Capítulo 10
Fue inevitable mantener una relación momentáneamente formal y educada con el Emperador luego de aquel desafortunado incidente en la profundidad del jardín imperial.
KyungSoo decidió que podía cesar (al menos por ahora) sus desplantes y sus actos humillantes para con el hombre; tenía sentimientos complicados cada vez que notaba sus rígidos movimientos al utilizar el brazo herido y el Concubino Byun había afirmado que él, de hecho, se había quejado debido al dolor mientras estuvo acompañándolo en su día de turno, por lo que una muy vaga culpabilidad lo golpeó de lleno.
Con esto no quiere decir que va a aceptar al hombre de buenas a primeras en su vida, sin embargo, puede aceptar mantener una conversación cordial con él, responder algunas de sus preguntas y aportar algunos comentarios aquí y allá con cierta rigidez (en su mayoría, los temas de conversación que trataban eran relacionados con su antiguo hogar, pero a pesar de ello y del dolor que traía consigo los recuerdos, KyungSoo se sintió liberado al hablar del Imperio Do, contar anécdotas de la Capital y desahogar sus pensamientos, incluso con Kim JongIn, quien siempre parecía especialmente suave y amable cuando el tema salía a colación).
Revisó por su propia cuenta el proceso de sanación de la herida en su brazo y comprobó con orgullo que esta estaba perfectamente bien. Ya había bajado la hinchazón y no se encontraba infectada, por lo que podría considerarse una victoria a su favor. Mientras más habilidades demostrara, más orgulloso se sentiría.
El Emperador, aprovechando esta nueva etapa cordial entre ambos, había decidido mantenerlo feliz a su propia manera, cambiando totalmente la rutina que había mantenido con él desde que había llegado al Imperio del Sur. Decidió ordenar a las costureras que fabricaran túnicas, hanboks, capas, sombreros y guantes, a los zapateros les dictó realizar nuevos diseños en sus botas, a sus doncellas estudiadas las envió al pueblo en busca de platillos y pergaminos cargados con poesía y libros entretenidos, todos típicos del Imperio Do, cada una de ellas reflejando su hogar en aquellos objetos de gran valor.
KyungSoo no tuvo el valor suficiente para rechazarlos.
De pronto, sintió una conexión perdida con todas estas cosas, se sintió extremadamente nostálgico y sus dedos recorrieron las suaves telas conocidas, bellamente bordadas y tratadas cuidadosamente. ¿Cómo podría tirarlas o devolverlas cuando eran la imagen viva de su hogar? Sintió su corazón extremadamente conmovido y no pudo evitar llorar un poco contra el pecho de JiHyun, que asistió de inmediato a él para consolarlo como lo haría una amiga o una hermana mayor.
Fue la primera vez que se le vio llevando un regalo del Emperador sobre sí mismo. Era una túnica suelta y elegante de color vino, bordados de crisantemos en los hombros y el cuello y botas de piel con cadenas delgadas de plata tintineando con cada nuevo paso. De esta forma, quien pusiera en duda su belleza y su talento para mostrarse orgulloso y digno, quedaría en completo ridículo.
Este viernes, el Emperador decidió sacarlo de su habitación y lo invitó a ir al pueblo. KyungSoo había mirado a JiHyun con extrañeza, pues no era común que el monarca de una nación paseara tranquilamente por las calles de su imperio, mucho menos acompañado de uno de sus concubinos, pero ella le había sonreído con tranquilidad y, en cambio, le mostró un sombrero que lo ayudaría a esquivar los rayos penetrantes del sol.
—A veces Su Majestad lo hace; viaja a la capital y a los pueblos cercanos y escucha personalmente la situación de su gente. De esta manera podrá trabajar en su beneficio y brindarle un poco más de felicidad a la gente común. El Imperio del Sur no es el mejor de todo el mundo, pero al menos el Emperador es capaz de hacer feliz al pueblo, proporciona estudios a todas las clases sociales y se encarga de abastecer a los cultivadores que alimentan a toda la nación. No se preocupe, Mi Señor, estarán bien.
—¿Él ha salido con otros Concubinos? —preguntó mientras JiHyun le acomodaba el sombrero sobre su cabello y luego se encargaba de sujetar los mechones sueltos en una coleta baja perfecta y elegante—
—Creo que lo hizo un par de veces con el Concubino Byun y el Concubino Lee. Siempre han tenido una buena relación entre ellos.
—Si es así, ¿cómo es que el resto de los Concubinos no han sentido rencor hacia ellos? ¿Cómo soportan el hecho de que su amado Emperador salga con alguien más en vez de ellos?
JiHyun terminó de atar la cinta en su cabello, lo colocó sobre su hombro delgado y luego respondió con una sonrisa.
—Eso es porque resulta extraño que Su Majestad asista a los Concubinos Byun, Lee y Kim con propósitos sexuales. No son muchas las ocasiones en las que los jóvenes amos se preparan para recibir a Su Alteza en su cama, por ello el resto de los concubinos puede aceptar esta manera de entretenimiento y compañía que lleva a cabo Su Alteza con respecto a los tres. Tal vez el resto no pueda salir con él fuera del Palacio de las Flores, pero al menos son capaces de disfrutar de la intimidad con Su Alteza.
KyungSoo la miró con incredulidad y ella rió suavemente ante su expresión.
—Este es realmente un ambiente sumamente tóxico.
JiHyun asintió, sin perder la curva de sus labios.
—No todos se vuelven mejores personas cuando se enamoran, Mi Señor. Ya se encuentra listo, ¿quiere que traiga algo más para usted antes de irse?
—No, JiHyun, estoy bien así, gracias.
Se levantó de la cama y extendió sus mangas, borrando cualquier rastro de arrugas y dobleces que pudieran quedar en ellas, luego le sonrió a su doncella y le dijo antes de salir de la habitación:
—Descansa por hoy, ¿de acuerdo? Seguramente me tardaré en regresar.
JiHyun simplemente asintió y formó una suave reverencia para despedirlo.
KyungSoo salió prontamente de las infinidades del Palacio Principal. Ignoró las miradas que arrojaban algunos ministros que se cruzó en el pasillo y cabeceó suavemente a las criadas que conseguía identificar. Fuera, en la plaza de entrada al Palacio, se encontraba el Emperador, dos oficiales y un par de caballos musculosos y hermosos.
Kim JongIn no tenía un hanfu imponente como solía ser costumbre, en cambio, estaba vestido con un pantalón, botas y mangas anchas en los hombros y delgadas al llegar a la muñeca. Tanta informalidad le llevaba a su esencia y su propia belleza masculina un toque de salvajismo irresistible, como si se tratase de un cazador experimentado y especialmente sensual. KyungSoo se acercó decididamente y el Emperador compuso una sonrisa para recibirlo.
—Buenos días, Príncipe KyungSoo —saludó educadamente y los oficiales formaron una reverencia acostumbrada—. ¿No estás acompañado de un séquito de doncellas?
KyungSoo formó un aspavientos con la mano.
—No era necesario. No disfruto de la parafernalia excesiva.
—Soy capaz de notarlo. ¿Tus botas resistirán una cabalgata?
KyungSoo miró sus zapatos por un momento, observando fijamente las cuentas y las cadenas sujetas a la piel oscura, creando un contraste encantador. Lo miró nuevamente, encongiéndose de hombros con despreocupación y respondió sin mucho revuelo:
—Supongo que podríamos intentarlo.
—Eso bastará.
KyungSoo no retrocedió cuando él se acercó, pero una de sus cejas se alzó por todo lo alto al ver la daga que el Emperador había extraído del interior de su bota para luego exténdersela con seguridad. Era un arma pequeña y disimulada, podía caber perfectamente en los pliegues de su túnica, en los bolsillos sus mangas o en su propia faja y pasaría totalmente desapercibida. Sin comprender el transfondo de su ofrecimiento, la tomó en sus manos sin rozar sus dedos o su palma y lo miró fijamente.
—Normalmente no ocurre nada cuando me dirijo a la capital o a los poblados, sin embargo, no está de más ser precavidos. Si algo llegara a acontecer, entonces no te encontrarás indefenso. Sé que podrás darle un buen uso, así que guárdala bien.
Tal confianza era ridícula, sobre todo puesta en KyungSoo, quien podría considerarse un enemigo aceptable motivado por el rencor. KyungSoo no sabía cómo sentirse al respecto; no iba a atacar directamente al Emperador, por supuesto, pero él podría hacerlo, tenía razones de sobras para actuar en su contra.
Captó una sonrisa de parte de Kim JongIn, era un rizo amable, gentil, los ojos brillando con suavidad mientras KyungSoo lo observaba torpemente. Al final terminó por asentir y guardar la daga en el bolsillo de su manga, carraspeó y se encaminó sin demoras hacia el caballo más cercano. El oficial que lo mantenía en su lugar se hizo a un lado y el Emperador se unió a él para ayudarlo a montar, sin embargo, KyungSoo pasó de ello y se subió al animal por su propia cuenta.
Con las piernas abiertas rodeando el estómago del caballo.
Mientras se acomodaba en su asiento y tomaba las riendas del corcel, dejando completamente de lado la delicadeza que se suponía que debía demostrar, Kim JongIn lo miró intensamente, sonriendo en todo momento antes de montar su propio caballo con fluidez. KyungSoo lo vio de reojo y esperó alguna instrucción o indicación. El Emperador no tardó en informarle:
—No iremos tan lejos hoy. Primero nos dirigimos a las afueras de la Capital y nos reuniremos con algunas personas, después podré mostrarte algo que tal vez podría gustarte. Mantente cerca y trata de seguir el paso, ¿podrás? —le retó con ojos juguetones y KyungSoo arqueó una ceja—.
—Definitivamente no es la primera vez que monto un caballo. Seguiré el ritmo perfectamente y sin complicaciones.
—De acuerdo. Entonces vamos.
El Emperador apretó el estómago de su caballo y este relinchó antes de lanzarse hacia adelante, corriendo directamente a la salida del Palacio para luego fundirse en el camino empedrado. KyungSoo bufó un poco, pero lo siguió un momento después, uniéndose exitosamente a la carrera.
Puede admitir silenciosamente que, de hecho, el Emperador era un excelente jinete. Era capaz de manejar al caballo con perfecta fluidez, naturalmente, era algo que salía de él con soltura. Su cuerpo ondeaba con cada nuevo y fuerte paso del corcel, el flequillo danzando contra su frente y su sonrisa irresistible bien plasmada sobre su boca. Resultaba impresionante encontrar a alguien que fuera realmente bueno en cualquier campo en el que se desenvolvía. KyungSoo solía quedar encantado y genuinamente impresionado cuando veía a su hermano mayor practicando y estudiando día a día, puliendo su propio talento para hacer algo excepcional al finalizar cada jornada.
Era un sentimiento que se asemejaba al ver a Kim JongIn en cada campo.
Frunció un poco la nariz y se aferró con más fuerza a sus propias riendas. Sus botas apretaron los costados de su caballo y este se impulsó con más vigor hacia adelante, alcanzando al Emperador y manteniendo el paso lado a lado. Kim JongIn rió por lo bajo ante esto y KyungSoo simplemente se aseguró duramente con una mano sobre las riendas mientras la otra acomodaba su cabello sobre su hombro despreocupadamente.
El trote acelerado los llevó velozmente hacia las afueras de la Capital. KyungSoo no se molestó en colgar expresiones muy visibles en su rostro ni mostró sorpresa o fascinación al ver las calles bien cuidadas, las casas de igual tamaño, independientemente de la fortuna de la familia que la poseyera, o la alegría constante en los rostros de los ciudadanos, sin embargo, admite que se siente bastante sorprendido.
Entonces los rumores eran ciertos: el Imperio del Sur era verdaderamente uno de los Imperios más estables y consistentes de la Gran Nación. Comparado con este, el derrocado Imperio Do no podía quedar muy atrás, pero ver la misma felicidad en otro sitio, la misma prosperidad de su hogar y notar que otra persona se había empecinado en complacer a su pueblo como su hermano lo había hecho en su momento había llenado el corazón de KyungSoo de una inesperada tranquilidad y familiaridad.
El camino (cargado de asentimientos, reverencias y saludos entusiasmados) los guió a una sección igualmente protegida y cuidada, pero notoriamente nueva, como si hubiera sido construida a toda prisa. Aún así, a pesar de esto, las casas eran firmes, del tamaño similar a las anteriores y los comerciantes vendían sus productos con tranquilidad. Había un buen movimiento de compra/venta, por lo que nadie debía preocuparse por el dinero, aún estando apartados del centro de la Capital, donde la gente abundaba.
KyungSoo no pudo reprimir la confusión esta vez, pero JongIn no dio ninguna explicación, simplemente hizo un señalamiento para que continuara y él volvió a seguirlo, esta vez a un ritmo tranquilo y pacífico.
Mirando más de cerca a los rostros de estas personas, KyungSoo notó varias singularidades. La ropa distinta, la forma de llevar el cabello, la piel más pálida, eran fácilmente distinguibles, diferentes a los ciudadanos de esta tierra. Sin embargo, no fue su descendencia extranjera lo que lo congeló por completo, era el hecho de que él conocía a estas personas.
Lo habían visto crecer, después de todo. Él había corrido alrededor de sus piernas, comprado en sus puestos, ganando sonrisas junto a su hermano mayor. ¿Cómo no reconocería estas caras, a la gente de su pueblo?
Su corazón dio un vuelco estruéndoso en su pecho, palpitando duramente en sus oídos mientras sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas calientes y pesadas. Su agarre sobre el caballo se aflojó y este se detuvo de inmediato a mitad de la calle, llevando la atención de los vendedores hacia sí mismo. Fue entonces cuando la conmoción los golpeó a todos y las exclamaciones no tardaron en llegar.
—¡¿Es el Joven Segundo Príncipe?!
—¿Se trata de él, verdad?
—Dioses, ¿Su Majestad?
—¡Es él, claro que es él! ¡Su Alteza!
KyungSoo bajó de inmediato del caballo y corrió hacia ellos, hacia la apreciada gente común que siempre había estado dispuesta a recibirlo y ser amables con él, con el niño desgraciado y repudiado por los Dioses y sus propios padres. Se fundió en el refugio seguro de sus brazos y se dejó consolar por las manos ásperas y los sollozos femeninos a su alrededor.
Porque sin importar el título, las diferencias sociales o la nobleza, todos ellos tenían algo en común, una misma historia que los unía y ataba. Habían perdido su hogar, a sus familias y amigos. Todo se les fue arrebatado y solo podrían apoyarse los unos en los otros para poder sobrellevar el dolor. Era eso lo que KyungSoo quería, lo que necesitaba.
Dos fuertes brazos lo rodearon de inmediato y con ellos llegaron otros tantos, todos envueltos en un abrazo apretado y familiar mientras sollozaban incontables pérdidas, mientras el dolor corría, latente, por sus venas. Ellos no tenían lazos familiares con él, pero KyungSoo se sintió en casa, como hace tanto tiempo no conseguía estarlo.
Ahí, el nudo en su garganta se aflojó y el peso en su pecho se aligeró considerablemente.
. . .
KyungSoo fue acogido inmediatamente por el grupo de refugiados. Le habían preparado comida del Imperio Do y se habían congregado a su alrededor, todos esperando para darle alguna cosa que le recordara a su hogar.
El Emperador se había mantenido alejado mientras él se ponía al día, a una distancia prudente pero no lo suficientemente lejos como para perderlo de vista. KyungSoo no pudo darle demasiada atención debido al entusiasmo y el júbilo, de todas formas, pero el peso de su mirada sobre sí mismo le advertía sobre su atención ininterrumpida.
Jugó con algunos niños que le alegraron el corazón, los subió al caballo con cuidado y dio paseos cortos en los alrededores. También escuchó las nuevas vivencias de algunas madres, mujeres que habían conseguido huir con su familia intacta y otras que no habían tenido tanta suerte. KyungSoo jamás creyó que podría sentir tristeza y alegría al mismo tiempo, pero ahí estaba, palpándolo todo a flor de piel.
Una hora más tarde, cuando el último lote de infantes bajó del cansado corcel, KyungSoo se acercó a un doncel que lo miraba a lo lejos con una sonrisa suave en sus labios. No había podido hablar con él en medio de todo el jaleo, pero no dudó en acortar la distancia que los alejaba y fundirse en una conversación tranquila.
—Joven Segundo Príncipe, es un honor para mí poder dirigirme a usted —dijo él como saludo, amable y suave mientras acariciaba su vientre abultado, totalmente redondo y adorable bajo sus túnicas holgadas—.
—Este ya no es un Príncipe, así que por favor, dejemos atrás las formalidades innecesarias. ¿Cuál es tu nombre?
El hombre receptor sonrió aún más y contestó amablemente.
—Comprendo. Mi nombre es DongByul, mi señor.
—Es un placer conocerte, DongByul, soy KyungSoo.
Compartieron una suave risa y luego de un momento reconfortante, ambos bajaron la mirada para enfocarse en el bulto despreocupado del embarazado. Notando su atención genuina, DongByul le preguntó por lo bajo:
—¿Quiere tocarlo, KyungSoo-ssi?
KyungSoo se sobresaltó un poco al ser descubierto, pero no negó su deseo y asintió con una pequeña sonrisa tímida. Suavemente dirigió sus manos al vientre duro y redondo de DongByul, colocó las palmas abiertas en la superficie y un suspiro prolongado abandonó su boca.
Nunca antes había tenido un contacto tan cercano con una persona embarazada. KyungSoo había crecido aislado, por lo que era imposible que conociera a algún portador o una mujer encinta en un estado tan avanzado, por lo que su curiosidad y su entusiasmo podría llegar a palparse en la superficie. Le recordó su propia naturaleza y sus deseos por ser padre.
El pensamiento trajo una sonrisa melancólica sobre sus labios. Antes, cuando era un poco más joven y crédulo, había deseado tener muchos hijos con SeungWang, pequeños niños que se parecerían a su padre y lo enorgullecerían. KyungSoo se encargaría de cuidarlos a todos muy bien, los amaría con todo su corazón y les enseñaría a ser buenas personas con almas puras y sentimientos blandos. Ahora era imposible soñar algo así, no había manera de que esa ilusión se cumpliera, por lo que vertió todo su anhelo y todo su deseo en estas suaves caricias colocadas amablemente sobre el estómago de DongByul.
—Tengo mucho que agradecerle, KyungSoo-ssi —susurró DongByul mientras KyungSoo continuaba frotando su vientre inflamado. Lo miró por encima de las pestañas y ladeó un poco el rostro con confusión—.
—¿Agradecerme por qué?
Los ojos de DongByul se llenaron de gentileza y amabilidad y su mano pequeña se colocó sobre la suya, apretando ligeramente el agarre sus palmas juntas.
—Mi esposo y yo pudimos salir de todo aquel desastre en nuestro hogar gracias a Su Alteza, el Emperador SeungSoo. Él nos guió a un lugar seguro y nos dio tiempo para huir. Desde entonces tuve el deseo de agradecerle, pero —DongByul tomó un momento silencioso que le arrancó un latido doloroso a su corazón y luego continuó con una sonrisa aún mas suave, aún más atenta y cariñosa—... me siento mucho más tranquilo ahora que puedo darle mi agradecimiento a través de KyungSoo-ssi, por favor, tómelo en su lugar.
KyungSoo sonrió dolorosamente. Su corazón apretujado se quejó duramente ante la imagen mental de su querido hermano salvando a este hombre y su marido, luchando mientras ellos huían del fuego y del peligro de las espadas filosas. No fue difícil conjurar algo así, su hermano mayor había sido así de bueno, tan generoso e indulgente. Sus ojos se calentaron de forma inevitable y una discreta lágrima abandonó la esquina de su ojo derecho.
La secó con rapidez, sin borrar la curva en sus labios, y se dirigió a él nuevamente con la misma amabilidad y atención que DongByul le había dedicado desde que se acercó a él.
—No tienes nada que agradecer. Mi hermano lo hubiera hecho una y mil veces. Por favor, no te preocupes por eso y vive tranquilamente.
DongByul asintió pacíficamente, sin embargo, no había terminado con el tema a juzgar por el brillo en su mirada. KyungSoo le permitió continuar.
—Lo haré, KyungSoo-ssi, viviré pacíficamente y honraré el recuerdo de su señor hermano, por ello, si este bebé resulta ser un niño, por favor, permítame colocarle el nombre de Su Majestad el Emperador. Será un completo honor para mi esposo y para mí que nuestro hijo porte el nombre de nuestro salvador. De un hombre tan noble y tan valiente como lo fue su hermano. Esto, ¿sería demasiado pedir?
KyungSoo no pudo soportarlo ni reprimirse más tiempo. Inevitablemente terminó rompiéndose en mil pedazos, llorando ininterrumpidamente mientras miraba a este hombre gentil que le secaba el rostro como lo haría un padre sumamente amoroso. Todo dolía, pero también se sentía muy bien, muy cómodo. Era un rayo de luz que iluminaba su incertidumbre y le permitía sonreír más sinceramente, hablar y actuar con todo su corazón disperso.
Él no pudo evitar negar con la cabeza, los labios temblorosos y su voz rota a causa de la emoción, de sus sentimientos fluyendo torrencialmente en sus venas.
—Me encantaría. Por favor, hágalo. Me sentiré muy feliz si esto llegara a ser posible.
DongByul curvó sus labios una vez más y formó una ligera reverencia.
—Muchas gracias, KyungSoo-ssi. Tiene usted un corazón sumamente noble.
. .· '¸.·*'¨) ¸.·*¨)
.(¸.·' (¸.·'* . El Concubino del
Emperador.
Cuando la tarde comenzó a hacerse notar en el horizonte, el Emperador se dirigió a él y le pidió amable y suavemente que se despidiera, pues debían continuar con su recorrido. KyungSoo había asentido mansamente y lo había obedecido sin quejas.
Por primera vez desde que se habían conocido.
DongByul lo había abrazado con fuerza y su esposo dejó un apretón amable sobre su hombro. Los niños se aferraron a sus piernas y algunos vendedores le dieron regalos, como juguetes y dulces del Imperio Do. KyungSoo los tomó todos y se marchó con una sonrisa en los labios, su alma serena y las mangas llenas.
Ahora, cabalgando silenciosamente uno junto al otro en completa calma, KyungSoo recordó las palabras del panadero que antes lo consentía a él y a SeungSoo con bollos vaporosos y rodajas de pan dulce que preparaba durante los vistosos festivales.
"Antes de venir y darnos refugio aquí, el Emperador Kim nos permitió enterrar a nuestros muertos. Joven Segundo Príncipe, nosotros nos hicimos cargo de Su Majestad, le dimos una sepultura digna a su cuerpo, que ahora descansa pacíficamente. Hacemos oraciones diariamente para su alma y ofrecemos incienso a los dioses en su nombre, en el de sus padres y en el del capitán SeungWang. Espero que esto consiga calmar su corazón apesadumbrado."
También recordó lo que le había dicho el esposo de DongByul, que se había unido a ellos no mucho después de que KyungSoo hubo calmado su llanto y se encontraba más estable y tranquilo.
"Honestamente, Su Alteza, no puedo comprender del todo al Emperador Kim. Dicen que atacó nuestro pueblo junto al Sureste, pero, honestamente, de haberlo hecho ¿por qué nos ha traído a todos aquí, por qué nos ha dado un nuevo hogar, trabajo y estudios a nuestros hijos? ¿Por qué tomarse tantas molestias? De querer conquistar el reino lo habría hecho y dejado a nosotros a nuestra suerte, pero él no lo ha hecho. Nadie nos ha tratado de forma indiferente ni se han metido con nuestras familias y costumbres, todos han sido verdaderamente amables desde que estamos aquí, incluso tenemos unos cuantos amigos en la Capital que nos surten sus productos a un precio un poco más accesible.
Su Alteza, no sé si él tiene intenciones ocultas, pero hasta ahora solo nos ha mostrado una cara generosa. Él no le hizo ningún daño al cuerpo de su hermano, nos lo entregó con honor cuando nos pidió enterrarlo. Yo... creo que no es del todo un bárbaro inhumano. Supongo que aún conserva un poco de claridad en su alma."
Y fueron estas palabras y unas cuantas afirmaciones y testimonios más lo que lo tenían tambaleándose en un puente de una sola tabla: inseguro y solitario.
Él también se había sorprendido enormemente al ver a su gente aquí, conviviendo con familias extranjeras, tratando de continuar con sus vidas bajo el mandato del enemigo con tanta tranquilidad. Kim JongIn les había dado casas, les había dado trabajo y había aceptado a los niños en sus escuelas, él veía por su gente, venía a visitarlos de vez en cuando y los ayudaba cuando lo necesitaban. ¿Quién era este hombre realmente? ¿Qué es lo que quería?
KyungSoo no podía entenderlo, honestamente, se veía incapaz de llegar a una conclusión coherente. Había tantas cosas en su cabeza, todas retumbando y llegando al mismo tiempo que era imposible concentrarse en una sola a la vez. Estaba aturdido y por demás confundido y, mientras tanto, el Emperador continuaba cabalgando con desbordante calma, una expresión pacífica y tranquila en su rostro.
Tan desconcertante.
Yendo camino arriba, fueron dejando a un lado la civilización. Las casas y calles comenzaban a difuminarse hasta convertirse en árboles, arbustos y flores, un lugar cerrado que KyungSoo sabía, no cualquier persona podía utilizar o visitar. Kim JongIn no se detuvo en un momento, liderando la marcha bajo un ritmo totalmente opuesto al inicial. Los caballos, dóciles, caminaban tranquilamente moviendo sus colas y soltando ocasionales relinchos relajados.
KyungSoo acarició la crin de la chica bajo su cuerpo, sus orejas se movieron y él sonrió, volviendo a pasar sus manos por las hebras suaves. Era una buena yegua, obediente y diligente. Cumplía las exigencias de su jinete y era segura, lo único necesario para que a KyungSoo le agradara.
Algunos metros más adelante, el Emperador se detuvo y se deslizó fuera de la montura. Sujetó al caballo a la rama de un árbol y lo miró con una pequeña sonrisa al notar su desconcierto.
—A partir de aquí iremos a pie —aclaró y KyungSoo asintió y bajó de la yegua antes de que él hiciera algo como extender su mano para ayudarlo—.
Imitó sus acciones, asegurando a la chica que comenzaba a comer hierba ahora que podía volver a descansar, y se volvió hacia el más alto. Él lo esperaba con las manos tras la espalda, la imagen de la serenidad y la inmutabilidad finamente tallada en su postura relajada, en sus facciones sueltas y en el rizo carismático en la esquina de su labio. KyungSoo acomodó su sombrero sobre su cabeza, echó su largo cabello hacia atrás y se acercó con toda la dignidad que lo caracterizaba.
—¿Hacia dónde?
Kim JongIn señaló una dirección en específico y KyungSoo parpadeó al ver una colina a algunos metros de distancia. KyungSoo no le habría dado tanta importancia si esta no se encontrara embellecida con numerosas flores amarillas meciéndose tranquilamente al ritmo del viento, como rayos de sol en la tierra iluminándolo todo. Sus hombros se relajaron inevitablemente ante tanta belleza natural reunida en un mismo lugar y Kim JongIn dijo, apenas un murmullo que le acarició el oído antes de desaparecer en el aire:
—Lo que buscamos se encuentra detrás de esa colina. ¿Necesitarás ayuda para subir o también eres un buen escalador? —no había burla en su voz, por lo que KyungSoo no se sintió ofendido ante su pregunta. En cambio, respondió suavemente:—.
—Mi hermano mayor me enseñó las cosas básicas para poder defenderme. Una colina no será nada para mí.
El Emperador sonrió pronunciadamente y asintió.
—Eso es lo que esperaba. Ahora vamos, el sol comenzará a caer dentro de poco y me gustaría que pudieras apreciar lo que tengo para mostrarte.
Así pues, se pusieron en marcha sin tratar de iniciar una nueva conversación. La colina era un poco empinada y le estaba dando problemas a KyungSoo, sus botas no eran las mejores para escalar o mantenerse estable, pero no le estaba diciendo a Kim JongIn sobre esto; en cambio, hizo uso de toda su obstinación y terquedad y se obligó a ser firme mientras subía.
Afortunadamente debido a la visita recurrente al lugar se había formado un camino seguro que podría usarse. Había algunas rocas y lugares firmes que podía utilizar para mantenerse estable y no hacer el ridículo por resbalar repentinamente colina abajo. Kim JongIn no le ofreció ayuda, pero mantuvo un ojo sobre él en todo momento, estudiándolo en caso de necesitar una mano o sufrir un posible accidente.
Finalmente llegaron a la cima. Para entonces KyungSoo se encontraba un poco agitado, sudaba ligeramente en las sienes y sus botas se habían ensuciado inevitablemente, pero lo que obtuvo estando en la punta de la colina lo recompensó todo. Era un campo abierto lleno de flores, al fondo descansaban las montañas con picos nevados, los cerezos comenzaban a florecer, inocentes y dulces junto a los magnolios puros, y un gigante, hermoso y frondoso árbol lleno de glicinias florecientes, lilas y púrpuras, tomaba todo el protagonismo de la escena. El cielo comenzando a entrar en un atardecer lo hacía todo aún más hermoso, mágico e irreal.
El aliento de KyungSoo quedó atascado en sus pulmones y sus ojos tomaron toda la escena que se mostraba delante de él naturalmente con completo deleite y fascinación.
—Es precioso —halagó con sinceridad, tomándose un momento para ver el rostro del Emperador, que se encontraba vuelto en su dirección—. Es realmente precioso.
La satisfacción llenó los rasgos atractivos y masculinos y una nueva y renovada sonrisa se prendó de sus labios pomposos.
—Me alegra que te guste. ¿Quieres bajar? Las glicinias son mucho más hermosas cuando se observan de cerca.
KyungSoo asintió y lentamente descendieron de la colina, siendo cuidadosos en sus pasos y evitando las zonas demasiado blandas. Al llegar al pie de la misma, las flores los rodearon de inmediato a la altura de las rodillas. KyungSoo sonrió inevitablemente y se agachó para acariciar los pétalos suaves y brillantes como el sol. Ahí, de esa manera, KyungSoo sintió como su pecho se sentía libre, alejado de tensiones, su mente totalmente vaciada de posibles preocupaciones.
No tenía que pensar en nada, aquí, rodeado de hermosas flores fragantes, KyungSoo solo debía preocuparse por la suavidad y la tranquilidad del lugar.
(Ayudó grandemente saber que, de hecho, no era el último descendiente del Imperio Do y que el cuerpo de su hermano no se había perdido en quién sabía dónde).
Kim JongIn se mantuvo de pie a su lado, lo suficientemente retirado como para darle su propio espacio, pero también estando bastante cerca para poder apreciar la belleza que traía la paz y la tranquilidad sobre su rostro juvenil y hermoso. Su corazón se sacudió secretamente en su pecho y el rayo del anhelo y el deseo de verlo de esta manera: accesible y pacífico, nació en sus entrañas.
Minutos después, KyungSoo se incorporó y formó una pequeñísima sonrisa para él; la curva tímida y casi indistinguible le robó el aliento por completo y llenó su alma de un cautivador e indomable afecto.
—Podemos continuar ahora. Lamento haber tardado.
El Emperador negó, haciendo de menos sus distracciones y guardando celosamente la suavidad de su voz en lo más profundo de su mente y corazón para luego conducirlo al árbol gigante del centro del campo. Dejaron atrás algunos cerezos y ciruelos, los magnolios los saludaron en su paso, llenando el lugar de elegancia refinada y exquisita, y sus pulmones se llenaron de la dulce y cautivadora fragancia de las glicianas.
KyungSoo cerró los ojos y llenó su pecho con el suave aroma; era extraña la manera en la que se combinaba la esencia de Kim JongIn y las flores abiertas, cítrico y dulce revoloteando en sus fosas nasales de forma agradable, sin abrumarlo en lo más mínimo. Tal vez era debido a la frescura del viento, que se llevaba consigo gran parte de la fuerza de la esencia, o del silencio absoluto, del clima agradable, de un peso fuera de su corazón.
KyungSoo podía ver las cosas un poco más bonitas, un poco más preciosas y gentiles consigo mismo.
Kim JongIn lo llevó directamente al corazón del árbol, ahí, bajo las flores que caían preciosamente a su alrededor como un manto lila. KyungSoo se maravilló al verlo todo desde el centro, como las glicinias se enredaban en las ramas del árbol y caían dulce y encantadoramente por todas partes. El cielo pronto fue cubierto por distintas tonalidades de púrpura, de verdes vibrantes y café cálido. KyungSoo sonrió aún más grande, aún más sinceramente mientras se sentía cada vez más cómodo y fascinado por aquella maravilla diligentemente preparada y protegida.
—Ordené hacer este lugar hace algunos meses. Mis jardineros personales se encargaron de construir algunos soportes para acomodar las glicinias, de modo que pareciera que ellas nacían directamente del árbol. Fue un trabajo realmente sorprendente —susurró JongIn con su acostumbrada sonrisa suave y gentil. KyungSoo parpadeó y entonces se dedicó a observar mejor sus alrededores. Fue entonces cuando notó los pilares escondidos estratégicamente, pintados del color del tronco del árbol que querían imitar—.
—No lo había notado. Es increíble —murmuró con verdadera sorpresa y fascinación—.
—Lo es. ¿Te gusta?
KyungSoo asintió sin problemas.
—Es etéreo. Fácilmente puedo encontrar paz en este lugar.
—Me alegra saber eso, porque aquí se encuentra lo más importante de este sitio. Ven conmigo.
KyungSoo lo miró sin comprender, fundido en silenciosa curiosidad mientras lo seguía de cerca. Él rodeó el tronco grueso y firme, poderoso e inamovible como su propio temperamento. Mientras caminaba, KyungSoo miró las flores, acarició algunos pétalos y sonrió sinceramente ante el roce de las mismas sobre sus mejillas y cabello. Una vez más, Kim JongIn se detuvo y dio un paso a un lado para poder darle espacio.
KyungSoo lo miró de reojo y luego se enfocó en lo que había frente a él.
Entonces, una vez más, su corazón saltó violentamente, sus ojos se abrieron como los de una gacela y su aliento se atascó en sus pulmones. Su cuerpo inmóvil se mantuvo en el mismo sitio, helado y muy quieto mientras sus ojos recorrían la tablilla finamente construida, las varitas de incienso nuevas y las ofrendas frescas colocadas sobre tazones y cuencos de jade.
Tragó pesadamente, notando el relieve en la tierra justo bajo la tablilla y miró al hombre a su lado con el corazón en la garganta.
—¿Qué...?
—Pensé que querrías verlo y hablar con él, sin embargo, no había podido traerte antes debido a las circunstancias. Por favor, continua. Él ha esperado por ti durante un largo tiempo —dijo con solemnidad, el pecho hinchado y expresión insoldable—.
KyungSoo llevó una mano a su pecho, sobre su inquieto corazón, y se obligó a dar un paso adelante. Luego otro, otro más y luego uno más. Así, se detuvo delante de la tumba tranquila e imperturbable, donde el suave aroma del incienso la rodeaba y las oraciones fueron depositadas con fidelidad.
KyungSoo leyó el nombre grabado y sus ojos ardieron a fuego vivo mientras las lágrimas pesaban en los bordes, tirando de su alma e intentando desbordarse lo más pronto posible.
Queriendo dejar salir todo su dolor.
Emperador Do SeungSoo.
Valiente y honorable hombre descansando en las nubes.
Su hermano. Su amado y comprensivo hermano mayor.
La primera lágrima brotó y luego el flujo húmedo sobre sus mejillas fue indetenible. KyungSoo apartó las ofrendas y el incienso, lo alejó todo y se arrodilló en el suelo para luego echar sus brazos alrededor de la lápida y abrazarla con fuerza, llorando amargamente contra ella.
—Hyung-nim. H-hyung-nim. He venido, hyung-nim, estoy aquí... mi querido hermano, mi amado hermano, por fin estoy aquí.
KyungSoo había esperado encontrar una tablilla fría pero, en realidad, era cálida contra su mejilla, como si quisiera honrar la calidez del hombre que descansaba bajo ella, como si el alma de SeungSoo se encontrara allí con él. KyungSoo sollozó ruidosamente ante el pensamiento y se olvidó de su ropa ahora sucia, del hombre que le había dado la espalda para proporcionarle privacidad, de su posición y su edad.
Lloró por su hermano, derramó todas las lágrimas que había soltado silenciosamente bajo un vendaval desesperado y doloroso que no se había permitido expresar durante meses. Abrazó la tablilla con fuerza, se aferró a un recuerdo sonriente y gentil a su lado y sintió dedos amables cerrándose en su hombro. La mano fuerte y reconfortante de SeungSoo acompañándolo en su dolor, consolándolo incluso cuando había abandonado el mundo de los vivos.
De esta manera, por fin, KyungSoo pudo dejarlo salir todo, fue capaz de dejar ir toda aquella presión demoledora. Él por fin había hallado una pizca de paz en medio de su tormento.
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