, se movía a paso lento y sigiloso, tanteando zonas mientras se aseguraba que era seguro afirmarse en ese lugar.

Kim JongIn no se mostró diferente desde que lo había llevado directamente a su hermano. Continuaba visitándolo los viernes y seguía siendo amable con él. Lo vería de vez en cuando, circulando por los jardines y los pasillos del Palacio o paseando diligentemente con algunos de los concubinos en medio de sus visitas al Concubino Byun, Lee o Kim. Él no había cambiado, no lo había hecho en lo más mínimo y, sin embargo, sin quererlo ni darse cuenta de ello, Kyungsoo comenzaba a mirarlo realmente.

No se fijaba en la apariencia imponente del Emperador ni en la fortaleza indestructible del guerrero, lo miraba como hombre, como ser humano. Trataba de desentrañar los secretos ocultos de su alma, de buscar algún error en su conducta, en sus palabras, un desliz que le permitiera seguir odiándolo con la misma fortaleza que al inicio, algo que lo dejara en su punto de inicio: sin compartir nada de sí mismo, sin ligarse a nadie, sin fundirse en esta nueva vida, sin aceptar más acercamientos. Pero tristemente, KyungSoo no podría hacerlo en este punto.

Aunque se empecinara en la idea de odiarlo, aunque lo deseara con todas sus fuerzas y se dedicara a formar este pensamiento y este sentimiento corrosivo, era incapaz de conseguirlo. Porque Kim JongIn seguía sin tocarle, porque seguía siendo cauteloso y suave a su lado, porque había absorbido a su pueblo, haciéndose cargo de todos y cada uno de ellos, y le había dado un lugar de descanso hermoso e imperturbable a su hermano mayor. ¿Cómo hacerlo, entonces, con tantos factores a su favor? ¿Cómo podría corromperse y quebrarse su alma una vez más cuando él tenía todo para salir victorioso en esta confrontación aparentemente unilateral?

KyungSoo tenía un gran dilema.

Perdonarlo, tratar de olvidar y recibir estos nuevos obsequios inmateriales como un símbolo de perdón, como su redención, o vivir en el resentimiento, la condena y el dolor constante y pulsante sobre su corazón y su propio ser.

El problema principal de todo esto era que KyungSoo no tenía una respuesta clara a sus dudas.

—Mi Señor, alguien quiere verle.

La suave voz de JiHyun lo sacó de su ensimismamiento, devolviéndolo a la realidad con contundencia. Giró el cuello y sus ojos se posaron sobre la mujer elegante y extremadamente hermosa que caminaba en su dirección tranquilamente, con una sonrisa sobre sus labios rojos totalmente maquillados.

La Emperatriz.

La postura de KyungSoo cambió radicalmente. Rectificó la posición de su espalda, irguiéndose en todo su esplendor, y acomodó sus rasgos tras la máscara de indiferencia que solía acompañarlo día a día. La Emperatriz sonrió cordialmente cuando estuvieron lo suficientemente cerca y formó una reverencia sutil, un asentimiento que no debería ser necesario dada su elevada posición. KyungSoo la imitó, prefiriendo no causar controversias a causa de sus modales ni crear un ambiente hostil entre ambos.

En estos momentos, lo menos que deseaba KyungSoo era verse envuelto en una confrontación y tener a la Emperatriz de enemiga. Ya había suficiente con lo que debía lidiar.

JiHyun se encaminó tras su espalda con la cabeza gacha y KyungSoo se dirigió a la mujer con una educación ensayada que fluyó naturalmente ante los años de práctica que traía consigo.

—Su Excelencia, me sorprende el hecho de que haya venido hasta aquí para verme. ¿Puedo ayudarla en algo?

—Concubino Do, me gustaría hablar con usted. ¿Podría concederme ese placer por algunos minutos?

KyungSoo la miró fijamente, sopesando sus opciones. Su séquito estaba conformado por mujeres, doncellas que se dedicaban a atenderla, a complacerla y prepararla para que siempre se mirara nada más que perfecta. KyungSoo no confiaba en ellas, ni en la Emperatriz, así como en nadie más que viviera en el Palacio de las Flores o el Palacio Principal.

KyungSoo era consciente de que muchas personas querrían verlo sepultado bajo tierra, que numerosas dagas apuntaban en su dirección, y no sabía si la Emperatriz era una de ellas. Nunca habían hablado o convivido juntos, así que no tenía idea de lo que debería esperar de su parte. Si su séquito era realmente un conjunto de doncellas o algo más. Así que, reuniendo toda la prudencia que era capaz de conseguir, sonrió para ella y le preguntó con aparente tranquilidad:

—Supongo que no tengo otra opción. ¿Le importaría seguirme a mis habitaciones? Ahí podríamos tener un poco más de privacidad.

La Emperatriz fue rápida al captar el trasfondo de su petición. Ella lo estudió atentamente, repasando su rostro con sus ojos rasgados, manteniendo una conexión visual ininterrumpida que pondría ansioso a cualquiera. JiHyun no pudo evitarlo y tragó con fuerza, una gorda gota de sudor bajando por su sien.

Finalmente, luego de eternos segundos de tensión, ella asintió y volvió a sonreír.

—Me parece bien. Por favor, guíe el camino.

KyungSoo la llevó a sus habitaciones con el rostro en blanco, barbilla alzada. Su puño se encontraba apretado con fuerza, la palidez en sus nudillos hablaba sobre la rigidez de su cuerpo, escondidos bajo las mangas de gran tamaño. Los guardias, atentos a todo lo que los rodeaba (y lo que rodeaba al propio KyungSoo), vigilaron de cerca cada movimiento, cada gesto, cada mirada. KyungSoo no era estúpido, sabía que cada concubino (y la propia Emperatriz) contaba con sus oficiales particulares, que les servían y daban información y que no dudarían en apuñalarlo por la espalda de ser la situación necesaria, sin embargo, aquí, en el Palacio Principal, KyungSoo estaba más seguro que en cualquier otro lugar del mundo.

El Emperador estaba especialmente prendado de él, por lo tanto, nadie se arriesgaría a llevar a cabo un crimen atroz en su contra bajo las narices del monarca.

En esta ocasión no sabía a lo que tendría que enfrentarse, pondría barajas sobre la mesa y estudiaría de cerca a la Emperatriz. Solo entonces determinaría si debía cuidarse de ella o podría mantenerse en un perfil bajo para mantenerla tranquila y complacida.

JiHyun deslizó la puerta de su habitación cuando llegaron a esta; continuaba con la mirada baja, las manos juntas delante de su cuerpo y los ojos sigilosos. Ella había aprendido a ser especialmente cautelosa cuando se trataba de la gente de poder. KyungSoo sabía que aún se sentía culpable por la desafortunada situación con el Concubino Hao, lo notaba en su mirada apagada al encontrarse de lleno con las numerosas cicatrices que habían quedado sobre su piel arruinada, y aunque era una imagen que le causaba cierto rechazo, comprendió que era lo mejor para ambos.

Aquí, en un Palacio rodeado de hipocresía y máscaras impenetrables, era indispensable mantenerse en las sombras, pasar desapercibido si se quería seguir viviendo.

KyungSoo se volvió hacia la Emperatriz y le obsequió otra sonrisa ensayada, justo de esas que tiraban las comisuras de sus labios hacia arriba, aparentando ser sincera, completamente honesta y perfectamente dulce.

—Lo siento, Su Excelencia, pero me temo que deberá ser acompañada por una única doncella. No me gusta abarrotar mis aposentos.

La Emperatriz asintió de inmediato y miró a la doncella más cercana a ella.

—Entrarás conmigo, HyoJong. El resto puede esperarme aquí.

—Sí, Su Excelencia —corearon al unísono y KyungSoo se hizo a un lado para dejarla entrar—.

Observó a los oficiales que custodiaban sus habitaciones con una intensidad transparente y palpable y luego siguió a la mujer, acompañado fielmente de JiHyun. Una vez cerradas las puertas, KyungSoo caminó elegantemente por la estancia ordenada y con un movimiento simple, aunque lleno de gracia, la invitó a sentarse del otro lado del escritorio repleto de pergaminos. Él mismo tomó lugar delante de la Emperatriz cuando ella se hubo acomodado y JiHyun permaneció obedientemente detrás de él, un reflejo perfecto de la propia doncella de la esposa más importante de esta nación.

Acompañando los textos a medio escribir se encontraba una bandeja cargada con una tetera, una tacita sin usar y numerosos dulces. La había dejado ahí antes de salir al jardín, por lo que la bebida aún se encontraba caliente, lista para probarla. Llenó la taza para la Emperatriz y se la tendió con la misma sonrisa ensayada, eterna, permanente. La mujer la aceptó y le dio un sorbo al té, desplegando todo su maravilloso refinamiento delicado y extremadamente superior, luego volvió a colocar la taza en su lugar y dejó que sus manos pálidas, suaves y delicadas descansaran sobre sus muslos juntos, ojos reconectándose con los suyos.

—Ya que Su Majestad ha decidido venir a visitarme para conversar, me gustaría que comenzara yendo directamente al grano. De esta forma podremos centrarnos plenamente en sus deseos y lo que la aqueja, ¿no le parece? —comenzó KyungSoo, moderando su tono de voz para hacer de la gravedad de la misma algo suave, casi palpable e indudablemente cautivador—.

La Emperatriz sonrió suavemente.

—El Concubino Do es genuinamente directo. Su carácter podría mover montañas y hacer que del cielo lluevan pétalos de rosas. Los rumores no mentían sobre ello.

KyungSoo tomó uno de los tantos dulces que esperaban para ser probados y le dio un bocado comedido. El sabor agradable explotó en su boca y persistió sobre su paladar mientras se preparaba para lo que sea que ella tuviera que decir, lejos de halagos y confirmaciones sobre los susurros de su persona en los pasillos de ambos Palacios.

Sabiendo que KyungSoo no estaba dispuesto a ser parte de los juegos de hipocresía y adulación comunes en la realeza, la Emperatriz exhaló y redefinió sus rasgos, transformándolos en una máscara cubierta de seriedad y sigilo.

—Probablemente sea atrevido de mi parte, pero me gustaría hablar a solas con usted —lanzó una mirada sutil directamente hacia JiHyun y KyungSoo enarcó una ceja pronunciadamente—.

—De hecho, Alteza, resulta ser verdaderamente atrevido. Al igual que usted, deposito toda mi confianza sobre mi doncella. Ella es fiel a mí y guarda todos mis secretos, por lo tanto, lo que sea que usted quiera tratar, será en su presencia. Sus labios permanecerán sellados si eso es lo que la preocupa, yo me encargaré de que sea así.

La Emperatriz se vio contrariada por un momento, sus finas cejas maquilladas se fruncieron un poco y sus labios rojos se apretaron duramente por un segundo; KyungSoo pensó que quizá ella estaba acostumbrada a tener todo lo que quería sin objeciones y su negativa la había frustrado, sin embargo, KyungSoo no podía complacerla.

En primer lugar, porque este era su escondite, su espacio personal y nadie más que JiHyun (e inevitablemente el Emperador) tenía permitido entrar, y en segundo lugar, porque KyungSoo no tenía deseos de satisfacer a nadie. No quería hacer amigos ni quería servirle a ninguna persona dentro de ese Palacio, y la Emperatriz estaba en ese mismo grupo de personas.

Ella, aunque no le había hecho ningún daño (por ahora), no era bienvenida en ese lugar y tendría que aprender a medir sus exigencias ante él.

Finalmente, luego de un momento lleno de tenso silencio, la mujer de alto rango terminó por asentir y deformar su ceño fruncido. KyungSoo relajó sus facciones y, una vez más, aguardó pacientemente mientras le daba un nuevo bocado a su dulce.

—Supongo que entonces no tengo otra opción. Concubino Do, quisiera hablarle sobre Su Majestad el Emperador.

KyungSoo se detuvo por un momento. Tragó el dulce que quedaba en su boca y volvió a enfocarse en la Emperatriz con aparente indiferencia. En el fondo, KyungSoo sintió como su corazón se aceleraba ligeramente y la picadura de la curiosidad llenaba su sistema.

—Soy todo oídos.

Ella bajó la mirada a sus manos prontamente juntas, luego comenzó a hablar.

—Mi Señor y yo nos conocimos cuando éramos niños. Nuestros padres eran amigos íntimos desde hace mucho tiempo y tenían planes de unir ambas naciones con un matrimonio concertado. Que tuviéramos un heredero en común lo haría todo aún más fructífero —su expresión se volvió distante mientras recordaba, su voz limpia de sentimientos que pudieran darle una idea sobre su estado de ánimo. KyungSoo escuchó con paciencia, aún cuando no comprendía el punto inicial de aquella conversación—. Al crecer juntos, fue fácil aprender a convivir y formar una amistad. Sabía lo que le gustaba y disgustaba, lo que lo incomodaba y lo que lo hacía feliz, así que trabajé arduamente sobre mí misma y mi personalidad con la intención de agradarle, de gustarle y hacer de nuestro matrimonio algo llevadero.

»Mi Señor no fue un hombre que me decepcionó. Recompensó mi esfuerzo siendo un buen amigo y un buen marido cuando el momento hubo llegado. Se casó conmigo cuando cumplí quince años y desde entonces me complace con todo lo que pido, cubre todas mis necesidades, se preocupa sinceramente por mí y cumple mis caprichos. Él es realmente un hombre excepcional de principio a fin. Toda mi confianza está depositada ciegamente en él.

Ella tomó la taza nuevamente y le dio un sorbo al tibio té que aguardaba por ella. Suspiró cuando la bebida calentó su garganta y encerró la taza entre sus manos para calentar sus palmas.

—Sin embargo, a pesar de todo eso, de su buena personalidad y atenciones constantes como esposo, yo...

KyungSoo estudió cuidadosamente su rostro. Captó las dificultades en su expresión, la culpabilidad en su mirada oscura y la tensión que sus manos ejercían sobre la cerámica de la taza medio llena. Entonces las respuestas estuvieron claras, justo delante de sus ojos mientras pensaba profundamente en las numerosas opciones que podrían atormentarla.

Una de sus cejas se alzó muy ligera y suavemente y sus labios se movieron de inmediato, terminando lo que ella no podía decir libremente.

—Nunca lo amaste. Al menos no de forma romántica.

La Emperatriz lo miró al escucharlo y una sonrisa resignada se pintó en su boca carmesí.

—Realmente es una persona inteligente, Concubino Do. Efectivamente, nunca pude amar a mi esposo como lo haría una esposa abnegada. Mi cariño por él no pudo ser nada más que platónico, el amor infantil que persiste en una amistad duradera, la admiración existente hacia alguien exitoso y cercano. Mi Señor, tan atento, tan talentoso, jamás pudo ganarse mi corazón, y por eso yo nunca fui capaz de darle el hijo que nuestros padres y él mismo deseaba tener.

»No podíamos saberlo en ese entonces, pero lo nuestro jamás podría ser posible. Él anhelaba profundamente a la persona que susurraban las estrellas y yo no podía vivir entre numerosos Concubinos y competencias por el amor y los afectos de mi esposo. Yo, al final, terminé amando a alguien más.

Entonces KyungSoo comprendió por qué ella había insistido con el tema de la discreción, la intimidad y la seguridad. Si alguien llegase a enterarse de esto, si oídos equivocados escuchaban esta conversación, su vida estaría implicada en un movimiento político sumamente complicado y poco beneficioso. Desde el destierro hasta la muerte, el panorama no era más que turbulento y oscuro, un borrón desagradable por el que nadie debería pasar.

KyungSoo admite que, tal vez, sintió un gramo de compasión y lástima por ella.

—Al igual que Mi Señor, este hombre es tan bueno, es tan atento y cordial conmigo. Él me hace feliz como nadie más lo ha hecho, él complementa mis pensamientos y llena el vacío que habitaba tan intensamente en mi corazón —y ahí estaba: el brillo en sus ojos, la escarcha escarlata sobre sus mejillas, la sonrisa natural, dulce y honesta sobre sus labios. La imagen era impactante y lo golpeó con fuerza. KyungSoo se vio reflejado en ella durante sus años más jóvenes, durante sus momentos más felices, cuando el amor lo golpeaba y los sentimientos estaban a flor de piel—. Sin embargo, la culpa era grande y yo no podía ocultarlo por demasiado tiempo. Yo hablé con mi esposo al respecto y él me escuchó con atención, como mi amigo de infancia, como un hombre diligente e indudablemente gentil. Su Majestad realmente es una gran persona.

Cuando estas palabras salieron de sus labios, la sonrisa dulce e ilusionada sobre su boca decayó notablemente y la amargura reemplazó todo aquel brillo que la hacía sumamente hermosa. Finalmente colocó la taza de té sobre la mesa y sus ojos lo buscaron una vez más.

—Él lo aceptó de buena manera. Antes de ser esposos, ambos éramos muy buenos amigos, confidentes por encima de todo lo demás, por lo que pudo comprender mis sentimientos. No me recriminó ni me culpó, tampoco me señaló como lo haría cualquier otro hombre; él me consoló mientras lloraba en su regazo y me aseguró que no era una mala esposa ni una mala mujer por haberme enamorado. Yo no tenía poder sobre las elecciones de mi corazón y él no podía hacer nada para cambiar lo que ya había cambiado una vez. Mi esposo prometió... él prometió dejarme en libertad en el momento indicado.

A partir de ese momento, KyungSoo comenzó a tener un mal presentimiento. Su entrecejo se frunció mientras la Emperatriz lo miraba con súplica, con sus rasgados ojos oscuros brillando intensamente, pidiendo con palabras aún no dichas, reprimiéndose mientras mordía su labio inferior.

Dejó el dulce sobre el platito de bocadillos sin tocar y reacomodó su postura, una pierna flexionada, el antebrazo reposando sobre la rodilla y los ojos juiciosos y poderosos apuntando sobre la mujer. En ese momento ya no se trataba de ella siendo una amenaza o una superior a la que debía mantener contenta, ahora el asunto lo implicaba directamente, ahora él era parte de todo aquel desbarajuste aún sin aceptarlo ni acceder.

Ya no era la presa, ahora Kyungsoo era el depredador que debía mantenerse en constante acecho y vigilia, amenazante, firme y determinado, para evitar que una bestia oculta y disfrazada acabara con él.

—Entiendo; sin embargo, Su Excelencia, ¿qué tiene que ver toda esta situación conmigo? ¿Por qué me dice todo esto? Es algo que no puedo comprender.

La Emperatriz apretó la tela de su pomposa y costosa falda mientras KyungSoo rizaba una sonrisa en su boca. Las pestañas revolotearon un par de veces y su voz de campanillas, suave y reprimida, escapó entre un par de labios temblorosos.

—Concubino Do, la condición que me dio Mi Señor para ser libre es conseguir que la persona que protagoniza la leyenda de los cielos ocupe mi lugar. Es la única forma de poder abandonar mi posición sin la oposición del reino y los Señores Ministros, es la única solución que tengo a mis problemas. Yo... por eso le pido, Concubino Do, que, por favor, se case con mi señor esposo. Acéptelo en su vida de esta manera. Ya es favorecido por él de esta forma; como su esposo, nada le faltará, lo tendrá todo y podrá ser plenamente feliz. Usted es un doncel, su descendencia estará asegurada y-

KyungSoo golpeó con fuerza la madera del escritorio.

El movimiento repentino cortó el hilo que mantenía finamente sujeto la Emperatriz; ella se irguió, su espalda tan recta como una vara y su rostro palideció un tono más, siendo visible incluso bajo la capa pálida de maquillaje que cubría su piel. JiHyun y la doncella de la Emperatriz se sobresaltaron ante su asalto, sin embargo, KyungSoo no pudo hacer más que mirar a la elegante y hermosa mujer delante de él con nada más que ira reprimida tras una mandíbula apretada y nudillos blancos como la cal.

Fue entonces cuando ella notó la imprudencia de su petición, lo que conllevaba el hecho de que KyungSoo compartiera una vida junto a Kim JongIn, el historial turbulento y perfectamente conocido por todo el reino y que los involucraba a los dos. Ella había creído tontamente que quizás el lazo roto había sido cosido; el Concubino se permitía dar paseos junto al monarca, aceptaba sus regalos y salía del Palacio Principal a su lado. ¿Cómo no pensar que las cosas estaban fluyendo bien y que ella podría intervenir para hacer su jugada?

Encontrar esta reacción, sin embargo, la había dejado helada, sorprendida y nada más que temerosa.

Había puesto su vida y la de su ser amado en esta conversación, si el Concubino Do hablaba imprudentemente impulsado por el rencor y alguien lo escuchase, ella...

—Emperatriz, creo que no te has detenido a pensar en mi posición. ¿De verdad crees que estoy dispuesto a casarme con tu esposo? ¿Yo, un hombre que no soporta ser considerado "Concubino Imperial", siendo "Padre Emperador"?

—Concubino Do...

—Su Excelencia, no lo ha entendido —la interrumpió nuevamente y JiHyun se movió un poco, buscando acercarse para calmarlo pero arrepintiéndose al último momento. Ella no podía intervenir aquí—. He sido traído a su reino contra mi voluntad, he recibido la antipatía de todo un imperio, he sido víctima de golpes, sobre mi piel habitan dolorosas cicatrices, y los rumores me persiguen a donde sea que vaya. Una unión con el Emperador no será nada más que problemático, y esto sería si me detuviera a considerar la opción. Sin embargo, ¿por qué lo haría? ¿Es usted mi amiga? ¿Es mi confidente? ¿Tengo una deuda que saldar con usted? No soy un dios ni una persona benevolente, Emperatriz, no hago caridad.

»¿He recibido los regalos de su esposo? Sí, lo he hecho, es lo mínimo que merezco después de todo lo que he tenido que sufrir bajo su mano, ¿no es cierto? ¿He salido fuera del Palacio? Por supuesto, ¿por qué desearía quedarme atrapado en este lugar cuando se me permite volar por un segundo? Emperatriz, oh, ingenua Emperatriz, no es más que una fachada esto que observa. Hay que mantener a los concubinos tranquilos, hay que mantener las bocas de los ministros selladas. Por su esposo no siento absolutamente nada, por ende, mi corazón, mi nombre y mi cuerpo seguirán siendo míos. Mi vientre continuará vacío y mi alma rota permanecerá de esa manera.

La contundencia fue absoluta, los rodeó y ahogó los precarios pulmones de la mujer de alto estatus en la habitación. Ella tomó una bocanada de aire, e intentando persuadir, continuó insistiendo. Su dignidad había sido pisoteada, ¿qué importaba si lo era un poco más por amor?

—Las estrellas lo han apuntado para compartir su vida junto a Mi Señor, Concubino Do. Tarde o temprano usted será mi sucesor en el trono junto al del Emperador, fue una predicción hecha por uno de los astrónomos más certeros de los Cinco Grandes Reinos, y la mayor parte de ella ya se ha cumplido.

KyungSoo rió con sarcasmo, los bordes de sus ojos llenándose de un sospechoso color rojizo mientras la observaba fijamente, enojado, tan, tan enojado que KyungSoo no era capaz de pensar con racionalidad. Sus puños apretados temblaban bajo sus mangas y las mandíbulas dolían con fuerza.

Toda una fiereza de ira que escondía el desastre sentimental que envolvía su corazón en ese instante.

—Las estrellas, los Dioses, los cielos. Seres poderosos capaces de abrir la tierra y mover montañas, no hay nada que odie y repudie más. Las creencias hacia las estrellas arruinaron gran parte de mi vida, no van a volver a hacerlo ahora.

Finalmente, los hombros de esta mujer perfecta se hundieron y sus cejas apuntaron hacia abajo, desesperada y sobrepasada por sus emociones. KyungSoo la observó fríamente mientras ella abría y cerraba su agarre sobre sus faldas, mientras sus ojos componían una mirada suplicante que no pudo remover ni una sola célula cargada con misericordia, lástima o bondad.

No ahora, no en ese segundo, mientras la rabia bulliciosa aturdía sus sentidos.

—Concubino Do, ¿acaso usted nunca se ha enamorado? ¿Acaso nunca ha querido renunciar a todo por amor? ¿Considerar rogar para estar con esa persona especial?

Un rostro apareció inmediatamente en su mente, una sonrisa cálida, un agarre seguro y una voz suave y gentil. Su corazón dolió como hace días no lo hacía, mientras se distraía con las visitas a su hermano, mientras escribía intensamente sobre los pergaminos para poder olvidar, para poder distraer su mente de todos los pensamientos que la invadían estas últimas semanas.

Su capitán, su SeungWang.

La molestia pronto comenzó a mitigar, como si fuese fuego expuesto al agua refrescante, solo para ser reemplazada con una infinita tristeza, con un anhelo invaluable.

JiHyun se movió por fin y sujetó su hombro como muestra de apoyo y confort, siendo su lugar seguro en esta tierra y en este Palacio gigante. Eso fue suficiente para evitar romperse, para evitar caer nuevamente en la melancolía de afilados bordes y encerrarse en sí mismo una vez más.

Tomó una inspiración profunda y luego se dirigió hacia la Emperatriz, la mandíbula floja y los puños abiertos, libres de tensión.

—Por supuesto que lo he hecho y he deseado todo lo que ha dicho. Por él yo mataría, por él renunciaría a todo, por él me olvidaría de mi nombre, de mi antigua vida y de mi estatus. Si pudiera verlo otra vez, le diría lo mucho que lo amo y le agradecería por salvar mi vida del vacío en el que me había sumido entonces, por cuidarme y acompañarme en todo momento, por hacerme feliz incluso en las situaciones más incómodas. Me olvidaría de todo si tan solo pudiera estar con él... pero las cosas no funcionan de esta manera, ¿cierto? Aunque ames profundamente a alguien, no siempre estará destinado a ser, no siempre habrá un felices para siempre. Tu ser amado podría irse de un momento a otro y tú te quedarás aquí, pensando, impotente, que deberías haber estado a su lado mientras vives anhelándolo, viviendo una vida vacía y hueca, deseando mantenerlo vivo al lado de una memoria intocable e irremplazable.

»Emperatriz, yo puedo entender tu deseo, pero no voy a renunciar a mis sentimientos, a mi corazón y a mi amor para salvar el tuyo. Si he sido destinado a una vida maldita, entonces me temo que esa maldición terminará salpicando a los demás tarde o temprano. Lamento que este también sea su caso.

     . .· '¸.·*'¨) ¸.·*¨)
.(¸.·'.    (¸.·'* .        El Concubino del
                                 Emperador.

Después de que la Emperatriz abandonó su alcoba, JiHyun acortó la distancia que los separaba y se sentó a su lado en silencio.

KyungSoo miraba a través de la ventana circular sin moverse, de forma ininterrumpida. Ella lo miró con preocupación y juntó sus manos apretadamente para evitar tocarlo, prefiriendo darle su espacio en ese momento, y KyungSoo le hubiera agradecido su delicadeza si no hubiera deseado un abrazo o romper el silencio que los envolvía y asfixiaba tan duramente.

Finalmente terminó por suspirar de forma larga y extendida y guió sus ojos hacia la mujer a su lado, quieta y atenta a cualquier cosa que necesitase. Su diligencia le provocó una pequeña sonrisa, y con ella florecieron las palabras que había mantenido para sí mismo.

—JiHyun, ¿crees que la Emperatriz será un obstáculo, un peligro inminente para mí?

JiHyun lo pensó por un momento, pero al final terminó por bajar la mirada y componer una expresión compleja sobre su rostro simple y bonito.

—No puedo saberlo, Mi Señor. Nunca nadie le ha negado nada a Su Excelencia, pero para nadie es un secreto que ella no es especialmente rencorosa ni malévola. Yo pienso que tal vez sea mejor mantenerse cauteloso y no salir de su habitación sin protección.

KyungSoo asintió con aprobación y volvió a dirigir su mirada al frente.

—Eso es justo lo que había pensado —con esto el silencio regresó y los cubrió como un grueso manto que no era capaz de alejar la heladez del cuerpo. JiHyun mordió la esquina de su labio inferior e impulsada por la confianza que había nacido entre ambos y el lazo de amistad que los unía, decidido preguntar:—.

—Mi Señor, ¿se encuentra bien? ¿Necesita algo? Puedo tratar de conseguir cualquier cosa que me pida.

—¿Mnh? Oh, no es necesario. No necesito nada, yo estoy bien, y creo que es ese el problema.

JiHyun lo miró con extrañeza.

—¿Mi Señor?

KyungSoo suspiró una vez más y rodeó sus piernas con sus brazos. Descansó la barbilla sobre sus rodillas y observó aquel cerezo floreciente y delicado siendo mecido por el viento suave, fragante con el aroma de la primavera.

—Cuando llegué aquí, estaba tan lleno de rencor, de dolor, de enojo y de odio. No era capaz de sentir nada más que eso, era lo único que me impulsaba y mantenía con vida, sobreviviendo a un día más mientras pensamientos vengativos invadían mi mente. Mi pecho dolía tanto; tenía en él la carga de la muerte y el desconocimiento del paradero del cuerpo de mi hermano, de mis padres y de mi prometido; en mi cabeza se mostraban las escenas terribles de mi gente, la destrucción de mi pueblo y los gritos cargados con horror sacudían mis oídos. Estaba tan atormentado, mi corazón dolía tanto.

Cerró los ojos con las cejas fruncidas. Detrás de sus párpados todo se encontraba ardiendo, avisándole del roce de las lágrimas sobre los bordes apretados.

—Amé a SeungWang durante toda mi vida. Él era un hombre tan bueno y maravilloso, fuerte, leal, honrado. Era dulce y amable conmigo, me quería y nunca dudó en demostrarlo. Fue fácil para mí entregarle mi corazón, era tan fácil saber que quería pasar toda mi vida a su lado. Teníamos tantos planes, íbamos a casarnos y queríamos tener hijos, viviríamos lejos del Palacio, en un lugar donde nadie nos conociera para empezar de cero y ser plenos uno junto al otro. Ese había sido nuestro sueño, nuestra meta, y, sin embargo, nada pudo cumplirse. Él murió salvándome, me alejé de su lado, lo dejé atrás y mi corazón se rompió en tantos pedazos pequeños que creía que era imposible repararlo nuevamente.

»Yo pensé que esa sería una agonía y un sufrimiento que jamás dejaría de sentir, que se mantendría de la misma forma tangible y palpable sobre mí, sin alteraciones, sin cambios. Después de todo, merecía sufrir tanto, merecía todo aquel dolor por haber tomado la vida de SeungWang. Pero, a pesar de eso, mi corazón ha decidido que debe dejar de sangrar tan profundamente, ha comenzado a repararse sin darme cuenta y el recuerdo del amor de mi vida comenzó a transformarse. Ahora mi pecho ha dejado de doler tan profunda e intensamente, ahora mis hombros se sienten más livianos, y por ello me siento culpable.

»¿Por qué puedo sentirme así cuando lo hice sufrir, cuando rompí nuestra promesa? La Emperatriz me ha dejado ver esto, y por ello me sentí tan abrumado. Merecía aquel sufrimiento, estaba cómodo sintiéndolo, era lo correcto, pero ahora que ha comenzado a irse, ¿cómo puedo continuar? Si tanto lo amé, si tanto lo quise, ¿por qué mi dolor por su muerte se está yendo? ¿Por qué lo estoy perdiendo de esta manera también? JiHyun, no quiero olvidarlo, no quiero dejarlo ir. No debería dejar de doler, porque si eso ocurre mi corazón cambiará, porque si eso pasa significa que él no estará más y que mi etapa como el hombre que amaba intensamente a Jung SeungWang acabará. JiHyun, no quiero deshacerme de mis recuerdos ni de mi amor, ¿qué se supone que debo hacer entonces? ¿Qué hago?

Su voz se quebró en ese punto y rápidamente las lágrimas reprimidas escaparon de la prisión apretada de sus ojos, corrieron sobre su piel pálida y fría y casi dolieron físicamente al caer y deslizarse sobre sus manos apretadas. Su cuerpo encogido fue invadido con terribles temblores y su piel se estremeció visiblemente.

JiHyun lo miró en todo momento, tan triste y angustiada por él, por su amigo destrozado, temeroso de los cambios, y cuando el primer sollozo se dejó escuchar, ella acortó la distancia que los mantenía alejados y lo abrazó con fuerza, acercándolo a su pecho, acunándolo entre sus brazos en busca de darle un poco de consuelo. KyungSoo se aferró a su ropa, se apretó contra su clavícula y lloró amargamente su angustia.

Ahí, en ese momento, justo en ese segundo, fue fácil dejar a un lado las diferencias sociales, los distintos rangos entre ambos. Ahora no eran nada más que dos amigos abrazándose fuertemente en medio de las dificultades y los terrores que la vida tenía para arrojarles.

JiHyun exhaló pesadamente y comenzó a acariciar el cabello del Concubino tan suave y gentilmente que KyungSoo supo que ella sería una madre indudablemente grandiosa. Colocó su mejilla sobre su coronilla y susurró por encima de sus hipidos y lamentos vergonzosos, pero nada más que necesarios:

—Mi Señor, si usted no lo desea, entonces jamás dejará de amar al señor SeungWang. Usted lo quiso tanto, ¿cómo podría olvidar un sentimiento tan grande? No obstante, la superación debe ser algo inevitable. Puede vivir con sus recuerdos y con su amor en su corazón, pero no puede culparse y estancarse en lo que ha pasado, llenarse de odio y dolor, ¿cómo podría vivir así? No puede responsabilizarse de su muerte. El señor SeungWang murió para cuidarlo, no lo hizo bajo su mano; él actuó de esa manera porque le amaba y no deseaba verle sufrir.

»Mi Señor, está bien dejar de sentir tantas cargas, está bien dejar de sufrir; ha pasado por tantas cosas, que debe sentirse aliviado por tener una evolución con respecto a sus sentimientos y pensamientos. Si bien el señor SeungWang no volverá jamás, siempre vivirá en su corazón, siempre será parte de usted; nadie le quitará su afecto, nadie le arrebatará todos esos buenos momentos compartidos a su lado. Usted puede seguir amándolo, puede seguir recordándolo, pero no empañe ese amor con tantos sentimientos negativos. Él no lo habría querido de esta manera, él se habría sentido dolido al verlo así. ¿No piensa usted que tal vez él querría verlo superando esto, viviendo tranquilamente y siendo feliz una vez más?

—¿Superarlo, JiHyun? ¿Dejarlo atrás?

JiHyun negó sobre su cabeza y lo abrazó un poco más fuerte mientras KyungSoo perdía su propia fortaleza, mientras caía, laxo, contra su pequeño cuerpo menudo.

—No necesariamente, Mi Señor. Se trata de seguir adelante con un recuerdo feliz y un cariño especial por lo que fue. No necesita dejarlo atrás, no necesita dejar de amarlo. Se trata de evolucionar, después de todo, el amor no se elimina, simplemente se transforma, y usted debe aprender a aceptarlo, tomarlo y abrazarlo para poder continuar. Y no se preocupe si teme los cambio o si no se cree capaz de hacerlo por sí mismo, yo me quedaré siempre a su lado y le ayudaré todos los días de nuestras vidas. Yo me quedaré con usted en todo momento, se lo prometo.

Y KyungSoo le creyó; mientras lloraba ruidosamente contra su pecho, él fue capaz de creerle, pero, por encima de todas las cosas, de confiar.

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