Un sueño que no creía tener

La tarde pasó rápido viendo a los hombres de Dietrich copiar los mapas de la zona. Conforme a lo acordado, Jean entregó los que habían confeccionado y, esperaba, que coincidieran con los otros. Netamente inseguridad, porque había sido un trabajo perfecto.

Pero, por ocasiones, se permitía pensar en la propuesta de Mikasa. Una salida después de tomar la cena, antes que anocheciera. Quería recorrer la ciudad y, quizás, detenerse en algún lugar a comer algo.

Así fue como llegó el atardecer y Jean se vio a sí mismo vestido de civil con la ropa que consiguió en el cuartel esperando que llegara Mikasa, a la salida de la construcción. Situación que no tardó demasiado.

Jean se quedó viéndola un segundo. Se veía hermosa. Quizás no era el vestido más bello, ni el más a la moda… sin duda era viejo y el color era entre un marrón y un mustio rojo. Pero era su semblante el que brillaba y la hacía destellar. Se sintió un maldito suertudo de solo poder pasear con la chica más hermosa de todo Paradise. Hubiese querido poder ofrecer algo más que un humilde paseo, pero su crédito no era válido en Gijar.

–¿Tardé mucho? –preguntó Mikasa al llegar hasta él –Tuve problemas en elegir algo medianamente decente…

–Estás hermosa… –escapó veloz de la boca de Jean y ella alzó la cejas en un gesto sorprendido –Digo… t-te ves b-bien –balbuceó y alzó una bolsa frente a ambos –Me conseguí algo de la cocina.

Mikasa le sonrió agradada y abrió levemente su chaleco mostrándole a Jean que llevaba oculta una botella de vino.

–Yo también –agregó en tono cómplice –Sasha es una buena maestra. ¿Nos vamos?

–Antes que nos descubran y nos encierren por rateros –bromeó y abrió la bolsa para que Mikasa acomodara dentro la botella –¿Dónde vamos?

Mikasa dejó la botella dentro de la bolsa acomodando las otras cosas.

–Mientras tú revisabas mapas, hice un estudio del mercado local –comentó dejando que Jean cerrara la bolsa –Goldblum fue de bastante ayuda –Jean la miró con curiosidad –La chica que se nos designó para guiarnos en el cuartel –informó y el chico asintió lento –La conociste…

–¿Sí? –preguntó iniciando la marcha tratando de hacer memoria, ese día había conocido bastante gente –¡Ah! Con la que estabas fuera del comedor.

Mikasa tuvo cierto regocijo en el que Jean ni siquiera hubiese retenido el nombre de la chica. Odiaría que fuese a caer en otra perversa trampa de otra Milly. Aunque, para ser honestos, nunca fue la intención de Hilde Goldblum. Pero para Mikasa, cualquier chica que mirara con interés a Jean era una potencial predadora que solo buscaba aprovecharse de su buena voluntad… Momento, ¿de dónde salió eso?

Salieron finalmente de cuartel, cuadrándose ante los guardias.

–El toque de queda es a medianoche –informó uno de ellos –Sin excepciones –agregó.

Ambos muchachos asintieron y cruzaron la guardia. Mikasa sacó un papel del bolsillo, era un mapa que había confeccionado Goldblum.

Al contrario de lo esperado, notaron en su caminata que había varias personas en la calle. En la plaza de la ciudad había un grupo de música en una pequeña feria. Familias con sus hijos, grupos de amigos y parejas. La última vez que Mikasa había estado en algo así fue unos meses previo a la caída del muro María en Shinganshina.

–¿Es alguna festividad? –preguntó Jean y Mikasa se alzó de hombros –Citaré a Miller y diré "con que así viven lejos de los titanes" –bromeó.

–Si nosotros tuvimos una pequeña fiesta en el primer aniversario de la retoma de Shingashina, no quiero pensar como se celebró en las ciudades –comentó Mikasa mirando a unos niños correr con unas paletas de caramelo.

–Quizás podamos ir a los muros para la próxima vez. Sería divertido –comentó con naturalidad, pero pronto cayó en que qué interés iba a tener Mikasa en esas frivolidades.

–Suena bien.

Quizás hace un par de semanas, Mikasa hubiese pasado de aquella proposición, pero algo había cambiado en ella y lo sabía. Quizás había comenzado mucho antes, tal vez incluso desde que llegaron por primera vez al mar.

Todos aquellos que ingresaron a la Legión lo habían hecho por una meta, tangible o no. La libertad, la humanidad, o simplemente conocer el océano. Aquella era la meta de Armin, una que Eren compartía, o parecía compartir, hasta el momento en que sus pies ingresaron a aquella enorme masa de agua. Aun podía recordar el rostro satisfecho y dichoso de Armin, la ilusión de haber cumplido el sueño de toda su vida… su meta. Pero Eren ambicionaba mucho más, en ese momento lo supo.

Pero, ¿qué ambicionaba ella?

Los mismos niños que pasaron hace un instante frente a ellos, ahora volvían a escurrirse, jugando y persiguiéndose. Mikasa no pudo sino pensar en cuando ella tenía esa edad, cuando estuvo en ese festival en Shinganshina. Se sonrió amplio mientras sus ojos los seguían perdiéndose entre las personas.

Eso… esos niños… ellos vivían. Todas aquellas personas tras los muros lo hacían. Libres, dentro de lo que se les permitía, pero ahora seguros. Tal como Armin, tenían sueños, como Eren tenían ambiciones. ¿Y ella?

Notó que Jean miraba atentamente a un muchachito que, en uno de los puestos de la feria, apuntaba a un señuelo con un rifle de juguete. Disparó la primera pelota de goma, la que pasó cerca del señuelo. Volvió a disparar para volver a errar. Masculló algo que Mikasa no alcanzó a escuchar, pero por su entonación era una maldición.

–Ey, déjame ayudarte –dijo Jean agachándose para quedar a la altura del muchacho –Levanta un poco el brazo –le indicó tomando su mano y colocándola en la posición correcta –Mira bien y firme la culata contra tu hombro –el chico asintió –¿Listo? Dispara.

La bola de goma dio en el señuelo y el chico miró a Jean con completa admiración.

–Gracias, señor –dijo antes que el dueño de la tienda le entregara el premio al chiquito.

Mikasa se rio al ver el rostro de descomposición de su compañero.

–Creo que estamos en esa edad –se burló Mikasa y Jean la miró de reojo –Señor –agregó con malicia –Fue muy amable de tu parte… ayudar a ese chico.

–De algo que sirva el entrenamiento militar –comentó sin darle importancia –Al menos no tiró su dinero. Ojalá y mi papá hubiese sabido disparar –suspiró –No hubiese perdido tantas veces en estos juegos.

Mikasa asintió y retomaron la marcha. Inevitablemente recordó las veces que iba con toda inocencia acompañando a su padre cuando iba de cacería. El cómo se colocaba a su lado y lo veía apuntar a las aves, codornices, patos. Esperando que cayeran e ir a buscarlos para que luego su madre preparara la cena. Alguna vez él trató de enseñarle, pero su puntería era pésima por entonces y la escopeta muy pesada.

Quizás no se había cuestionado qué ambicionaba ella, porque no se había detenido a pensar en ello. Desde que tenía diez años que solo sobrevivía, a la muerte de sus padres, a la caída del muro María, a los titanes, a los mismos humanos que se habían ido en contra de la Legión. Y solo había sobrevivido hasta ahora.

Armin vivía por un propósito, conocer el mar, conocer todo lo que había en el viejo libro de su abuelo. Eren vivía para vengar la muerte de su madre y cumplir aquella promesa de eliminar a todos los titanes. ¡Qué inconsecuencia de la vida que él mismo fuese uno! Y cómo había mutado esa ambición en una mucho más grande que era liberar a la humanidad de la isla.

Pero, ¿qué ambicionaba ella, por ella? Más allá de proteger a su familia, más allá de servir a la legión. ¿Cuál era su propio sueño?

Cuando ya se alejaban de la feria tomando rumbo a la siguiente parada en el mapa de Goldblum, la pregunta no se hizo esperar.

–¿Cuál es tu sueño, Jean?

El muchacho detuvo la marcha. Primero, por escucharla hablar después de tanto silencio. Segundo, por la pregunta. Una para la que no estaba preparado. Mikasa supo leer la descolocación de su compañero.

–Digo… –retomó –El sueño de Armin era conocer el mar. Quizás a muchos les pareciera infantil…

–No, no es infantil. A mí también me hacía mucha ilusión –comentó Jean algo pensativo –No lo sé… me refiero a mi sueño. No tengo grandes ambiciones más que una vida tranquila… ojalá cómoda –agregó –No lo sé. Creo que el curso de mis decisiones me llevó justamente en el camino contrario. ¿Por qué preguntas?

–¿No puedo hacerlo?

–No, digo sí, claro que puedes. Pero es una pregunta difícil de responder. Más que nada porque implicaría saltarme varios factores nada favorecedores.

Mikasa ladeó la cabeza y se cruzó de brazos.

–Es un sueño, Jean. No te estoy pidiendo un cronograma de objetivos y metas –bromeó –No es una reunión de trabajo ni estoy apelando a tu lado racional. Solo… ¿en qué piensas cuando te vas a dormir? Tiene que haber algo que quieras lograr… No sé…

Jean asintió y Mikasa lo miró con insistencia.

–Bueno –se rascó la nuca con la mano libre de la bolsa –Para comenzar me gustaría llegar a viejo. Quizás ser una especie de Shadis, ¿sabes? Tal vez preparar reclutas, esta vez no para los titanes, sino para que entiendan la implicancia de enfrentarse a otras personas… Quizás no exactamente como él… Sería idealista pensar en que jamás nos enfrentaremos a otros enemigos. Pero, no sé… tal vez buscar otros medios. Irme a dormir con la consciencia tranquila… eso ya es difícil. Sé muy bien que no soy intachable, ninguno de nosotros lo es. Pero, algún día, quisiera saber que todo lo que hice, lo bueno y lo malo, tuvo un propósito. Lo tiene, no me malentiendas, pero quiero verlo. Entenderlo, dimensionarlo de manera diferente –Mikasa lo miraba con atención –Una vez, luego de… cuando Armin me salvó… dijiste unas palabras que me dieron vueltas mucho tiempo. "Es hora de cambiar".

–¿Eso dije? –preguntó ella con sorpresa, Jean asintió.

–Aun trato de cambiar, Mikasa. Trato de ver por sobre las muertes, por sobre la sangre que llevo en las manos y las vidas que he tomado. Alguien debe hacerlo, lo sé. Pero se vuelve más fácil… Quizás ese es mi sueño. No que sea más fácil, sino verlo de una manera diferente.

Mikasa se lo quedó mirando sin salir de su sorpresa. Humano, cien por ciento humano. Eso era Jean. Alguien que se vio arrastrado a una situación que no pidió. Tal y como todos ellos, pero sobrevivía a él un sentido que otros ya habían perdido: el valorar la vida de otros.

No supo qué decir, porque sabía que no había palabras que él ya no se hubiese dicho en sus reflexiones, ni tampoco era buena consolando a la gente. Jean aún vivía, mientras ella sobrevivía.

–¿Y tú? –ahora Jean la cuestionaba –¿Con qué sueñas?

–Titanes –respondió alivianando el momento, pero más que nada por no saber qué responder realmente. Sacó el mapa de Goldblum –Tenemos que ir en esa dirección –indicó.

Jean la miró de reojo mientras ella retomaba la caminata. Tenía que reconocer que Ziller tenía razón cuando decía que la ciudad era hermosa. Al menos la ruta que Hilde les había trazado los llevaba por construcciones antiguas y hermosas, una alameda imponente donde algunas personas aun paseaban iluminados por las farolas. El otoño ya tenía las hojas y la luz les daba un ambiente algo melancólico, pero hermoso.

–Jean…

–Dime.

–¿Por qué ingresaste a la Legión? –preguntó Mikasa de súbito –Es que… tú no querías una vida como la que llevas, no era ni es tu sueño. Digo… lo que dijiste recién… es como si… –hizo una pausa –Eren siempre quiso ingresar a la Legión. Armin y yo prometimos ir donde él fuese. Mantenernos siempre juntos. Ni siquiera lo cuestioné una vez, aun no lo hago –miró de reojo a su compañero quien mantenía la vista al frente –Connie y Sasha se unieron por la humanidad… pero tú…

–¿Me estás diciendo que no soy suficientemente desprendido e idealista como para querer lo mismo que ellos? –preguntó sin detener la marcha –Pues te informo que sí. Me compré el discurso de Smith. Tuve un momento de debilidad y me volví estúpido. No hubo un momento en que no me arrepintiera y, a veces, aun lo hago. Pero cuando escucho discursos de otros que tomaron la cómoda posición que alguna vez quise para mí, me hierve la sangre. Y no voy a negar que los envidio, porque lo hago. Pero si hubiese marchado a la Policía Militar jamás hubiese dejado de pensar que mientras me emborracharía con una tropa de idiotas conformistas, Armin, Connie, Sasha, Eren y tú estarían afuera de los muros cuidando que los titanes jamás amenazaran mi culo. Eso sí no me dejaría dormir por las noches. Menos cuando vi morir gente a la que apreciaba luchando para que nadie perturbara la paz de los que se rascaban la barriga protegidos detrás de los muros… –hizo una pausa –A veces aun puedo ver el cadáver de Marco tendido en el piso. ¿Qué hizo él para merecer eso? Él era mil veces mejor que yo, era una buena persona no un grandísimo hijo de puta como yo. ¿Qué hizo Franz? ¿Hanna? ¿Mina? Compartí con ellos por años… sobre todo con Marco. Era mi mejor amigo. Si ellos dieron su vida, lo mínimo que podía hacer era hipotecar la mía.

Sin duda Mikasa no esperaba una respuesta tan directa ni tan apasionada, pero tampoco le extrañaba viniendo de él.

–Si después de esa respuesta sigues considerándote un grandísimo hijo de puta, creo que tienes una pésima imagen de ti mismo –dijo con una sincera sonrisa –Marco, Franz, Hanna y los demás estarían muy orgullosos de escucharte. De verdad. Y para serte honesta, siento algo de envidia de escucharte… Porque mis motivaciones no tienen el desprendimiento de la tuya. De hecho, carecen totalmente de él.

–¿Sí? Pues yo creo que seguir a quienes amas y arriesgar tu vida por ellos es igualmente desprendido. Si vamos a discutir aquí quien es el buen samaritano, salimos perdiendo ambos –respondió Jean aligerando el tema –Pero ya que estamos en esto, tengo una pregunta para ti y espero que la respondas de verdad y sin bromas.

–Adelante –dijo Mikasa mientras continuaban caminando por la alameda –No digamos que soy la mejor haciendo bromas.

Jean iba a contradecirla, el sentido negro del humor de Mikasa siempre superaba las expectativas.

–En un mundo sin titanes, sin necesidad de una Legión… sin que Eren estuviese arriesgando salvajemente su culo –agregó divertido –¿Qué haría Mikasa Ackerman?

Mikasa suspiró pesadamente.

–¿Me puedes creer que nunca lo he pensado? –dijo con total sinceridad –La imaginación no es lo mío.

Jean no dijo palabra. Quizás para no dar paso a tomar el rumbo de la conversación una vez más. Sus pasos los llevaron hasta el borde del río. Un parque. Habían algunas personas allí, aun cuando ya era de noche. Más que nada parejas. Se sintió algo incómodo, pero Mikasa buscó un sitio bajo un árbol con una linda vista al río.

–No es el mar, pero algo es algo –dijo ella con convicción y sin dar aviso le arrebató la bolsa a Jean.

Tomó asiento palpando que no estuviese húmedo. Sacó las cosas de dentro de la bolsa y Jean se sentó a su lado observándola en silencio.

–Me crie en el bosque, adentrado en las montañas –dijo Mikasa mientras abría uno de los paquetes, pan –Hasta que mis padres… bueno, hasta antes de vivir con Eren, jamás viví otra realidad. Ni mi padre ni mi madre conocían otra cosa tampoco… Sí que haces preguntas capciosas –exclamó de buen humor, él le sonrió y le quitó la botella de vino para descorcharla –Es extraño estar hablando de esto contigo…

–¿Conmigo o en general? –preguntó Jean retirando el corcho con su navaja.

–Ambas. No suelo pensar demasiado en la vida que llevaba antes de conocer a Eren. Pero últimamente lo hago, bastante.

–Olvida que te lo pregunté –saltó Jean enterándose que era un tema complejo y que él no era el adecuado para hablarlo tampoco.

Mikasa abrió otro de los paquetes, era un trozo de queso.

–No, creo que está bien. Supongo que no me dado el tiempo ni el espacio de pensar en ello –extendió su mano para que Jean le entregara la navaja. Cortó un trozo del queso –Suelo ser realista, ésta es la vida que me tocó vivir, el resto son ensoñaciones sin sentido… ¿Qué hubiese pasado si mis padres no hubiesen muerto? No lo sé… Si Eren no estuviese en mi vida tampoco lo sé. Simplemente no puedo imaginar mi vida de otra manera. Pero… –Jean la miraba con atención mientras seguía trozando el queso, se llevó un trozo a la boca –Supongo que si las cosas hubiesen sido diferentes seguiría en esa cabaña en medio de las montañas –cortó el pan con la mano y le extendió un trozo a su compañero –Si no hubiese habido titanes jamás, si mi vida hubiese llevado otro rumbo creo que… Mikasa Ackerman sería una chica que viviría en el bosque aprendiendo a cazar con su padre y a hacer ropa con su madre. Quizás hubiera conocido a un chico, tal como mamá conoció a papá… Y repetiría la historia –Jean masticaba el pan –Si esperabas algo más emocionante, me temo que te he desilusionado.

Ahora Mikasa bebía de la botella y la dejó en el suelo.

–¿Cómo se conocieron tus padres? –preguntó Jean con sana curiosidad –Digamos que en el medio de la nada es difícil conocer a alguien.

–Tampoco es muy fácil estando en el ejército, ¿no crees? No es como que hayamos tenido tiempo para tener miles de novios –bromeó –Aunque ya te anotaste una. Llevas ventaja.

–Sí, ahora debo pensarme cómo terminar con ella… –caviló –Gracias por recordármelo –fue sarcástico –Y bien… ¿cómo fue?

Mikasa alzó la vista al cielo y abrazó sus piernas contra el pecho.

–Hubo un invierno bastante crudo, eso contaba mi madre. Y muchos de quienes vivían en los bosques tuvieron que establecerse en el pueblo de refugiados o morirían de hambre. Algo que no pasa en la ciudad –agregó con cierta malicia –La vida fuera de los muros de las ciudades es cruda, pero tranquila si el clima es favorable. Nunca hubo otro invierno tan intenso como aquel. Papá decía algo muy tonto… –agregó con ilusión, mientras Jean pensaba que jamás la había visto tan ensoñada –Decía que yo les había traído una eterna primavera.

–No me parece tonto, me parece algo que un padre le diría a su hija… No tuve hermanas, pero mi hermano mayor tiene una hija. Está perdidamente enamorado –bromeó y Mikasa volvió a sonreírle de esa manera tan encantadora.

Él también estaba perdidamente enamorado. Decidió descartar ese fugaz pensamiento.

–Íbamos en el crudo invierno… –encausó la historia y bebió de la botella.

–Papá decía que se enamoró de mamá en cuanto la vio. Que era la mujer más hermosa del mundo –soltó una espiración –Sin duda suena muy cursi al decirlo, suena mejor en mis recuerdos. Menos vergonzoso –tomó la botella nuevamente –Mamá decía que papá la hacía reír. Que eso era lo que más le gustaba de él –bebió y una gota resbaló por su mentón, la limpió con la mano –¿Y tus padres?

Jean estaba tan embobado que tardó un segundo en reaccionar. Por un segundo se lamentó en no ser tan gracioso como el señor Ackerman. Él no era gracioso en lo absoluto, era agrio y malgeniado.

–Papá le llevaba las cuentas a la bodega de mi abuelo, el papá de mi madre. La historia no es tan romántica la verdad. Fue una relación conveniente para ambos. Mamá dice que papá es un hombre trabajador y que eso es algo por lo que lo admira. Papá dijo una vez que le gustaban pechugonas –Mikasa se rio –Supongo que hay diferentes razones para casarse. Y finalmente nos lleva a lo mismo, formar una familia. Creo que por imitación o instinto o compañía, todos buscan eso. Es una manera de transcender.

Mikasa asintió y tomó un trozo de pan.

–¿Has pensado en eso? –preguntó con la vista en el río.

–Sí. Antes más que ahora –confesó –Ahora creo que es más importante focalizarme en lo inmediato. Y si salgo vivo de todo esto, volveré a pensarlo –tomó la botella –Tal vez…

–Sí… yo también.

–¿Lo has pensado? –preguntó Jean sin dar crédito a sus palabras.

¡Qué pregunta idiota! Claro que lo había pensado, se dijo Jean. Con Eren. Volvió a beber.

¿Formar una familia? Su mente no podía llegar más allá de cuando Eren y Armin fueran consumidos por la maldición de Ymir. Concebir su vida sin Eren… ya le era imposible. Era esa sensación que de solo pensarlo era como si le arrancaran las entrañas. Como si le desgarraran el corazón y con ello se lo llevaran todo. He hizo lo que sabía que le traería algo de confort, buscó a tientas la mano de Jean y la sujetó con necesidad. Respiró profundo.

–No, nunca lo había hecho –dijo con simpleza –No suelo pensar en cosas que creo que no se cumplirán. Pero se escucha como algo que la otra Mikasa haría –agregó –Un sueño…

¿Qué era eso? Se preguntó Jean. ¿Era una promesa? ¿Acaso Mikasa le estaba queriendo decir que, de sobrevivir, pensaba en formar una familia… con él? El corazón le latía como loco. Mikasa acaba de hablar de un sueño… de formar una familia… mientras lo tomaba de la mano. No estaba soñando ni alucinando. ¡Era cierto! Tan cierto como el sabor al vino en su boca y el pan que había quedado olvidado en su mano hace un instante. No podía dejar de mirarla, mientras que ella fijaba la vista en el río. Pero se volteó hacia él.

Aquel olvidado pan en la mano de Jean cayó suavemente al suelo, mientras él llevó la mano hasta la mejilla de Mikasa. La chica cobró un abrupto sonrojo y sin duda no previó lo que sucedería después, cuando sintió los labios de Jean contra su boca. Y, contra todo pronóstico, se permitió cerrar los ojos y dejarse besar con la inexperiencia a flor de piel, mientras aquellas manos unidas se aferraban aún más.

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